Son de los que han esperado un sueño durante nueve meses.
Dueños de tantas promesas como sonrisas caben entre las dudas.
La expectativa de ser tres.
Dos más uno para ser completamente infinitos.
Y están delante de la cuna.
De pie.
Temblando.
Ignoraba esa partitura, ella que había escuchado tantos consejos, tanta orquesta.
Madre.
Amigas.
Hermana.
Primas.
Aquella era su música y no era capaz de descifrar si había empezado el concierto.
Años de carrera musical y viajes de ida y vuelta al conservatorio.
Pedro fue ingeniero en ciernes hasta serlo sobre el papel.
Duo que hizo compás en el transporte público.
Pareja de notas sostenidas en el tiempo de lo que une el amor.
Y Pedro, matemática entre corcheas, se puso nervioso. Estaba preparado para temblar de una manera terriblemente efectiva.
Aún previsores en su debut habían decidido dejarse llevar por el miedo escénico.
Sonrisas nerviosas en la madrugada.
Dueños de una ruta turística por cada uno de sus recuerdos, para no perder el norte que ahora les llevaba hasta su primer hijo.
Tiritando de frío en un Madrid que les acariciaba solo a ellos.
Espera.
Exploración.
El parto había comenzado.
Se iban los segundos entre contracciones y todo estaba bien "pero hay que esperar para ir a paritorio".
Ellos escuchaban el toc-toc de un corazón que era metrónomo.
Cada latido un ya llego, un saludo.
Nada es como se cuenta hasta que te toca a ti contarlo.
Nervios.
Dudas.
La sonrisa de las matronas haciendo su trabajo.
Ya quedaba menos.
Ya quedaba poco.
Felicidad en Sol mayor.
Pedro y Lucía tenían entre manos una obra indescriptible que les dejaba callados.
Se hicieron piel con piel mezclándose en un abrazo.
Les dejaron solos pero intensamente acompañados.
Vacío.
Tomar consciencia del cambio lleva tiempo y en los primeros momentos el cansancio se lo lleva todo.
Mecidos ante el vértigo de ser padres.
Cerraron los ojos y muy despiertos se soñaron.
Enfermera.
Pediatra.
Familia.
Visitas.
Mucho cuando quieres poco.
Debían evitar la entrada de mucha gente en la habitación.
Estaban en diciembre.
Catarros.
Mocos.
Fiebre.
Su hijo ya tendría tiempo de estar en brazos.
La sabiduría de los que presumen de recuerdos.
No hay consejo más inútil que el que se dice desde lejos aún estando al lado.
Flores.
Peluches.
Chupetes.
Bombones.
Repleta la habitación de objetos y compromisos de visita en casa.
El calendario como tatuaje de lo que no les apetecía hacer.
Todo estaba bien.
Regresaron caminando.
Más despacio, en silencio.
Aquell carro era un tesoro sobre cuatro ruedas.
Felices, ni el frío podía arañar aquella sensación.
Todo distinto ya.
Con el click de la cerradura eran familia.
Y sintieron amor, incertidumbre y plenitud al escuchar el respirar de su hijo.
Tras la primera deposición.
Después del primer beso y el primer sonido que no saben interpretar.
A continuación del primer momento de los tres en el sofá.
Por fin, el bebé duerme.
Boca arriba.
Permanecen un par de minutos para comprobar que sigue respirando.
Inspiración.
Espiración.
Encienden la cámara y marchan al salón.
La torre de lo que creen que quieres.
Lucía se dirige al piano y levanta la tapa dejando sus dedos sobre las teclas.
Pedro sonríe al escuchar las primeras notas, se sienta con ella.
Son ancla y brújula para un viaje que empieza.
Sonrisas, alguna lágrima.
Alguien llora.
Y se miran para saber que temblar es necesario, normal, cuando la vida te cambia.
Y van a la cuna donde suena esa música compuesta por ellos.
Padres primerizos.
Dos más uno para ser completamente infinitos.
Y están delante de la cuna.
De pie.
Temblando.
Felices.