La libertad de expresión y de opinión no es un todo vale. No es un derecho que se pueda usar para vulnerar los derechos de otras personas.
Es un derecho, sí, pero como tal no está sometido al libre albedrío.
Es un derecho, sí, pero como tal no está sometido al libre albedrío.
La libertad de expresión nunca debe ser objeto de censura previa. Sin embargo, puede regularse a partir de la responsabilidad ulterior. Esto supone que, con la libertad de expresión, no se puede impedir que una persona se exprese, pero sí se la puede penar por sus mensajes.
Por lo tanto, el derecho a la libertad de expresión no es absoluto y, por ello, la legislación suele prohibir que una persona incite a la violencia o al delito, que haga una apología de la discriminación y el odio o que estimule una guerra.
Es decir, en un país con libertad de expresión no se puede promover el rechazo racial o incentivar los asesinatos, por ejemplo, porque deja de ser expresión para ser violencia.
No es un todo vale, como dicen algunos. Tampoco es cuestión de censurar, como dicen otros.
No es un todo vale, como dicen algunos. Tampoco es cuestión de censurar, como dicen otros.
Es cuestión de asumir que lo que se expresa libremente si supone difamar a otro, violentar a un grupo o incitar al delito, eso tiene una repercusión. Pues como bien dice Antonio Escohotado, es absurdo hablar de una libertad separada de responsabilidad.
Pues las libertades que tomamos son responsabilidades que asumimos. Y cuando se difama a alguien, cuando se defiende un discurso del odio o se anima a hacer uso de la violencia, hay que ser responsables de dichas opiniones y asumir las consecuencias de las mismas.
El derecho a la libertad de opinión y expresión debe ser una de las piedras angulares de toda sociedad. Pero como derecho que es, conlleva responsabilidades y, por lo tanto, no puede considerarse un ejercicio legítimo de la libertad de expresión ninguna apología del odio.
