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Hoy, Santa Teresa de Jesús.
¿Qué te preocupa? ¿Qué te inquieta? ¿Por qué nunca eres feliz? Si sufres ansiedad, puede ayudarte esto que escribe Teresa de Ávila.
Ya, ya sé que lo has leído otras veces, pero nunca antes como te explico en este hilo... #SaintStories
“¿Y qué sabrá una mujer del siglo XVI de lo que me ocurre a mí?”, podrás pensar. “¿Qué sabrá de mis problemas con mi novio, de mi enfermedad, de mi hipoteca, de eso que no para de dar vueltas en mi cabeza…? Si yo además, no soy ni creyente”.
¡Pues mira, igual que Santa Teresa!
¡Cómo que igual que ella? ¡Si Teresa era monja! ¡Y es santa! ¿Cómo dices que no era creyente? Enseguida te lo explico, pero antes déjame que te cuente cómo la de Ávila sí que sabía lo que era sufrir angustia.
Quedó huérfana en plena adolescencia y, a los 23, enfermó gravemente. Tras cuatro días en coma, la daban casi por muerta, pero remontó. Al poco se quedó sola: murió su padre, sus hermanos marcharon todos a América.
La enfermedad no la abandonó en toda su vida y las penas por las que pasó para llevar a cabo su reforma fueron indescriptibles: acusaciones falsas, deslealtades, persecuciones, penurias económicas… ¡Hasta la inquisición la vigilaba!
Por eso, su testimonio vale más que la de alguien que no ha pasado nunca por la prueba de los sufrimientos humanos.
¡Qué fácil es decir: “no te preocupes, no pasa nada”, cuando todo en tu vida ha sido un camino de rosas! ¡Qué fácilmente decimos: “ya verás cómo todo se soluciona”, cuando no es a nosotros a quien nos toca! Teresa habla con conocimiento de causa.
Volviendo al tema de si era o no creyente, te voy a decir algo que quizá no sepas: Santa Teresa no se convirtió hasta la edad de 39 años, cuando llevaba ya 20 años como monja. ¿Crees que no es posible? Pues entonces no sabes qué cosa es la fe.
Una cosa es ser religioso (todos los somos, lo llevamos inscrito en nuestro ADN). A unos, esa religiosidad se le manifiesta de una manera, a otros de otra…
Dependiendo de la cultura, del ambiente, de la personalidad… unos desarrollan más o menos su religiosidad. En la España de aquella época, meterse a monja era una forma más de vivir el catolicismo que lo impregnaba todo.
Ciertamente Teresa tenía inquietudes de fe desde muy pequeñita. Incluso se escapó siendo niña junto a su hermano para ir “a tierras de moros” y ser allí martirizados. Fue una chiquillería porque le gustaban mucho los libros de caballerías y las aventuras.
Pero su tío los pilló y los devolvió a casa.
También era muy devota de la Virgen. Al perder a su madre, le pidió a María que ella lo fuera a partir de entonces.
Más adelante, se empeñó en entrar en un convento y no paró hasta conseguirlo a los 21 años.
Pero no te fíes, porque por mucha religiosidad externa, faltaba el paso fundamental: la fe.
Y no es que lo diga yo, es que lo cuenta ella misma.
Se define como “una monja de tantas”, y recuerda la época anterior a su conversión como si viviera una doble vida: “por momentos, vida de oración; pero muchos momentos más, vida anodina y pérdida de tiempo con amistades sin sentido religioso”, nos cuentan sus hermanas.
Pero entonces, si no vale con querer ser mártir, con rezarle a la Virgen y con meterse 20 años en un convento ¿qué hace falta para tener fe?
Benedicto XVI lo explica muy bien en la encíclica “Deus Caritas Est”: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva».
Teresa tenía la decisión, la idea de ser cristiana, pero le faltaba lo principal: el encuentro con una “Persona”.
Esta persona es obviamente Cristo resucitado, que está vivo y que actúa verdaderamente hoy en día. ¡Quieto, no te vayas todavía, que no estoy hablando de apariciones ni de voces de ultratumba! Aguanta un poco.
Ella misma nos lo cuenta así: “Acaeciome que, entrando un día en el oratorio, vi una imagen que habían traído allá, que se había buscado para cierta fiesta que se hacía en casa»
«Era de Cristo muy llagado y tan devota que, en mirándola, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros».
Y continúa: «Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el corazón me parece se me partía, y arrojéme cabe Él (junto a Él) con grandísimo derramamiento de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle”.
Ya está. Fíjate qué milagro más sencillo.
No hay voces, no hay apariciones, no hay quebrantamiento de las leyes de la física. Sólo una monja que contempla una talla de Cristo y reconoce entonces la centralidad del mensaje cristiano (el kerigma le llaman): “¡Que Cristo murió por amor a mí!”
Habrás oído múltiples hechos asombrosos en la vida de Santa Teresa, pero de todos, este es sin duda el más importante. Es el milagro de la fe. Un relato muy parecido podemos encontrar en grandes santos como San Agustín, San Pablo…
Ellos también tuvieron un “encuentro con un acontecimiento, con una Persona” que les marcó para siempre. ¿Por qué les marcó? Porque ya nunca más iban a estar solos.
Y volvemos así al inicio del hilo. ¿Qué te preocupa? ¿Qué te agobia?
¿No es la ansiedad una sensación muy ligada a la soledad? ¿No es un sentimiento parecido al pánico de estar solo ante un peligro y no tener a nadie que te sostenga, que te socorra, que te eche una mano?
En los momentos de angustia, a veces, solo encontramos consuelo cuando alguien nos toma del brazo, nos ofrece un hombro en el que llorar o un oído al que contarle nuestro miedo.
A veces nos vale nuestro amigo, nuestra madre, nuestra pareja; pero a veces no están ya; o están, pero no son suficientes. Nos falta algo, nos falta alguien… ¡Porque estamos solos!
¿Qué pasaría si nunca te sintieras solo, si supieras que siempre, siempre, tienes a uno que te cuida, te guarda, te acompaña, te protege? ¿Cómo te sentirías sabiendo que el dueño del Universo está más cerca de ti que tú mismo?
Eso es lo que intenta recordarse una y otra vez Santa Teresa con su “nada te turbe”, el poema que hoy nos ocupa. Si nos lo repetiéramos más veces nos ahorraríamos un dineral en Prozac.
Es, de hecho, un poema que se dice a sí misma, una experiencia personal, nada de cosas oídas. Nos lo explica el padre carmelita Tomás Álvarez cuando advierte que Teresa rara vez usa el tuteo si no es para hablarle al tú de sí misma. Porque hasta a su hermana le habla de usted.
Se lo dice a sí misma, pero no se lo inventa, sino que condensa una selecta colección de citas bíblicas de las que tantas veces habría escuchado, orado y comentado.
Si quieres, las repasamos:
El “NADA TE TURBE” condensa el salmo 41 cuando canta
“¿Por qué te acongojas, alma mía?
¿Por qué te me turbas?
Espera en Dios que volverás a alabarlo”.
Nos remite también a los discípulos asustados momentos antes de la pasión y las palabras tranquilizadoras del maestro:
“No se turbe vuestro corazón… porque voy a prepararos un lugar… volveré y os traeré conmigo” (Juan 14,1)
El “NADA TE ESPANTE” rememora el salmo 18
“Las olas de la muerte me envolvía, me espantaban las trombas de Belial, los lazos del Seol me rodeaban, me aguardaban los cepos de la muerte. Clamé a Yahveh en mi angustia, a mi Dios invoqué; y escuchó mi voz desde su templo…”.
El “TODO SE PASA” nos recuerda lo efímero de las cosas de este mundo. Jesús nos lo dejó claro: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (M7 24, 35)
El “DIOS NO SE MUDA” trae a nuestra memoria la fidelidad de Dios, el Salmo 117: “la verdad de Yahveh dura por siempre”. Aunque nosotros lo abandonemos, aunque nos vayamos lejos, como el hijo pródigo, a malgastar nuestra herencia, él permanece fiel.
Cada día de tu vida hasta hoy, mientras has estado negándolo, pasando de Él, viviendo como si no existiera, él ha salido a otear el horizonte por si decidías volver. “Si somos infieles, él permanece fiel porque no puede negarse a sí mismo” (2Tim 2, 13)
“LA PACIENCIA TODO LO ALCANZA” suena mucho al salmo 89: “Mil años en tu presencia son un ayer que pasó, una vela noctura”, y añade… “Enséñanos a calcular nuestros años para que adquiramos un corazón sensato”.
El tiempo del Señor no es nuestro tiempo. Lo queremos todo ya y no estamos dispuestos a sufrir. La palabra paciencia proviene del latín “patiens”, que significa sufrimiento.
Por eso, los que van al médico son los “pacientes”, no porque esperan a que les toque su turno en la consulta, sino porque están sufriendo por su enfermedad.
La paciencia es, por tanto, la “virtud” de sufrir. Algunos buscan en la química o en tradiciones orientales soluciones para evadirse.
Pero la tradición cristiana no huye del dolor sino que, sabiendo que es connatural al ser humano, lo afronta de frente, con la cabeza levantada, con la seguridad de que otro ya llevó la cruz antes que nosotros y le fue bien.
¿Sabes cuál es la mejor forma de afrontar una gran ola que va a romper justo encima tuya mientras te bañas en el mar? ¿Corriendo hacia la orilla? ¿Quedándote quieto?
El miedo a sufrir nos paraliza o hace que huyamos, y al final, la ola nos aplasta. La mejor forma de combatirla es yendo hacia ella y sumergiéndote dentro, de forma que toda su fuerza destructora pasa por encima de ti.
El cristiano afronta la cruz, la lucha de cada día, la enfermedad, la pérdida de un ser querido mirando de frente al dolor, sin miedo. Siendo “paciente”, sabiendo que el dolor no te destruye sino que te abre a una nueva vida.
Y que es así lo confirma el Evangelio: «No perecerá ni un cabello de vuestra cabeza» –nos promete Jesús– «Con vuestra perseverancia (con vuestra “paciencia”) salvaréis vuestras almas».
(Lc 21, 18-19)
El “QUIEN A DIOS TIENE, NADA LE FALTA” nos habla de esa compañía total e invisible que da la fe: «El que me ama, guardará mi palabra; y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en él». (Jn 14, 23).
Y también: «¿No sabéis que sois santuario de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?» (1ª Cor 3, 16)
Vaya rollo de citas te he soltado ¿eh? Pero es que hay que ir a la Palabra de Dios para al final lanzar esta pregunta con fundamento:
¿Vive Dios dentro de ti? ¿Lo crees?
Quizá estés bautizado, vayas a misa a diario, confieses a menudo, celebres las fiestas… pero sigas como Teresa hasta los 39 en la “religiosidad”, sin haber dado el salto a la fe. Algo te falta.
Si no sabes en qué consiste, Teresa lo describe como «un sentimiento de la presencia de Dios, que en ninguna manera podía dudar que estaba dentro de mí».
Si has tenido esta experiencia sabes de qué te hablo. Si tienes al que es TODO dentro de ti, ¿Qué cosa te puede faltar?
Si el infinito se queda dentro del finito. ¿Qué podemos decir sino «SOLO DIOS BASTA»?
En la enfermedad, en la precariedad, en la inseguridad… NADA TE TURBE
En la incertidumbre, en el miedo, en el dolor… NADA TE ESPANTE
En la soledad, en el desprecio, en la afrenta… TODO SE PASA
En la persecución, en la debilidad personal, en la ansiedad… DIOS NO SE MUDA
En la derrota, en el fracaso, en el hastío… LA PACIENCIA TODO LO ALCANZA
QUIEN A DIOS TIENE, NADA LE FALTA
Repite, repite una y otra vez esta joya de la fe. Dale al play, sube el volumen, mira a este “Cristo muy llagado” y pídele que traspase la imagen, entre en tu corazón y lo llene. Para gritar, ya sí, con Teresa, y para siempre. Nunca más solo ¡SOLO DIOS BASTA! #FindelHilo
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¡Felicidades a las Teresas!
P.D. II. Si quieres que te avise cuando publique próximos hilos, mándame un mensaje directo con la palabra AVÍSAME. 😊
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