Algo hace clic en el cerebro, como un resorte: 9 de noviembre, Un ramito de violetas. Toda canción aspira a permanecer así en el recuerdo colectivo, pero muy pocas lo consiguen. A ver si desciframos qué tiene esta de especial en un hilo sobre su autora, su letra y sus versiones.
Evangelina Sobredo nació en El Pardo, en una familia pudiente: hija de militar y diplomático, siete hermanos, educación bilingüe, creció entre Inglaterra, Estados Unidos, Portugal y Jordania, donde le pilló la guerra. En los albores de los 70, ya veinteañera, regresó a Madrid.
Evangelina se convirtió entonces en Cecilia, su nombre artístico. Sacó dos discos donde trató temáticas ignoradas en la época —feminismo, suicidio, Guerra Civil—, y debió vérselas con la censura franquista. Publicó canciones muy exitosas, pero nada comparado con su tercer álbum.
Hay historias que rondan la mente de un autor durante años, hasta que maduran y encuentran el momento y el formato idóneo. Eso le ocurrió a Cecilia con un cuento que escribió en su adolescencia. Más tarde lo convertiría en una canción a la que llamó Un ramito de violetas.
La letra es meritoria porque cuenta una historia compleja en tres estrofas —presentación, nudo y desenlace— y un estribillo. Basta la descripción del matrimonio para sospechar que no es una canción normal de la época, cosa que confirma la irrupción del extraño que envía cartas.
También es muy llamativo el estribillo, con tres preguntas que acrecientan el suspense. Porque la canción, en apenas un puñado de versos, ya se ha convertido en un misterio. Es un reto, la narradora hasta interpela al oyente: dime quién es el extraño, venga, a ver si lo adivinas.
Y así transcurren sus días, sin otra ilusión que aguardar los pocos detalles anónimos que le permiten evadirse de la rutina. Es bastante triste, y más que lo será cuando se descubra la identidad del amante secreto. Ella, inocente, fantasea mientras con su aspecto físico.
Aviso: en la transcripción de la letra he corregido los laísmos de Cecilia, diez en total, que se perdonan porque la canción le quedó muy bien, pero resultan un poco desagradables al oído.

El estribillo, invariable, sigue preparando el terreno para la gran revelación.
La sorpresa argumental se divide en dos partes: primero conocemos que el esposo está al corriente, y ahí ya nos come la intriga. Gran parte del éxito de la canción radica en que, como los relatos y películas de giro final, un solo verso lo cambia todo: ¡el marido es el amante!
Es una argucia, un truco de escritora. Mientras lo asimilamos llega el último estribillo, que amortigua el impacto, y enumera de nuevo los actos del amante/marido, como un flashback. Todavía confundidos, podemos pensar que lo narrado es una dulce historia de amor, pero no.
¿Dónde está el amor? ¡El tío es un hijo de puta! La trata como una mierda a cambio de unas migajas de cariño que ella encima desconoce. No es revisionismo, desde el arranque se describe —«el mismo demonio»— como un cabrón. Y a saber qué más esconde ese «mal genio».
Cecilia ya era conocida, pero este tema la catapultó al estrellato. Quedó segunda en el Festival de la OTI. Muy pocas cantantes, si es que hubo alguna, pueden decir que fueron más famosas que ella en España durante la década de los setenta.

Actuó con su banda en Vigo el 1 de agosto del 76. Emprendieron los 600 km hasta Madrid de madrugada; al día siguiente debían grabar un especial para TVE. Pero no llegaron. El vehículo chocó contra un carro tirado por vacas: varios heridos y dos fallecidos, Cecilia y el batería.
Cecilia preparaba un disco musicalizando poemas de Valle-Inclán. Pero su carrera acabó muy pronto; engrosó el famoso club de los 27. Más tarde aparecería un álbum de temas inéditos. Hoy, en la casa donde vivió, una placa recuerda su nombre y las mejores canciones que escribió.
En 1981, cinco años después de la muerte de su autora, alguien decidió versionarla: Manzanita, José Manuel Ortega Heredia. Sobrino de Manolo Caracol, giraba desde chaval con Enrique Morente. Cantautor gitano de voz rota. Si la letra ya era buena, él la mejoró con sus retoques.
Primero le pasó el corrector ortográfico. Manzanita también nació en Madrid, pero por sus venas corría sangre andaluza... ¡Y nada le gusta más a un andaluz que afear un laísmo madrileño!
Sustituyó dos versos flojitos —«vive así de día en día...»— por unos posteriores, mucho mejores, cuya calidad se potenciaba con la repetición —«ella que no sabe nada...»—. También cambió el estribillo: ya no interpelaba al oyente, conocedor del misterio, sino a la protagonista.
Así es como descubrí yo esta canción, y así la habré escuchado setecientas mil veces. Todo el mérito para Cecilia, pero para mí esta es una de esas poquísimas versiones que superan la original, y lo hace tanto en interpretación como en letra.

De hecho, la letra corregida por Manzanita fue la utilizada en las versiones posteriores que triunfaron en diferentes países. La canción fue un éxito interpretada por Zalo Reyes en Chile, con la tecnocumbia de Mi Banda El Mexicano o el cuarteto argentino de La Mona Jiménez.
La lista de cantantes que versionaron Un ramito de violetas es más amplia, pero este hilo tiene que terminar en algún momento, y lo hace aquí. La semana que viene, otra canción comentada. Hasta entonces, dejo por aquí todas las anteriores. Salud.

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