Thread by @G_Arriaga

Frente a la tragedia de Julen y su terrible muerte dentro de un pozo, me permitiré contar una anécdota de mi niñez. A los doce años fui por primera vez a cazar al rancho San Martín, de mi primo de cariño Pepe Sánchez en la llanura desértica del norte de Coahuila.

De ese viaje surgieron varias historias. Una de ellas, la de Babel. El de más edad del grupo, de dieciséis años, cuestionó la veracidad de la leyenda en la caja de balas que advertía del largo alcance de las ojivas. "La bala no debe llegar más allá de trescientos metros", dijo.

Para comprobar su teoría de que la advertencia exageraba la distancia, propuso dispararle a los carros que en un callejón remoto cruzaban frente al rancho. "Te apuesto a que no les pega", dijo. Apuntó varias veces a las camionetas y por suerte logré disuadirlo de no disparar.

Por un breve instante la tragedia se asomó. ¿Qué hubiese sucedido si la bala cruzara por encima del chaparral hasta herir a alguien dentro del auto? Mi primo, gran tirador, demostró más tarde el largo alcance de las balas al pegarle a una diana colocada muy a lo lejos.

En ese rancho, PEMEX, la empresa petrolera nacional, había hecho varias perforaciones con el objetivo de hallar yacimientos tan ricos como los texanos. No dieron con ninguno y se retiraron dejando en el terreno varios pozos de profundidad incierta.

Mi primo Pepe, entonces de trece años, nos advirtió del gran peligro que esos pozos significaban. "Puedes encontrártelos donde menos te los esperas", nos dijo. Nos llevó a asomarnos a uno. Era un boquete de oscuridad amenazante.

Arrojamos una roca. El ruido al rebotar contra las paredes se desvaneció sin fin. La profundidad debía rebasar los trescientos, cuatrocientos metros. Caer ahí significaría una muerte segura y, lo peor de todo, lenta.

Mi primo me entregó una escopeta Remington 870 de chaqueta calibre 12 que daba un patadón bruto. Al tercer tiro de práctica, para aprender a manejarla, ya tenía amoratado el hombro y me la pensé antes de dispararla de nuevo.

Pepe me señaló el desierto y me dijo. "Vete a cazar allá. Nomás cuidado con perderte porque todo parece igual". Me contó la anécdota de un niño que regañado por sus padres por sus bajas calificaciones, salió corriendo al desierto y se perdió. Lo hallaron cinco días después...

muerto debajo de la sombra de un mesquite. Mi primo, en ese entonces de diez años, había sido quien lo había hallado. Las hormigas le habían comido los ojos y ya solo quedaban en su lugar dos cuencas oscuras (esta historia la recuperé en Los Tres Entierros de Melquíades Estrada).

Mi primo quedó impresionado y desde ese entonces, el monte le impuso respeto. Luego de ser advertido, eché a andar hacia la llanura. Caminé kilómetros entre el inmenso chaparral. En un momento dado, topé con un ave gigante que voló a unos metros de mí: un guajolote silvestre.

Comencé a seguirlo entre los cenizos pendiente de verlo de nuevo para dispararle. Iba con la mirada en alto cuando de pronto sentí que mi pie derecho resbalaba. Volteé y para mi horror frente a mí se abría la boca negra de un pozo oculto entre el pastizal.

Por instinto me arrojé hacia atrás y sin importarme espinarme las manos me alejé como un cangrejo se alejaría de una gaviota predadora (esta experiencia me ayudó para dirigir la escena en que Jennifer Lawrence presencia la explosión del trailer en The Burning Plain).

Respiré agitado. Había estado a unos centímetros de precipitarme hacia el vacío, sin que nadie supiera de mi ubicación. Habría desaparecido para siempre, sin rastro de mí. Ya más calmado inspeccioné el pozo. Debía ser de los primeros realizados, ya hacía unos tres años...

porque la vegetación cubría sus bordes. Una trampa mortal. Lo sucedido me marcó y durante mucho tiempo quise escribir una historia al respecto. Años después, TV AZTECA nos convocó a varios creadores a reflexionar sobre el centenario de la Revolución Mexicana

Aproveché la historia para transformarla en un cortometraje "El Pozo" que podrán verla aquí