Ayer le pedí -le rogué- a mi madre que hoy me dejara descansar. Tanto hacerme madrugar estaba desencajándome las meninges. Así que, aunque no me he levantado tarde, he podido remolonear un poquito. Serían poco más de las once cuando el ajetreo del patio me sobresaltó. Va hilo👇
Me incorporé en la cama, agucé el oído y oí unas voces desconocidas. De fondo, lo que parecía ser una radio desgranaba canciones modernas. No sé si seré capaz de explicarme. Era un ruido de esos en los que el cantante parece tener unas canicas en la boca y recita una salmodia.
De pronto, llaman a la puerta. Increíble, mi padre. Entró y se sentó en la descalzadora. Se atusó el cabello -es algo que hace para recordarme mi calvicie ruizalmodovariana que contrasta con su legendario pelo fitzedwardsiano-, se pasó el dorso de la mano por el bigote y me dijo:
-Nene, asómate a ver que pasa. He mirado de soslayo desde la galería y abajo pasa algo grave
-¿Y por qué tengo que mirar yo?
-Porque el frenesí es el afán diario de los jóvenes.
-¿Y por qué no lo haces tú?
-Porque la vejez nos hace cautelosos
-Nos hemos levantado lapidarios, ¿no?
-Sal a ganar la gloria, Nene
-Es que no sé yo
-Hazlo y te ganarás un merecido panegírico que mandaré escribir e iluminar en un pergamino que cantará tu valor por los siglos de los siglos
-¿Y si no vuelvo?
-Una elegía que leeré emocionado ante el féretro que acoja tu joven cadáver
-Papá… me preocupas. ¿Desvarías?
-Nene, compréndelo, no he desayunado.
-De acuerdo. Me asomo.
Me levanté, me puse la bata y me dirigí con paso firme hacia la puerta. La abrí. Miré a izquierda y derecha. Crucé la galería y me asomé con una mezcla de prudencia, miedo y disimulo.
Los ruidos provenían de un teléfono que había sobre la mesa del centro del patio y que vibraba al ritmo de una salmodia sabrosona que entonaba un tipo de acento caribeño y cuya letra resultaba ininteligible. Algo que sé que todos, sin saberlo, agradecíamos. El patio estaba vacío.
Delante de la puerta de la salita habían situado una mesa de despacho y un par de sillas y tras ella se veía la estructura del túmulo que se usó el domingo para forzar el perdón de tío Willy en la capilla y su consiguiente indulto que ya les conté, junto al soponcio de don Ramiro
Volví pensativo a mi habitación y me encontré a mi padre comiéndose las galletas napolitanas que siempre guardo en el buró por si me ataca el hambre a medianoche. Para ser exactos, estaba terminándose la caja. Y eso que estaba sin abrir. La había subido uno de los días del puente
Lo miré algo asombrado, me devolvió la mirada, se terminó la galleta y mientras me ofrecía la última de la caja, que rechacé, me dijo:
-¿Qué? ¿Podemos bajar a desayunar?
- No sé. No hay nadie
-¿Y?
-La música o lo que sea es del patio pero el ruido de voces viene como de la cocina
-Vamos, que se avecina tormenta.
-Podría ser, pero…
-¿Algo más?
-Han vuelto a poner el túmulo. Está delante de la salita pero sin el paño negro.
-Igual se ha muerto Willy.
-No seas cenizo.
-Anoche se hartó de setas
-Eran champiñones de lata. Y en tortilla.
-Nene, a Dios querer…
-Los champiñones nunca han matado a nadie.
-Pero un plato de setas cambió el destino de Europa.
-Ya, ya… pero esto son Las Golondrinas.
-Acuérdate de tía Cristina cuando se envenenó en plena boda del primo Borja.
-Pero fue para estropear la celebración.
-Y bien que lo consiguió.
-Eso sí. Un escandalazo.
-¿A ti no te han contado lo de una pariente de tu abuela María del Carmen que envenenó al marido?
-No. Nunca.
-Pues te cuento. Tenían un hotel de lujo en Casablanca cuando la guerra mundial.
-¿Cómo Humphey Bogart?
-No, era la primera guerra mundial.
-¡Ah!
-El marido era francés. Una evidente desgracia como comprenderás. Pues la buena señora -no me acuerdo del nombre- se entera de que el canalla del fransuá la engaña con una de las cupletistas del cabaret de enfrente. Y claro, pilla un enfado de categoría y se le pone cara de miura
Cada noche, en la triste soledad de su alcoba, imaginaba las escenas más escabrosas y degradantes protagonizadas por su cruel e infiel marido en el local de titilante luz del otro lado de la calle. Carcomida por la vergüenza, su herido corazón empezó a pergeñar una justa venganza
Una mañana, bufando como si la hubieran picado en todo lo alto en una tarde de feria, le salió la vena vesánica, empezó a rebinar y concluyó que no iba a tolerar tal afrenta. Decidió ofrecer al mesié una lección que ni la que recibieron sus antepasados en los campos de Bailén.
-¿Y qué hizo?
-Envenenarlo.
-¿Cómo?
-A su aire. Echaba purgante a todas las comidas. Al ir muy especiadas nadie notaba el sabor. Pero el franchute se pasaba la vida en las letrinas. Poco a poco se fue consumiendo. Se despertaba entre sudores y urgencias intestinales. No dormía…
-¿Lo mató?
-No, hombre. Pero le quitó las ganas de ir al cafetín de enfrente a tontear con la cupletista. No le daba tiempo a cruzar la calle entre visita y visita a la letrina. Y -se queda pensativo- ¿quién te dice a ti que tita Carmen no quiere hacer lo mismo con Willy?
-Papá…
Permanecimos sentados. Él en la descalzadora y yo sobre la cama, esperando que el legendario arrojo de los Fitz-Edwards nos iluminara…
Cuando el carrillón de la biblioteca dio las doce nos sacó de la modorra que nos había ganado. Les confieso que nos habíamos quedado dormidos.
-Nene, las doce. Hasta aquí hemos llegado. Nada parar a una collera de Fitz-Edwards. Nos vestimos y bajamos. Inmediatamente. Se nos va a juntar el desayuno con el aperitivo.
Saltó como un resorte y en un momento -sería casi la una- pasé a recogerle en la puerta de su dormitorio.
Bajamos despacio. Mi padre tras de mí.
-Hijo, la vanguardia es para los jóvenes.
Cuando llegué a la última meseta de la escalera, descolgué una de las cornucopias y la usé para ver el patio a través del espejo. Junto a las aspidistras estaba tío Willy sentado en una mecedora.
Su soledad era impactante. Se abrigaba con una preciosa manta que traje de Londres hace años. Una John Hanly de cashmere que me compré en Liberty y que empecé a echar de menos el sábado. Manoteó al aire. Me escondí tras la barandilla. Sonó mi móvil. Maldita sea. Era tío Willy.
-¿Qué quieres?
-Decirte que se ve la cresta de la cornucopia, Jacobo.
-Gracias.
-Pregúntale qué pasa -es mi padre.
-Dile que no sé nada. Me han sentado aquí y mi Carmencita me ha dicho que no me mueva. Y claro, yo no me muevo, hijo.
-Haces bien. Estás bajo vigilancia.
Colgamos.
Volví a sacar la cornucopia y a través de ella, vimos pasar a mi madre vestida de enfermera militar.
-Está guapa. Y el uniforme le queda como cuando iba a recogerla al Hospital Militar, Nene.
-¿No te extraña?
-En otra mujer, sin duda. Pero en mi Pilarín, no. Está igual de tipín.
-Eso no, papá, el hecho de que esté vestida de enfermera militar.
-Pues mira tu tía y ella no hizo los exámenes. Sólo se apuntó a unos cursillos porque le gustaba uno de los médicos. Un canario que se llamaba Betancor.
-Papá, se han vestido de enfermeras…
-Eso ya lo veo, Nene.
Amalia puso una bandera de España junto a la mesa. Tita Carmen se acomodó en una silla. Abrió su libreta. Tocó una campanilla y nombró a Conchita que se acercó. Escribió un papel, se lo dio y Conchita entró a la salita con mi madre. Al poco salió y repitieron el rito con Amalia.
-Perfecto, niñas. Nos ha quedado perfecto -gritó mi madre-. Ya lo tenemos todo preparado. Podemos llamar al alcalde y al gobierno civil.
El carrillón dio la hora. La una y media. Y nosotros sin desayunar. Mi padre, harto ya, se incorporó y salió a pecho descubierto al patio.
-Luis, estábamos tan entretenidas que ni nos acordamos de comentaros lo del hospital de campaña que estamos organizando.
La coge de las manos y la mira.
-Si es que estás tan guapa que eres una divina aparición, Pilarín. Ni Deborah Kerr, cielo mío.
-¿Qué hospital de campaña, mamá?
-¿Y yo a quién me parezco, cuñado?
-Carmencita, tú eres la Gracita Morales de Willy, picarona.
-¿Me puede decir alguien qué es eso del hospital de campaña?
-Aquí hubo uno en la guerra cantonal. Tenemos experiencia familiar.
-¿De qué hablas tita?
-De cuando Pavía. El del bacalao.
-Lo contaba tu abuela -dice mi madre- y no vamos a ser menos que nuestra bisabuela.
-Las Golondrinas siempre al servicio de España. Es tita Carmen.
-Mamá, ¿alguien me explica qué está pasando en este frenopático?
-¿Todo?
-No, Pilarín, todo, no. Sólo la locura de esta mañana.
-Es que ha dicho la radio que hay que organizar la vacunación de todos los españoles y que el gobierno va a pedir colaboración y como yo soy Dama Auxiliar de la Sanidad Militar, tengo conocimientos y equipo de colaboradoras, -tita Carmen, Amalia y Conchita sonríen y saludan.
hemos llamado a Juan Carlos, el hijo de Paco, el capataz, para que se trajera la mesa y las sillas del almacén. Y así vamos organizando un puesto de socorro completo para vacunar a toda la comarca en la salita. Si España nos necesita, nosotras no vamos a dar un paso atrás, Luis.
-¡Nunca, nunca! Corea el equipo de colaboradoras.
-Eres el ángel de la campiña, Pilarín.
-Willy, no te dejes avasallar y dime algo ¿no?
-Tú eres un arcángel, Carmencita.
-Van a quitar a san Rafel para ponerla a ella.
-Ya te han callado, Willy. No sirves para el piropeo, hijo mío.
-Si yo lo intento, Carmencita.
-Pero te avasallan.
-Es que..
-¡Cállate!
-Si yo..
-¡Qué te calles!
Y se han ido los cuatro del brazo con Amalia y Conchita a tomarse el aperitivo al porche y a organizar el Puesto de Socorro. Mi padre, no. Él sólo mira y sonríe a mi madre.
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Como ya les anuncié no voy a contarles la historia del día en el que tía Cristina se envenenó en la boda de su hijo Borja. Y no lo haré porque, sencillamente, no puedo relatarla. Me resulta metafísicamente imposible. Porque esa historia, debo confesarlo, jamás ocurrió. Va hilo.👇
Y no es que mi padre me liara. Que podría ser. No es, que empecinado, insista en mi cumplir mi público anuncio de no contarlo dada la ausencia de interés en conocerlo por parte de todos ustedes, siendo una historia tan espectacular e interesante. La razón es mucho más prosaica.
Lo confieso: me equivoqué de nombre. No hay excusa. Es cierto que mi abuela tuvo quince hermanos y que cinco de ellos fueron mujeres, pero tía Cristina profesó como clarisa en el granadino monasterio de Santa Isabel la Real del que llegó a ser abadesa tal y como les conté
Pues como está la tarde tranquilita por casa y estoy algo desocupado -incluso más que de costumbre- voy a escribir un hilo sobre uno de mis autores preferidos y la excepcional relación de su obra literaria con el cine.
Me refiero a mi admiradísimo E.M. Forster.
Va hilo 👇
Forster (1879-1970) nació en Londres y murió en Coventry. Fue novelista, pero también ensayista y libretista. Sus obras describen con elegancia la Inglaterra eduardiana y reflejan las diferencias de clase y esa forma de afrontar la vida con cierta distancia, cinismo o hipocresía.
Estudió literatura clásica e historia en el King's College de la Universidad de Cambridge. Un lugar bellísimo. 👇
Allí formó parte de un grupo llamado «Los Apóstoles». Bastante de sus miembros fueron parte del «Círculo de Bloomsbury». Fue amigo de John Keynes y Lytton Strachey.
Por si no lo saben, tita Carmen echó a tío Willy de casa. La causa fue la gravísima y pública infidelidad cometida al escrutar con lascivia -en apreciación de su esposa- el escote de Rosita, la prima sesentona y descocada de Petri, la anterior esposa del muy perillán. Va hilo.👇
Así que en consonancia con la gravedad de la situación decidió proclamarse viuda electa. Pero electa por Dios Nuestro Señor según acordó con mi madre en una larguísima conversación telefónica tras valorar otras posibilidades como viuda en funciones e incluso viuda in pectore.
Las dejé con sus disquisiciones teológico-matrimoniales y a mi padre con la organización de la Porra de la Reconciliación que «avanza viento en popa, Nene. Será histórica. Lo del whatsapp es un invento divino. Todavía me acuerdo cuando las organizábamos enviando telegramas».
Supongo que recuerdan como el otro día, por aquello de las elecciones a jefe de las Trece Colonias, mi madre, tras escuchar toda la tarde hablar de Wisconsin en la radio, creyó que era un supermercado nuevo. Y como a ella eso de dar barzones le priva, dijo de ir. Va hilo👇
Mi padre, que no pierde oportunidad de ponerme en un brete, la animó, contándole que le habían dicho en el Club que los «Supermercados Wisconsin» eran mundialmente conocidos por los exquisitos embutidos que ofrecían a sus clientes así como por la variedad de origen de los mismos.
Así que esa misma noche, mi madre se lo contó a tita Carmen, tita Carmen se apuntó a venir al Wisconsin para verlo y yo me encontré con no saber ni cómo, ni cuándo, ni adónde llevarlas porque, evidentemente, «Supermercados Wisconsin» es uno de esos grandes inventos de mi padre.
Ayer, mientras echaba la tarde de tertulia con mi padre, entre café, brandy y mostachones de Utrera, caímos en la cuenta de que este año, al estar en el campo, no íbamos a poder divertirnos con la fiesta de Halloween que es algo que a los dos nos encanta y emociona. Va hilo 👇
Eso de que los niños de la vecindad disfrazados de zombies llamen a la puerta de casa en plena siesta para preguntarte si deseas truco o trato no es más que una terrible blasfemia, un agravio luterano, una afrenta a la civilización hispánica y un atentado a los derechos humanos.
Pero como, según recuerdo de mis divertidos tiempos universitarios, disparar contra una patulea de menores de edad disfrazados podría constituir un grave ilícito penal, sumado al hecho de que carezco de armas de fuego y mi padre sólo cuenta con una vieja carabina de tiro olímpico
He pasado malas noches en mi vida. Ya decía el gran Chiquito que «una mala noche la tiene cualquiera». Pero esta ha sido como para sumarse a la Santa Compaña y seguirla hasta Cuba como hacía aquel personaje de «El bosque animado» aconsejado por el bandido Fendetestas. Va hilo👇
Serían las cinco de la madrugada, hora que si sé que existe es porque más de una vez ha sido la de volver a casa tras alguna noche de juvenil jarana o larga cena y tertulia con los amigos, cuando creí oír el tañido de una campana en la lejanía. No hice caso y me di media vuelta.
Y al hacerlo, volvió a sonar. Me incorporé en la cama y otra vez el tilín, talán, que empezó ya a incomodarme. Que no es que sea yo persona impresionable ni amigo de historias de fantasmas -soy un aguerrido Fitz-Edwards- pero que tampoco hay que ir por la vida de loco temerario.