Trece meses.
Diagnosticada con 3.
Enferma desde que apenas era consciente de tener dos manos.
Tras poner nombre a su enfermedad comenzó un tratamiento que la llevó de inmunosupresión a inmunosupresión con pequeños periodos de descanso.
- Neutropénica.
- Lávate las manos al entrar.
Sus padres nos preguntaban preocupados.
- No sonríe, ¿no sabrá?
Poníamos en ella respuestas de adulto.
- Estará triste.
- Lo entiende todo.
- Ya irá cambiando.
Y así se hacia habitante de nuestro pasillos. Todos conocidos de una niña que en sus balbuceos nos quería decir algo.
Y llegó al año de vida haciendo fiesta entre medicamentos de nombre demasiado largos.
Sus padres, resiliencia, preguntaban menos.
Ella, tranquila, nos observaba.
Nosotros, tras el cristal y la mascarilla, mirábamos.
Para ser una niña.
Para jugar a vivir un rato.
Y se soltaron cuatro palabras.
- No hace falta mascarilla.
Y entraron al fin en un habitación sin límites hasta ella.
El vacío se iluminó con una carcajada de estreno .
- ¡¡Se ríe, está riendo!! - dijo la madre.
Miraron esos ojos casi nuevos y esos ojos una sonrisa les devolvieron.
Y rieron.
Risas impares.
Nuevas.
Tremendas.
Manantial en oídos sedientos.
- ¿Cómo es posible? - decíamos.
Ella dando una lección sin decir nada.
Jugando con una mascarilla que agitaba para tirar una y otra vez al suelo.
Y entonces entiendes.
Voces y ojos, nada de sonrisas de las que hacerse espejo.
No dos dimos cuenta.
Se nos ha quedado hecho recuerdo.
Para los niños más pequeños la imitación imprime, moldea y participa en el neurodesarrollo. La sonrisa social forma parte íntima de esto. Habla de contacto e interpretación de los que tiene cerca.
Sonrían a sus bebés... y que ellos siempre puedan verlo