¡Alégrate! Qué fácil es decirlo y qué difícil es hacer caso cuando estás de bajón. Sin embargo, hoy celebramos el domingo #Gaudete, que significa ¡Alegraos!, y es q hay buenos motivos. Si necesitas un empujón, aquí estoy... #HilosDelEvangelio #DomingoIIIAdviento #FelizDomingo
El Evangelio nos presenta a un grupo de personas que mantiene un diálogo con Juan el Bautista. Le preguntan qué deben hacer, cómo se tienen que preparar para recibir al Mesías ¡El pueblo de Israel llevaba siglos esperándolo!
Y Juan les da una serie de normas morales, consejos, “tips” diríamos hoy en lenguaje millenial,
Por ejemplo: «El que tenga dos túnicas, que comparta con el que no tiene; y el que tenga comida, haga lo mismo».
Dice el Evangelio que luego se le presentaron unos publicanos (cobradores de impuestos que el pueblo odiaba porque solían abusar de su situación de privilegio) y le preguntaron qué debían hacer.
Juan le contestó: «No exijáis más de lo establecido».
Luego unos soldados (que usaban su “placa” para cobrar mordidas y abusar). A ellos les dijo: «No hagáis extorsión ni os aprovechéis de nadie con falsas denuncias, sino contentaos con la paga».
¿Tú cómo lo ves? ¿Genial no?
El reparto equitativo de los bienes forma parte del sentido más elemental de la justicia, al igual que no abusar de los demás.
Juan está explicando la conocida como “norma de oro” o “ley de oro” de la ética, que dice: trata a los demás como querrías que te trataran a ti o no hagas a otro lo que no te gustaría que te hicieran a ti.
Se le llama regla de oro o ley de oro porque se encuentra en prácticamente todas las culturas, religiones y filosofías.
Su universalidad hace que se piense que tiene que ver con aspectos innatos del ser humano. Digamos que estamos “programados” para cumplirla.
Pero, ¿es eso lo que nos pide el Evangelio? ¿Una moral de mínimos? ¿Es el cristianismo una filosofía más?
Nada de eso. El Evangelio (según las bienaventuranzas) es una forma nueva de ser: "al que quiera pleitear contigo para quitarte la túnica déjale también el manto (…) Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan”.
"Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos?" Estos publicanos podrían ser los mismos que le preguntaron antes a Juan
A Jesús, con el joven rico, ¿le basta que cumpla solo la moral básica? ¿Le vale con los mandamientos? No, le dice luego: «anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme»
Porque el cristianismo es una forma nueva de vivir radicalmente distinta a otra
¿Cómo cambia la exigencia entre el Antiguo (Juan) y el Nuevo (Jesús) Testamento?
Hay un salto. Es el salto del Amor. Amor en cuanto entrega absoluta de vida. Amor tal y como Jesús nos enseñó con su propia vida y con su muerte en la cruz. “Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre”, un Amor que es Dios.
Porque hoy a cualquier cosa se le llama amor
El Amor no reparte, se parte
¿Pero eso cómo va a ser? Si ya me parece difícil repartir lo que me sobra (porque hoy todos tenemos varias “túnicas” pero nos parecen pocas) ¿Cómo voy a dar lo que a mí me falta?
Juan nos explica cómo: «Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego»
Espíritu Santo y fuego, ahí está la clave. Necesitamos el fuego del Espíritu Santo para poder amar de esta manera radicalmente nueva.
Porque la moral cristiana no es una autoexigencia, no es un esfuerzo, no es una heroicidad humana, ¡no te has dado cuenta ya de que queriendo hacer el bien haces el mal?
Cristiano es quien, a pesar de sus pecados, se deja hacer por Dios. Es abandonarse a su voluntad, ser solo instrumento en sus manos. Así han podido los santos hacer obras extraordinarias de amor.
Cuando le preguntas a los santos cómo lo han hecho, ninguno te da consejos de coach en plan: “si quieres, puedes”, “el secreto está en la constancia”, “que la inspiración te pille trabajando”, etc.
Los santos ¡todos! reconocen que no ha sido obra suya, que sólo se han dejado llevar por el Espíritu.
Oiga, y el Espíritu Santo ese, ¿dónde lo dan?
Lo más seguro es que ya te lo dieran. En el bautismo, en la confirmación…
Otra cosa es que tú no le hagas ni caso, que lo tengas adormecido, tapado por mil historias que le pones delante.
Y Él, que es muy caballero, te deja hacer, no te molesta, respeta tu libertad, te dice: “Usted primero”. Y vas tú y pasas, y no lo dejas a Él entrar.
¿Qué hay que hacer entonces? Cambiar esa actitud, “convertirse” decimos. Decirle a Él: “No, no, de ninguna manera, ¡Usted primero!”.
Y este tiempo de Adviento es un tiempo especial de conversión.
Y por eso se recomienda fuertemente el sacramento de la conversión, el sacramento de la penitencia, el sacramento de la confesión, el sacramento del perdón, el sacramento de la reconciliación ¡Todos esos nombres tiene!
En cierta medida, la confesión es como un nuevo bautismo, pues el bautismo es el lugar principal de la conversión primera y fundamental; pero necesitamos seguir convirtiéndonos a lo largo de nuestra vida.
¿Dices que no tienes alegría? Busca la fuente de la alegría, que es el Espíritu Santo. Él, dice San Pablo, es el que le da a nuestro espíritu el testimonio de que somos hijos de Dios.
Sin ese testimonio, cualquier alegría humana es pasajera.
Con ese testimonio, sabiéndote hijo o hija de Dios, cualquier pena humana es pasajera.
También es tiempo de intensificar la oración para eso, para pedir con más ahínco el don del Espíritu Santo.
Yo explico a mis hijos que el Adviento es más de taxi que de autobús.
La espera del Mesías no es pasiva, como la espera del autobús: ¿te sientas en la parada hasta que llegue la Navidad? MAL
La espera del Mesías es activa, como buscar un taxi un día de lluvia. Hay que salir a buscarlo, estar alerta por si pasa delante y, cuando se ve llegar esa lucecita, levantar la mano, llamar la atención del taxista. Y cuando para, ¡qué alegría!
¡Alégrate! Busca en este tiempo de preparación para la Navidad que es el Adviento oportunidades para recibir el Espíritu Santo: en la confesión, en la Eucaristía…
¡Alégrate! Sal de tus miedos, de tus fracasos, de tus egoísmos, de tu falta de fe, que es en el fondo la culpable de tu amargura, y reconcíliate con Dios.
¡Alégrate! Hazte pequeño como Juan, reconoce que Dios te supera infinitamente (no eres digno de desatarle la correa de sus sandalias), y que Él es la verdadera fuente de la alegría, no las cosas humanas en las que pones tu vida.
¡Alégrate! Trata de llevar una vida moral recta, en la medida de tus pobres fuerzas. Comparte con el necesitado, no abuses si tienes autoridad, sé honesto… El camino que Juan nos marcó sigue llevándonos a Jesús.
¡Alégrate! Porque si Cristo nos dice “a todo el que te pida da”, ¿Va a negarte Él el Espíritu si se lo pides con fe?
¡Alégrate! Porque antes de que te des cuenta, cuando te hayas despojado de todo lo que te sobra en este Adviento, verás aparecer una lucecita y podrás gritar ¡TAXI! #FinDelHilo #AlegríaLlegaLaNavidad
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