Hoy por toda la movida de #PeakyBlinders grabando en Manchester, estuve subiendo fotos, pero a pesar del glamour, les quiero contar una historia sobre la otra cara la ciudad. Una nefasta. #AbroHilo
“Está todo mal con los trolos”. Eso dijo. Pero esperá. No te levantes de la silla enojado todavía. Esperá, necesito aclarar. “We aren’t OK with those fucking queers”. Eso dijo, pero no creo en las traducciones literales.
Tal vez fueron los ojos, había una chispa, un odio, un algo que me llevó a traducirlo así y contarlo hoy por este medio.
Está todo mal con los trolos. En Manchester está todo mal con los trolos. No podía quedarme con ese statement. Una opinión, una muestra de bronca.
Hoy les voy a contar la historia de cuando cayó un jefe nuevo a una empresa donde trabajé y me hizo prender fuego plata adelante de todos.
Todo empieza con una crisis en la empresa y en la comunicación. Las redes estaban prendidas fuego y la opinión pública nos estaba destrozando. Las ventas se habían ido al tacho. Entonces llamaron a un mesías de los negocios que vino y lo primero que hizo fue llamar a Marketing.
Quiero que se entienda. A pesar de la situación horrenda del billete, ese día aprendí un montón de redes, comunicación, gestión, etc. Digo, a veces los "accidentes" ayudan a poner las cosas en perspectiva.
Nos sentamos todos y llamó a un inversor a que se sume.
Ok, me pasó algo que… bueno, les cuento. Estoy en la caja de IKEA para pagar unas cosas que no necesito, pero que compré igual. Ya saben, la cinta magnética. La chica o el chico de turno con cara de culo y la fila.
Siempre la misma secuencia, con la diferencia de que es mi primera vez en IKEA. Si no estás al tanto, dejame ponerte en contexto: IKEA es una megatienda sueca que se instaló en todo Europa y se dedica a la venta de muebles y decoraciones para el hogar…
y todo lo que se pueda meter en el hogar. Uno llega y ve un galpón enorme azul, de esos contra los que se estrellan los pájaros distraídos, y el nombre “IKEA”, todo en mayúsculas escrito a lo Hollywood, en letras amarillas enormes.
Primero quiero pedirte perdón, perdón por contarte todo esto, pero creo que tenés que saber. Si la televisión no existiese, no estaría contando esta historia. Estaría contando otra, seguramente más feliz.
No es que no fuese feliz, el problema es que lo era demasiado.
Demasiado feliz. A ver, digamos que era lo que podemos llamar rutinariamente-feliz. Rutinariamente-feliz. Sí, suena a algo que hoy diría. Quedémonos con ese nombre. Digamos que para hacerle honor al nombre, íbamos todos los años a la playa.
Familia completa, varios autos, un trailer enganchado al Renault 12 y porta equipajes. Todos los años, segunda quincena de enero, Santa Teresita. Era genial. Digamos que para ser rutinariamente-feliz, comíamos los lunes milanesas de pollo,
Siempre digo que escribo sobre personas que empiezan mal y terminan peor. Eso no significa que todo es tragedia muerte y viejas comidas por castores, sino solo el terreno donde me siento más cómodo.
Pero hay una realidad, cada vez que uso este tip en una de mis historias, el conflicto crece de forma tan robusta que hasta se siente real.