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#CosasQuePasanEnLaGuardia #76. Ya ni sé qué hora es. Calculo que, como mínimo, las cinco. Evito mirar el reloj –por si el tiempo no pasó lo suficientemente rápido en esta guardia nefasta– y hago las recetas de la antitetánica y el antibiótico para el detenido (+)
(-) que recién terminé de suturar y ya se quedó dormido. Al final la herida era para tres puntos nomás por suerte.
Le doy todo al policía y le explico cuándo le toca cada cosa y que para el dolor puede tomar ibuprofeno.
–¿Y acá no le dan todo esto? –me interrumpe.
(+)
(-)
–La antitetánica sí, pero mañana en el horario del vacunatorio –le contesto–. El resto se los van a tener que dar en la comisaría asumo…
–Pero no tenemos nada ahí. ¿Y si me hace el favor enorme de conseguirme un par de muestras? –sonríe haciéndose el simpático.
(+)
(-)
Su sonrisa me recuerda a la que emitió a cuando el detenido me habló de que yo no iba a conseguir marido por mandona y que tenía que aprender a recatarme, y arrastra a mi cabeza también el favor que me hizo al sugerir la tomografía del chico del ojo pseudo-apuñalado. (+)
(-) Se me frunce todo por dentro y me dan ganas de gritarle –con una sonrisa más falsa que la suya– que no me dan ganas de hacerle ningún favor. Me muerdo los cachetes, cuento hasta cinco y lo miro seria. (+)
(-)
–Las pocas muestras que nos dejan ya las repartí en el día, y en el hospital no tenemos comprimidos para entregar a los pacientes –le explico.
–¿Y ahora cómo hacemos? –me pregunta insistente–. No creo que éste tenga un sope para comprar –agrega señalando al detenido (+)
(-) que ronca en la camilla.
Levanto los hombros y sacudo la cabeza sutilmente hacia los costados. Mi respuesta va más allá del rechazo que me provoca su actitud de más temprano. Realmente no tengo medicación para darle. Sigue mirándome hasta que dice: (+)
(-)
–Y bue… si no lo toma no se va a morir, ¿no?
Lo acompaña otra vez de la risa. En su cara leo que le importa muy poco la situación.
–Lo tiene que tomar –sentencio–. Es una herida sucia y necesita antibiótico. Ni hablar de que lo tienen que traer para la antitetánica.
(+)
(-)
–Eso también va a estar difícil…
–Mire. Yo voy a anotar acá en el libro que lo cito mañana para la antitetánica y que indico que es sumamente importante que reciba el antibiótico, y espero que ustedes cumplan.
(+)
(-)
–Es que no tenemos pastillas de esas, señora, y usted no nos las quiere dar –me responde prepotente.
–No se trata de querer –le contesto con ganas de prenderme un pucho y apagárselo en la cabeza al igual que a mi compañero–. Pasa porque no tengo. Lo único que puedo hacer (+)
(-)es ponerle un sello a la orden para que retiren los medicamentos por alguna salita.
Sé que esto último no es la solución que espera, pero es la única que puedo ofrecerle y la acompaño con un intento de sonrisa que es, más que nada, un ruego para que se retire. (+)
(-)
–¿Pero y quién se los va a ir a buscar? Si él va a estar detenido.
Lo miro a los ojos mientras levanto los hombros otra vez. Permanece en silencio y ni amaga a llamar al móvil para que los venga a buscar.
(+)
(-)
–Claramente eso yo no se lo puedo solucionar –pronuncio finalmente–. Pero si no va a recibir el antibiótico por boca, voy a tener que llamar a un enfermero para que le ponga un suero y pasárselo endovenoso.
–Y bueno, eso, se lo da así y listo –contesta entusiasmado.
(+)
(-)
–El tema es que sería una dosis cada doce horas por siete días. O sea que o tendrían que traerlo las trece veces que faltan, o tendría que quedar internado, claro que con custodia porque está detenido.
(+)
(-)
El hombre mira su reloj con ansias de que las agujas avancen rápido para que llegue el cambio de turno y que esto deje de ser su problema. Comparto sus ansias. Lo miro en señal de que espero una respuesta, aunque sé que la única factible es que se lo lleve(+)
(-) y le consigan el antibiótico: si dejo internado al detenido solo para pasárselo endovenoso, el jefe me mata. El hombre mira al detenido, a mí, escribe por celular y se muerde las uñas hasta que el aparato suena como algo que para mí parecen fuegos artificiales, (+)
(-) pero que es más probable que sean tiros. Son mensajes; varios. Los lee con detenimiento y finalmente abre la boca:
–Bueno, si me hace un resumen con el alta me lo llevo –me larga dando el asunto por zanjado.
Sonríe de nuevo. Me hace acordar a un tío que odio. (+)
(-) Sacudo la cabeza hasta que se borra su imagen.
–Yo no le puedo hacer ningún resumen. Solo las indicaciones. Todo el resto se escribe en el libro y ustedes eso ya lo saben –le contesto con pocas pulgas.
(+)
(-)
–Pero sin un alta y un resumen a mí no me lo aceptan en la comisaría –insiste.
–El tema es que tenemos prohibido hacer resúmenes y dar altas en estos casos. Es un tema legal…
Resopla. Ya me debe odiar casi tanto como yo a él.
(+)
(-)
–Además, el paciente no está de alta. No tiene indicación de internación, pero todavía tiene que cumplir con el tratamiento antibiótico, realizar las curaciones y ver que en dos semanas esté todo bien para sacarle los puntos.
Giro hacia la puerta. (+)
(-)
Esta vez soy yo la que da el tema por caducado. Recién ahí veo a mi amiga con su ojo mocho que pispea a ver si terminé. Me había olvidado de ella. Avanzo hacia su persona dispuesta a revisarla. (+)
(-)
–Yo así no me lo puedo llevar –me informa el policía con un tono bastante insolente.
–Bueno –le contesto y sigo mi camino hacia mi amiga.
Ya tengo los patos bastante volados y si no salgo de ahí, sé que le voy a terminar ladrando.
(+)
(-)
–¿No va a hacer nada? –me interrumpe el oficial.
Me obligo a respirar hondo y contar hasta cinco de nuevo. Es la vez número trece en lo que va del día.
(+)
(-)
–Es que mi trabajo yo ya lo hice. Le voy a indicar a los enfermeros que le den la primera dosis endovenosa, y cuando se despierte el jefe de guardia usted hablará con él a ver si tiene alguna forma de ayudarlo –respondo agotada.
(+)
(-)Mi cara no es de torearlo. Tampoco de buscar pelea. Es de mera resignación porque este es un cuentito repetido que pasa noche a noche, solo que esta vez el oficial es bastante más terco de lo habitual.
(+)
(-)
Salgo rápido antes de que me acorrale con su insistencia a la que no puedo dar solución. Le hago señas con la cara a mi amiga para que camine y la guío hacia el estar médico en el que agradezco poder sentarme unos segundos. (+)
(-) Ella abre los brazos –como siempre– preguntando si está bien que me abrace. Esta vez me niego, no por mis mambos, sino por miedo a que me contagie. Mi cabeza y torso retroceden y mi índice señala su ojo como respuesta. (+)
(-)
–Tranqui. Solo es un lechazo –me larga.
Yo abro los míos muy grandes y la miro fijo. Me pregunto si entendí bien, si realmente se refiere a lo que pienso o si es un término que en su lenguaje significará alguna otra cosa. (+)
(-)
Es mi amiga la que no se besó con nadie hasta los veintialgo y la que sostenía con vehemencia que la masturbación era pecado. Es esa a la que le conocí solo dos novios que tenían tanta cara de “solo misionero” como ella y a los que juró reiteradamente (+)
(-)que nunca les había practicado sexo oral. Mi amiga que cada vez que las dos faltantes del grupo hablan de entregar el culo las trata de locas y grita que por ahí sale caca.
No puede ser. La miro muda. Mis cejas se juntan en la línea media, inquisitivas. (+)
(-) Demandan una explicación y ella lo entiende.
–Estaba chupando un… una… bueno… vos sabés… –arranca.
Mis ojos se entrecierran. Mi cerebro todavía no cree mucho de lo que está pasando
–Le estaba chupando el amiguín y me escupió en el ojo –sentencia con cierta frustración(+)
(-)
Dice amiguín. No pija. No verga. Ni siquiera amigo. Dice amiguín y vuelve a ser la de siempre. La miro abanicarse el ojo con los dedos de la mano extendidos. Ya no parece tan superada como cuando pronunció el término “lechazo” y creo que está a punto de largarse a llorar. (+)
(-) La abrazo.
–¡Creciste! –le largo.
No puedo evitar explotar de la risa.
–Sí, crecí de un lechazo –se ríe en medio de las lágrimas–. Y mi culo ya casi que no es virgen –agrega.
(+)
(-)No puedo creer que sea cierto. Es demasiado. Mis neuronas más paranoides están seguras de que lo dijo solo por la diversión que le provoca dejarme con la boca abierta, mientras que el resto sollozan por todas las historias que se perdieron en este tiempo en que no nos vimos(+)
(-)Mis ojos la examinan. Miran su pelo –mojado, sin su habitual brushing–, su cara lavada –desprovista por primera vez en años de su eterno maquillaje rosa pastel–, sus uñas que se olvidaron la mitad de la francesita por el camino y finalmente su escote. (+)
(-) Recién ahí caigo en que o se compró un tremendo push-up o se hizo las lolas. Mi índice apunta primero hacia ellas y después hacia su ojo mocho.
–Me tenés que contar TODO –le largo.
Me olvido del policía, del detenido, del antibiótico endovenoso que todavía no indiqué, (+)
(-) de la puteada que me voy a comer en un rato cuando el jefe vea a ese paciente ocupando una de las pocas camillas que quedaban libres, de los que se me deben estar acumulando en la sala de espera y de mi compañero al que hace rato que no veo y que seguro se tiró a dormir (+)
(-)por algún rincón, tal vez hasta bien acompañado.
–Yo te cuento todo –arranca mi amiga ya adulta–, pero primero sálvame del SIDA.
Pronuncia la última palabra otra vez entre lágrimas, y recién ahí caigo en por qué vino para acá y no se fue a un hospital de ojos.
(+)
(-) Recuerdo las veces que en el colegio las monjas nos aseguraron que te podías embarazar si un pibe te acababa en la pierna cerca del borde de la bombacha –aunque la tuvieras puesta– y me imagino el mambo que debe tener en la cabeza. La abrazo de nuevo y le acaricio el pelo.(+
(-)
–Tranquila –le susurro en medio del abrazo.
El cuadro me hace acordar a cuando teníamos veintidós y el chico con el que se suponía que iba a darse su primer beso –con el que venían histeriqueando hacía meses y por el que ella moría de amor desde hacía años– se encerró (+)
(-)en el baño con una chica tres años menor que nosotras, para salir solo un segundo a pedirle un preservativo a su mejor amigo que estaba sentado al lado nuestro –con un intento de disimulo que se evaporó cuando el amigo le golpeó la espalda con un “¡vamos papá!”– y volvió (+)
(-) a desaparecer tras la puerta de la que después salieron unos breves gemidos. Aquella vez mi amiga había corrido a la habitación de la cumpleañera en la que se había deshecho en lágrimas abrazada a un pobre gato que aun no entiendo cómo no la mordió, (+)
(-) al que solo soltó a los dos o tres minutos de mi llegada cuando le ofrecí mi tórax para apretujar en su lugar. El gato se había escondido luego bajo la cama, de donde no salió por la siguiente hora en la que permanecimos ahí, hasta que fuimos desplazadas por otra parejita (+)
(-) que había entrado a los manotones sin reparar en nuestra presencia.
–Esto me pasa por puta –larga y pronuncia la última palabra con odio, como lo hacía su mamá cada vez que la veía vestida de forma apenas provocativa–. Dios me está castigando –agrega y llora más fuerte.
(+)
(-)
–No digas taradeces –la freno–, esto te pasa por torpe nomás. ¡Tenés que aprender a cerrar los ojos! –la burlo en un intento de ponerle humor al asunto.
Ella se muerde el labio de abajo y esboza una media sonrisa.
(+)
(-)
–Además, tranquila que las chances de que te contagies algo por eso son ínfimas –le aseguro.
No tengo idea de porcentajes, pero estoy segura de que no puede ser peor que la salpicada de sangre que se pegó uno de mis compañeros un tiempo atrás, e "ínfimas" fue (+)
(-) la palabra que usó el infectólogo al hablarle sobre las posibilidades de contagio en aquél entonces. Ruego por dentro para que mi amiga no caiga en ese mísero porcentaje, por un lado –el principal– porque no quiero que se contagie nada malo, y, por otro, porque no quiero (+)
(-) –bajo ninguna circunstancia– darle el gusto a su madre de que la use como ejemplo de lo que no se debe hacer porque “eso lo hacen las putas”.
Después de abrazarla unos minutos que medio que se me hacen horas –y me siento bastante culpable por eso– le pido que me espere (+)
(-) y voy para farmacia a pedir la medicación que necesita. Me atiende un rubio ruludo con cara de dormido. Evito hablar del lechazo y lo reduzco a un preservativo roto en una relación con alguien poco confiable.
(+)
(-)
Me hace llenar un formulario y se olvida de pedirme la firma del jefe. No se lo recuerdo. Busca las pastillas y me las entrega con un:
–Decile a tu amiga que la próxima que decida cogerse a uno de T1nder lo haga más temprano, o que por lo menos compre forros de marca.
(+)
(-)
Acto seguido me cierra la puerta en la cara. Me pregunto qué pensaría de mí si supiera que uso T1nder y que también oso tener sexo de madrugada. Me lo imagino con ese intento de novia que tiene (digo intento porque le mete los cuernos con cada mina que se le cruza) (+)
(-) mirando el reloj que muestra la una de la mañana y diciéndole “a esta hora no que es muy tarde” mientras la mina le baila un striptease. Me río por dentro unos segundos hasta que recuerdo que dejé a mi amiga sola en el estar y me apuro de vuelta.
Está sentada donde la dejé,+
(-) casi en la misma posición que cuando me fui, aunque con los ojos cerrados que solo abre cuando escucha el agua que le estoy sirviendo para que se tome las pastillas.
–¿En gotas no hay? –pregunta.
(+)
(-)
Caigo entonces en su drama con los comprimidos: estos son enormes. Niego con la cabeza.
–No puedo –lloriquea.
–¡Después de lo que te comiste no me vengas con eso! –me río a ver si la convenzo.
(+)
(-)
–¡Hache de pé! –contesta también entre risas y extiende la mano.
Se las doy. Las mira casi con miedo. Las pasa de una mano a la otra, las gira de a una entre dos dedos, hasta que me canso y se las saco.
(+)
(-)
–Basta. Abrí la boca –le ordeno mientras le acerco el vaso de agua.
Lo hace de a poco y solo hasta la mitad.
–Más. Como cuando se la chupabas, putita –le largo matándome de risa mientras imito a su mamá.
(+)
(-)Se ríe y se resigna. Le meto una pastilla y la muerde. Pone cara de asco y le ofrezco el vaso. Se lo toma entero. Repite lo mismo con el comprimido faltante y yo me pregunto cuánto disminuirá la efectividad, aunque ni se lo menciono. La aplaudo.
(+)
(-)
–De verdad que creciste –me río.
Ella vuelve a reírse y llorar a la vez.
–No, no, no. Basta de lágrimas –me pongo en mandona–. Que me tenés que contar todo lo que me perdí.
Se seca los ojos.
–Es mucho –responde–. Demasiadas guardias.
Asiento y me invade una mezcla (+)
(-)de angustia, tristeza y nostalgia.
–Empecemos por lo más importante. ¿Quién es el flaco? ¿Tiene semen con kriptonita que te dejó el ojo así? –le largo.
–Es que me lavé primero con jabón y después por las dudas con detergente –contesta.
(+)
(-)
Yo me pregunto cómo hizo para aguantarlo, con lo que arde cuando te entra shampoo en los ojos. Me imagino que en su cabeza debe haberle zumbado su mamá una y otra vez acusándola de “puta” para que llegara a tanto. (+)
(-) Estoy por decirle que me muero por escuchar sus historias, pero que, por la salud de su ojo, me parece importante que vaya ya mismo a una guardia de oftalmo, cuando aparece mi compañero.
(+)
(-)
–No te preocupes. Vos rascate tranqui que yo laburo por los dos –empieza–. Mirá que en vez de doscientos cincuenta me vas a deber también media guardia…
Se ríe solo de su chiste y camina hasta la canilla. Putea porque no hay vasos y mi amiga le ofrece el suyo.
(+)
(-)
Recién ahí él repara en su presencia.
–¿Y vos quién sos? –le pregunta él y agarega– A mí con esa conjuntivitis no te me acerques.
–No es eso. Es un lechazo –le contesta ella, esta vez matándose de risa.
Me produce un orgullo enorme. (+)
(-)
–Claro, claro –le contesta él mientras agarra el vaso.
Se sirve agua, hace fondo blanco y enfila otra vez para la puerta del estar.
–Tenemos pacientes –me informa antes de salir.
(+)
(-)
Le contesto que ahí voy y abrazo una última vez a mi amiga, esta vez sin que me cueste tanto. Le hago prometer que no vamos a dejar pasar tanto tiempo sin vernos. Ella asiente. Salimos del estar y caminamos para la salida. En el trayecto nos cruzamos a uno de los enfermeros(+
(-) y le pido que le cuelgue el antibiótico al detenido.
–Haceme la orden para buscar en farmacia –me indica.
Yo pienso en el farmacéutico al que ya desperté una vez. Lo imagino mirando el reloj y diciendo “ahora no que es tarde”.
(+)
(-) Opto por no dejarlo dormir un rato más, total no urge.
–Después te la alcanzo –le contesto y sigo con mi amiga.
La guío hasta la salida.
–Pará –me frena–. ¿Cómo sigue esto?
(+)
(-)
–Te voy a contactar con infecto y ellos te van a decir bien, pero eso mañana.
–No. Esto –dice señalándose su ojo–. ¿Qué hago? ¿Me das unas gotitas?
–¿Gotitas? Vos estás mal de la cabeza –la gasto–. Te vas ya para Lagleyze y ahí te dirán.
(+)
(-)
–Dale, en serio, me quiero ir a dormir. Mandame unas gotas y listo.
–¿Qué gotas querés que te mande? ¡Yo no soy oftalmóloga!
Se lo digo fuerte, con una mezcla de risas y bronca. Me saco las ganas de gritarlo (+)
(-) que tenía acumuladas desde la lucha con la madre del pibe de la aguja en el ojo. Se me escapan un par de lágrimas.
Me mira con cara de que estoy loca.
–Tranquila… –casi que susurra mientras me ofrece sus brazos.
(+)
(-)
Los acepto, ahora llena de ganas. La apretujo un rato y la mando al colectivo. Ya es de día. Giro para entrar. Pienso en el policía, en el detenido, en el antibiótico que todavía no le conseguí y en la puteada que me va a largar el jefe y me arrepiento. (+)
(-)Vuelvo a la entrada y me prendo un pucho.
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