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Sobre la negociación de la investidura, el otro día os hablé de la Teoría de Juegos. Hoy os hablaré de sintaxis. Ayer, ante la filtración de la primer reunión Sánchez-Iglesias, el PSOE salió a contar que la cosa fue mal. Seguramente, queriendo repercutir presión sobre Podemos.
Era una opción fácil, incluso obvia. Pero la cuestión es si es la opción eficaz al propósito de la negociación. Podemos calla. Algunos medios hacen el coro: "Si la investidura fracasa porque Iglesias quiere ser ministro...". Pero la unanimidad de antaño parece lejos.
Si la política es narrativa, una de las cuestiones más importantes es organizar los sintagmas. Si la acción es lograr apoyos a la investidura, uno debe enfocarla sabiendo si es sujeto u objeto de la negociación.
Sánchez, como una novia de antaño, intenta ponerse en posición de que la cortejen. Dejando pasar las horas convencido de que los pretendientes vendrán. En análisis sintáctico, Sánchez quiere ser objeto. Así, culpa de un eventual fracaso al sujeto, en este caso, Iglesias & Others.
Pero la realidad a veces es resiliente a la retórica. Sánchez es el sujeto de la oración investidura por tener 50 diputados más, porque se lo encargó el rey y porque ya perdió una investidura. Objeto son todos los demás. La investidura depende de cómo el sujeto accione el verbo.
Sánchez está obligado a ser voz activa, pero se siente más cómodo conjugándose en pasiva, entregando el balón y dejando jugar. En esa posición sólo hay una posibilidad de que la jugada sea un éxito. Que Rivera se rinda. Pero está llena de incertidumbres.
Porque si Ciudadanos se abstiene, Podemos puede optar por hacer lo propio, y esta vez no sirve su abstención para hacer presidente a Sánchez. Y hay otra posibilidad, remota pero cierta. Que Ciudadanos ofrezca un pacto como el de 2016 (de gobierno) y el voto a favor.
Si eso pasa, entonces Sánchez sería presidente, sí, pero habría entregado la iniciativa política y el control de la legislatura a uno de sus más conspicuos enemigos políticos. Al que de paso, habría devuelto a la disputa por el espacio moderado.
Tendría, a cambio, los parabienes de todos los terminales mediáticos, los llamados progresistas y también los conservadores, pero habría lesionado sus opciones electorales futuras. Desde un punto de vista cínico, meramente electoral, nada convendría más a Podemos.
En ese sentido, agitar el fantasma de la repetición electoral, como hace el PSOE, directamente o a través de sus cónsules mediáticos, es estéril. No hay que ser ingeniero para saber que el menos interesado en una repetición electoral es el que ha ganado doblando al segundo.
Solo habría un escenario razonable en el que Sánchez podría (incluso debería) apretar: que posea números que indiquen que sus 123 diputados no son un techo electoral en este momento sino un suelo para crecer y que aun reduciendo a Podemos, sumaría con ellos más que hoy.
Si esos números no existen significa que, en el último momento, en la inminencia de la investidura, está obligado a ceder. Sánchez ya tiene experiencia en esto porque en el pacto de presupuestos, en la posterior aprobación presupuestaria y en el decreto del alquiler apuró plazos.
Actuó convencido de que la parte débil (Podemos o ERC, en los casos antedichos) cederían. La experiencia dice que cuando ha hecho esto, el pacto le ha salido mucho más caro por la premura (pacto presupuestario) o ha naufragado (primer decreto de alquiler o aprobación de los PGE).
Ahora caben dos preguntas. ¿Tras los hechos de 2016 y su espectacular resurrección y llegada a la Moncloa (aupado por Iglesias), puede Sánchez permitirse una investidura fallida? ¿Y está dispuesto Iglesias a llegar hasta el final, ofrecer una abstención y resistir la presión?
Si en Moncloa no tienen muy claras dos respuestas satisfactorias a estas preguntas, harían bien en recordar que ellos son el sujeto de su propia oración y que a ellos corresponde, no solo convencer a Podemos, sino conseguir el resto de apoyos que necesitan.
La historia reciente del PSOE abunda en sobresaltos que eran imposibles a decir de sus terminales comunicativos. Suponer que el resto (ERC, PNV, UP) tiene más que perder y por eso solo puedes ganar fue la estrategia del PP en Catalunya. Hoy tiene un tercio de los escaños de 2011.
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