#CosasQuePasanEnLaGuardia #120. Lo cargan entre dos por los costados y el tercero los escolta desde atrás. No parece llegar a los treinta. Está pálido y la piel se le nota brillosa de la transpiración. Sus ojos están cerrados y los párpados, temblorosos. Un par (+)
(-) de gotas frías me bajan desde la nuca por la espalda.
Lo miro desde lejos. No tengo ni el camisolín puesto. Su labio de abajo está entre partido y mordido y la sutura se hunde en el defecto. Luce otra en uno de los costados rapados de la cabeza, bastante más larga y (+)
(-) en semicírculo; ésa, al menos, la va a poder tapar con el pelo. Restos de sangre seca le decoran el cuello al igual que la remera de la que asoma sus antebrazos –de tatuajes apenas desteñidos– unidos adelante por las esposas. El pantalón tiene restos amarronados (+)
(-) de otro talante y huele –incluso con el N95 y el barbijo quirúrgico puestos– a eso, a pis seco y a roña mezclada con algo dulzón que podría asegurar que es G@ncia por la única borrachera que tuve en mi adolescencia tardía con esa bebida del demonio –única y suficiente. (+)
(-) Terminé volviendo a casa con la ropa cubierta en vómito que al día de hoy no puedo precisar si fue propio o ajeno, tras haberle declarado mi amor presente y pasado a unos cuantos compañeros, ninguno de los cuales se interesó en mí–, bebida cuyo olor hoy no soporto. (+)
(-) Doy medio paso atrás.
–¿Dónde lo ubicamos? –me pregunta en el más joven sin explicar nada.
–¿La educación te la olvidaste en casa? –lo reta el del fondo, un pelado que parece ser su superior.
(+)
(-)
El chico –tiene una cara de nene bárbara– se disculpa y se presenta. Al detenido lo trajeron ellos porque de golpe lo encontraron así, tirado en el piso de lo que asumo que sería su celda. Me pregunto si las celdas serán individuales o no, sobre todo con esto del covid, (+)
(-) aunque no lo exteriorizo. Tampoco pregunto la causa de su detención, ya aprendí que es mejor no saber.
Llamaron al médico, pero tardaba. Cuando empezó a temblar, el superior dijo basta y vamos. Lo cargaron –no sé si como ahora o repartiendo el esfuerzo (+)
(-) entre los tres– y lo subieron al patrullero. Le metieron pata, sirena y acá están.
Consultorio libre no tengo. Les señalo una camilla en el pasillo y les pido que se queden con él mientras me cambio. Busco el equipo de protección personal y a algún compañero (+)
(-) para que me de una mano. Se ofrece uno nuevo, prestado de otro hospital, que no entiende mucho cómo funcionan las cosas todavía.
Nos cambiamos juntos y chequeamos que todo quede bien puesto. Él no tiene máscara y acá no hay para darle. (+)
(-) Nos acercamos al paciente –ya esposado a la camilla– y me ofrezco para revisarlo. Mi compañero recopila los datos filiatorios que le brindan los policías y luego anota lo que le voy dictando. Presión por el piso y taquicárdico. Fiebre no tiene; está frío que es peor. (+)
(-) El saturómetro no lee. Me pongo a calentarle los dedos con las manos enguantadas hasta que mágicamente me larga un noventa y seis (mucho más de lo que esperaba). Respiro.
Le retuerzo el puño sobre el esternón hasta que abre los ojos. (+)
(-)
–Animales –mira a los policías y los cierra de nuevo.
A los tirones logro sacarle que le duele la panza. Vomitó tres veces, aunque su ropa no presente evidencias. Le palpo el abdomen. Le duele bastante, por todos lados, y lo pone hecho piedra apenas lo toco. (+)
(-) Por las dudas le pido a mi compañero que llame a los de cirugía. Al paciente le indico que se siente. En vez de eso, se vuelve a dormir. Los oficiales me ayudan –lo sientan, así esposado de una mano como está– y logro auscultarle los pulmones; nada. Les pido (+)
(-) que lo sostengan unos segundos más y le golpeo la espalda –a la altura de los riñones– con el lado meñique de mi puño cerrado. Se sacude algo. Lo acostamos de nuevo y las esposas se quejan por lo brusco del movimiento. Por último, le reviso las heridas. Tiene una (+)
(-) tercera en el muslo, pero ninguna parece infectada.
Mi compañero hace las órdenes del suero, el laboratorio y la orina (ni se cómo va a tomar la muestra, no da ponerle un papagayo ahí; igual la necesitamos). Me pregunta a quién se las da y miro alrededor. Le (+)
(-) señalo al primer enfermero que veo. Lo corre y vuelve sacudiendo la cabeza hacia los lados.
–Se rajó con que está solo para el shock-room –me explica.
Le hago con la mano que calma mientras mis ojos retoman la búsqueda. Nadie. Le aprieto (+)
(-) el brazo al paciente con una mano y con la otra le busco las venas del pliegue. No se palpan y el Diego que se tatuó no ayuda. Cambio de lado. Pasa lo mismo, ahora con un nombre de mujer firuleteado. Aparece una enfermera vestida de astronauta justo cuando (+)
(-) el paciente revive y vomita decorándome las botas y el camisolín.
–Necesito suero y labo –le ruego.
–Dale mi reina –contesta.
Recién ahí la miro, es una morocha copada que vive sonriendo –ahora no sé por los barbijos, aunque los ojos, atrás de la máscara, sí que parecen (+)
(-) sonreír–, ni la había reconocido. Se aleja y vuelve con la jeringa, el suero y demás. Me ilumino y le pido que le haga también un hemogluco (test de azúcar en sangre con un aparato de bolsillo). Sonríe otra vez con los ojos, mete la mano abajo del camisolín y la saca el (+)
(-) aparato del bolsillo. Lo hace bailar en el aire y sus ojos chisporrotean. Tengo ganas de abrazarla.
Llena los tubos de sangre, pone la vía y mide el azúcar. Da horriblemente alta.
–¿Sos diabético? –le pregunto al paciente mientras lo sacudo.
Ni respuesta.
(+)
(-)
Le dirijo la pregunta ahora a los oficiales. El pelado mira al que entró sin saludar. El tercero –un rubión de cara insulsa que rebolea sus ojos pardos demasiado seguido para mi gusto– arremete contra el piso con la punta del pie derecho mientras mantiene el talón (+)
(-) apoyado. Mis ojos se clavan en su danza.
–No dijo nada –contesta el de cara de nene.
Quisiera ahondar sobre si alguien interrogó acerca de sus enfermedades, pero me trago las ganas.
Le indico a la enfermera la insulina que tiene que aplicarle mientras mi compañero (+)
(-) corre con las muestras al laboratorio. Yo me descambio –con cuidado de no transferir los restos ácidos de vómito a mi ropa– y busco al emergentólogo que está almorzando una ensalada –le quedan cuatro bocados como mucho– de la que distingo salmón, palta, rúcula, (+)
(-) queso blanco, arroz, semillas y medio tomate cherry. Me resulta demasiado coqueta para esta guardia y, a la vez, lo envidio. Le pido perdón por la interrupción y le escupo el paciente que creo que tiene que pasar al shock-room.
(+)
(-)
–¿Qué pH tiene, che? –pregunta mientras dos hojas de rúcula apenas masticadas con un bodoque de arroz asoman entre sus dientes. No parece importarle.
(El pH es un valor de laboratorio que habla de la gravedad de múltiples cuadros, crucial (+)
(-) en los pacientes diabéticos)
–No lo tengo –confieso–, pero está para el shock, en serio –insisto.
Traga lento, me mira, mira su ensalada y vuelve hacia mí.
–¿Y si vas regándolo?
(Habla de que hidrate con suero al paciente para bajarle el azúcar, lo que estamos (+)
(-) haciendo).
–Termino de comer y voy –se mete un pedazo de salmón en la boca apenas acaba la frase y se ríe ante una pavada que le comenta la cardióloga–. Conseguite el labo –agrega con el salmón saludando de coté.
Subo y bajo la cabeza, levanto el pulgar, (+)
(-) le deseo buen provecho y salgo. Vuelvo al pasillo. El suplente prestado –ya sin camisolín– está apretando el suero del paciente para que pase rápido.
–Lo vengo licuando pero no está para acá –señala el pasillo.
El término me roba una sonrisa ínfima por detrás del barbijo.(+
(-) Me pregunto cuántos sinónimos más de “pasarle mucho suero a un paciente” habrá. “Hidratarlo a chorro”, “meterle fisio a pasto”, ¿“aguarlo”?
–Cri, cri… –mi compañero me trae de vuelta.
Le comento que ya se lo presenté al emergentólogo, (+)
(-) que come y lo ve, pero que pide el laboratorio. Él suelta el suero, hace una especie de pase mágico, mete la mano en el bolsillo del ambo, la saca haciendo un firulete y me entrega un papel.
–Horrible –agrega.
(+)
(-)
Es la parte del laboratorio que sale más rápido, justo la que incluye el bendito pH y sí, está horrible.
–Te haría un monumento –le largo mientras avanzo hacia el estar.
Él hace una especie de reverencia y retoma el apretuje del suero.
(+)
(-)

Entro. El emergentólogo está tirando la bandeja vacía de su super-ensalada.
–Al menos me dejaste terminarla… –se ríe mientras analiza el papel–. Está bien, pásalo.

Le aviso al enfermero –el que hace un rato no quiso ponerle la vía– para que tenga lista la cama y llamo (+)
(-) a los camilleros. Están pasando a uno a la unidad coronaria, subiendo otro a quirófano y ocupándose de la UFU. Busco una camilla para llevarlo nosotros; nada. Silla tampoco hay.
–¿Y si lo cargamos? –se ofrece el policía de cara de nene.
(+)
(-)
El pelado elogia la idea y el rubión infla el tapabocas de un resoplido.
Le sueltan las esposas y vamos entre todos: los policías más jóvenes, uno de cada lado, yo cuidándole la vía y mi compañero y el superior de escoltas. El paciente sigue con (+)
(-) bastante tendencia al sueño y apenas ayuda con un movimiento minúsculo de los pies.
Llegamos. El enfermero está tocando botones del monitor del fondo. La única cama disponible está sin hacer.
–Te avisé que lo traíamos –lo increpo.
(+)
(-)
–A mí el único que me dice qué hacer acá es el dueño del boliche, piba –sigue en lo suyo.
Pienso en depositar al paciente sobre el colchón y que se arreglen. Casi que lo hago, pero la culpa me frena. Aprieto los puños hasta incrustarme las uñas con guantes y todo, aprieto(+)
(-) las muelas, respiro hondo, cuento hasta cinco, manoteo unas sábanas y me dirijo hacia la cama. Estoy desplegando la de abajo cuando llega el emergentólogo.
–¿Qué pasa que la cama no está hecha, che? –se dirige el enfermero.
(+)
(-)
–Pasa que estoy solo para todo –ladra sin mirarme.
El emergentólogo recorre la sala con la vista. Yo lo sigo. Todos los pacientes están intubados, con los sueros puestos, monitores conectados y sin ninguna alarma sonando.
(+)
(-)
–Tranqui, la hacemos nosotros –lo chicanea–, vos relajá que está todo que explota.
El enfermero larga los botones, patea una caja de sueros, corre de mal modo una silla, aparece al lado mío y me saca la sábana de un tirón. En eso aparece la enfermera morocha (+)
(-) copada, ahora sin todo el atuendo.
–Ni al baño puedo ir –se ríe y agarra la otra punta de la sábana.
–¿Cómo se te ocurre dejarlo solo con todo este caos a vos? –aprovecha el emergentólogo y sigue con el chicaneo.
El enfermero chasquea la boca, pero no dice nada.
(+)
(-)

Cama hecha, paciente acomodado, aparatos conectados, esposas agarradas a la baranda y salgo de ahí. Los policías se ubican en la puerta desde donde pispean. El de cara de nene se me acerca, bastante más pálido que a su llegada.
(+)
(-)
–¿Va a terminar como esos? –me señala a los pacientes intubados.
Le digo que no sé, que espero que no, pero que mejor lo hable con el emergentólogo en un rato cuando tenga el resto de los estudios. Hace que sí con la cabeza y se me queda mirando.
(+)
(-)
–Yo no le pregunté por la diabetes… –larga y ahora no solo está pálido, sino también sudoroso, casi como el paciente cuando entró.
Lo invito a sentarse y se niega.
–Él tampoco te lo dijo, tranquilo –intento calmarlo.
Su cabeza ahora se mueve hacia los lados, lenta (+)
(-) pero constante.

Voy para la lista y atiendo dos pacientes que se pueden ver en el pasillo. La primera parece una infección urinaria y el segundo, una en la pierna. Les pido la orina, el laboratorio y busco lugar para seguir con los que requieren camilla. No consigo. (+)
(-)
El residente de primero de cirugía aparece y pregunta por el paciente. Le informo que al final no era para ellos y se le escapa un “mejor”. Me pide que no diga nada y para cuando bajé la cabeza ya desapareció.
Hablo con mis compañeros; ninguno está por dar un alta. (+)
(-) Me digno a ir al baño y el pis sale oscuro y en demasía. Me lavo las manos y salgo. Me refugio en el estar y mastico las empanadas recalentadas que me olvidé que traje. Son de carne cortada a cuchillo y anteayer estaban ricas. Hoy me resultan algo ácidas; igual las como. (+)
(-) Aparece el emergentólogo.
–Ya está más despierto el sopre –me larga.
–No sé si está preso o solo detenido –aclaro.
–La misma mierda con distinto olor…
–Ponele.
–La cosa es que está despierto y grita que son todos unos asesinos. Son o somos, ya ni sé.
(+)
(-)
–¿Y eso por qué? –le pregunto.
–No sé ni me interesa –da por zanjado el asunto y me roba media empanada.

Salgo del estar y avanzo hacia la lista. El espacio para atender sigue siendo nulo y al único que puedo llamar es a uno anotado como trauma de tórax. (+)
(-) Lo hago pasar. Tiene veinticinco y se golpeó hace una semana. Estaba tan borracho que ni sabe cómo fue. Le hicieron una placa al día siguiente y le dijeron que no había nada raro, pero viene porque le sigue doliendo y cuenta que la madre lo mandó para una tomografía.(+)
(-) Lo reviso. Respira bien y no se le palpa ninguna costilla desplazada. Él sigue con que quiere la tomo. Le explico que no lo amerita, que si la placa da bien no hace falta porque el tratamiento es el mismo y que encima el tomógrafo está saturado entre los pacientes (+)
(-) con Covid y los accidentados. Putea que no todo es Covid, se niega a la placa y se va dando un portazo.
Pongo la traba y voy para el shock-room. Saludo a los policías bajando la frente y empujo la puerta.
(+)
(-)
–¿Necesita entrar en serio, doctora? Mire que se puso loquito –me previene el superior con su pelada ladeada.
Le agradezco la data y le prometo no acercarme demasiado.

–Me quisieron linchar a mí –me larga el detenido apenas me ve.
Mis cejas se juntan.
(+)
(-)
–Me envenenaron. A propósito lo hicieron –sigue–. Es brutalidad policial esto. Es crimen, doctora.
Yo lo miro y lo dejo hablar.
–Se hacen los que no, pero les dije. Yo les avisé lo que tengo.
–¿Diabetes? –le pregunto.
(+)
(-)
–Sí. La uno. Y ellos no me daban la insulina y encima me traían la comida común, la de todos –pone cara de pobrecito.
Pide que le avise a la familia, que hagan la denuncia, que lo saquen de ahí. Se agarra el abdomen y se queja de un dolor que se nota que ya no es el de (+)
(-) su ingreso.

Salgo y freno junto a los oficiales.
–Dice que le negaron la insulina, que les informó que era diabético –lo pronuncio lento, con carpa. No sé si se los estoy contando o preguntando cuánto hay de cierto.
(+)
(-)
El de cara de nene está pálido de nuevo.
–Le juro que no, doctora. De verdad no le pregunté, pero no me dijo, no –me larga con voz temblorosa. Se lo nota asustado.
–Nosotros no somos mierda como él –se mete el rubión del resoplido detrás del tapabocas (+)
(-) que hasta ahora no hizo más que revolear los ojos y rebuznar–. ¿Porque sabe que hizo el pedazo de hijo de puta?
Quiero decirle que no me importa, que mi obligación es atenderlo igual, que incluso prefiero no saber así no se me hace más difícil, (+)
(-) pero no me salen las palabras.
–Mató a golpes a una abuela y secuestró a la nieta –me informa el pelado–. La iba a vender para trata seguro a la nena. O la quería para él, ¿quien sabe?
Me aprieta el pecho, la garganta. (+)
(-) Los hombros, el cuello y la nuca se me ponen como piedra. Aprieto las muelas y los lagrimales para que no se escurra ni una lágrima.
–Y no, nosotros no le dimos el remedio porque el mierda no dijo nada –insiste el rubión–, seguro que para terminar acá (+)
(-) donde ni les importa lo que hizo.
El superior le pone el brazo adelante en señal de que la corte.
No digo nada. El detenido grita que somos todos unos asesinos, que nos va a denunciar en la tele y no sé qué sarta de idioteces más. (+)
(-) Yo hago fuerza para no escucharlo y más fuerza todavía para no ir y desconectarle la bomba de insulina y mandarlo de una patada en el tujes de vuelta a su celda.
Avanzo hacia la entrada de ambulancias. Salgo y respiro el aire pegajoso de este verano (+)
(-) que recién se instala y ya pega con ganas. Me muero por prenderme un pucho.

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