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Hoy hace 250 años que nació Alexander von Humboldt. Cuando el 23 de junio de 1802 empezó a escalar el Chimborazo, seguramente sabía que aquella sería una expedición que entraría en los libros de historia. Era la montaña más alta del mundo, nadie había conseguido alcanzar la cima.
Humboldt y sus dos acompañantes, Aime Bonpland y Karl Montufar estaban dispuestos a subir los 6.310 metros del volcán ecuatoriano, a pesar de las nieves y el frío. Al final se detuvieron en a 5.900 metros, un récord de altura que tardaría 30 años en ser batido.
Ni Humboldt, ni Bonpland podían haber soñado con eso al iniciar su viaje. Tres años antes, el 5 de junio de 1799, los dos naturalistas zarparon del puerto de La Coruña en dirección a América. No viajan ligeros.
Llevaban con ellos telescopios, un sextante, un cuadrante, brújulas, barómetros, termómetros, electrómetros, microscopio, pluviómetro y hasta un cianómetro para medir el azul del cielo. Humboldt quería medir el mundo.
Después de una parada en la isla canaria de Tenerife, 41 días después de abandonar La Coruña, su barco fondeó en Cumaná, hoy Venezuela, entonces el Virreinato de Nueva Granada. Por fin habían llegado a su destino, Humboldt que envió enseguida una carta a su hermano a Berlín:
“¡Qué color de pájaros, peces, incluso cangrejos (azules y amarillos)! Hasta ahora hemos vagado como tontos; en los primeros tres días no pudimos identificar porque las maravillas nos superan. Bonpland asegura que se volverá loco si las maravillas no se detienen”.
Ahí también presenció la esclavitud que más tarde denunciaría como “el mayor de todos los males que han afectado a la esclavitud”. Pero tras unos días estableciendo contactos consiguió organizar su primera expedición: la exploración del río Orinoco.
Durante 75 días viajaron en una gran canoa con remeros indios. Llevaban consigo todos sus instrumentos y un perro. Recorrieron 2.250 kilómetros por un territorio principalmente deshabitado, encontrando a su paso, cocodrilos, anguilas eléctricas, boas y jaguares.
Por el camino se cruzaron con algunas misiones españolas y poblados nativos, recolectando, en aquellas paradas, miles de plantas, tomaron notas y medidas, y dibujaron los animales que pudieron mientras los mosquitos los acribillaban, tal y como describe en una de sus cartas:
“Es casi imposible escribir durante el día. Uno no puede mantener la pluma quieta porque el veneno de estos insectos es muy doloroso. Podemos trabajar gracias al fuego que encienden los indios. Uno casi se ahoga por el humo, pero sufre menos por los mosquitos”.
Fue un viaje agotador, pero que permitió a Humboldt confirmar la existencia del canal Casiquiare que conecta los sistemas fluviales del Orinoco con el del Amazonas. No lo descubrió, pero sus detallados mapas lo harían accesible al gran público.
Tras un viaje a Cuba, los dos naturalistas regresaron al continente. El 6 de julio de 1801 alcanzaron Bogotá entrando en contacto con el naturalista más famoso de las colonias españolas: José Mutis.
Mutis tenía una gran colección botánica. Humboldt quedó impresionado por su equipo, tanto por su conocimiento, el herbario, su biblioteca y su equipo de artistas ilustradores. Su excelente trabajo inspiraría a los futuros libros de botánica de Humboldt.
Pasó dos meses aprendiendo del conocimiento de Mutis antes de marchar a su siguiente expedición. Esta vez para adentrarse en los Andes. En enero de 1802 llegaron a Quito, una ciudad próspera temporalmente asolada por un terremoto.
Ahí se establecieron durante ocho meses, desde donde emprendían viajes para escalar, dibujar y medir volcanes como Pichincha y Cotopaxi, antes de emprender el ascenso más ambicioso al Chimborazo. El ascenso no fue sencillo por las condiciones climáticas, tal y como escribió:
“Los indios que nos acompañaban nos han dejado, nos han dicho que estábamos intentando matarlos. Así que nos encontramos solos, Bonpland, Karl Montufar, yo y uno de nuestros porteadores que carga con algunos de los instrumentos”.
Tras aquella hazaña de, casi alcanzar, el que entonces era el techo del mundo, los viajeros siguieron su viaje rumbo al sur, hasta alcanzar Perú. A su paso encontraron ruinas incas, restos de un mamut y obtuvieron muestras de guano.
En setiembre de 1802, Humboldt cumplió uno de sus sueños, ver con sus propios ojos el Océano Pacífico. En Lima decidieron coger un barco para regresar al norte, para alcanzar México siguiendo la costa del continente.
Durante ese viaje se dedicó a tomar notas detalladas sobre la corriente fría que bordea la costa peruana. Hoy en día, esa corriente de agua fría lleva su nombre: la corriente de Humboldt.
Alcanzaron Acapulco el 22 de marzo de 1803, dirigiéndose a la ciudad de México. En México no se dedicó tanto al estudio de las plantas, sino a las ruinas de los imperios prehispanos y estudiar los diferentes pueblos indígenas, agricultura, minería e historia.
En aquellos viajes quedó sorprendido por la riqueza lingüística del continente. En México contó 35 lenguas, en el Orinoco le dijeron que se hablaban 200 idiomas distintos. Tras cruzar México, regresaron a Cuba para ordenar sus colecciones.
Había llegado el momento de regresar a Prusia, pero la situación del momento le llevó a hacerlo vía Norteamérica en lugar de volver a España. Se cree que quería evitar navegar en un barco español porque España y Gran Bretaña volvían a estar en guerra.
Temía que los buques de guerra ingleses o sus piratas pudieran atacar al barco en el que viajaba y perder con ello sus preciosas colecciones de plantas y animales de América. Decidió así navegar a Filadelfia.
La fama de Humboldt como cartógrafo ya era tan grande, que el presidente de Estados Unidos, Thomas Jefferson, lo invitó a Washington. Acababan de comprar Luisiana, duplicando el tamaño del país, y necesitaban unos mapas detallados y exactos de su compra.
Tras aquella experiencia regresó finalmente a Europa. Concluía así un viaje de cinco años y dos meses. Tenía gran parte del material que se había determinado a obtener con aquella expedición. Antes de partir explicó así el viaje a sus banqueros:
“Recogeré plantas y animales, mediré la temperatura, la elasticidad, el contenido magnético y eléctrico de la atmósfera, los diseccionaré, determinaré las longitudes geográficas y latitudes, mediré montañas…
…Pero ese no es propósito principal de mi viaje. Mi verdadero y único propósito será investigar las fuerzas naturales interconectadas y entrelazadas, y ver como el mundo natural inanimado ejerce su influencia sobre los animales y las plantas”.
Antes de partir, Humboldt ya tenía en mente estudiar lo que hoy en día conocemos como ecología. Entender el mundo como un todo, en el que los factores geográficos y climáticos influyen y afectan a los organismos vivos. Determinan su existencia y distribución.
Con el viaje, Humboldt logró mucho más de lo que se había propuesto. Sin un plan de origen, cruzó el ecuador dos veces, exploró las selvas tropicales del Orinoco, las montañas y volcanes de los Andes y México.
No fue ni mucho menos el primer científico en viajar por la América española, pero sus medidas, detalles, sus innovadoras ilustraciones y mapas, dieron una visión global que hicieron cambiar a los europeos su visión sobre las colonias.
Humboldt consiguió fascinar a los europeos con la naturaleza y la historia americana. Sus dibujos y escritos contribuyeron a reforzar la imagen de América latina, de tal manera que hasta el libertador Simón Bolívar lo proclamó el “descubridor del Nuevo Mundo”.
Sin embargo, su regreso a casa no fue placentero. Cuando llegó a Berlín en noviembre de 1805, Prusia y Francia estaban en guerra. Un año más tarde, la familia real de Prusia abandonaba Berlín ante el avance del ejército de Napoleón.
Prusia había perdido la mitad de sus territorios y tenía que pagar a Francia los costes y desperfectos de la guerra. Para ayudar a los pagos, se envió a Humboldt a París en noviembre de 1807. Allí pasó sus próximos 20 años.
A pesar de ser un alemán en territorio francés durante un periodo de continuos conflictos, consiguió evadir todas las sospechas y acusaciones de espionaje, incluso cuando años más tarde las tropas prusianas avanzaban hacia París.
Aprovechó su estancia en París para poner orden a todas sus notas y publicar numerosos libros de sus descubrimientos e ideas. En París conoció a ilustradores, grabadores, impresores y científicos que le le ayudaron a publicar lo estudiado en su viaje por América.
Sin ningún tipo de apoyo institucional, Humboldt pagó toda su producción científica con la herencia de su familia, igual que había pagado su viaje de cinco años por América. Al final, entró en bancarrota.
Pero para entonces había completado 32 volúmenes, la mayoría en francés que abarcaban temas de botánica, astronomía, zoología y geografía física, muchos de ellos acompañados con preciosas ilustraciones de paisajes, animales, plantas y costumbres.
En 1827, el rey de Prusia le pidió que volviera a Berlin, querían recuperar al gran naturalista para la gloria de Prusia. Allí se dedicó ha dar clases en la universidad, y seguir pensando en su visión del mundo. En 1834 escribió a un amigo:
“He tenido la extravagante idea de describir en un sólo volumen todo lo que conocemos del mundo, desde los cuerpos celestiales a la vida sobre la Tierra. De las nebulosas hasta la distribución geográfica de los musgos en las rocas de granito”.
Su idea era describir la conexión que existía entre todos los objetos y ciencias. Su obsesión eran las conexiones. Todo influía sobre todo. Tardó una década en completar el volumen que titularía “Cosmos”. En 1847, dos años más tarde, saldría el segundo volumen.
Aunque el contrato con la editorial era para dos volúmenes, siguió escribiendo, y en 1857 acabó sacando el cuarto volumen. Murió cuando estaba escribiendo el quinto de lo que consideraba “la obra de su vida”.
Murió el 6 de mayo de 1859, a la edad de 89 años. Cuando era joven, Goethe, el más grande de las letras alemanas, escribió: “Es imposible decir lo que este muchacho logrará para la ciencia”. Goethe tenía razón.
Humboldt sacrificó su fortuna y vida de privilegio para dedicarse a la investigación científica. Viajó desde Perú hasta las fronteras de China en su vida. Los estudios de Humboldt cambiaron la forma en que vemos el mundo.
No fue el primero en describir la flora y fauna de América, el botanista José Celestino Mutis tenía una colección y conocimiento de botánica del continente enorme, pero su expedición fue única en un punto crucial: comparó la flora americana con la europea.
No sólo eso, sino que buscó explicaciones a la distribución de las especies, vinculándolas con las condiciones ambientales. Sus comparaciones intercontinentales darían lugar al campo de la biogeografía.
Estas ideas revolucionarias quedaron reflejadas en el que puede considerarse el primer libro de ecología: “Ensayo de la geografía de las plantas”. Fue en él donde expuso su visión de que en la naturaleza todo estaba interconectado.
Fue pionero a la hora de visualizar los datos, siendo famoso su infografia del Chimborazo, donde definía la distribución de la vegetación respecto a las condiciones de altitud, temperatura y humedad.
Más crucial fue el comparar la distribución de la vegetación entre las montañas de todo el mundo que pudo explorar, buscando patrones comunes, estableciendo así una conexión entre el mundo abiótico y el biónico.
Su visión global del mundo suponía una ruptura con la que dominaba en la época, en la que los naturalistas seguían la senda de Carl Linnaeus centrándose en el estudio de las especies como seres individuales.
Humboldt fue pionero en ver que existía una conexión entre los organismos y su ambiente, incluso que las especies alteraban y modificaban el ambiente abiótico. Describió como la sombra de los árboles alteraba las condiciones climáticas en el sotobosque.
O el efecto de la vegetación al sujetar y estabilizar los suelos. Llegó a darse cuenta de que los humanos formaban parte de esa enorme red y los efectos de las acciones humanas sobre la naturaleza.
Humboldt escribió sobre los efectos que tenía las acciones de los colonos al secar las marisma o aclarar los bosques para trabajar los campos. Observó como aquellas acciones reducían la protección vegetal y daban lugar a unas tierras áridas e improductivas.
Fue el primer científico en aventurarse a explorar el mundo con equipos de precisión para medir todo lo que era posible en aquella época.
Charles Darwin, en su libro “El viaje del Beagle”, publicado en 1839, reconocía que durante su viaje veía el mundo a través de los ojos de Humboldt. Más tarde ambos intercambiaron cartas sobre la transformación de las especies.
Ya en Europa, Humboldt estableció un red coordinada de estaciones geomagnéticas por todo el mundo, avanzándose un par de siglos a la era del Big Data, estableciendo colaboraciones internacionales y experimentos distribuidos por todo el mundo.
Dedicó parte de su vida a educar a sus lectores europeos sobre la belleza de América Latina, hablando con respeto de sus comunidades indígenas locales. Argumentó con fuerza que no eran menos capaces de hacer buena ciencia que los europeos.
En sus viajes siempre buscó el concomiendo y respeto de las comunidades indígenas locales. Igual que fue un firme defensor de la abolición de la esclavitud. Ayudó a aprobar una ley que liberaba a todos aquellos esclavos que entraban en Prusia.
Ninguna otra persona tiene tantas especies, lugares o características geográficas con su nombre: Alexander von Humboldt. Su visión integradora nos permite, o debería permitirnos, enfrentarnos a los retos actuales con esta misma visión.
Los efectos de la crisis climática no pueden estudiarse o entenderse a partir de efectos aislados sino que debe utilizarse una perspectiva integrada que profundice en la conexión entre organismos y clima.
Ese es el gran legado de Humboldt, nos proporcionó la capacidad de ver la Tierra como un sistema dinámico y complejo. Un rompecabezas complejo que la ciencia podía ir resolviendo a través de la medición de datos precisos y una visión holística.
Muchas gracias por haber llegado hasta aquí, un proceso casi tan largo como la subida de Humboldt y sus compañeros al Chimborazo en 1802 😅. Al final no he podido subir imágenes, lo lamento.
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