Cuando inicié mis estudios en la Escuela de Sociología de la UCV en febrero de 1989 (si, justo mi primer día emocionado de clases fue aquel 27 de febrero de 1989), admito que era una cuasi adolescente ignorante del, e indiferente al, mundo político.
La política para mi, en ese entonces, era solo vituperar a los adecos y a los copeyanos, sobre los que siempre oía hablar en las reuniones familiares como los ladrones de siempre que se turnan el poder. De ahí no pasaba.
Mientras, ex-guerrilleros de la década de los sesenta se transfiguraron -como seres kafkianos- en “intelectuales”, “académicos”, “profesores”. Eso sí, todos muy queridos, sin sufrir discriminación alguna por la cómoda, indiferente y en permanente ascenso, sociedad venezolana.
Profesores luminosos, con sensibilidad social y abiertamente de izquierda radical nos enseñaban cómo la derecha nos desnaturalizaban con el sueño americano, nos alienaban y nos mantenían colonizados. ¡Ni de vaina nos hablarían sobre su colonización rusa-cubana-castrista!
Yo no había oído hablar de Karl Marx y de la izquierda venezolana, solo tenía un panfleto. Todo lo fui descubriendo en la UCV, tomada y penetrada por aquel fantasma que décadas después nos ha destruido. La izquierda. Que siempre fue militarista, criminal y llena de rufianes.
Luego de unas cuantas décadas, he comprendido que aquellos “compañeritos”no iban a estudiar para ser sociólogos, sino para atrapar incautos y formar sus cuadros; los que hoy constituyen el despiadado chavismo.
Por ello, tenemos como obligación existencial hablar con nuestros hijos. Disertar y no desestimar sus elecciones ideológicas. Porque el peligro para un adolescente no está solo en las drogas, también lo es, la falta de criterio político y moral.
A Dios gracias, siempre he usado como principal herramienta intelectual la duda. Siempre desconfié y tuve mis distancias del movimiento estudiantil de izquierda y toda su prosa libertaria, que a través de las armas buscaban la paz, la justicia y la igualdad social.
Nunca milité y por ello fui señalada como come flor anti revolucionaria e inservible. Aunque me comí el cuento anti yankee (hoy veo que culturalmente Venezuela lo ha sido), jamás me convenció ninguna lucha revolucionaria.
Hoy entiendo, a partir de esta experiencia de muerte y sufrimiento que es el chavismo, que la igualdad y la justicia social son opresoras y que solo la libertad es la mayor y única causa humanista por la cual luchar.
Desde que empecé a leer #DíasDeSumisión de @OrlvndoA, converso más con mis hijos sobre aquellas historias que no han sido contadas. Porque debemos desarraigar de la episteme del venezolano todo el dispositivo cultural que armó la izquierda contra la democracia y la libertad.
