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Casi en el tiempo de descuento, mi compañera de escritura (@SaraBernardo_t) y yo hemos conseguido producir una pequeña historia para participar en #veranoderelatos. La hemos titulado "EL TESORO DE ISAU" y está inspirada en la imagen número 8. ¡Esperamos que os guste mucho!
Dicen que Isau está hueca y que, desde hace siglos, dentro de ella abundan mil tipos de piedras preciosas. La isla se encuentra al suroeste de Bombedú y los marineros la describen como una gigantesca roca, alta y carmesí. La arena de sus estrechas playas es suave como las nubes y
se cuenta que, en la cima, oculto en medio de un frondoso bosque rojizo, se oculta Oba, deidad que dio vida a los enanos que pueblan el lugar.
Nadie ha logrado entrar nunca en las profundidades de la isla. Nadie que no fuera parte de su civilización, tan reservada como
trabajadora. Sus habitantes jamás han dejado de excavar en busca de gemas y el rumor de la existencia de un tesoro ha viajado fuera de la isla. Se ha extendido de boca en boca, entre todas las mentes despiertas y oídos curiosos que desearan escucharlo.
Lodjart, una osada pirata
de Atakami, el hogar de los humanos, se enteró de la existencia de esa tierra y, fantaseando con saquear el lugar, se embarcó en un largo viaje hacia la isla, dispuesta a volver tan poderosa y laureada como fuera posible.
Hambrienta por la codicia alcanzó una de las playas, varó
su barca y la arrastró hacia la arena, observando los acantilados y comprobando cómo el viento azotaba con fuerza. La humana no estaba dispuesta a rendirse y escaló la roca durante toda una noche. Aun exhausta, sedienta y a punto de morir, alcanzó la cima cuando la luz del alba
iluminó el bosque.
Al levantar su mirada, Lodjart caminó entre los árboles, cegada por el imposible brillo de sus hojas, tan deslumbrantes como citrinos, diamantes y rubíes.
En busca de un acceso al interior de la isla, bebió de un arroyo y halló un templo de piedra al cual se
accedía por una entrada lateral.
La mujer subió la escalera sospechando haber encontrado la puerta a las profundidades de aquel mundo, encontrándose en su lugar con una sala, iluminada por unos pocos cirios que tan sólo alumbraban el centro de la estancia. Sobre las paredes se
movían unas sombras oscuras y frente a sus ojos se hallaba un trono hecho de ópalos y esmeraldas. Se acercó para contemplarlo y en él encontró una escritura. Incapaz de leerla, desistió.
Giró sobre sí misma, buscó el acceso que la llevaría al subsuelo y comprendió que allí no
había otra salida que no fuera aquella por la que había entrado.
Las sombras, deformes, volvieron a recorrer las paredes y el viento sopló entre los árboles del exterior, sacudiendo el aire hasta el interior de la sala. Todo se llenó de luz y color de repente, y las siniestras
sombras se dejaron ver con nitidez. No eran sombras, sino formas en movimiento sobre los muros. Formaban una masa sin orden que la rodeaba y oscilaba por todo el templo. El aire volvió a silbar. Ella no debería estar allí. El viento rugió. Lodjart, atónita, observó los colores y
los brillos en los muros. Parecían el baile de las joyas del trono al son de la luz. Los destellos se movían por la sala como un arcoíris creciendo a partir de las gotas de agua. El resplandor era tal, que se sintió atravesada por los reflejos de las gemas y, mirando los relieves
de los muros, se acercó a una pared para tocarla. Antes de que pudiera hacerlo, todo quedó sumido de nuevo en quietud y oscuridad. Al repasar la estancia, vio a una extraña criatura sentada en el trono. Cubierta de pelo, con la piel pálida y una silueta desgarbada, la criatura la
miraba fijamente, resollando al respirar, sin ninguna intención de moverse del sitio. Clavaba sus zarpas entre los amasijos de joyas que adornaban su asiento, un cuerno sobresalía de su barbilla y sus ojos eran un par de esferas oscuras.
Lodjart deseó huir, pero un par de
fogonazos de luz irrumpieron en la estancia, avisándola de una tormenta que estaba a punto de empapar la isla. Otro trueno retumbó en el interior del templo y Lodjart apretó la mandíbula, asumiendo que debía quedarse donde estaba. La pirata pensó que estaba frente a un demonio.
Aparentando entereza, dio un par de pasos hacia la criatura y ésta enseñó sus colmillos para sugerirle que no avanzara más.
—¿Por qué habéis venido a mi hogar? —Su voz era ronca. Tan vieja como el chirrido de la puerta de un armario muy anciano.
—Deseo encontrar la puerta que (+)
lleva al interior de la isla —resolvió la mujer.
—¿Para qué? —indagó la bestia con docilidad. Parecía divertirse.
Lodjart titubeó.
—He oído historias —comenzó la humana—, que hablan de un gran tesoro. Dicen que está en el interior de las rocas de esta isla. He venido a verlo (+)
con mis propios ojos.
—¿Verlo? —La criatura rio—. ¿Estáis segura? —Ella asintió. En ese momento, una enorme piedra se desprendió del techo y estalló a su lado, rompiéndose sobre el suelo y creando una grieta en él. Lodjart, alarmada, sabía que el pedrusco había estado a punto (+)
de caerle encima—. ¿No os apetece probar otra vez?
La mujer tragó la poca saliva que le quedaba en la boca.
—Sólo quiero verlo. No voy a tocar nada.
—¡¡Mentís!! —Otra roca se desprendió, cayendo tras la pirata, quien tuvo que dar un salto hacia delante para que no acabar (+)
aplastada bajo la piedra—. Voy a preguntároslo una vez más y será vuestra última oportunidad. Si tomáis mal vuestra decisión, moriréis.
Lodjart observó el techo, intentando descubrir qué pedazo sería el siguiente en caer, sin embargo, en la bóveda del templo no faltaba ningún
trozo. Las rocas que partían el pavimento a su alrededor habían aparecido por arte de magia.
Miró a la criatura con recelo. Aquella bestia no tenía la intención de ser indulgente.
—¡Está bien! ¡Está bien! He venido a robar, ¿vale? —gritó la humana, apretando los ojos y levantando
los brazos. Sintió su corazón palpitándole en el pecho y retumbando en cada una de sus extremidades, intuyendo el final que le esperaba. Después de un instante de silencio, abrió los ojos. La criatura seguía sentada, observándola—. ¿No vas a matarme?
El ser negó con la cabeza.
—Decís que habéis oído hablar del tesoro.—Lodjart asintió—. De acuerdo. —La criatura se incorporó del trono y tamborileó sus uñas en el aire—. ¿Cuán lejos estaríais dispuesta a llegar por él?
—He llegado aquí desde el otro lado del mundo. No hay nada que no sea capaz de intentar.
—¿Haríais lo que fuera por estar en el interior de Isau para ver el tesoro con vuestros propios ojos?
Antes de contestar, Lodjart hizo una reverencia.
—No hay deseo que me complazca más, su majestad.
—Sea.
Esa fue la única respuesta de la criatura. El ser miró a la humana y, (+)
sonriendo, chasqueó los dedos. La pirata desapareció.
En ese momento, en un lateral de la sala, se abrió un portal que llevaba hacia el interior de un castillo. A través de la abertura podía intuirse el ajetreo al otro lado y un enano cruzó el agujero, caminando torpemente en
dirección al trono. Iba ataviado con una casaca brillante y portaba una bandeja de plata sobre la que una tacita de cristal se mantenía en extraordinario equilibrio.
—¿Otra vez jugando con los turistas? —se aventuró a decir el sirviente, acercándose a la criatura para que tomara
su tónico.
—Como vos mismo tallasteis en ese trono, Jonnah, lo que ocurre con la codicia es que, vuestra recompensa, es la misma que vuestro castigo —dijo Oba, aproximándose a uno de los muros y poniendo la mano sobre él.
Los relieves de la pared se agitaron como si fueran un
océano de roca, haciéndole cosquillas sobre las yemas de sus dedos. Lodjart estaría por siempre junto al tesoro de Isau. Formaba parte de los relieves que se agitaban en la pared, habiéndose convertido, junto a otros tantos insolentes aventureros, en la gigantesca roca carmesí
que protegía las piedras preciosas del interior de la isla.

FIN.
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