Como ya les anuncié no voy a contarles la historia del día en el que tía Cristina se envenenó en la boda de su hijo Borja. Y no lo haré porque, sencillamente, no puedo relatarla. Me resulta metafísicamente imposible. Porque esa historia, debo confesarlo, jamás ocurrió. Va hilo.👇
Y no es que mi padre me liara. Que podría ser. No es, que empecinado, insista en mi cumplir mi público anuncio de no contarlo dada la ausencia de interés en conocerlo por parte de todos ustedes, siendo una historia tan espectacular e interesante. La razón es mucho más prosaica.
Lo confieso: me equivoqué de nombre. No hay excusa. Es cierto que mi abuela tuvo quince hermanos y que cinco de ellos fueron mujeres, pero tía Cristina profesó como clarisa en el granadino monasterio de Santa Isabel la Real del que llegó a ser abadesa tal y como les conté
cuando les referí aquella historia de los ocho hijos del «Perolillas» a los que sorpresivamente apadrinaron mis abuelos. Bien es cierto que profesó como sor Victoria del Corazón de Jesús y quizá. Solo quizá, de ahí pudo venir el involuntario error al que me arrastró mi padre.
Quien organizó aquel vodevil fue la siempre delirante tía Victoria. En fin, aclarado y el asunto y demostrado una vez más que Dios escribe recto con renglones torcidos, colijo que puedo cumplir mi promesa de no contarles el envenenamiento de tía Cristina porque no ocurrió jamás.
Ustedes conocerán que aconteció con tía Victoria sin que nadie quede moralmente dañado. Ni yo romperé mi palabra, ni ustedes sufrirán el dolor de la duda, ni perderán las pestañas buscando reseñas en la sección de sucesos de algún viejo periódico lisboeta. Pues ocurrió en Estoril
No se imaginan la vergüenza que pasé ayer durante el almuerzo cuando, con la única intención de obtener información sobre el asunto y aprovechando que, en palabras de tita Carmen, ella y tío Willy celebraban sus «dos meses de felicísimo matrimonio. Toda una vida juntos ya»
saqué el tema de las bodas familiares con idea de acabar en la del primo Borja con miss Shepherd, una texana rubísima y muy religiosa -a Dios gracias, católica- a la que su suegra, ya desde el mismo día en el que la conoció en Puerto Rico, llamaba la divina pastora de Texas.
Fue nombrar a tía Cristina y empezar mi madre a contar una anécdota que le ocurrió una vez que fue a visitarla al convento acompañando a mi abuela. Tras el preceptivo «Ave María», que fue con testado con el correspondiente «sin pecado concebida» preguntaron por la madre abadesa.
La voz al otro lado del torno contestó que sor Victoria -en ese momento caí en mi error- estaba apartada del mundo en un voluntario retiro para domeñar su natural mal carácter, su incontinente lengua y su inadecuado y terrible comportamiento para con sus hermanas del monasterio.
-Imaginaos como me quedé-dice mi madre-, yo que tendría diez o doce años oyendo algo así. Cuando tienes una tía monja supones que es una santa dedicada a la oración.
-Y a la repostería, Pilarín, no te olvides de la repostería.
-También. Pero lo normal es que la guíe la santidad.
-A ver, Pilarín,según contaba tu padre, y yo tengo muy buena memoria, lo que guio la vocación de tía Cristina fue el desengaño amoroso con el marqués aquel, ¿o era conde?
-Lo que era es mariquita -tita Carmen entra en escena- marqués y mariquita
-Eso no me lo habéis contado nunca
-Es que aún eres muy niño, Jacobo para según qué cosas. Tita Carmen me coge la mano.
-¿Ese era el que venía luego con tío Eugenio para las cruces de mayo? ¿Uno alto?
-Sí, ese, Luis, ese mismo. ¿Me vais a dejar contar lo del convento que estáis hablando todos y no puedo terminar?
-Todos, no. Willy no ha hablado.
-¿Qué digo, Carmencita?
-Algo, di algo.
-Puedo declamar una poesía.
-Algo ingenioso, hijo, que no eres un colegial de visita.
-Es que no se me ocurre nada.
-Pues entonces, te callas.
-Si estaba callado.
-¿Pues para que interrumpes a mi hermana?
-¿Y qué pasó entonces, mamá?
-Pues que tu abuela, con toda la tranquilidad del mundo dijo, «¿cuánto tiempo te has tenido que castigar esta vez, Cristina? Es para no venir en balde la semana que viene». Y es que se obligaba a atender en el torno. Con lo arisca que era la puñetera.
Afortunadamente, la conversación confluyó donde quería y así les cuento la versión de testigos presenciales. Como he comentado, el asunto aconteció en Estoril y si hay algo en lo que toda la familia esté de acuerdo es en que tía Victoria fue la gran diva de los Ruiz de Almodóvar.
Desde su nacimiento demostró –en palabras de su padre, mi bisabuelo Pepote- una increíble disposición a hacerse notar. Si tienes dieciséis hijos y de ellos, quince nacen a partir de las doce de la mañana y cuando estaba más o menos previsto y una, sólo una, es decir, tía Victoria
le da por nacer de madrugada, tres semanas antes de lo previsto y en un compartimento del coche cama del Sudexpresso de la Compagnie Internationale des Wagons-Lits mientras la familia se encaminaba a disfrutar del veraneo en San Sebastián y a la altura de Miranda de Ebro.
Ya niña, la familia insistía en sus dotes teatrales. Pero no porque la naturaleza le regalara una voz de prodigiosa coloratura -como la de la gran María Callas- o porque fuera capaz de emocionar a la audiencia gracias a su capacidad dramática - como la deliciosa Katherine Hepburn
Más bien fue agraciada con un carácter caprichoso, envidioso y egoísta, de tal modo que cuando cualquier circunstancia de la vida, no respondía a su real capricho se desahogaba con una terrible llantina, acompañada de toda suerte de hipidos, muecas y estertores, hasta lograr,
por pura desesperación de la audiencia, el anhelado objetivo. El que fuera. Mis abuelos sufrieron mucho con aquella mocosa, aquella experta saboteadora de celebraciones familiares. Una niña de rubios tirabuzones, ojos azules, carita angelical y alma de diablilla traicionera.
Siempre quería ser la protagonista. La novia en la boda, el niño en el bautizo y la muerta en el entierro. Y en este último caso, literalmente, pues con apenas siete u ocho años se introdujo subrepticiamente en el féretro de su abuela paterna y se durmió junto al cadáver.
Imaginen el repullo que sintió el empleado de la funeraria cuando fue a cerrarlo y se encontró a la niña tan tranquila durmiendo acurrucada junto al sucinto fiambre de su abuela porque, dicho sea de paso, la buena señora, según se cuenta, era del tipo cuarto y mitad de pollo.
Después de incomodar a padres y padrinos en todos los bautizos a los que se acudía como invitados, dado su innato interés en recibir las aguas bautismales antes que el neonato, se dedicó a reventar las Primeras Comuniones y demás sacramentos de hermanos, primos y demás familiares
La niña se hizo tan conocida en aquella Córdoba de entreguerras que cada vez fueron menos los arriesgados que osaban invitar a cualquier evento a tan simpática, agradable y educada familia, como ha sido siempre, y casi sin excepciones, la de los Ruiz de Almodóvar. Menos ella.
Su sacrílego repertorio incluía el robo de las sagradas formas, o la suelta de animales entre los comulgandos, especialmente gatos. Al afán de protagonismo, unía unos insoportables aires de grandeza y un desmedido placer por el dinero. Se especializó en el hurto de las propinas.
Como señaló en una ocasión a su propio padre: «La fortuna familiar no es desdeñable, pero dado tu inmoral instinto procreador vamos a tocar a cuatro perras». Poco antes de cumplir los veinte, durante un veraneo en San Sebastián y sin que nadie lo esperara, soltó la noticia.
El doce de octubre, me caso con Romualdo Santamarina. El tal Romualdo -tío Romualdo, al fin y a la postre-era un ricachón, tan cateto como poco cultivado que ofrecía el gran aliciente de ser huérfano y haber heredado una fortuna proporcional a su falta de cualidades intelectuales
El marido ideal para una mujer tan desaprensiva como tía Victoria. Se han situado en el personaje ¿verdad? Años más tarde, su único hijo, al que llamó Francisco de Borja, se ennovió en Puerto Rico, donde trabajaba, con una chica deliciosa y encantadora llamada Virginia Shepherd.
Vicky hablaba un perfecto español y además era simpática, culta y muy religiosa, lo que encantó a tía Adelita y cautivó a todos. Menos a tía Victoria que desde que enviudó, nada más nacer su hijo, había brillado a su antojo y no iba a permitir que nadie le hiciera sombra.
Intentó impedir el casamiento utilizando todo tipo de argucias, enfermedades imaginarias y reales, intervenciones quirúrgicas, entierros familiares, estragos, epidemias y hasta un Ultimátum a los EE. UU. exigiendo la inmediata devolución de Puerto Rico a la Corona de España.
El infante de marina que hacía guardia ante la Embajada en Madrid, aún debe recordar estupefacto a aquella señora que, acompañada de dos amables guardias civiles, fue desalojada a la fuerza de la garita de entrada donde había prendido fuego a una bandera de las barras y estrellas
No pudo, se rindió al amor entre Borja y la bella texana. Pero en la soledad de su casa segoviana tramó su venganza. De pronto, todo fueron parabienes y sonrisas con la feliz pareja. Pero algo bullía malignamente en la enferma mente de aquella señora de terribles antecedentes.
Adquirió en la sección de droguería de unos grandes almacenes –que es como se dice El Corte Inglés en los periódicos, si no ha pagado la publicidad– un bote de veneno para insectos y el día de la boda lo ingirió junto a su habitual desayuno de café, tostadas y zumo de naranja.
Quería enfermar en plena boda e impedir el enlace. Un leve mareo en el auto; un ataque de hipo en la celebración; un vahído a la salida de la iglesia; un descomunal eructo en el atrio de la misma mientras el fotógrafo inmortalizaba el acto ... pero nada pudo paralizar el enlace.
Ya en el hotel donde iba a celebrarse el enlace y molesta por la atención que provocaban los invitados de la novia ataviados con sus sombreros de vaquero, mientras nadie se fijaba en su tocado con un enorme lazo de lunares, se apartó y decidió impedir esa terrible afrenta.
Tomo otro buchito de veneno mezclado con una copa de oporto y decidió «ir a por todas», como decía siempre Joe Brown, el sheriff, héroe de las novelas del oeste que gustaba leer en sus largas tardes de estío segoviano mientras las chicharras amenizaban su bien ganada soledad.
Finalizó la cena y se inició el baile. Borja y Vicky bailaban deliciosamente los primeros compases del «Vals del Emperador» cuando tía Victoria, dando la nota una vez más, invadió la pista de baile dando tumbos y gritándole a su recién estrenada nuera: «asesina, envenenadora».
Los asistentes enmudecieron,los danzantes pararon en seco, la orquestina siguió tocando y la tía Victoria que tuvo el mal gusto de expulsar espumarajos por la boca, se desvaneció a los pies de la pobre novia en el mismo momento en que la música atacaba el exquisito final del vals
Miró a Vicky y gritó al público: «Me has asesinado con Raticín Extreme». Volvió la vista a su hijo y le despidió con un acusador «esa yanqui me ha matado». Borja cabeceó y siguió bailando mientras mi abuela aplaudía y tío Ramón y tío Fernando la sacaban de la pista de baile.
Le hicieron un lavado de estómago y estuvo una semana ingresada en el hospital. Mi abuela le explicó a los texanos que era una tradición familiar declamar unos versos en homenaje a la novia, pero que, lamentablemente, tía Victoria se había resbalado al salir.
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Pues como está la tarde tranquilita por casa y estoy algo desocupado -incluso más que de costumbre- voy a escribir un hilo sobre uno de mis autores preferidos y la excepcional relación de su obra literaria con el cine.
Me refiero a mi admiradísimo E.M. Forster.
Va hilo 👇
Forster (1879-1970) nació en Londres y murió en Coventry. Fue novelista, pero también ensayista y libretista. Sus obras describen con elegancia la Inglaterra eduardiana y reflejan las diferencias de clase y esa forma de afrontar la vida con cierta distancia, cinismo o hipocresía.
Estudió literatura clásica e historia en el King's College de la Universidad de Cambridge. Un lugar bellísimo. 👇
Allí formó parte de un grupo llamado «Los Apóstoles». Bastante de sus miembros fueron parte del «Círculo de Bloomsbury». Fue amigo de John Keynes y Lytton Strachey.
Ayer le pedí -le rogué- a mi madre que hoy me dejara descansar. Tanto hacerme madrugar estaba desencajándome las meninges. Así que, aunque no me he levantado tarde, he podido remolonear un poquito. Serían poco más de las once cuando el ajetreo del patio me sobresaltó. Va hilo👇
Me incorporé en la cama, agucé el oído y oí unas voces desconocidas. De fondo, lo que parecía ser una radio desgranaba canciones modernas. No sé si seré capaz de explicarme. Era un ruido de esos en los que el cantante parece tener unas canicas en la boca y recita una salmodia.
De pronto, llaman a la puerta. Increíble, mi padre. Entró y se sentó en la descalzadora. Se atusó el cabello -es algo que hace para recordarme mi calvicie ruizalmodovariana que contrasta con su legendario pelo fitzedwardsiano-, se pasó el dorso de la mano por el bigote y me dijo:
Por si no lo saben, tita Carmen echó a tío Willy de casa. La causa fue la gravísima y pública infidelidad cometida al escrutar con lascivia -en apreciación de su esposa- el escote de Rosita, la prima sesentona y descocada de Petri, la anterior esposa del muy perillán. Va hilo.👇
Así que en consonancia con la gravedad de la situación decidió proclamarse viuda electa. Pero electa por Dios Nuestro Señor según acordó con mi madre en una larguísima conversación telefónica tras valorar otras posibilidades como viuda en funciones e incluso viuda in pectore.
Las dejé con sus disquisiciones teológico-matrimoniales y a mi padre con la organización de la Porra de la Reconciliación que «avanza viento en popa, Nene. Será histórica. Lo del whatsapp es un invento divino. Todavía me acuerdo cuando las organizábamos enviando telegramas».
Supongo que recuerdan como el otro día, por aquello de las elecciones a jefe de las Trece Colonias, mi madre, tras escuchar toda la tarde hablar de Wisconsin en la radio, creyó que era un supermercado nuevo. Y como a ella eso de dar barzones le priva, dijo de ir. Va hilo👇
Mi padre, que no pierde oportunidad de ponerme en un brete, la animó, contándole que le habían dicho en el Club que los «Supermercados Wisconsin» eran mundialmente conocidos por los exquisitos embutidos que ofrecían a sus clientes así como por la variedad de origen de los mismos.
Así que esa misma noche, mi madre se lo contó a tita Carmen, tita Carmen se apuntó a venir al Wisconsin para verlo y yo me encontré con no saber ni cómo, ni cuándo, ni adónde llevarlas porque, evidentemente, «Supermercados Wisconsin» es uno de esos grandes inventos de mi padre.
Ayer, mientras echaba la tarde de tertulia con mi padre, entre café, brandy y mostachones de Utrera, caímos en la cuenta de que este año, al estar en el campo, no íbamos a poder divertirnos con la fiesta de Halloween que es algo que a los dos nos encanta y emociona. Va hilo 👇
Eso de que los niños de la vecindad disfrazados de zombies llamen a la puerta de casa en plena siesta para preguntarte si deseas truco o trato no es más que una terrible blasfemia, un agravio luterano, una afrenta a la civilización hispánica y un atentado a los derechos humanos.
Pero como, según recuerdo de mis divertidos tiempos universitarios, disparar contra una patulea de menores de edad disfrazados podría constituir un grave ilícito penal, sumado al hecho de que carezco de armas de fuego y mi padre sólo cuenta con una vieja carabina de tiro olímpico
He pasado malas noches en mi vida. Ya decía el gran Chiquito que «una mala noche la tiene cualquiera». Pero esta ha sido como para sumarse a la Santa Compaña y seguirla hasta Cuba como hacía aquel personaje de «El bosque animado» aconsejado por el bandido Fendetestas. Va hilo👇
Serían las cinco de la madrugada, hora que si sé que existe es porque más de una vez ha sido la de volver a casa tras alguna noche de juvenil jarana o larga cena y tertulia con los amigos, cuando creí oír el tañido de una campana en la lejanía. No hice caso y me di media vuelta.
Y al hacerlo, volvió a sonar. Me incorporé en la cama y otra vez el tilín, talán, que empezó ya a incomodarme. Que no es que sea yo persona impresionable ni amigo de historias de fantasmas -soy un aguerrido Fitz-Edwards- pero que tampoco hay que ir por la vida de loco temerario.