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“Tu recuerdo, Anita mía, le da consuelo a mi pena
hasta que cambie algún día tus brazos por mi cadena”. Lo escribió mi abuelo en un hueso con el que hizo un colgante para mi abuela mientras se consumía en la cárcel tras la guerra civil. Su delito: conducir ambulancias.
Al finalizar la guerra, le señalaron como “rojo” y le condenaron a pasar una temporada en la cárcel, como represalia. Y allá se fue mi abuelo arrastrando su gótica estampa, una frágil arquitectura de huesos que a duras penas hallaban carne a la que agarrarse
Durante su estancia en la cárcel mi abuelo contrajo una tuberculosis de la que ya no se recuperaría y que, al poco tiempo, le mandaría a la tumba.
Su hijo, que apenas era un adolescente, fue a recoger su cuerpo a una clínica situada en la sierra de Madrid. Para ello utilizó un pequeño camión que le prestó el dueño de la ebanistería en la que trabajaba como aprendiz.
Mientras un compañero conducía, el joven que sería mi padre sujetaba, en la parte trasera del vehículo, un féretro que se desplazaba en cada curva o saltaba en cada bache. Durante toda su vida, mi padre ha recordado el dolor producido por los golpes de la caja sobre sus rodillas.
También las noches que pasó en la cama del hospital junto a su padre agonizante, cuando éste le abrazaba susurrando el nombre de Ana. En su delirio, el hombre pensaba que entre sus brazos descansaba la mujer a la que tanto amaba. Para entonces mi abuela ya había muerto.
La enfermedad de su marido y las penurias de la postguerra le rompieron el corazón y falleció de un infarto en una de las calles que los "vencedores" -qué absurdo adjetivo en una guerra en la que todos perdieron- engalanaban con banderas de nuevos colores.
Hoy he querido recuperar esta imagen y unos pasajes de mi historia familiar que mi padre ha compartido en distintas ocasiones conmigo y que yo siempre he escuchado con mal disimulada impaciencia.
Pura cobardía, impulso de huida ante una tragedia que, aunque no pueda ser detectada por los científicos, creo que aún se halla latente en el código genético de muchos españoles, nietos de combatientes de uno y otro bando.
Como España, he preferido mirar a otro lado para no enfrentarme cara a cara con mi historia. Pero a cierta edad conviene dejar de engañarse y concluir que somos lo que fueron otros y seremos lo que otros tratarán de olvidar más adelante, si no hacemos algo para remediarlo.
Por eso creo que, aunque hoy parezca imposible, deberíamos trabajar, todos juntos, para que las generaciones del futuro se enorgullezcan de su pasado.
Por cierto, he pedido a mi padre una fotografía de los versos de mi abuelo grabados en hueso que dieron inicio a este hilo y aquí está. Las letras están muy desgastadas y mi padre no es el mejor fotógrafo del mundo 😊 pero más o menos se leen
Mejor se ve por detrás, donde grabó las iniciales de mi abuela: Ana Almodóvar. Ahora sí que doy por terminado este hilo, sobre la pequeña memoria histórica de mi familia.
Ya tengo el expediente de mi abuelo. Le acusaron de pillaje en la casa donde fue evacuado con su familia huyendo de los bombardeos en el Paseo Extremadura. Aunque no pasaba por ahí por tu trabajo en ambulancias, le nombraron Presidente del comité vecinal y cargó con el muerto.
Así que juicio sumarísimo. Mi abuelo se declaró inocente. A partir de ahí se recabaron testimonios sobre su conducta. Fue fundamental el trabajo de un sacerdote.
Francisco Rodríguez Fuentes era el sacerdote y dijo que mi abuelo se había comportado como persona “afecta a las derechas”. Todo por salvarle
El portero de la casa en la que se produjo el pillaje declaró que apenas le vió por ahí. Otros hablaban de su vida recatada.
A pesar de ser de UGT y comunista “entusiasta de la causa roja”, nunca persiguió ni denunció a nadie de derechas (esto me gusta porque no cayó en la barbarie de la guerra). En fin, al final le liberaron gracias a la falta de pruebas y los testimonios favorables.
Y, ahora sí, esta historia termina. El legajo me ha servido para recuperar, a través de testimonios, un poco de historia familiar y un mucho de la historia del país. Familias huyendo de la muerte quemaban libros para calentarse en invierno. Pero, en el horror, hubo gente buena.
Uno de ellos fue mi abuelo. Pero solo le sirvió para retrasar su muerte unos años. Por fortuna, en ese tiempo nació mi padre y, más tarde, este tuitero al que le ha dado -serán los casi 50 años- por recuperar algo de su memoria histórica. Vale.
Mi padre me regala otro hueso grabado por mi abuelo en la cárcel, con un poema para mi abuela. “Las rejas de la prisión son coladores del aire que van cerniendo los besos que se quedan en la calle”. No conocía el uso del verbo cerner como sinónimo de cribar. Gracias, abuelo. 😊
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