#CosasQuePasanPorSerMédica #29. Domingo postguardia. Me arrastro de la parada del colectivo cerca de casa a la panadería de siempre. Un cartel de “cerrado por duelo” me pega un cachetazo. Lo acaricio unos segundos, casi seguro que cinco, mientras pido (+)
(-) para adentro que la señora de las mejillas puntilladas por rosácea –que siempre me elige las mejores facturas– esté bien. Sigo hacia el departamento sin parar en la competencia; me niego a traicionarla. Llego. Me olvido de rociar alcohol en los lugares (+)
(-) pertinentes y subo en piloto automático. Miro la puerta de lo de mi vecina copada. No se abre. Tampoco hay ruido a llaves. Caigo en que me comentó algo de que iba a pasar unos días con la prima –no sé a quién le habrá dejado el perro, porque la prima es (+)
(-)alérgica– y entro a casa. Me desvisto ahí mismo, junto a la entrada, salvo por la ropa interior. Pispeo los ventanales de enfrente, todos duermen. Prácticamente levito hasta el baño y abro la ducha. Me saco lo que falta y adentro.
Ducha veloz, toallón peludo, remera rotosa,(+
(-) bombacha y a la cama. Mi panza gruñe porque no desayuné. La ignoro. Pienso en el sol que me pegó en la cara al bajar del colectivo y pongo el despertador a las tres, a ver si salgo a caminar un rato. Cierro los ojos y me obligo a imaginarme en una playa de mar turquesa (+)
(-) a la que nunca fui. Me dibujo ahí roncando en una lona con el vientito tibio que me acaricia el traste que apunta al cielo. Mi mano derecha descansa sobre un libro que estoy segura de que es copado. No logro enfocar la tapa. Tengo eso, bronceador y una botella de jugo (+)
(-) de manzana; nada de celular. Un guardavidas grita pidiendo un médico. Me levanto de un salto y estoy tan dormida que me caigo sobre una imitación en miniatura de un médano. Los nenes que lo armaron me retan. El guardavidas insiste con que me apure. (+)
(-) Llego y pretende que le haga RCP a una tortuga de mar. El bicho me muerde el labio ante mi intento de respiración boca a boca. Me despierto de un salto. Respiro rápido. Tanteo alrededor; no hay arena. Mi respiración baja el ritmo, no sé si por alivio o por tristeza. (+)
(-) Voy al baño. Hago pis con los ojos cerrados y vuelvo a la cama. Ni sé qué pienso antes de dormirme; las neuronas se apagan rápido.
Suena el teléfono. Manoteo para posponer la alarma y se calla. A los treinta segundos como mucho, va de nuevo. Estiro la mano y lo agarro (+)
(-) decidida a patearla otra hora. Es una llamada. Estoy por cortar cuando veo que es el Petiso y me pregunto si se sentirá mal de nuevo. Atiendo, pero le hago notar mi voz de dormida.
–Nos juntamos a las cuatro en la plaza de acá a la (+)
(-) vuelta –arranca sin un hola.
–¿Qué?
–Traé papeles y colores. Yo pongo tela, pintura y tablas de cajón de verdura –sigue.
–¿De qué carajo hablás? –le ladro.
–Bandera y carteles. No puedo marchar, pero sí decorarles el quilombo –siento su (+)
(-) sonrisa a través del tubo. Se lo escucha ansioso, cargado de esas pilas que hace meses que perdí.
–No sé si voy. Creo que estoy de reemplazo –le confieso en voz baja y rasposa.
–Así estamos, por pechos fríos como vos –me reta.
(+)
(-)
–Si no hago la guardia voy, no sé todavía –intento defenderme.
–No es momento de guardias, es momento de pelearla –insiste.
–Ya sé, pero necesito la guita.
–Guita es lo que no vamos a tener si nos siguen viendo la cara de boludos –se le escapa un grito y tose seco, aunque (+)
(-) ya no tanto como antes.
Me quedo callada. Sé que tiene razón.
–Cuatro de la tarde. Traé bronca, dale –me contagia sus ganas.
–Bueno –cedo, ya con algo de su entusiasmo sosteniéndome en alto los párpados.
–Morfi también. Y coca –se ríe.
–¿Algo más?
(+)
(-)
–Andate a torrar, morsa. Pero no me falles –corta.
Miro la hora: una del mediodía. Decido hacerle caso y me tapo hasta la frente. Doy vueltas en la cama mientras pienso en quiénes irán hoy, en qué vamos a escribir en los carteles, en que si voy a marchar, quiero que él esté,+
(-) en si seremos suficientes, en si nuestros compañeros irán, en si la gente nos apoyará o si putearán por los consultorios que no atienden, en que no fui a mucha marcha en mi vida salvo a algunas de las de “Vivas nos queremos”, en si esto cambiará o no las cosas, (+)
(-) en que si no cambian ya no sé qué vamos a hacer porque nuestro sueldo está hecho una miseria y así no damos más, en qué no voy a saber los cantos porque en la marcha anterior estuve de guardia, pero que ojalá tengan garra, en que espero que la cosa no se vuelva partidaria,(+)
(-) en que sí que pidamos lo justo y que no nos callemos, pero que no nos peleemos entre nosotros y en que espero no terminar moretoneada o, menos que menos, con una bala de goma en el ojo.
Me levanto. Pongo a hacer un café cargado mientras revuelvo cajones en busca de (+)
(-) algún cartón y hojas blancas que sirvan para cartel; gracias si encuentro hojas de cuaderno rayado arrancadas. Marcadores tengo una caja de esos gruesos no tóxicos que le compré a mi ahijado. Pruebo a ver si andan y la mitad están secos. Sumo el (+)
(-) indeleble negro de la guardia. Meto todo en la mochila bordó que me regaló mi viejo y me acuerdo del café. Lo agarro y doy un sorbo; está helado. Lo devuelvo al microondas y le pongo un minuto mientras pongo a tostar la última rodaja de pan lactal. Abro la (+)
(-) heladera: hay un culito de mermelada de ciruela, dos manzanas rojas y una banana pasada. Tiro la banana. Saco la mermelada y una manzana y las llevo a la mesa. Busco el café, la tostada y agarro un untador. Ni pongo plato. Desayuno viendo una peli (+)
(-) romanticona. Me acuerdo del ruludo y puteo para adentro.
A la plaza llego cuarenta y siete minutos tarde, pero con torta rica. No, no la hice yo, a tanto no llego. La compré, pero no en la panadería de la competencia de la de siempre. Fui a una por lo del Peti y (+)
(-) elegí de choco y dulce porque sé que es lo que él prefiere. Busco a mis compañeros. Están por una punta, la mayoría con barbijos quirúrgicos y dos con N95. Somos los bichos raros de la plaza; el resto toma mate en ronda y gran parte usa el tapabocas de babero.
(+)
(-) Parece que la convocatoria del Peti tuvo bastante respuesta. Algunos ni me suenan. Están haciendo su arte desperdigados en lonas por el pasto, en un intento de respeto por la distancia social que ya está bastante muerta. La pelirroja se pasa protector por (+)
(-) las pecas y la gasto con que casi son las cinco. Me da un sermón sobre lo que sufren con el sol los colorados.
Hago un saludo general, pero al Peti lo abrazo. Se le sienten las costillas. Él me saca con que si lo covicheo de vuelta me mata y le tiro un beso. (+)
(-)
Apoyo mis cosas y me siento en el pasto a un trecho prudencial del resto. Me pincha las piernas que sobresalen del short y puteo para adentro por no haber traído lona.
Pispeo los carteles ya listos y leo: “Sueldos dignos. Paritarias YA”, (+)
(-) “Si somos esenciales, que nos paguen como esenciales”, “Aumento justo o paro indefinido”, “Vocación tenemos, nos falta un sueldo acorde”, “Dejen de bastardearnos”.
Me estoy debatiendo sobre qué poner en el mío cuando la veo. Es una compañera que (+)
(-) está de licencia por asmática. Nos saluda de lejos y se sienta en una lona a un costado. Trae un N95, máscara y un alcohol setenta en spray con el que rocía todo lo que va a tocar. Me muero por abrazarla, pero me contengo, un poco por miedo a contagiarla, y (+)
(-) otro para no ser atacada por el spray en cuestión. Reparto torta, vasos descartables y bebida. Ella pasa. Le pregunto si va a ir a la marcha y niega.
–Es la primera vez que salgo más lejos que al chino de enfrente. Necesitaba hacer algo, pero ir me da miedo.
(+)
(-)
–Va a ser con distancia social –intenta convencerla el cardiólogo de los lunes.
El emite una mezcla de resoplido con risa que intenta tapar con un estornudo mentiroso.
–Venís así como hoy –se suma nuestra cardióloga y agrega–. Y si querés te regalo un traje de ébola que(+)
(-) no usé.
La chica se ríe.
–Lo voy a pensar. Por lo menos vengo hoy como apoyo moral –contesta y suena a que ya está bastante decidida.
–Ya es un montón –le sonrío y vuelvo a mi cartel que todavía ni empecé.
(+)
(-)
El Peti me revolea una cartulina blanca pegada a dos pedazos de madera y me ordena que le ponga onda. Bajo la cabeza en señal de que voy a intentarlo.
–Yo te ayudo –dice una voz masculina que se acerca por mi espalda. Me suena conocida.
(+)
(-)
Giro y sí, es él, con su chomba blanca del cocodrilo, una bermuda beige y los pseudo-rulos que el vientito tímido apenas le sacude. Es el único que está con tapabocas: una sonrisa del guasón que quiero borrarle de una piña.
Lo mando a ayudar a su novia (+)
(-) y me pongo con mi cartel. Escucho el un siseo que sé que viene del Petiso y un “esa es mi polla” camuflado en una tos trucha de la pelirroja. Él larga que no sabía que estaba de novio y se me sienta cerca. “Distancia social”, le larga la cardióloga –que me escuchó (+)
(-) despotricar contra él hace un par de guardias– y me guiña el ojo. Él se corre media cola al costado.
–Para que plasmes tus versos –le larga el Peti mientras le revolea una cartulina amarilla.
–Dale, que vos en eso sos crá –se suma la pelirroja.
(+)
(-)
Yo no los miro. Dibujo en una esquina de mi cartel un intento de médica con barbijo y cofia y escribo: “nos llaman esenciales, nos tratan como descartables”. Miro al ex ruludo. Me sonríe. Vuelvo a mi cartulina y subrayo descartables.
La tarde termina con (+)
(-) varios carteles y una bandera con el nombre del hospital que se lleva el cardiólogo de los lunes. El Peti arenga por el grupo de whatsapp para que vayan todos y varios dan sus excusas. Ya me veo venir que vamos a ser tres gatos locos y cruzo los dedos para que no.
(+)
(-)
La compañera que me había dicho que me iba a necesitar como reemplazo me escribe para ver si cuenta conmigo. Le pregunto si es para ir a la marcha, porque si va ella o si voy yo, en número es lo mismo. Contesta que no, que es por algo por zoom de su nene, (+)
(-) que a ella las marchas no le van. Pienso unos segundos y al final le digo que si consigue a alguien más mejor, que si no hay nadie, no la voy a cagar, pero si puedo, a mí sí que me gustaría ir. “Yo tampoco soy muy de ir a marchas, pero nos están pisoteando”, la remato. (+)
(-) Me manda un pulgar en alto y doy por terminada la conversación.
Ya en casa miro mi cartel. Medito comprar una cartulina verde fluorescente y pasarlo, aunque dudo que me de el tiempo. Agarro una hoja de las rayadas arrancadas del cuaderno (+)
(-) y le recorto los restos de los ojalillos. Escribo en rojo y bien grande: “Nosotros los cuidamos, cuídenos” y la pego con cinta en la espalda de una chaqueta de ambo. Agarro un barbijo quirúrgico y le escribo en letras negras “Sueldos dignos YA”. Dejo todo listo, cruzo al (+)
(-) chino, me compro un paquete de salchichas y otro de puré y vuelvo a casa.
Ceno y me acuesto. Pienso en cuántos seremos, en los compañeros que están de licencia, enfermos o convalecientes que no van a poder venir, en los que no van a hacerlo para (+)
(-) “no meterse en líos”, en que si somos pocos nadie nos va a escuchar, en si nuestros representantes se pondrán las pilas para transmitir fuerte y claro lo que reclamamos o si va a ser como siempre, en si los pacientes nos harán el aguante o nos putearán al otro (+)
(-) día, en si tendremos suficientes carteles, banderas y bombos, en si alguno de nosotros perderá el trabajo por armar demasiado quilombo, en si alguien escuchará nuestros reclamos y en que espero que podamos unirnos más allá de los partidos. Levanto (+)
(-) la cabeza hacia el techo con los ojos cerrados, cuento hasta cinco y ruego para que por una bendita vez hagamos algo entre todos y que la cosa nos salga bien.
Duermo poco y nada y la historia se repite las tres noches siguientes. Para el miércoles (+)
(-) ya compré la cartulina verde fluorescente. Estoy cambiando el cartel de la espalda de la chaqueta por uno que hice en papel blanco liso cuando el celular revienta de los mensajes. Abro. Hay cincuenta de golpe en el grupo del hospital y no paran de llegar. (+)
(-) Voy para atrás en la conversación. Plantean suspender la marcha y no entiendo por qué. Llamo al Peti.
–¿Qué pasó que se armó tanto quilombo? –lo saludo.
–¿Vivís en un termo?
–Dale. ¿Qué pasó?
–Se murió el Diego.
–¿Maradona?
–¿Hay otro Diego? (+)
(-)
–Cierto que es el único Diego del mundo –lo gasto.
–Era –me corrige solemne.
–¿Del subdural se murió? –indago.
–Muerte súbita o algo así parece.
–Uh –no sé bien qué decir.
–Si…
–¿Pero y eso qué carajo tiene que ver con nuestra marcha? –casi que se me salta la térmica.
(+)
(-)
–¿Que nadie nos va a escuchar? No van a hablar de otra cosa en la tele. Además, parece que van a dar tres días de duelo nacional –se lo escucha triste, no sé si por Maradona o por nuestra marcha.
–¿Entonces no marchamos? –insisto.
(+)
(-)
–No marchamos y atendemos a todos los que se emborrachen por el Diego –gruñe.
–Vos no porque seguís de licencia.
–Cierto. Yo me emborracho y vos me atendés –ahora, al menos se ríe un poco.
–Y entonces… ¿Cuándo es la marcha?
(+)
(-)
–No sé… están tirando fechas. Hay que ver cuándo se pase lo del Diego…
–Al final voy a creer eso de que nos equivocamos de carrera, che –concluyo.
–¿Tenés alguna duda? Le pifiamos mal.
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#CosasQuePasanEnLaGuardia #116. Cinco de la tarde. Salgo del consultorio dos en el que acabo de terminar de revisar a una chica con la pierna derecha hinchada –su diámetro es casi el doble que el de la izquierda– probablemente por una trombosis (un coágulo en (+)
(-) una vena) que putea contra los anticonceptivos, contra su ginecóloga que no le insistió lo suficiente para que dejara de fumar, contra el pucho que tanto le encanta y contra su ya no tan mejor amiga que le hizo probarlo. La orden de la Ecografía Doppler que tengo que (+)
(-)hacerle –va adelante en mi mano derecha, marcando mi paso– choca con el primero de la comitiva y me hace devolverme unos pasos hacia adentro, aunque sin dejar de contemplar la escena.
Lo traen desnudo entre cuatro oficiales –uno por cada flanco, otro adelante y el restante(+)
#CosasQuePasanEnLaGuardia #115. PRE-COVID. Doce de la noche, todavía no comí. El paciente de la tuberculosis del fondo está en el pasillo con el barbijo N95 –que tanto me costó conseguir– a modo de moño. Tiene un cigarrillo –que todavía no prendió– pendiendo de la comisura (+)
(-) de la boca. Desde la otra punta del pasillo en la que estoy se percibe su aliento a mezcla de vino de cajita, vodka barato y alcohol etílico. Me calzo mi barbijo y le largo con voz bastante alta –sin moverme– que acá no se puede fumar y que por favor no salga (+)
(-) del consultorio sin el barbijo en su lugar.
–¿Sos médica o infladora de huevos, vos? –emite por respuesta junto a una carcajada a lo Patán.
–Se lo digo en serio –insisto.
Él se prende el pucho, da una pitada y larga el humo en un intento de círculos. Gira hacia mí.
(+)
#CosasQuePasanEnLaGuardia #114. Cuatro de la mañana. Un ruido agudo que no logro identificar me despierta. Es agudo, insidioso, repetitivo, insolente. Se me cuela por la oreja derecha entumecida que se durmió contra mi antebrazo derecho apoyado sobre la mesa del estar (+)
(-) médico. Me enderezo de golpe y la silla de tapizado rojo deshilachado relincha. Miro alrededor. La pelirroja duerme en el sillón pulgoso y la baba le chorrea, por el costado del barbijo caído, sobre el tapizado azul lleno de pelotitas. Me levanto y apretujo la oreja (+)
(-) hasta que se despierta mientras me acerco al sillón y la sacudo. El ruido insiste, ahora más prolongado; parece una bocina. Una voz masculina grita pidiendo un médico. El altoparlante recita el ya conocido “se solicita emergentólogo en entrada de ambulancias” y ahí sí que (+)
#CosasQuePasanPorSerMédica #28. Bajo del colectivo todavía pensando en la mujer de no más de sesenta con la pierna amputada y la otra que largaba un tremendo olor a gusanos en cuyo talón –por suerte– no le encontré más que tres. Me pregunto si quedarán otros escondidos (+)
(-) en lo oscuro de esos recovecos en los que a la pinza le costaba avanzar; eran como cavernas en forma de serpiente. Miro al cielo, celeste, con alguna que otra nube pomposa –no amenaza a lluvia de esa que tanto añoro para dormir– y ruego que no haya más y que le encuentren(+)
(-) un hogar donde pueda curarse así no termina amputada de este lado también. Respiro hondo y el aire que acaricia mis cuerdas vocales me obliga a cerrarme el polar tan poco acorde a la estación. Cuento hasta cinco para adentro mientras cruzo con los ojos apenas abiertos (+)
#CosasQuePasanEnLaGuardia #113. Estar médico, seis de la tarde. Afuera diluvia. Los consultorios están llenos y la lista, vacía. Hace media hora que no viene ni una ambulancia, y casi que la calma asusta, aunque intento no pensar en eso. Volvió la pelirroja –totalmente (+)
(-) recuperada salvo por el agotamiento– y trajo cosas ricas. Hay cuadraditos de torta de ricota, pastafrola de batata –¿a quién se le ocurre tremendo pecado?–, triples de jamón y queso, jamón y huevo, jamón y tomate –tomate fresco, dulzón, casi que parece cherry–, (+)
(-) queso y choclo –turbio–, jamón y aceitunas y unos con palmitos de los que rebasa la salsa golf, papas fritas, palitos y hasta chizitos. Para tomar: coca y dos de esos jugos diluidos que no me llaman. El olor es a fiestita de cumpleaños de primaria de esas que tanto nos (+)
#CosasQuePasanEnLaGuardia #112. PRE-COVID. Las traen juntas en una sola ambulancia. Son las once de la noche, pero se sienten como las tres de la mañana. Mi estómago emite un gruñido que me recuerda las tres porciones de pizza que traje en un (+)
(-) tupper y metí en la heladera; espero que no me las coman. Las recibo junto con la pelirroja que constriñe tanto los labios como las fosas nasales. El médico de la ambulancia nos cuenta que vienen de un departamento enorme –del segundo piso de un edificio antiguo (+)
(-) de esos de techos altos y puertas con ventilete arriba– con solo dos habitaciones en uso, que el resto estaban tapadas de bolsas con restos varios de los que no puede descartar que alguno fuera humano. Cuenta que la que dio aviso fue una vecina y la mujer aparece (+)