Thread by @otra_healer

¡Le tenía yo muchas ganas a esto del #veranoderelatos! Así que ahí voy 😙 Que conste en acta que sólo soy una aficionada que quiere contar la historia que hay detrás de mi personaje de rol: Solaris del Alba (Sola para los amigos).

Imágenes 8, 9 y 4

Ya hacía dos años, pero la joven seguía recordando entre pesadillas aquellos días. Ninguna oración conseguía calmar su angustia, ni su pena y mucho menos su remordimiento. En sus recuerdos aún parece ayer cuando abandonó la ciudad con su pequeño amigo Púa ¿qué otra opción tenían?

Era otoño, "mucha gente padece enfriamientos en estas fechas" se decía para sí la joven, al menos eso había aprendido de sus maestros de la orden de la luz, pero algo extraño pasaba, lo presentía.

Aquel extraño mal llegó con las primeras luces de la mañana, cuando la joven solía escabullirse para tomar el delicioso pan recién hecho de la taberna de su mejor amigo. Entraba por la pequeña puerta de la cocina y toda la familia la recibía con alegría, como una Espinosa más.

“¿Por qué hoy la taberna parece tan...asolada? ¿dónde estan todos? Qué extraño...” Y se dirigió hacia el mercado, era aún temprano pero, ¿dónde podrían estar sino? Y a pocos pasos de allí encontró el primer enfermo. Parecía un viajero, no le entendía bien, pero necesitaba ayuda.

Se olvidó del mercado y del desayuno. Decidió dirigirse al Templo, allí podrían ayudarle. Le cogió por el brazo, sobre sus hombros, y despacio se dirigieron allí. A penas cruzaron el puente cuando el caos se desató ante sus ojos. Parecía que hubiesen cruzado un terrible portal.

Decenas de personas agonizaban por doquier, algunas incluso parecían ya… muertas. "¿Qué ha pasado aquí?" repetía a gritos, pero nadie supo responderle. Intentó mantener la calma para acompañar a unos cuantos al Templo, "mis hermanos os ayudarán".

Muchos ya se agolpaban a las puertas, que estaban cerradas. Gritó al portón: "Abrid hermanos soy Solaris, esta gente nos necesita, están enfermos" y nadie respondió. Estaba desesperada, ¡cientos de personas agonizaban y las puertas seguían cerradas! Todas salvo la de servicio…

Accedió al Templo y llegó a la gran sala, donde todos estaban reunidos, discutiendo. Hablaban con mezquindad de seguridad, de costes, de posibles robos… de miedo; a ninguno parecían importarles todas esas personas de ahí fuera, así que, armándose de valor, intentó abrirse paso.

Alzó todo lo que pudo su tímida voz: “Hermanos, ¡hermanos…!” Lentamente se fueron callando con miradas de desconcierto. “Esto no tiene sentido. No… no podemos permitir que estas personas mueran en las calles, no podemos negarles el don de Lummus… (…) No. No… ¡Soltadme!”

“Solaris del Alba, no vamos a aceptar ordenes de una insolente…niña. Permanece en los cuartos hasta que se te ordene” Dos caballeros la llevaron en volandas a los cuartos comunes. Entonces decidió que no pasaría más tiempo en aquel lugar, y abrió la cerradura como Púa le enseñó.

(¡Púa! Tengo que ir a buscarle) y salió por última vez de aquel Templo que una vez se disfrazase de hogar para ella, de compasión, de humildad…“¿Dónde estás Lummus…? Guíame…” y sus pies le llevaron hasta el tejado de la zapatería, donde solía jugar con Púa al final de la tarde

Y allí estaba él, tapado con su capa y hecho una bolita. Lloraba desconsoladamente. “¿Púa…?” Los había perdido a todos, esa horrible enfermedad se los había llevado. Ni siquiera habían llegado a tiempo a las puertas del Templo… “Tenemos que ayudar a esa gente, Púa por favor…”

Se armaron de valor y se dirigieron a las calles. Durante semanas la taberna se convirtió en una rudimentaria enfermería donde cobijaban a los enfermos que llegaban. Ya no quedaban muchos... Llenaban sus estómagos con lo que allí quedaba y la ayuda de unos pocos vecinos.

Para cuando aquel mal desapareció por completo, los fallecidos se contaban por cientos. No hubo tiempo de enterrarlos, sus restos descansaron en piras improvisadas cuya luz se veía en la oscuridad casi cada noche. Tantas familias se rompieron…

Y con la calma, hubo tiempo de contemplar la miseria que quedó como rescoldo de aquellos días. La mayoría de las casas habían sufrido robos, hasta el Templo los terminó padeciendo, hasta tal punto que terminó cambiando su sede a una ciudad más segura y próxima a la capital.

Púa y Sola siguieron ayudando a los necesitados en la taberna. Y una noche de luna llena llegaron ellos. Al principio parecían viajeros perdidos, ya nadie paraba en aquel lugar, pero pronto dejaron ver que su interés distaba mucho de una buena jarra de cerveza.

Pronto, la taberna Espinosa se convirtió en su guarida. Allí planeaban sus robos y algún que otro trabajo más… especial, y aunque Púa no estaba demasiado de acuerdo con sus métodos, pensó que podía sacar provecho de la situación y ganar algo de dinero con sus “artes”.

La joven Sola detestaba aquella gente y, cómo la otrora alegre y feliz taberna, poco a poco se iba convirtiendo en un tugurio de ladrones sin escrúpulos, pero Púa no parecía comprenderlo, estaba demasiado cegado por el tintineo de las monedas de su bolsita.

No aguantaba más. Aquella mañana se encontraba en el limitado huerto que había detrás de la taberna, pensando en cómo decirle a Púa que no tardaría en marcharse de allí, que su fuese con ella… cuando de pronto unas pequeñas manos le taparon la boca.

Era Púa. Llevaba su hatillo y la ropa manchada. Le explicó entre susurros que debían huir de la ciudad cuanto antes, que había tenido que hacer una cosa terrible…