Supongo que recuerdan como el otro día, por aquello de las elecciones a jefe de las Trece Colonias, mi madre, tras escuchar toda la tarde hablar de Wisconsin en la radio, creyó que era un supermercado nuevo. Y como a ella eso de dar barzones le priva, dijo de ir. Va hilo👇
Mi padre, que no pierde oportunidad de ponerme en un brete, la animó, contándole que le habían dicho en el Club que los «Supermercados Wisconsin» eran mundialmente conocidos por los exquisitos embutidos que ofrecían a sus clientes así como por la variedad de origen de los mismos.
Así que esa misma noche, mi madre se lo contó a tita Carmen, tita Carmen se apuntó a venir al Wisconsin para verlo y yo me encontré con no saber ni cómo, ni cuándo, ni adónde llevarlas porque, evidentemente, «Supermercados Wisconsin» es uno de esos grandes inventos de mi padre.
Se me había ocurrido llevarlas a algún centro comercial de Málaga o de Sevilla que no conozcan, porque lo de El Corte Inglés que me propuso mi padre, no me convencía mucho. Pensé en otro que hay en Granada y no me decidía. Pero,a la mañana siguiente,la Providencia se alió conmigo
Porque encima, no sé si se lo conté, me había liado en una apuesta. Mil euros si mi madre volvía feliz y si no, yo le tenía que dar quinientos.
-Te doy dos a uno, Nene.
-Es sobre un imposible. Vas a ganar.
-Siempre lo intento. Pero lo hago para dejarte una suculenta herencia.
Dormí nervioso. Ir con mi madre y tita Carmen a un centro comercial y convencerlas de que se llamaba Wisconsin, aunque no lo pusiera en ningún sitio era un desafío homérico. Pensé en quitarles las gafas de cerca, llevarlas de noche, decirles que era un lugar ilegal… Yo que sé…
Cuando llegué a la salita, mi madre ya estaba soñando con probar la myśliwska, que según me enteré después, es un tipo de salchicha polaca que se toma con pan de centeno. Y no porque ella sea muy aficionada a la gastronomía eslava, sino porque mi padre le acababa de asegurar
que esa era la comida favorita del santo Papa Juan Pablo II. Yo no sé de dónde saca estas informaciones, pero el caso es que lo afirma con tal convicción que mi madre llamó a tita Carmen para contárselo y como Conchita le dijo que había salido, llamó a sus amigas y a mis primas.
En un rato ya había recogido encargos para comprar más de veinte kilos de «santas myśliwskas» en el Wisconsin.
-Si esto lo tomaba el Papa tiene que ser bueno y santo, Luis. ¿A qué sí?
-¿Cuándo te he recomendado yo algo malo, Pilarín? Y ya que vais, traedme una caja de Żubrówka.
-¿De qué has dicho?
-De Żubrówka . Vodka blanco. Hay uno que lleva una rama dentro de la botella. Pues ese
-Pero eso no lo tomaría el Papa
-Mujer, es blanco. El color de la pureza, el de la sotana papal… No iba el hombre a tomar sólo leche, ¿no?
-No veo yo al Papa bebiendo vodka
-De joven, seguro. Y luego, ¡vete tú a saber! Mira don Ramiro
-Eso es verdad. Y el tío Pepe no le hacía ascos a una botellita de fino.
-Ni a un buen habano. Que te lleve este en el coche -me señala- te das tu paseo por el Wisconsin y os traéis todo.
Suena el teléfono. Tita Carmen
Como nos quedamos solos, le pregunto.
-¿Żubrówka? ¿Myśliwskas?
-Riquísimo. La gastronomía polaca es popular pero exquisita
-¿La has probado?
-No,pero he oído que el żubrówka es agua de vida.
-Papá, ¿de dónde sacas esas ideas?
-Del Canal Viajar, Nene. No sabes tú lo que se aprende
De pronto, un ¡ay! Los ¡ay! de mi madre son como ahogados, pero muy sentidos. En casa no somos de pegarnos un tiro, liarnos a maldiciones, ni apedrear con suspiros los vidrios de los balcones, como tan bien rimó Rafael de León. Pero mi padre y yo somos de no mover ni una ceja
y los Ruiz de Almodóvar, aún imbuidos de senequismo cordobés, se pierden en lastimeros suspiros, hipidos y estremecimientos, al ritmo de ayes y sollozos.
-¡Ay, Carmencita, por Dios! ¿No me digas eso?
Entre acordes de tragedia, vimos a la apuesta del Wisconsin quedarse en nada.
Del lloroso balbuceo de mi madre sólo pudimos concluir que a tita Carmen le había surgido una gravísima desavenencia conyugal que le impedía venir. Pero sin tener claro qué. Algo de y sobre Willy, sollozos, hipidos y adjetivos como landrú, pérfido, sátiro y hasta viejo verde.
A partir de ahí: mi madre llora, mi padre ríe, Amalia llora, carcajada de mi padre, mirada reprobatoria de mi madre, propuesta de porra de mi padre, enfado de mi madre, humo de lancero, intento de mediación por mi parte y a mi madre se le pasaron las ganas de ir al Wisconsin.
No sé cómo, me vi camino de Córdoba con la misión imposible, encomendada por mi madre, de reconciliar a esos «dos pobres cuya luna de miel se ha convertido en hiel. No corras, Nene. Y me lanzó un beso.
Pero lo último que escuché al cruzar la cancela fue: «Tráeme tabaco y ginebra»
Al llegar a casa de tita Carmen me abrió el portero que se constituyó en corresponsal de guerra.
-No se imagina usted como ha llegado la señora. Ni un general de la Legión. Y detrás, el marido, cabeceando y dando saltitos como la cabra. Y lo ha hecho subir andando. Al ático.
Subí. El nidito de amor con jacuzzi que se habían preparado los dos tortolitos. Llamé al timbre. Me abrió Conchita. La casa estaba a oscuras. Ella, de negro siciliano. Con cara de funeral. Si no fuera porque la pena de muerte está abolida hubiera creído que era el verdugo.
Vi una figura difuminada en la oscuridad. Era tío Willy. Estaba sentado en el vestíbulo debajo del cajetín del automático de la luz. En un borriquete de madera. Una silla antigua incomodísima de tres patas y con espaldar durísimo.
-Hola. Me dijo.
-¿Qué haces ahí?
-Penitencio.
-Pues nada, que lo disfrutes. ¿Y tita Carmen?
-En el salón.
-Ea, hasta la vista.
-Adiós.
Tita Carmen estaba sentada en su sillón rezando el Santo Rosario con tanta fe como enfado. Al verme, se levantó y vino hacia mí llorando.
-Jacobo, me he casado con un picaflor. Un sátiro.
-A ver, ¿qué ha pasado?
-Esta mañana hemos ido a misa.
-Muy bien.
-¿Te callas de una vez y me dejas hablar? ¡Señor, que trasto eres! ¿No tenía tu madre a nadie más a mano para enviarme? Y no me digas tú padre…
-¿El panadero?
-No querrás que le cuente mis penas al panadero.
-No.
-¿Te callas?
Ya ni hablé.
-Salimos de Santa Marina, yo con mi abrigo de pieles, el negro de visón. Hecha una señora, y ese que está en el vestíbulo con los harapos que le mando la pájara de su hija.
-Tita, no hace frío para el abrigo, ¿no?
-¿En qué mes estamos?
-Noviembre.
-Pues las personas de orden se ponen el abrigo para los Santos y se lo quitan para san José. Y si hace calor, se aguantan. ¿Puedo seguir?
-Sí.
-Y bien guapa que iba doña Carmen. Es Conchita que se ha sumado a la conversación.
-Gracias, hija. Tú sí que me quieres.
Se abrazan.
-Bueno, pues que delante del monumento a Manolete nos cruzamos con Rosita -tita Carmen se santigua- la prima pelandusca de Petri. La niñata sesentona y descocada que le tira los tejos. ¿Y qué te crees que pasa? ¿Te lo imaginas? No me contestes. ¡Cállate! Ya te cuento yo.
-Que no es que la salude, es que le da dos besos, le sonríe y le hace bromas y cucamonas. Y ya, para rematar la faena, le mira descaradamente el escote. Y allí, a los pies de Manolete, Jacobo. ¿Qué respeto es ese a una esposa en plena Luna de Miel? Un sinvergüenza que me engaña.
-Si ya decía yo que aquello de las fotos que encontramos en su móvil no tenía explicación. Es un sátiro, Jacobo. Quiero la nulidad eclesiástica. Y la civil. Inmediatamente. Arréglalo ahora mismo. ¿Le has hecho la maleta, Conchita?
-Sí, señora. Ya tiene el hatillo en el vestíbulo.
-Y ahora te lo llevas y se lo devuelves a su hija o se lo llevas a Rosita y que consumen el adulterio a placer, hijo. Y después te pasas por el primer convento que encuentres y nos sacas la matricula a Conchita y a mí. O como se diga. Abandonamos el mundo que tanto daño nos hizo.
-Si es de carmelitas mejor, que a mí me gusta mucho la película esa en la que a las pobres monjitas las guillotinan en la Revolución francesa. ¿Cómo se llama que no me acuerdo?
-«Diálogo de carmelitas», doña Carmen
-Esa, Jacobo. Preciosa
-¿Y todo eso tengo que hacerlo esta tarde?
-Sí. No hay tiempo que perder. Queremos profesar mañana mismo. Yo seré Sor Carmencita Traicionada y ella Sor Conchita Fidelísima. Y si puede ser, yo de Abadesa. Si hay algún inconveniente me puedo esperar al lunes. No tengo tanta ambición, hijo. Soy una modesta sierva de Dios.
-A ver, tita, yo me llevo a Willy…
-No nombres a ese sátiro en mi presencia.
-A ver, me lo llevo. Vosotras merendáis, ponéis la tele, veis «Pasapalabra» y ya mañana, más tranquilos, hablamos.
-Pues vemos el rosco, Conchita. Y organizamos uno en el convento con nombres de santos.
Llamé a casa de la hija de Willy. Nada, no lo quería. En Las Golondrinas me dijo mi padre que no hablar, que estaban mi madre y Amalia como las costureras de Madrid el Dos de Mayo, con las tijeras preparadas esperando al mameluco. Y que no se me olvidaran los puros y la ginebra.
Tío Fernando no estaba en casa. Así que lo llevé a un hotel. El dueño es amigo. Lo llamé para que lo atiendan lo mejor posible y le dejé pagada una semana a pensión completa. El pobre decía que no había mirado el escote de Rosita, que es que le duele mucho el cuello por la edad.
Lo curioso es que le debió dar uno de esos dolores cervicales justo cuando la jovencita que atendía la recepción del hotel le hacía el registro. Y mucho más fuerte que cuando se encontró con Rosita porque en vez de firmar en la cartulina,estampó la firma en el mostrador de mármol
Y allí sigue. La única novedad es que a tita Carmen se le ha pasado la vocación. A Conchita también. Pero insiste en la nulidad por ocultación de lujuria y lascivia desatadas.
Mi padre ha hecho una porra: Reconciliación o Ruptura con cierre a Fin de Año.
A ver qué pasa…
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Ayer, mientras echaba la tarde de tertulia con mi padre, entre café, brandy y mostachones de Utrera, caímos en la cuenta de que este año, al estar en el campo, no íbamos a poder divertirnos con la fiesta de Halloween que es algo que a los dos nos encanta y emociona. Va hilo 👇
Eso de que los niños de la vecindad disfrazados de zombies llamen a la puerta de casa en plena siesta para preguntarte si deseas truco o trato no es más que una terrible blasfemia, un agravio luterano, una afrenta a la civilización hispánica y un atentado a los derechos humanos.
Pero como, según recuerdo de mis divertidos tiempos universitarios, disparar contra una patulea de menores de edad disfrazados podría constituir un grave ilícito penal, sumado al hecho de que carezco de armas de fuego y mi padre sólo cuenta con una vieja carabina de tiro olímpico
He pasado malas noches en mi vida. Ya decía el gran Chiquito que «una mala noche la tiene cualquiera». Pero esta ha sido como para sumarse a la Santa Compaña y seguirla hasta Cuba como hacía aquel personaje de «El bosque animado» aconsejado por el bandido Fendetestas. Va hilo👇
Serían las cinco de la madrugada, hora que si sé que existe es porque más de una vez ha sido la de volver a casa tras alguna noche de juvenil jarana o larga cena y tertulia con los amigos, cuando creí oír el tañido de una campana en la lejanía. No hice caso y me di media vuelta.
Y al hacerlo, volvió a sonar. Me incorporé en la cama y otra vez el tilín, talán, que empezó ya a incomodarme. Que no es que sea yo persona impresionable ni amigo de historias de fantasmas -soy un aguerrido Fitz-Edwards- pero que tampoco hay que ir por la vida de loco temerario.
Me llama mi padre. Me urge a ir al salón. Está sentado junto a mi madre. Los dos muy serios. Mi madre, más.
-Nene, ¿cuántos años tengo? Ni mamá ni nos acordamos ahora mismo.
Me preocupo. Están mayores y a esas edades les puede ocurrir cualquier percance de salud en un pispás.
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-Ochenta y cuatro, papá, le contesto.
-¿Y yo?
-Eso, ¿y mamá?
-Los mismos, ochenta y cuatro.
Se vuelve hacia mi madre y le dice:
-¿Ves, Pilarín, como Jacobo no tiene lagunas de memoria? No sé por qué te preocupas tanto. Tiene sus años pero está bien.
-¿Me podéis explicar que pasa?
-Que como se te ha olvidado encargar un pastel cordobés para mañana que es San Rafael, nos hemos preocupado. Que vas cumpliendo años y podéis tener problemas de salud. Que lo vi en un documental.
-Nena, tranquila. Ya ves que está bien. Atontado, pero bien. ¿Qué hay del pastel?
Me ha comentado mi querido @tobiasestempran que explique a que llamamos en Córdoba, medio. O mediecito (seseando para ser cordobés autentico).
Pues es nuestra forma de pedir el vino. Ustedes van al bar y piden un vino. Así, sin más. Nosotros diferenciamos entre copa y medio. 👇
A la izquierda, el medio. A la derecha, la copa.
¿A qué parece raro? Es una broma habitual con los invitados foráneos.
-Como nunca has probado el Montilla-Moriles y es un vino generoso, ¿qué quieres, copa o medio?
-Mejor medio, ¿no? Dicen así, temerosillos.
-Un medio
Y... voilá!
Hay quien no entiende que la copa sea media copa llena y el medio, la copa hasta arriba. Sí, hasta arriba. Sin miserias. Lo de dejarle coronilla -aire entre la superficie del vino y el borde del catavinos- queda poco elegante.
Es que nos gusta el vino. No lo vamos a negar.
Como les contaba, cuando entramos a casa, tita Carmen decidió que nos hiciéramos un retrato de familia en el patio. Nos fuimos situando según sus órdenes y cuando dijo toda orgullosa: «Y aquí, a mi lado, mi querido esposo», nos dimos cuenta de que nos faltaba el novio. Va hilo👇
Entre la conversación y las risas se me había olvidado liberarlo de la silla. Al verse solo en el jardín y como tiene esa vocecita tan fina, no oímos sus grititos. Así que intentó levantarse. Pero como el correaje estaba bien sujeto a los travesaños, perdió el equilibro y se cayó
El pobrecito, con toda su buena voluntad y haciendo un esfuerzo infinito, consiguió ponerse a cuatro patas y avanzaba gateando muy despacito hacia el porche. Entre Antonio y yo lo incorporamos, le desatamos el correaje de la silla, lo cepillamos un poquito y lo entramos en casa.
El paseo nupcial en el viejo jaguar de tío Ramón fue muy emotivo. Cruzamos la cancela, salimos a la nacional y subimos hasta la ermita, donde tío Fernando les hizo unas fotos preciosas en las ruinas que vieron la primera experiencia mística de tía Adelita hace un siglo. Va hilo👇
Como tita Carmen está felicísima con eso de ir saludando por la ventanilla y quiere tener muchas fotos para enseñárselas a sus amigas de la asociación, tío Fernando se ha subido en la vespa del capataz y Alvarito, que está encantado con irse de aventura, le asiste como conductor.
Se acercan al auto, tita saluda agitando la mano y Willy lo hace militarmente llevándose la mano al casco. Se alejan para obtener instantáneas con el cartel de «Just Married / Recién Casados» que les ha preparado mi padre junto a la correspondiente ristra de latas de conservas.