#CosasQuePasanEnLaGuardia #117. PRE-COVID. Once y pico de la noche. Viene por sus propios medios dibujando un zig-zag en el piso con el barro de unas zapatillas de cuerina rajada que hace rato que dejaron de ser blancas. El de seguridad lo deja pasar por (+)
(-) la entrada de ambulancias y pide camillero. Yo estoy a metros de ahí con la señora diabética que lleva tres días con fiebre por una infección horripilante en el riñón derecho y que me ladra que no piensa quedarse internada, que ya suficiente tardamos en atenderla (+)
(-) y que ni de cenar le dimos, que ella se va a su casa y que más me vale que le mande un buen antibiótico si no quiero que me haga juicio. Intento explicarle que tiene indicación de quedarse, que con solo antibióticos por boca no va a andar la cosa, que además necesita (+)
(-) insulina y que si se quiere ir a su casa sería sin alta médica y sin medicación, porque no puedo recetarle algo que no la va a curar.
Escuchamos las suelas gastadas que relinchan contra las baldosas y giramos hacia él. Tiene las rodillas a medio doblar y el torso algo (+)
(-) hacia adelante. Apoya hombro, antebrazo y mano contra la pared de mosaico y avanza reptando sobre ella. Deja en su camino restos de sangre que arrastra como mi ahijado cuando le compraron sus primeras témperas y quiso inmortalizar la “velde ninosaurio” sobre la pared blanca(+
(-) impecable de la entrada de su casa. El padre, tras lavarle las manos, lo depositó en el rincón de las penitencias mientras el mocoso lloraba que quería ser pintor.
La mujer del alta voluntaria abandona las protestas y mira fijo al ensangrentado que sigue su marcha sin (+)
(-) esperar al camillero; viene hacia nosotras. Tiene el párpado izquierdo cerrado hecho una bola violeta tirando a negro; no parece poder abrirlo. La nariz no me cabe duda de que está rota al igual que el labio de abajo, cerca de la comisura también izquierda. De ese (+)
(-) costado de la cabeza baja una costra que hace un rato nomás fue sangre. Se escurre por debajo de una gorra roja con un charco amarronado sobre ese parietal. Huele rancio, fresco, aunque no tanto, algo ácido también; pura furia. Furia salpicada sobre su remera azul (+)
(-) marino que equipara –en imprenta mayúscula blanca con las palabras claves en negrita– a un hombre sin panza con un cielo sin estrellas.
Apenas lo tenemos a un metro y chirolas, la señora de las protestas encadenadas se olvida del antibiótico y se escurre por un costado (+)
(-) hacia la salida. El hombre me pide que lo ayude mientras se reclina sobre la camilla del pasillo en la que previamente atendí a la mujer (otro lugar no hay). Le indico que se acueste mientras me calzo un par de guantes y lo ayudo. Él llora del dolor mientras le alzo la (+)
(-) pierna derecha –que quedó rezagada– hacia la camilla.
–Hijos de re mil puta –maldice mientras lagrimea.
Le pregunto que quiénes, que cómo fue y dónde. Dice que unos pungas de mierda, que le sacaron todo. Le ofrezco llamar a la policía y que le tomen declaración, (+)
(-) que tal vez los encuentra y recupera algo.
–¿Usted en qué país vive? –pregunta entre llanto y risa.
Recién ahí noto sus dientes también teñidos con sangre marmolada que pinta, enteras, las grietas que los separan.
Le pregunto su nombre, apellido y DNI.
(+)
(-)
–Me lo robaron, ¿no entiende? Me sacaron todo –le sale con bronca y alguna que otra lágrima.
–Solo le pido los datos, no la crendencial –insisto.
Hace una pausa, resopla parte de su ira y me da un nombre raro seguido de un apellido bastante frecuente en el altiplano. (+)
(-) Tiene cuarenta y tantos y unas cuántas cervezas encima, aunque no las suficientes como para borrar el dolor.
Lo reviso. Su cabeza está abierta y no sé cuán profundo es el asunto. El ojo se lo va a tener que hacer ver en otro lado y la nariz no solo está rota, sino que (+)
(-) tiene un par de tajos al igual que la frente. El labio de abajo también amerita unos cuantos puntos. Además, le duelen las dos piernas, antebrazos, el tórax y el abdomen.
Su pulso es fuerte y algo rápido. Le hago un examen neurológico corto y da bastante bien. (+)
(-) Solo está un poco lento, aunque puede ser por el alcohol. El aire le entra perfecto a los dos pulmones y satura bien. La panza es blanda, aunque tiene unos cuantos moretones.
Les mando un mensaje a los residentes de cirugía y tráumato para que sepan de su (+)
(-) existencia y arranco por las suturas: si lo llevo al tomógrafo chorreando sangre, se arma.
La herida de la cabeza es grande y el hueso abajo me da dudas. En una parte parece hundido, aunque no demasiado. La lavo, le pongo un desinfectante y le meto un par de (+)
(-) puntos nomás para que no chorree. Lo hago a los piques: quiero tomografiarlo YA. Paso a la nariz y a la frente. Arranco con la única sutura que tengo, de nuevo con velocidad. Se come seis puntos con un hilo que parece un cable de los de teléfono que usábamos con (+)
(-) mis amigas para usar pulseras cuando éramos chicas. Sigo por el labio. Cinco puntos para nada ideales, aunque safan. Parece una morcilla.
La enfermera que acaba de terminar de sacarse leche la guarda en la heladerita de los medicamentos y me ayuda a vendarlo.
(+)
(-)
–¿A quién guampeaste para que te dieran así? –le pregunta jocosa.
Él ladea la parte morcilla del labio y repite que le afanaron.
–¿Traías un rolex para tanta paliza? –sigue ella.
–Había sacado plata del banco… en la mochila la tenía y no la iba a soltar –explica él (+)
(-)mientras se lleva la mano también machucada a la frente cubierta por la venda que le acabamos de poner.
–Pará que te vas a ensuciar todo –lo reta la enfermera.
Le saca la mano, se la limpia y venda.
El camillero que llamó el de seguridad recién aparece con la silla de ruedas(+
(-)y la enfermera lo gasta con que se tome su tiempo.
–Pará que estoy solo para todo –refunfuña él.
Le pido que lo vaya llevando a rayos y le hago las órdenes para las placas mientras junto fuerzas para ir hacia tomografía. Se alejan con el taca taca de una rueda que parece (+)
(-) a punto de salirse.
Respiro hondo y cuento hasta cinco. La enfermera me saca de mi trance con un “medio raro el vago, ¿no?”. Yo levanto los hombros y avanzo hacia el tomógrafo. Está cerrado. Golpeo dos veces, suave, con el índice doblado en V. Los músculos de los hombros (+)
(-)y el cuello se me ponen como piedra; el culo también. La puerta tarda en abrirse y lo hace lento, con un chirrido.
–¿Qué tenés? –me larga sin un hola el mismo técnico que hace dos guardias hizo llorar a tres residentes de primero.
Trago saliva despacio en un intento de que(+)
(-) no se escuche.
–Una cabeza rota en uno al que molieron a palos. Le haría todo –contesto refiriéndome a hacerle una tomografía de la cabeza a la pelvis.
Me mira a los ojos, fijo, hasta adentro. Me mide. Yo sostengo la mirada mientras por dentro ruego para no tener que (+)
(-) despertar al jefe para conseguir la imagen que no pienso dejar de hacer.
–Traelo –dice de golpe.
Lo hace sin protestas, sin peros, sin gastes. Se le escapa un suspiro mientras vuelve a su asiento y se deja caer. Me quedo mirándolo unos segundos y rajo antes de que se eche (+)
(-) atrás.
Intercepto al camillero con el paciente en rayos. Interrumpo el tema de las placas –solo faltan los antebrazos y la mano– y los arrastro al tomógrafo.
–Tiene rota la cabeza y el técnico me dijo que lo lleve ya –me excuso con la técnica remarcando la última palabra.(+)
(-)
–Aprovechá –me larga ella que entiende todo.
–Ahora volvemos –bajo la cabeza en señal de agradecimiento.
El ahora termina siendo nunca porque el hombre tiene un sangrado alrededor del cerebro. Le mando un mensaje al neurocirujano camino al shock-room y otro al (+)
(-) emergentólogo, mientras le explico al paciente lo que pasa.
–Hijos de puta –larga–. Los voy a matar…
Insisto con el tema de la denuncia.
–¿Para qué? Si nunca hacen nada… mejor lejos.
Al llegar al shock-room están los de cirugía y los de tráumato. Revisan al hombre (+)
(-) que llora y putea a la vez.
Preguntan por las imágenes y, cuando se las entrego, el superior de cirugía aplaude. El emergentólogo llega justo y pregunta dónde está la fiesta.
–Parece que lo pasó por encima –el de cirugía señala al paciente con la cabeza ladeada.
(+)
(-)
Llega el neurocirujano. Nada por tráumato ni por cirugía, pero él sí tiene que meterlo a quirófano. Le explica el procedimiento y le pregunta si quiere que llame a alguien.
–A mi vieja no la voy a despertar que me mata –se ríe y ahora sí que arrastra un poco las palabras.(+)
(-)
Igualmente, no puedo entender lo entero que está.
Entre la enfermera de hace un rato y el emergentólogo le sacan la ropa. El neurocirujano sale y me pregunta si hicimos la denuncia. Le digo que ya me ocupo, baja la cabeza y desaparece hacia el quirófano para preparar todo.(+)
(-)
–Hacé recuento de valores –le ordena el emergentólogo a la enfermera.
Habla de anotar las cosas de valor que trae el paciente y dejarlas bajo llave.
–Vos querés la chancha y los veinte. Primero la vía y la sangre, ¿no te parece? –lo reta ella.
El paciente ya está bastante (+)
(-) dormido y ni se queja del pinchazo.
Llamo a la policía. Le informo a la operadora acerca del paciente, de lo poco que sé de lo sucedido, le dicto sus datos y le dejo mi nombre y apellido para que me busquen los oficiales cuando vengan. (+)
(-) Para cuando termino de hablar, al hombre ya se lo llevaron.
Los policías llegan enseguida. Creo que nunca vinieron tan rápido. Preguntan por el paciente, que a qué hora vino, si llegó solo, dónde dijo que fue el incidente y unas cuántas cosas más. No llego a contestar ni (+)
(-) un tercio.
–No puede ser casualidad –le dice uno de pelo negro engominado para atrás a otro rapado.
–¿Qué pasa? –pregunto.
Resulta que tienen una denuncia hecha hace un rato nomás por un hombre con el mismo nombre y apellido que mi paciente. Ese hombre llamó (+)
(-) por su hermana a la que el marido molió a palos. La mujer terminó en terapia y al tipo lo agarraron entre los vecinos. Cuentan que para cuando ellos llegaron él ya no estaba, que los hermanos habían salido a defenderlo y logró rajarse.
(+)
(-)
Les pido que esperen un momento y voy para el shock-room a ver si el emergentólogo sabe algo más. No está. La enfermera se masajea una teta y se queja de que le quedó leche.
–¿Vos hiciste lo de los valores al final? –le pregunto.
Contesta que estaba a punto, (+)
(-) que metieron todo en una bolsa y me la señala. Me acerco y la abro. Ella viene atrás. Por las dudas llamo a uno de los oficiales para que se acerque y mire. Ella se pone guantes y saca primero la remera, después la gorra, las zapatillas mugrientas y, por último, el (+)
(-) pantalón. Apenas lo levanta, me sonríe. Palpa y vacía los bolsillos y cuando llega al de atrás a la izquierda saca algo que levanta triunfal.
–¿Vos conocés a muchos chorros que te dejen la billetera? –se ríe.
La abre. Hay unos cuantos billetes, monedas, tarjetas y un DNI. (+)
(-) Dice un nombre bastante rebuscado también, pero que definitivamente no es el que me dio a mí. El apellido también es otro.
Los oficiales toman nota, informan por radio que encontraron al sospechoso de tal calle y me preguntan por su pronóstico.
(+)
(-)
–No sé. Van a tener que preguntarles a los neurocirujanos –respondo.
–Ojalá que se muera –sentencia el rapado.
Su compañero hace que sí con la cabeza.
–No sabe cómo dejó a la señora –agrega el primero.
Sacude la cabeza hacia un costado y hacia el otro en un movimiento (+)
(-) corto y se muerde el labio de abajo.
Me quedo callada con las muelas apretadas fuerte. Ellos preguntan dónde pueden tomar un café mientras esperan. Los mando al kiosquito de enfrente y agradecen. Yo les agradezco por haber venido rápido y por quedarse.
(+)
(-)
–Una vez que podemos hacer algo… –larga el de gel mientras sale con los ojos perdidos.
Vuelvo al shock-room y le cuento todo al emergentólogo.
–Tan pelotudo puede ser –se ríe.
–Mierda. Es una mierda –lo corrijo.
–Sí. Eso seguro, pero digo por lo del nombre…
Alzo las (+)
(-) cejas y los hombros, otra vez con las muelas apretadas.
–Salgo un segundo a tomar aire –pronuncio finalmente.
Arrastro los suecos de goma hacia la entrada de ambulancias sin que me moleste el chirrido. El viene atrás mío con pasos que suben y bajan. Nos paramos uno (+)
(-) al lado del otro sin decir nada, recostados contra la pared. Tomamos aire hondo casi en simultáneo. Pienso en cómo estará la mujer, en si saldrá viva, entera y en qué condiciones.
–Con suerte se muere... Ojalá –el emergentólogo me trae de vuelta.
Saco un pucho, lo prendo y(+)
(-) doy una pitada honda.
–No. Mejor no.
Él gira hacia mi y me mira con los ojos fruncidos y un signo de pregunta en la frente. Doy otra pitada.
–Que quede cuadripléjico, mudo, incontinente, bien turulo. Mejor que sufra.

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