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Este #Hilo, inspirado por un tuit de @ladycrocs, es la historia de cómo lo que parecía una catástrofe desde cualquier punto de vista acabó siendo de lo mejor que me ha pasado nunca
Estamos en el verano de 1988. Acabo de volver de hacer COU en Estados Unidos. Llega el momento clave de elegir qué hacer en la universidad
Yo lo tengo claro: traducción e intérprete. Se me dan los idiomas bien; tan bien que con 18 años hablo con fluidez inglés y francés. De hecho, el inglés con tanta fluidez que los primeros días después del regreso me costaba hablar español: pensaba en inglés
Pensad que en aquella época ni había internet, ni móviles, ni llamadas baratas. Una conversación de duración medio normal de fijo a fijo costaba el equivalente a unos 70 €, y requería coordinación complicada para estar ambos a la misma hora, con 9 horas de diferencia horaria
Así que solamente hablé español 2 veces en 9 meses. El resto, inmersión total, sin concesiones de ningún tipo. Yo era el único extranjero en un pequeño colegio privado en un pueblo de Oregón. El contacto con los amigos era el correo postal. Sí, cartas manuscritas. Volví bilingüe
Así que la traducción e interpretación era la opción obvia: me gusta, se me da bien, y tengo medio camino hecho. Allá voy de cabeza. Hice la solicitud en la escuela de traductores de la Universidad de Granada, la más cercana a casa
Entonces surgió un problema de salud. Acabé en el hospital, operado. Agosto es una mala época para tener cicatrices por cerrar. El aire no estaba tan acondicionado, sudaba en la cama del hospital, me curaba despacio y con dolor. Todo iba muy lento
Y en esa situación llegó la noticia. No entraba en traductores de Granada. Me faltaban unas décimas en la nota de selectividad. Lo supe en la cama del hospital. Me dijeron también que tenía que hacer otra solicitud YA, en Murcia, si quería llegar a tiempo de estudiar algo ese año
Así que con mi madre a los pies de la cama rellenando el formulario por mí, desconcertado, cabreado y herido tuve que elegir a la prisa unas posibles carreras en las que nunca había pensado. No recuerdo muy bien cuales fueron, ni por qué
Sí recuerdo recibir el resultado unos días después, todavía en el hospital: estaba admitido en económicas en Murcia. ECONOMICAS. Algo que hasta entonces me había sido totalmente ajeno. Algo que no sabía en qué consistía, que no me atraía en absoluto
Me imaginé a mí mismo para el resto de mi vida como un gris empleado de banca siempre con corbata, haciendo números siempre iguales. El epítome de la intrascendencia y el aburrimiento
En aquel momento, en aquel preciso momento del verano del 88 en la cama del hospital, con las heridas sin curar y un futuro incomprensible e impuesto por las circunstancias, yo era el paradigma de la derrota. Todo me había salido mal, y así iba a ser todo para siempre
¿Qué pasó luego? Al principio fue verdad. La universidad fue una mala época. Clases enormes de doscientos alumnos, dos horas de desplazamiento desde y a casa, materias que me dejaban frío… no me adaptaba. Fui un alumno mediocre con notas mediocres
Lo dejé una vez, aunque luego volví. Al final la cosa mejoró un poco, las clases eran más pequeñas, estaba un poco más arropado por unos compañeros a los que conocía mejor. Acabé en seis años una carrera de cinco
Y luego pasó. Empecé a trabajar. Y no era como lo había imaginado. Descubrí que bajo epígrafes con un título sencillo hay mundos enteros que no se pueden ni imaginar si no miras debajo de la tapa, o alguien te lo cuenta. Epígrafes como “industria exportadora”
Acabé, tras algún tumbo, en una industria alimentaria que no tenía mercado nacional. El 100% de la facturación eran exportaciones. Conseguí el trabajo por la combinación entre el título de económicas, y la habilidad con los idiomas
Y desde entonces mi vida laboral me ha dado mucho más de lo que siquiera pude imaginar de joven. No podía imaginarme a mí mismo en un entorno que, para empezar, ni sabía que existía.
Si lo hubiese sabido, habría ido directamente a por ello. Pero no tenía ni idea de qué era en realidad “el comercio exterior”, más allá del concepto simplón de “comprar y vender en el extranjero”
Tampoco sabía realmente qué supone hacer funcionar una industria. La cantidad de conocimientos de todo tipo que requiere abrir una fábrica un día cualquiera y ponerla en marcha
Ha sido una vida de aprender sin parar, de conocer a todo tipo de gente. Aparte de la obviedad de los temas aduaneros, cambiarios, y legales, he aprendido de tecnología de los alimentos, de sistemas de calidad, de procesos industriales, de trazabilidad y logística
En viajes de trabajo he estado con frecuencia en Francia y Alemania. He ido a Londres, a Dubai, a Tokio, a Taipei, a Nueva York, a Varsovia, a varias ciudades chinas, y a Nápoles. Estuve revisando mercancía en Los Angeles y en puerto de Manzanillo. Viví unos meses en Jalisco
Conozco la legislación alimentaria de muchos países. He escrito informes basados en normas estadounidenses que nos han hecho ganar pleitos con clientes de ese país. Reviso etiquetas de producto escritas en un montón de idiomas, un terreno que viene como un guante
Ha sido un trayecto impensable, inimaginable en aquella cama de hospital donde parecía que todo se había desmoronado. Ni pretendiendo decir cuál habría sido entonces mi vida ideal, habría descrito una tan buena como la que he tenido: no sabía que era posible
La moraleja de esta historia es que la realidad es siempre más amplia de lo que tu imaginación alcanza a pintar. Tus ensoñaciones se basan en tu experiencia, en la información que has ido acumulando desde que eras bebé
Pero el mundo es tan amplio que siempre hay realidades, sectores enteros de la vida de las que no tenemos ninguna experiencia en absoluto. Esos sectores pueden presentarse de repente por cualquier giro inesperado, y descubrirte que hay más. Siempre hay más.
Nunca digas que sabes qué pasará en tu vida: no conoces todo lo que hay a tu alrededor /FIN
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