Dentro de la arqueología industrial de Sevilla ocupa un lugar importante el edificio que fue Almacén Real de Maderas del Segura pasa desapercibido por todas las perrerías que le han hecho a lo largo de los siglos.
La escasa diligencia en el cuidado del entorno hizo que se perdiesen los enormes bosques que rodeaban a Sevilla, cuya primera mención se encuentra en Avieno y que explicaban que la República Romana, los almohades o Alfonso X construyesen grandes atarazanas en Sevilla.
El último bosque de alerces se quemó en el siglo XVI (los botánicos aseguran que nunca los hubo y las fuentes lo desmienten). El último de estos árboles fue arrancado por el ayuntamiento en 1802.
Tras la epidemia de 1649 y el aumento de la colmatación del río, la economía de Sevilla se hundió y la ciudad nunca recobró la pujanza económica que tuvo, especialmente con el traslado de la Casa de Contratación a Cádiz.
Para que la gente pudiese sobrevivir se construyeron grandes edificios industriales en la zona de El Arenal de Sevilla, un espacio vacío y sin uso.
El Almacén (1735) se erigió, sobre todo, para albergar la ingente cantidad de madera que se requería para el mantenimiento del Puente de Barcas y para la construcción de la Real Fábrica de Tabacos (1728).
Sevilla fue el lugar con más fumadores del mundo, razón por la que en la Catedral había un enorme cenicero.
Durante mucho tiempo se importaba carísima madera de Flandes hasta que un funcionario honrado defendió que la madera de pino andaluz era de excelente calidad, barato y no era necesario importarlo.
El coste de esa madera era muy reducido porque la Administración no pagaba con justicia a quienes estaban relacionados con la extracción de la madera sin pensar que robar para el Estado en lugar de para uno mismo, sigue siendo robar.
Empobrecer a los pobres para enriquecer a los ricos es una gran maldad, porque los países que peor funcionan son los que tienen mayor desigualdad social. Menos mal que eso ya no pasa.
En el verano llegaban a Sevilla por el Guadalquivir, tras una travesía de meses, multitud de troncos conducidos por almadieros durante los 500 km que separan la ciudad de los montes donde crecían estos árboles, en Jaén, en la Sierra del Segura.
Hasta allí llegaba el mar de Sevilla, ya que esa zona de Jaén se convirtió en provincia marítima.
A partir de 1748 el acopio institucional de madera fue un asunto estratégico del Estado porque se requerían buenos barcos para mantener el fabuloso imperio español de ultramar.
Por eso se encargó la Marina, que se reservó los mejores ejemplares de árboles.
La explotación forestal era entonces tan irresponsable como lo fue en el pasado. Menos mal que eso tampoco pasa en presente.
Aquí podemos ver el Almacén Real de Maderas del Segura tal como lo dibujó Pedro Tortolero en el siglo XVIII y compararlo con el edificio actual.
• • •
Missing some Tweet in this thread? You can try to
force a refresh
La embajada Keichō, enviada desde el Japón feudal a España, estuvo en Espartinas durante trece meses. Algunos de los miembros de la embajada estarían en el Monasterio de Loreto, la casa espiritual de Luis Sotelo, el promotor de la embajada.
Otros miembros de la embajada se quedarían en la Hacienda Mejina, donde Luis Solano tenía su casa terrenal:
El monasterio se encuentra en un entorno romano(1) junto a una torre defensiva mudéjar, conocida como Torre Mocha, la única de su tipo en el Aljarafe, de época de don Fadrique, hermano de Alfonso X. Está situada en un lugar estratégico.
La embajada Keichō, dirigida por el samurái Hasekura Tsunenaga (1571-1622), llegó a Sanlúcar el 6 de octubre de 1614. Antes de ser alojados por el conde de Salvatierra (1570-1618) en el Alcázar de Sevilla*, estuvieron en la Hacienda Mejina, en Espartinas, con toda probabilidad.
El promotor de la embajada era el franciscano Luis Sotelo (1574-1624), misionero en Japón que en 1612 entró en contacto con Date Massamune (1567-1636), daimyō de Sendai, que envió la embajada a España porque quería tecnología española y los ingresos del comercio internacional.
Probablemente llegaron desde Coria, donde se fabricaban las tinajas de barro para el aceite, por la Vereda de la Carne, desde la ensenada del río Pudio.
El Templete de la Cruz de San Onofre, en Sevilla, está hundido en el tiempo del olvido. Hoy es una de las muchas tumbas en las que yacen nuestros recuerdos. Es como una miga que ha quedado en el mantel de la modernidad en la que todos han olvidado el banquete.
Es un grano de piedra que no se entiende en un mundo de hierro y cemento.
Hoy se puede ver desde el apeadero de San Jerónimo, entre las vías del ferrocarril y la SE-30, que han dejado al templete de San Onofre en un agujero ruin.
Estamos en un espacio sagrado envilecido por las escaleras metálicas y por el escandaloso plástico rojo de los letreros de la estación.
Hombres cansados que se marchan de Sevilla lo miran indiferentes desde el tren, tras los cristales empañados, sin hacerse preguntas
Desde su terrible derrota en las Navas de Tolosa (1212), los almohades sabían que tendrían que enfrentarse a muerte con los cristianos en la capital de su imperio: Sevilla.
Por eso construyeron la Torre del Oro (1221). El último baluarte. La última esperanza.
El nombre de "Torre del Oro" es una traducción del que tuvo en la época almohade y ese nombre también se le da en la Primera Crónica General, pero también se utilizó para almacén temporal del oro de América.
Sevilla y la Torre del Oro en 1588. Civitates Orbis Terrarum.
Tenía 12 lados para resistir mejor los proyectiles. El primer cañón de Europa se usó en el s. XIII durante esa guerra de siglos entre musulmanes y cristianos.
Es una obra maestra de la arquitectura militar y la poliercética. Es un juego geométrico de la muralla hacia el Alcázar.
En Sevilla tenemos algunas puertas de ladrillo agramilado que se parecen entre sí, como la puerta principal del Monasterio de Santa Paula, con su arco canopial.
La puerta de la iglesia del Monasterio de Santa Paula.
La Sevilla del siglo XVI era multicultural, pero la colonia extranjera más numerosa de Sevilla eran los italianos, y dentro de los italianos, los genoveses, que están en la ciudad desde 1248, cuando la conquista Fernando III.
Francisco Niculoso era de Pisa y trabajó en Sevilla entre 1498 y 1526.
En la portada de la iglesia del monasterio* de Santa Paula, acabada en 1504, se mezclan a la perfección, como una invitación a la convivencia y al mestizaje, elementos góticos, mudéjares...
...y algunos de los primeros elementos decorativos del renacimiento.
Se combina el ladrillo agramilado con los arcos apuntados, junto a flameros y medallones, y la cerámica como elemento decorativo.