El Templete de la Cruz de San Onofre, en Sevilla, está hundido en el tiempo del olvido. Hoy es una de las muchas tumbas en las que yacen nuestros recuerdos. Es como una miga que ha quedado en el mantel de la modernidad en la que todos han olvidado el banquete.
Es un grano de piedra que no se entiende en un mundo de hierro y cemento.
Hoy se puede ver desde el apeadero de San Jerónimo, entre las vías del ferrocarril y la SE-30, que han dejado al templete de San Onofre en un agujero ruin.
Estamos en un espacio sagrado envilecido por las escaleras metálicas y por el escandaloso plástico rojo de los letreros de la estación.
Hombres cansados que se marchan de Sevilla lo miran indiferentes desde el tren, tras los cristales empañados, sin hacerse preguntas
porque solo ven la escoria de lo que fuimos, como un esqueleto desmantelado que es la Historia convertida en suburbio.
Es un espacio turbador porque le falta sentido, porque se encuentra en un lugar donde nadie espera, como si alguien hubiese removido el sepulcro del tiempo.
Es un humilladero gótico-mudéjar de finales del s.XV, construido durante el reinado de los Reyes Católicos, aunque podría tener un origen anterior porque en esa zona se situaba un puesto de avanzada del Campamento de Fernando III, no muy lejos de lo que hoy es San Lázaro.
Pero desde este agujero, desagüe de la Historia, ya no se ven ni los tejados de la ciudad que desde aquí contemplaba Fernando III soñando en conquistarla entre el polvo dorado de la tarde.
Desde este lugar estratégico, marcado hoy por dos vías de comunicaciones, escuchaba el lejano grito del muecín sobre el eco de los golpes de las armas que aún no ha acabado de extinguirse, pero ya no existe el perfil que había quedado grabado en su mirada.
A su alrededor, bajo la tierra de la luz, las tumbas oscuras que se pusieron entre el Templete y San Jerónimo durante la epidemia de 1800, han sido tapadas por el asfalto.
En la Sevilla medieval había varios humilladeros, pero solo quedan en pie el Templete de la Cruz del Campo y el de San Onofre.
Los humilladeros eran cruceros que se situaban como hitos o indicadores en los cruces de los caminos y luego se cubrían.
La cruz de la placita de Santa Marta, por ejemplo, era el crucero que marcaba el cruce de caminos del monasterio de San Jerónimo y el hospital de leprosos de San Lázaro, que se unían para llegar a Sevilla.
Más tarde, la obra de este humilladero de San Onofre se utilizó como soporte para construir una ermita.
La cruz salió de una torre derruída del Monasterio de San Jerónimo.
La ermita que se hallaba en este lugar maltratado fue la humilde casa de alguien que nació en un palacio napolitano, Ambrosio Mariano, que buscaba en la soledad su derecho a ser feliz. Por el suelo quedan sus instantes esparcidos, hechos añicos.
También son las ruinas del deseo de purificación de Juan Miseria. Cuándo venimos a este lugar vemos las piedras, pero no el alma de aquellos insignes eremitas.
Me pregunto cuál era el infierno que encerró a esos genios en el espacio diminuto que fue la ermita de San Onofre.
Fray Ambrosio Mariano Ázaro de San Benito era un carmelita de origen napolitano especializado en ingeniería hidráulica muy relacionado con santa Teresa de Jesús y que colaboraba en sus fundaciones.
Hizo un análisis científico del río Guadalquivir por orden de Felipe II, un proyecto para el que elaboró el plano topográfico con un canal navegable entre Jerez de la Frontera y el río Guadalete, de 1581, que se atribuyó a Juan de Herrera
Juan de la Miseria fue un religioso napolitano que se dedicaba al arte, como la pintura, la escultura y la literatura.
Se llamaba Jan Narduck, pero cambió de nombre al tomar los hábitos como fraile de la Orden de los Carmelitas Descalzos por la influencia de Santa Teresa de Jesús
La conoció en Sevilla en 1569 y le encargaron que pintara su retrato en 1576.
Santa Teresa tenía 61 años y tal vez ya no estaba en su mejor momento, porque se enfadó al ver el cuadro: «Dios te perdone, fray Juan, ¡qué fea y legañosa me pintasteis!».
La obra original se encuentra en el convento de las carmelitas, las Teresas, de Sevilla.
La ermita, que fue casa de un científico místico, ha desaparecido y al artista no le quedó nada que pintar, porque entre la poca tierra fatigada que se ve no queda rastro de muerte ni de vida
Más tarde la pequeña ermita prestó servicios hospitalarios al gremio de los sederos, pero dejó de funcionar con la reorganización de hospitales de 1587.
Con el paso de los años y el olvido, la ermita de convirtió en venta, que se conoció como la Venta del Santo.
La venta se construyó aprovechando el viejo templete, que apareció en 1914, al derribar la venta para hacer las vías del tren.
Por favor, visitad ese lugar para no ser cómplices del olvido.
La embajada Keichō, enviada desde el Japón feudal a España, estuvo en Espartinas durante trece meses. Algunos de los miembros de la embajada estarían en el Monasterio de Loreto, la casa espiritual de Luis Sotelo, el promotor de la embajada.
Otros miembros de la embajada se quedarían en la Hacienda Mejina, donde Luis Solano tenía su casa terrenal:
El monasterio se encuentra en un entorno romano(1) junto a una torre defensiva mudéjar, conocida como Torre Mocha, la única de su tipo en el Aljarafe, de época de don Fadrique, hermano de Alfonso X. Está situada en un lugar estratégico.
La embajada Keichō, dirigida por el samurái Hasekura Tsunenaga (1571-1622), llegó a Sanlúcar el 6 de octubre de 1614. Antes de ser alojados por el conde de Salvatierra (1570-1618) en el Alcázar de Sevilla*, estuvieron en la Hacienda Mejina, en Espartinas, con toda probabilidad.
El promotor de la embajada era el franciscano Luis Sotelo (1574-1624), misionero en Japón que en 1612 entró en contacto con Date Massamune (1567-1636), daimyō de Sendai, que envió la embajada a España porque quería tecnología española y los ingresos del comercio internacional.
Probablemente llegaron desde Coria, donde se fabricaban las tinajas de barro para el aceite, por la Vereda de la Carne, desde la ensenada del río Pudio.
Dentro de la arqueología industrial de Sevilla ocupa un lugar importante el edificio que fue Almacén Real de Maderas del Segura pasa desapercibido por todas las perrerías que le han hecho a lo largo de los siglos.
La escasa diligencia en el cuidado del entorno hizo que se perdiesen los enormes bosques que rodeaban a Sevilla, cuya primera mención se encuentra en Avieno y que explicaban que la República Romana, los almohades o Alfonso X construyesen grandes atarazanas en Sevilla.
El último bosque de alerces se quemó en el siglo XVI (los botánicos aseguran que nunca los hubo y las fuentes lo desmienten). El último de estos árboles fue arrancado por el ayuntamiento en 1802.
Desde su terrible derrota en las Navas de Tolosa (1212), los almohades sabían que tendrían que enfrentarse a muerte con los cristianos en la capital de su imperio: Sevilla.
Por eso construyeron la Torre del Oro (1221). El último baluarte. La última esperanza.
El nombre de "Torre del Oro" es una traducción del que tuvo en la época almohade y ese nombre también se le da en la Primera Crónica General, pero también se utilizó para almacén temporal del oro de América.
Sevilla y la Torre del Oro en 1588. Civitates Orbis Terrarum.
Tenía 12 lados para resistir mejor los proyectiles. El primer cañón de Europa se usó en el s. XIII durante esa guerra de siglos entre musulmanes y cristianos.
Es una obra maestra de la arquitectura militar y la poliercética. Es un juego geométrico de la muralla hacia el Alcázar.
En Sevilla tenemos algunas puertas de ladrillo agramilado que se parecen entre sí, como la puerta principal del Monasterio de Santa Paula, con su arco canopial.
La puerta de la iglesia del Monasterio de Santa Paula.
La Sevilla del siglo XVI era multicultural, pero la colonia extranjera más numerosa de Sevilla eran los italianos, y dentro de los italianos, los genoveses, que están en la ciudad desde 1248, cuando la conquista Fernando III.
Francisco Niculoso era de Pisa y trabajó en Sevilla entre 1498 y 1526.
En la portada de la iglesia del monasterio* de Santa Paula, acabada en 1504, se mezclan a la perfección, como una invitación a la convivencia y al mestizaje, elementos góticos, mudéjares...
...y algunos de los primeros elementos decorativos del renacimiento.
Se combina el ladrillo agramilado con los arcos apuntados, junto a flameros y medallones, y la cerámica como elemento decorativo.