Brendel equipara las grabaciones en vivo a un hijastro: “My subject is a stepchild - live recording. Standing between the two officially canonised sources of musical experience, concert performance and audio recording, the recorded concert has had less than its due”.
Brendel hace un catálogo de diferencias entre las grabaciones en vivo y de estudio:
- En un concierto sólo se ejecuta la obra una vez, en el estudio se ejecuta las veces que sea necesario.
- En el concierto la ejecución se experimenta una vez; en el estudio puede ser reproducida.
- En un concierto hay que convencer al público al momento, en el estudio es el resultado acumulado el que cuenta.
- En el concierto el intérprete debe finalizar la pieza sin poder hacer correcciones; en el estudio puede hacerlas, aprender mientras graba y quitarse los nervios.
- Ante el público, el intérprete debe hacer cuatro cosas al mismo tiempo: debe imaginarse la ejecución, tocarla, proyectarla y escucharla. En el estudio, tiene la oportunidad de escucharla una vez más después de ejecutarla, y reaccionar en consecuencia.
- Al ejecutar ante el público, los detalles deben proyectarse hasta el último rincón del auditorio; enfrente del micrófono, se tratan de evitar exageraciones y se intenta lograr una interpretación que pueda ser oída frecuentemente.
- En la sala de conciertos la concentración del público produce una influencia entre el ejecutante y sus escuchas. En el estudio nadie tiene que ser conquistado - pero tampoco nadie interrumpe. “The player sits as though in a tomb.”
- Las debilidades de una interpretación en concierto normalmente se deben a la espontaneidad, a la falta de concentración o a la presión de los nervios. En el estudio, suelen tener sus raíces en la excesiva conciencia crítica.
Todas estas observaciones son desde el punto de vista del intérprete. Quienes asisten a los conciertos y escuchan grabaciones podrían añadir que en el concierto el sonido llega al escucha sin ser manipulado y tan directamente como la acústica de la sala de conciertos lo permita.
Por otro lado, el sonido de la grabación lo decide un equipo técnico. El efecto musical depende de la edición, balance, reverberación y las cualidades el equipo de reproducción.
“Despite the funeral orations Glenn Gould delivered on concert halls, they continue to be the setting for the most vivid music-making”. Si bien hay conciertos sin vida y grabaciones electrizantes, Brendel concluye “in studio accuracy is more readily manageable than ‘soul’”.
Brendel considera que las grabaciones han transtornado profundamente los hábitos del escucha. Sus efectos sobre el intérprete no sólo han sido purificantes sino también esterilizantes: “it may be petrifying as well as concentrating and distilling…
…The interpreter who aims at accuracy risks less panache, lesser tempi, less self-effacement. The gramophone record today sets standards of perfection, mechanical not musical, which the concert hall seldom confirms.”
Brendel sugiere que ahora que hemos aprendido tanto de las grabaciones de estudio, regresemos y aprendamos nuevamente de los conciertos. “Why, if I may believe my own experience as a listener, does an impressive concert tend to leave stronger traces than a record?”
“Because the listener, no less than the player, has had a physical experience, not only hearing the performance but breathing it, contributing to it by his presence and sharing his enthusiasm with many others.”
Para Brendel, las grabaciones en vivo permiten acabar con el mito de la unicidad del concierto: “What you can hear and enjoy is an indiscretion, something that was only intended for those present and cannot exactly be reproduced”.
Brendel considera que las grabaciones en vivo han sido menos frecuentes debido a que dificultan los conciertos y al prejuicio que hay respecto de su inferioridad técnica y musical: “the latest developments in recording technique will sometimes make an expert in electroacoustics…
…happier than a musician (…)Those who consider spotless perfection and undisturbed technical neatness the prerequisite of a moving musical experience no longer know how to listen to music.”
Brendel habla sobre sus grabaciones en vivo, la primera de ellas fue una de las Variaciones Diabelli de Beethoven. Las piezas difíciles y largas dejan evidencia de la maestría que algunos artistas de estudio no poseen.
Brendel recuerda también la grabación de los conciertos para piano de Beethoven en junio de 1983 bajo la batuta de James Levine con la Chicago Symphony Orchestra.
El público pudo haber arruinado la grabación. Brendel recuerda bebés gritando (Japón), un perro ladrando (Nueva York), un gato maullando (Estambul), alguien desmayándose, un maniaco aplaudiendo en los momentos más imposibles y un apagón. Nada de esto ocurrió en Chicago.
“None of these things occurred; on this occasion the exceptional stillness and concentration of the Chicago public filled me with gratitude. It was almost possible to forget how dangerously one lives when one records live."
En este capítulo, Brendel hace una reflexión sobre sus grabaciones: “Looking back at the sixty years of my pianistic life, the quantity of my recordings seems to me one of its most unusual features. Let me try to explain how this multitude came about”.
Brendel no fue un niño prodigio y su familia no era de músicos o de inclinaciones estéticas. Antes de los quince años no había presenciado algún concierto sinfónico, un recital de piano o una ópera: “Only the radio provided occasional glimpses of distant musical bliss”.
“There are no bad pianos, only bad pianists.” Brendel empieza este capítulo reflexionando sobre esta frase. A pesar de parecer contundente (“An impressive statement, one that looks round for applause”), es una afirmación que deja confundido a cualquier pianista.
Es cierto que algunos pianos suenan menos mal bajo las manos de un experto que bajo las de un amateur, pero esto no los convierte en buenos pianos. Un piano mal afinado, con un registro desigual, apagado o ruidoso afecta la calidad de la interpretación que se podría lograr.
En este conmovedor capítulo, Alfred Brendel cuenta la vida de su amiga Katja Andy, pianista y maestra, a quien conoció en 1958 en la última clase magistral de Edwin Fischer en Suiza: “There, the most unclouded musical and personal friendship of my life began.”
Katja nació en 1907 como Käte Aschaffenburg, en Mönchengladbach, Alemania. Toda su familia era musical: su padre, un fabricante de textiles, tocaba decentemente el piano, y ambos padres habían estudiado con alumnos de Clara Schumann.
“What is piano playing of genius?” Es la pregunta con la que Brendel inicia este capítulo. Para él, una ejecución genial al piano es aquella que es al mismo tiempo correcta y audaz. La corrección nos dice lo que tiene que ser, la audacia lleva a lo que parecía imposible.
Mientras que la corrección puede ser alcanzada por el experto, la audacia presupone el don de la proyección, que lleva a la audiencia a la órbita de la personalidad del intérprete. El elemento personal “imposible” de Edwin Fischer era doble.
En este capítulo, Alfred Brendel hace un bello homenaje a Edwin Fischer, pianista, director, músico de cámara, acompañante de Lied y maestro, no sólo de Brendel, sino de muchos otros grandes pianistas, como Paul Badura-Skoda y Daniel Barenboim.
“Fischer was, on the concert platform, a short, leonine, resilient figure whose every fibre seemed to vibrate with elemental musical power. Wildness and gentleness were never far from each other in his piano playing, and demonic outburst would magically give way to inner peace.”
Brendel considera a Wilhelm Furtwängler como el intérprete que, más que ningún otro, le ha proporcionado los criterios para juzgar una interpretación, a pesar de no haberlo conocido personalmente.
Varias óperas y conciertos que le escuchó a Furtwängler en Viena, Salzburgo y Lucerna, así como grabaciones que lo han tenido en contacto con su manera de dirigir, han sido la referencia más importante para Brendel acerca de lo que es hacer música.