Una composición musical no está presente en la manera en que lo están una pintura o escultura, pues necesita ser ejecutada y escuchada. Brendel recuerda la frase de su maestro Erwin Fischer con la que definía la tarea del intérprete: “Give life to the work without violating it.”
Para Brendel esto no implica que en el papel la obra esté muerta y que se necesite al intérprete para levantarla del limbo: “the life of a work is already to a large extent, if latenly, encapsuled in the score. In the performance, this latent life should become manifest”.
Brendel describe algunos de los aspectos básicos de la ejecución. En primer lugar, habla de que la música no sólo consiste en forma y estructura, sino también de carácter, atmósfera, psicología, expresión y afectos: “there is in music, the allotment of intellect and feeling.”
En segundo lugar, es posible iluminar una obra desde afuera o hacerla que cobre vida desde adentro. En el primer caso se dirige la atención a la obra resaltando ciertas características, en el segundo la obra se desenvuelve desde adentro hacia varias direcciones a la vez.
En tercer lugar, uno puede restringirse a tocar “sólo lo que está escrito”, o intentar permanentemente sorprender. Finalmente, el intérprete puede proceder históricamente o modernizando la obra. Como sea, el intérprete no debe partir de reglas rígidas y dogmas simplistas.
“Let us rather be inspired by the variety and multiplicity of the masterpieces themselves, by the fact that each masterpiece, by my definition, adds something novel to musical experience, that each theme, each coherent idea is divergent from any other”.
Lo mismo aplica al aspecto técnico de la ejecución: nunca serán suficientes algunas recetas y hábitos establecidos. En cada caso en particular hay que buscar la solución técnica adecuada. “The pleasure of searching and learning never ends”.
Brendel crítica varios hábitos de interpretación: “These days, performances sometimes sound as if a few keys of articulation should be able to unlock every eighteenth-century door.”
Uno de los hábitos que Brendel crítica es cortar las notas finales. Es como si alguien al cantar respirara entre cada frase y acentuara cada nota. La voz humana conecta cada nota con la siguiente de modo natural y la música vocal debe ser la referencia para los instrumentalistas.
Brendel también critica los diminuendos donde los contrastes musicales deberían ser tales: “there are musicians today who feel the compulsion to round out everything and insist on mediating between sections that must stand apart.”
Brendel considera que las “reglas firmes” deben ser cuestionadas, como la que dice que la música de antes de 1800 habla, y la de después de 1800 pinta. “In my own musical understanding, however, singing remains, at least before the twentieth century, at the heart of the music.”
Brendel habla de la variedad que debe haber en inicios y finales, en stacatto y legato, en trinos y arpeggios. Por ejemplo, los trinos pueden tocarse más rápido o más lento, consistentemente o variando su velocidad, brillantemente o meditativamente, sensualmente o mecánicamente.
Finalmente, Brendel habla del sonido de piano y el equilibrio. El mejor modelo para el intérprete debe ser el equilibrio de una excelente orquesta bajo la batuta de un director experimentado. Y como ejemplo pone la grabación de Furtwängler de la Sinfonía Incompleta de Schubert.
“Once in a while we find ourselves, during a performance, in the innermost core of a secret (…) the cello section plays the second theme on one dynamic level in ravishing pp, without what is called declamation, controlled yet unselfconscious...
removed from the constraints of time and breathing. No declamation could produce such mesmerising stillness within singing. The performer has disappeared behind the music.”
Para finalizar este hilo, hice un experimento. En febrero de 2019 me grabé tocando el “Andantino con Espressione” de la Sonata para piano No. 9 en Re mayor, K. 311, de Mozart. La compartí el viernes con el anuncio del capítulo de esta semana.
Hoy lo volví a grabar, tratando de “cantar” con el piano, como lo recomienda Brendel no sólo en este capítulo, sino en varios otros. Brendel no lo sabe, pero ha sido mi maestro por varios meses. A ver qué les parece. Buenas noches.
“Le concert, c‘est moi.” Cuando Liszt le escribió esto a la Princesa Belgiojoso, estaba inaugurando un nuevo tipo de concierto público: el recital. El anuncio en Londres usó el plural “Recitals on the Pianoforte”, aludiendo quizá a la cercanía de la música Romántica y la poesía.
Entre cada “recitación”, Liszt conversaba con gente del público (“a habit we have fortunately shed"). Mientras que los recitales de Liszt duraban aproximadamente dos horas, actualmente duran 80 minutos, salvo que se interpreten piezas cuyo tamaño requiera que se ajuste el tiempo.
Brendel equipara las grabaciones en vivo a un hijastro: “My subject is a stepchild - live recording. Standing between the two officially canonised sources of musical experience, concert performance and audio recording, the recorded concert has had less than its due”.
Brendel hace un catálogo de diferencias entre las grabaciones en vivo y de estudio:
- En un concierto sólo se ejecuta la obra una vez, en el estudio se ejecuta las veces que sea necesario.
- En el concierto la ejecución se experimenta una vez; en el estudio puede ser reproducida.
En este capítulo, Brendel hace una reflexión sobre sus grabaciones: “Looking back at the sixty years of my pianistic life, the quantity of my recordings seems to me one of its most unusual features. Let me try to explain how this multitude came about”.
Brendel no fue un niño prodigio y su familia no era de músicos o de inclinaciones estéticas. Antes de los quince años no había presenciado algún concierto sinfónico, un recital de piano o una ópera: “Only the radio provided occasional glimpses of distant musical bliss”.
“There are no bad pianos, only bad pianists.” Brendel empieza este capítulo reflexionando sobre esta frase. A pesar de parecer contundente (“An impressive statement, one that looks round for applause”), es una afirmación que deja confundido a cualquier pianista.
Es cierto que algunos pianos suenan menos mal bajo las manos de un experto que bajo las de un amateur, pero esto no los convierte en buenos pianos. Un piano mal afinado, con un registro desigual, apagado o ruidoso afecta la calidad de la interpretación que se podría lograr.
En este conmovedor capítulo, Alfred Brendel cuenta la vida de su amiga Katja Andy, pianista y maestra, a quien conoció en 1958 en la última clase magistral de Edwin Fischer en Suiza: “There, the most unclouded musical and personal friendship of my life began.”
Katja nació en 1907 como Käte Aschaffenburg, en Mönchengladbach, Alemania. Toda su familia era musical: su padre, un fabricante de textiles, tocaba decentemente el piano, y ambos padres habían estudiado con alumnos de Clara Schumann.
“What is piano playing of genius?” Es la pregunta con la que Brendel inicia este capítulo. Para él, una ejecución genial al piano es aquella que es al mismo tiempo correcta y audaz. La corrección nos dice lo que tiene que ser, la audacia lleva a lo que parecía imposible.
Mientras que la corrección puede ser alcanzada por el experto, la audacia presupone el don de la proyección, que lleva a la audiencia a la órbita de la personalidad del intérprete. El elemento personal “imposible” de Edwin Fischer era doble.