La Iglesia está pasando en estos momentos una grave crisis provocada por las luchas de poder. Pero estas luchas no son cosa de estos días, comenzaron con Jesús, como nos cuenta el Evangelio de este domingo ¿vemos cómo nos lo explica Él? #HilosDelEvangelio #DomingoXXV
Cuenta Marcos que Jesús iba instruyendo a sus discípulos por el camino, contándoles que iba a ser entregado, que lo iban a matar y a los tres días resucitaría.
Puedes leerlo entero en este enlace: ciudadredonda.org/calendario-lec…
Al parecer, cuando llegaron a Cafarnaúm (es decir, a la casa de Pedro), Jesús les preguntó sobre qué venían discutiendo. Ellos no contestaron porque les daba vergüenza.
¿Y por qué les daba vergüenza? Pues porque Jesús les estaba hablando de que iba a morir y a resucitar, y ellos, aunque no entendían muy bien qué significaba eso, ya estaban tomando posiciones.
Si Jesús muere –se preguntaban– ¿quién va a mandar en el grupo?; y si resucita como dice, será un hecho del todo extraordinario. La gente lo proclamará el nuevo rey de Israel, ¿quién será entonces su mano derecha?
En el Evangelio de San Marcos, la casa juega siempre un papel muy importante. La predicación de Jesús tiene como dos niveles: uno fuera, para todo el mundo; y otro dentro de la casa, para los más íntimos.
Hay que tener en cuenta que Marcos se dirige a hermanos de comunidades cristianas que se reunían en las casas para oír la palabra y celebrar la “fracción del pan”, la Eucaristía.
O sea que contando la vida de la primera comunidad, la de Jesús y sus discípulos, está tratando de reproducir una situación ordinaria de las que vivían (de las que vivimos) todos los días en nuestras parroquias y comunidades.
Nos está enseñando cómo hay que hacer la predicación: “Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo…”, sigue el Evangelio.
Puede parecerte un gesto sin importancia, pero la tiene.
La forma de sentarse era en el suelo. Sentándose, Jesús se abajó. Se puso al nivel del suelo, por debajo de los Doce, a quienes llamó para que se abajaran también y se sentaran alrededor de Él.
Con el gesto, antes de pronunciar una sola palabra, ya ha dado la catequesis.
El papa Francisco recuerda a veces esa frase atribuida al santo de Asís que dice: predica el Evangelio en todo momento y, si es necesario, ¡incluso con palabras!
¡Me encanta!
Aquí Jesús hace el gesto y, luego también lo explica con palabras: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos».
Ponerse por debajo, ponerse al servicio aunque se esté por encima a nivel jerárquico. Ahí está la clave.
Los conflictos de poder en nuestras comunidades nunca son por ver quién se pone al servicio del otro. Sino para ver quién consigue que los demás le sirvan.
Y pasa a todos los niveles: desde el más pequeño grupo parroquial, ¡hasta en el Vaticano!
Incluso en esa Iglesia doméstica que es la familia pasa. ¿Quién manda? ¿Mi marido o yo? ¿Por qué tiene que mandar tanto mi suegra? ¿Porqué tengo que obedecer a mi padre que es un tirano?
Jesús le da la vuelta a la tortilla de la humanidad. En su Reino, la cosa es al revés. Recuerda que la semana pasada decía aquello de que “el que pierda su vida la ganará”. Pues también aquí, siguiendo la paradoja, el que sirve es el primero.
Servir no es solo recoger la mesa y fregar los platos. Se puede servir presidiendo un consejo de ministros. Se puede servir gobernando un banco o gestionando una multinacional.
La clave está en cómo me sitúo yo, como me “siento” (de sentarse) yo respecto a los demás.
Unos padres están por encima de sus hijos “jerárquicamente”. Pero los padres sirven a sus hijos con cariño y generosamente.
A veces, ese servicio pasa por tener que ejercer la autoridad, pero siempre los padres queremos que nuestros hijos sean más que nosotros, que lleguen más lejos que nosotros.
En un equipo, ¿pones por encima el bien de la comunidad sobre el tuyo propio? ¿fomentas que el grupo llegue alto aunque tú no llegues a brillar tanto?
¿Si no ganas tú, te llevas el Scattergories?
Para ahondar en esta enseñanza, Jesús toma a un niño que correteaba por allí.
Dice el Evangelio que, «lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: “El que acoge a un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado”».
¿Qué quiere decir Jesús abrazando al niño? Volvemos al recurso pedagógico del gesto previo a la explicación con palabras.
¿Qué significa ser niño?
Muchos dicen: ser inocente, no tener maldad, no pensar mal de nadie…
Pues apaga y vámonos. ¿Entonces Jesús que quiere sólo a los buenos? ¿Qué nos quiere aniñados e infantiles? ¿Mojigatos e inocentes?
Esto es una perversión gravísima del cristianismo que hace que muchos se hayan alejado de la Iglesia.
Si yo resulta que soy un adúltero, que engaño a mi socio, que robo a Hacienda, que critico a mis vecinos o que le pongo la zancadilla a mi compañero de trabajo… ¿Qué pasa que no tengo parte con Jesús?
No, amigo, sí tienes parte con Jesús. De hecho, él ha venido especialmente para ti.
Entonces, ¿qué es ser niño?
Yo recuerdo un pensamiento que tuve con 5 ó 6 años. Había cosas que todavía no sabía hacer solo, y me daba mucho coraje.
No sabía nadar aún sin flotador, no sabía abrocharme los cordones de los zapatos, no sabía cortarme las uñas…
Y pensaba: “todavía necesito ayuda, me falta para ser mayor, todavía no soy autosuficiente. Cuando sepa hacer estas cosas solo, sabré que ya soy mayor”
¡Y lo fui!
Hacerse mayor es dejar de depender de los demás. Y en el Evangelio, el niño es el que depende de otros, el que no puede solo, el que necesita ayuda.
¿Y tú? ¿Ves tu incapacidad o te crees autosuficiente? ¿No ves que contra ese pecado que te atenaza no puedes tú solo?
¿No te das cuenta de que, por más que te esfuerces, nunca llegas a salir del todo? ¿No sabes que Cristo quiere ayudarte a salir de ahí y que solo necesita que tú lo dejes actuar?
He visto a muchos cristianos ir “de sobraos”, confiando en que ellos eran perfectos y que no iban a fallar, estrellarse estrepitosamente.
Suele ser gente muy buena, pero muy rígida, muy estricta, que cree que puede llegar a ser perfecta. Quieren ser “mayores”, autosuficientes, no depender de nadie, ¡ni de Dios!
No han acogido al niño que hay en ellos, no se han dado cuenta de su debilidad, de su dependencia.
Y como dice el Evangelio, no acogiendo a ese niño, no están acogiendo a Cristo; y no acogiendo a Cristo no acogen al que lo envió, no acogen la gracia de Dios. ¿Resultado? Fracaso absoluto.
Por eso el cristiano ora incesantemente pidiendo ayuda, porque solo no puede. No pide, como advierte la epístola hoy, para satisfacer sus pasiones, sino que clama a Dios porque, sin Él, no es nada.
En tu comunidad, en tu parroquia, en tu familia, en tu grupo, en tu trabajo… ¿Eres tu el que lo sabe todo?
¿Crees que solo tú haces bien las cosas? ¿No te has dado aún cuenta de que en el que parece menos espabilao, en ese “niño” al que todos desprecian, puede estar actuando la gracia?
¿Lo acoges o lo desprecias? ¿Dios es Dios y se hace presente en su pueblo o eres tú Dios?
Cuando veas una lucha de poder en el seno de la Iglesia, como la que estamos viendo ahora, haz esta observación: ¿Quién actúa con humildad y quién con arrogancia?
¿Quién se pone al lado de los “niños”, de los que no valen, de los pecadores, de los despreciados? ¿Quién pide perdón porque sabe que se equivoca?
¿Quién no se cree siempre en posesión de la verdad? ¿Quién escucha hasta a quien no merecería tener voz?
Ojalá hoy, tras leer este Evangelio, descubramos, como dice la primera lectura, que hay alguien que se ocupa de nosotros; que, como dice el salmo, el Señor sostiene nuestra vida.
Ojalá descubramos que la respuesta correcta a la pregunta “¿qué quiero ser de mayor?” es: “Yo, de mayor, quiero ser niño” #FinDelHilo
