#CosasQuePasanEnLaGuardia #116. Cinco de la tarde. Salgo del consultorio dos en el que acabo de terminar de revisar a una chica con la pierna derecha hinchada –su diámetro es casi el doble que el de la izquierda– probablemente por una trombosis (un coágulo en (+)
(-) una vena) que putea contra los anticonceptivos, contra su ginecóloga que no le insistió lo suficiente para que dejara de fumar, contra el pucho que tanto le encanta y contra su ya no tan mejor amiga que le hizo probarlo. La orden de la Ecografía Doppler que tengo que (+)
(-)hacerle –va adelante en mi mano derecha, marcando mi paso– choca con el primero de la comitiva y me hace devolverme unos pasos hacia adentro, aunque sin dejar de contemplar la escena.
Lo traen desnudo entre cuatro oficiales –uno por cada flanco, otro adelante y el restante(+)
(-) atrás–, ellos con tapabocas negros con los que asumo que se sienten protegidos, aunque no lo están. El hombre –de treinta y largos o cuarenta y cortos– tose cargado y los policías se petrifican por un segundo. Enseguida emite un sonido áspero desde lo hondo de la (+)
(-) garganta –entre rugido y ronquido– y gargajea con todo hacia las baldosas grisáceas, aunque lustrosas, del pasillo. Yo estoy con solo un barbijo quirúrgico y casi que me siento tan desnuda como él. No sé si primero conseguir una sábana con la que envolverlo o (+)
(-) correr a ponerme mi EPP (Equipo de protección personal contra el maldito Coronavirus), aunque mi compañero ya no tan ruludo –se cortó el pelo hace poco, más a los costados que arriba, y cumplió a la perfección con eso que decía una amiga mía de la escuela de (+)
(-) que los linditos cuando se achuran el pelo, se arruinan– me revolea un paquete de esos que traen camisolín y todo lo que necesito –salvo por la máscara– y simplifica el asunto. Lo atajo y bajo la cabeza en señal de gracias para inmediatamente apurarme al office de enfermería+
(-) y revolver puertas, estantes y cajones en busca de la sábana faltante. Él entra, ya cambiado, escasos minutos después y me pregunta qué busco. Le largo que una sábana sin dejar de dar vueltas todo y él sonríe con los ojos mientras sacude una que –increíblemente– descansa (+)
(-) sobre la mesada. Puedo imaginar su sonrisa burlona bajo el barbijo y no sé bien si putearlo o manguearle un abrazo buena onda que me mejore esta guardia nefasta en que ya vi a una embarazada con neumonía, a una mocosa con una infección en la lengua por un aro (+)
(-) que le colocaron ni sé en qué sucucho, a un nene de trece con un moco verde saliéndole por el pito y a una vieja golpeada en medio de un intento de robo tras resistirse a que le sacaran los dos mangos de su jubilación. No hago ninguna; solo miro como le lanza la sábana (+)
(-) cual plato volador –como hiciera hace nada con mi EPP– a uno de los oficiales que la ataja, la mira, hace que no con la cabeza y la apoya en una silla.
Me pongo rápido el camisolín, los guantes, la cofia, los dos barbijos y me olvido de las botas y de que no tengo (+)
(-) máscara ni antiparras. Agarro cinco barbijos, salgo, levanto la sábana y me acerco al grupito en que los oficiales rodean al hombre desnudo que ahora grita que lo dejen ser libre mientras alza las manos y las sacude en círculos. El pseudo-ruludo –él sí con todo el (+)
(-) equipo bien puesto– me tira del brazo para que frene, me saca la sábana, se adelanta e intenta abrirse paso entre los oficiales.
–Son todos unos lacayos, súbditos del monstruo del capitalismo. Los tiene ciegos –grita el hombre.
Mi compañero ladea la cabeza desde cuya (+)
(-) parte de atrás sobresalen un par de rulos sobrevivientes bajo la cofia mal puesta.
–Es todo culpa de los políticos –sigue el hombre, que parece sentirse bastante cómodo con su desnudez, mientras el pseudo-ruludo da un nuevo paso–. Son unos chupasangres. Asesinos sin (+)
(-) escrúpulos –repite el gesto de las manos en alto que se baten en círculos.
Uno de los policías, el mismo que previamente apoyó la sábana en la silla, levanta una mano y le hace a mi compañero que espere. Yo le alcanzo los barbijos por el costado y le hago señas de (+)
(-) que son para todos. Los sostiene, pero no los reparte.
El hombre gira hacia ellos –que es también hacia mi lado–, sonríe mostrando solo un par de dientes remanentes amarronados –separados por ventanitas bastante más amplias a las que me enorgullecían durante los primeros (+)
(-) años de la primaria–, llena su pecho de aire –a lo que todos retroceden un paso, o por lo menos medio, procurando que no se note demasiado– y reanuda los gritos:
–Son ladrones, sí, eso todos lo saben, pero también son asesinos y es mi misión hacer que se sepa. Basta, sí, (+)
(-)digo basta. Basta de quemar brujas en la hoguera…
El giro de mi compañero hacia mí es instantáneo. Los dos despegamos las manos de nuestros cuerpos y las alzamos, él dejándolas horizontales poco por delante y encima de la cintura, y yo formando montoncito. Ambos (+)
(-) subimos los hombros y bajamos la cabeza y, por más que no llego a ver sus cejas, puedo asegurar que las tiene tan altas como las mías. Niega y devuelve la sábana a la silla de la que la saqué. Le hago con la mano que espere y enfilo para el lado contrario del pasillo (+)
(-) en busca de los de salud mental. Justo aparece el equipo de hoy, todos suplentes, y me apuro atrás de ellos. Es la primera vez que vienen a esta guardia y no sé cuál cumple cada rol.
Se acercan con el pecho inflado y la cabeza erguida; no se les huele una pizca de miedo. (+)
(-)Vienen con un EPP que incluye antiparras, pero no máscara y se los remarco. El más alto, extremadamente flaco, algo encorvado hacia un costado y de unos cincuenta y largos me guiña el ojo y hace ruido a chasquido con la boca. El otro, más petiso y casi el doble de ancho de su+
(-) compañero, hace para atrás con la mano cual navaja y continúa su rumbo. Una mujer tan alta como el primero los sigue, pero no emite gesto alguno. El pseudo-ruludo retrocede y les da lugar. Yo les grito que ahí está la sábana para taparlo y obtengo otra mano (+)
(-) navaja por respuesta.
Una cucaracha bastante grande –que me suena a que es de las voladoras– trepa por el costado de la ventana y me hace dar un paso atrás. Mi compañero se ríe y ahora sí que lo puteo con que por qué no hace algo útil y la mata. Él se mete al office de (+)
(-) enfermería y agarra otra sábana –yo nunca conseguí tantas juntas– y forma una especie de boleadora. Sale al ataque y está a punto de azotarla cuando el hombre nudista lo frena con un NO contundente y prolongado que resuena hacia los consultorios. La gente se asoma.
(+)
(-)
–Son seres superiores –sentencia el hombre, esta vez pacífico, como en trance–. No tenemos que matarlos, debemos ponernos a su servicio –junta las manos como si fuera a rezar y mira fijo a la cucaracha que ahora sí que revolotea.
Yo me escondo en el office de enfermería (+)
(-) y cierro la puerta. Se escuchan golpes, chirrido de suelas de goma, más gritos de que no propiciados por el nudista, otros de que basta que no solo provienen de él y, finalmente, llanto. Suena a niño, a puchero. Larga un “por qué”, un “malo” y finaliza con que nos vamos (+)
(-) a ir todos al infierno junto con los políticos.
La puerta se abre. El pseudo-ruludo entra con la sábana manchada de marrón.
–Lo que hago por vos –dice mientras me la muestra.
Mi cuello arrastra la cabeza para atrás con miedo a que la cucaracha salga volando de (+)
(-) nuevo.
–Tranquila –señala la suela de su zapatilla parcialmente enfundada por la bota descartable que raspa contra el borde del tacho.
Sonrío por detrás de los barbijos.
Nos sentamos unos segundos y escuchamos los gritos de los oficiales, del paciente y cómo (+)
(-) uno de los hombres de salud mental va convenciéndolo hasta que, finalmente, entra al consultorio y un portazo marca el fin del chusmerío.
Me levanto decidida a sacarme el equipo que no llegué a usar y guardarlo en algún cajón para más tarde.
(+)
(-)
–Tranki-panki, vos –me hace con la mano que espere el ruludo que ya no es tal–. Esto está más lleno que shopping un veintitrés de diciembre.
Hago un recuento mental de lo que tenemos en los consultorios y me dejo caer de nuevo en la silla de tapizado azul eléctrico (+)
(-) despelechado que acabo de abandonar; el único lugar libre era el que ocupó el nudista.
–Menos mal que vine a tu guardia a salvarte –arranca la charla y se mata de risa.
–Volá de acá, creído –le revoleo un apósito.
(+)
(-)
–¿Vuelo como la cucaracha? –otra vez su risa–. No te vi con muchas ganas de matarla.
–Si no eras vos, iba a ser otro –le bajo los humos.
Él se ríe que seguro.
Hablamos del Petiso, de la Pelirroja a la que vino a cubrirle media guardia porque todavía (+)
(-) no está con todas las fuerzas, de sus compañeros que cayeron y de los que, si caen, puede que no la cuenten. Seguimos con lo mucho que extrañamos a nuestras familias y con que yo recién vi a dos amigas, en una plaza y de lejos. Él vio a algunos más, pero también al (+)
(-) aire libre. Jura que comió el choripán con barbijo y se ríe. Se me escapa que me muero por un choripán y él explota en una carcajada.
–Tal vez un día de estos podamos ir a una plaza cada uno con su mate –propone apenas cesa–. Total, nosotros ya nos vemos acá.
(+)
(-)
–Tampoco es que nos vemos tanto –me sale y me dan ganas de morderme la lengua–, pero sí, podríamos –intento arreglarla.
En eso estamos cuando los de salud mental abren la puerta.
–¿Quién nos compra este quilombo? –larga el petiso.
(+)
(-)
–Es de ustedes, no da –les contesta él.
Ellos argumentan –los dos varones, porque la mujer sonríe con ojos agradables, pero no larga palabra– lo que ya conocemos de otras guardias (aunque en esta hace mucho que no escuchábamos): que no es de ellos hasta que no (+)
(-) descartemos algo orgánico –porque puede ser cualquier cosa esto–, que primero le hagamos un laboratorio, tóxicos en orina y una tomografía, que por alguien se va a tener que quedar internado y que, si llega a ser de ellos, van a pedir la derivación al Borda para lo (+)
(-) que les exigen el hisopado, así que, ya que estamos, que lo hisopemos. Extraño a nuestro equipo habitual.
El ruludo se levanta, listo para enfrentarlos, y esta vez soy yo la que lo frena, aunque sin el “tranki-panki” y con un tirón de muñeca.
–Yo me ocupo –les largo.
(+)
(-)
Él refunfuña y murmura que soy una tarda mientras los “loqueros” se van. Le digo que no tengo ganas de pelear, que es obvio que el paciente es de ellos, pero que ahora no hay lugar para atender y total yo en dos patadas puedo hacer las órdenes de los estudios.
(+)
(-)
–Solo te pido si me hacés el favor de hablar en tomo –junto las manos en un rezo tan real como el del nudista–; hoy no quiero pelear con nadie.
–O sea que nos ocupamos los dos –resopla mientras se aleja.
Yo cruzo los dedos y miro al techo. Ruego para que, si él no pide la (+)
(-) tomografía, por lo menos el técnico que esté sea copado. Respiro hondo, cuento hasta cinco, largo el aire y recorro la pared para ver que no quede ninguna cucaracha dando vueltas mientras hago las órdenes de los laboratorios.
(+)
(-)
Para cuando vuelve es el cambio de turno de enfermería y nadie le puso la vía al paciente ni le sacó sangre. Lo convenzo para que me de una mano para el hisopado y, de paso, pincharlo.
Viene, al principio de mala gana, pero termina hablando con el nudista que hasta se deja (+
(-) tapar con la sábana. Charlan de la supremacía cucarachezca y de que él solo la mató para impresionarme, que ya acepté ir a la plaza, así que ahora no va a matar más. Siguen por los aliens que mi compañero asegura que son los que trajeron las cucarachas al mundo y (+)
(-) a los que ellas reportan y el hombre, que ya no es nudista, lo mira con los ojos hechos huevos duros. Recién ahí noto lo claro de sus pestañas.
Entre aliens, cucarachas y políticos asesinos, logro sacarle sangre y hasta hisoparlo sin problema.
(+)
(-) El tema de la vía se los dejo a los enfermeros.
A tomografía lo lleva él y lo trae de vuelta con un “esto te va a salir muy caro”. Cuenta que el técnico estaba verdugüeando a una residente nueva de clínica que terminó en un llanto brutal, que siguió por otra que lo amenazó(+)
(-) con elevarle una nota y a la que le aseguró que la iba a hacer echar y que, al tocarle a él, lo boludeó, pero bastante menos y al ver que no había cabida del otro lado, terminó callándose y haciendo el estudio.
–Eso tenés que hacer vos –explica–, no dar bola. Decir (+)
(-) que sí, que sí, que dale, que sí, garchame que me gusta, y después le metés al paciente de prepo.
–Tan fácil, claro –quiero putearlo de nuevo.
–Es eso o una chupada de pija –larga una carcajada y me abraza, esta vez sin EPP.
Me suelto con un “estoy a UN paso de cancelar (+)
(-) la plaza” y él levanta las manos en señal de tregua y me informa que la tomografía dio normal.
Seguimos atendiendo, él con un par de suturas y yo con una mujer a la que el marido le rompió tres costillas y parece que el bazo y su nene –de unos tres añitos– que llora que (+)
(-) él igual quiere a su papá. Entre que le ponemos una vía, le sacamos sangre, vienen los cirujanos que la pasan por el tomógrafo porque todavía aguanta, y la suben porque sí, el bazo está roto, pasa un tiempito, y más todavía hasta que vienen los policías y les doy los datos(+)
(-) del animal ese para que lo vayan a buscar. Al nene lo ponen en pediatría hasta que venga la abuela; los de salud mental quedan de niñeros como suele pasar.
Me descambio apenas termino con eso y salgo a la entrada de ambulancias. Necesito tomar un poco de aire. Apenas (+)
(-) paso la puerta, veo al ya no tan ruludo que se aleja vestido de civil –jean oscuro, chomba a rayas y sweater en los hombros; queda más pintón todavía– y sonrío para adentro. Estoy a punto de correrlo y darle un abrazo cuando aparece la Pelirroja con un (+)
(-) “tanta alegría junta por verme no, por favor”. La abrazo sin importarme esta pandemia que ya para la mayoría parece haber desaparecido y miro, por encima de su hombro, cómo él camina hacia la calle sobrepoblada de bocinazos y gritos. Suelto una mano de la espalda (+)
(-) de la pelirroja –que ya me soltó las suyas– y le largo un chau que él ni llega a ver. Una chica morocha y tetona viene corriendo por la vereda, salta y se le cuelga del cuello. Se escuchan las risas a lo lejos y veo cómo él se gira y la besa.
Me apretujo una vez más con la(+
(-) Pelirroja que dice que ya está bien y me pregunta qué carajo me pasa. Le cuento del nudista, de la mujer y del nenito, del pendejo re pendejo con la ETS (enfermedad de transmisión sexual) y de la vieja a la que le afanaron; con eso alcanza.
(+)
(-)
–Está bien, vení. Pero no lo comentes –dice con los brazos abiertos.
Acepto y agradezco al techo.
Los resultados de laboratorio del nudista dan completamente normales; también su sedimento urinario y los tóxicos vienen negativos. Se lo comento a los de salud mental y (+)
(-) el alto me responde que esperemos el hisopado y después vemos; no agarra los papeles del paciente que intento enchufarle. Aprieto fuerte las muelas.
Pedimos milanesas y estamos comiéndolas a eso de las once y media cuando entra el jefe. Lee la lista de los (+)
(-) resultados de hisopados que quedaban pendientes y, mágicamente, el del nudista figura: positivo.
–Yo les dije, siempre hay que descartar primero lo orgánico –salta el alto de los de salud mental suplentes, lleno de orgullo.
(+)
(-)
–Sí. Muy bien, muy bien –lo felicita el jefe y se va.
–Vos sí que sos crá –lo aplaude irónica la pelirroja–. Quedará por clínica hasta que se cure de su Covid, siga diciendo la misma sarta de pelotudeces y algún psiquiatra con ganas de laburar lo compre –la remata.
(+)
(-)
Yo la codeo y le murmuro que baje un cambio. Tenemos toda la noche por delante.
Terminamos de comer y le presentamos el paciente a los clínicos con un “es regalito de salud mental”.
–Y… puede ser… –lo recibe el más viejo.
(+)
(-)
–Tan probable como que yo me levante a Pampita –gruñe su compañero más pendejo mientras agarra los papeles.
La pelirroja y yo volvemos a los consultorios. El ex nudista, ahora camuflado con una calza multicolor y una remera de mariposas (+)
(-) las cuales acaricia mientras grita que ellas también son seres superiores, se pasea por el pasillo sin barbijo. Le indicamos que vuelva a su consultorio y que se lo ponga, y él continúa con su perorata, ahora sobre los asesinos y depredadores y los pobres seres de luz (+)
(-) inocentes que están siendo masacrados.
–Entrá, muñeco o te las vas a ver conmigo –le larga el enfermero pelirrojo alto con ojos de pocas pulgas.
Me dan ganas de abrazarlo.
El hombre se mete en el consultorio y sigue con el discurso por la ranura de la puerta que cierra (+)
(-) mal.
–¿Otra vez este monigote? ¿No se había muerto? –nos larga el enfermero.
–¿Lo conocés? –le pregunto.
–Sí, venía hace unos años con las putas cucarachas, las brujas en las hogueras y los políticos asesinos seriales. Es paciente del Borda, creo. Pensé que estaba muerto…(+)
(-)
–Claramente no –le responde la pelirroja.
–¿Ustedes no lo conocían? Lo conoce todo el mundo por acá… –sigue él.
Las dos levantamos los hombros a la vez.
(+)
(-)
–Espero, por lo menos, que haya cambiado un poco el discurso –se ríe él.
Yo meto aire hondo, cuento hasta cinco y ruego para adentro para que no se escuchen sus gritos desde el estar si es que logro tirarme un rato.

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19 Nov
#CosasQuePasanEnLaGuardia #115. PRE-COVID. Doce de la noche, todavía no comí. El paciente de la tuberculosis del fondo está en el pasillo con el barbijo N95 –que tanto me costó conseguir– a modo de moño. Tiene un cigarrillo –que todavía no prendió– pendiendo de la comisura (+)
(-) de la boca. Desde la otra punta del pasillo en la que estoy se percibe su aliento a mezcla de vino de cajita, vodka barato y alcohol etílico. Me calzo mi barbijo y le largo con voz bastante alta –sin moverme– que acá no se puede fumar y que por favor no salga (+)
(-) del consultorio sin el barbijo en su lugar.
–¿Sos médica o infladora de huevos, vos? –emite por respuesta junto a una carcajada a lo Patán.
–Se lo digo en serio –insisto.
Él se prende el pucho, da una pitada y larga el humo en un intento de círculos. Gira hacia mí.
(+)
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8 Nov
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31 Oct
#CosasQuePasanPorSerMédica #28. Bajo del colectivo todavía pensando en la mujer de no más de sesenta con la pierna amputada y la otra que largaba un tremendo olor a gusanos en cuyo talón –por suerte– no le encontré más que tres. Me pregunto si quedarán otros escondidos (+)
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(-) un hogar donde pueda curarse así no termina amputada de este lado también. Respiro hondo y el aire que acaricia mis cuerdas vocales me obliga a cerrarme el polar tan poco acorde a la estación. Cuento hasta cinco para adentro mientras cruzo con los ojos apenas abiertos (+)
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20 Oct
#CosasQuePasanEnLaGuardia #113. Estar médico, seis de la tarde. Afuera diluvia. Los consultorios están llenos y la lista, vacía. Hace media hora que no viene ni una ambulancia, y casi que la calma asusta, aunque intento no pensar en eso. Volvió la pelirroja –totalmente (+)
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8 Oct
#CosasQuePasanEnLaGuardia #112. PRE-COVID. Las traen juntas en una sola ambulancia. Son las once de la noche, pero se sienten como las tres de la mañana. Mi estómago emite un gruñido que me recuerda las tres porciones de pizza que traje en un (+)
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