La impresión de que el impulso creativo de Bruckner comenzó a disminuir en la última etapa de su vida es errónea. Sus últimos 15 años de vida estuvieron llenos de productividad febril y de nuevas concepciones musicales.
Las últimas 3 sinfonías fueron compuestas al mismo tiempo que sus últimas grandes obras corales eclesiásticas, el Te Deum y el Psalm 150, y de sus más importantes obras corales seculares, Helgoland y Das deutsche Lied.
Las 3 últimas sinfonías tienen tantas similitudes en estilo y técnica, y difieren tanto de las anteriores que realmente representan el desarrollo definitivo de Bruckner, comparable al estilo tardío de Beethoven, también escrito durante la última década de la vida del compositor.
Estas tres obras tienen en común su enorme longitud, la gran extensión de cada movimiento, un más amplio rango de sonoridades orquestales y las fuertes asociaciones temáticas con la obra religiosa del compositor, con citas abundantes tanto del Te Deum como de la Misa en Re menor.
Las tres sinfonías incluyen un cuarteto de tubas wagnerianas en los movimientos lentos y finales, para darles peso adicional y énfasis. Cuando las tubas wagnerianas callan, los cornos aumentan a 6 u 8, y las percusiones y arpa se utilizan en los movimientos intermedios de la 8ª.
La solemnidad de las 3 obras se expresa no sólo por el énfasis en los movimientos lentos, la utilización deliberada de materiales eclesiásticos, como el “Non confundar” del Te Deum y la monumentalidad de sus principales temas, sino también por las dedicatorias de estas obras.
Bruckner dedicó la 7ª Sinfonía al Rey Ludwig II de Baviera (aunque realmente a la memoria de Wagner), la 8ª al Emperador Francisco José I de Austria y la 9ª a su amado Dios (“dem lieben Gott”).
Esta última dedicatoria apunta al núcleo conceptual de las tres obras: aspiran a Dios e intentan describir el éxtasis de la felicidad y el abismo de desesperación experimentados por Bruckner en su viaje a las cortes celestiales del Señor.
La trascendencia artística, la belleza de las melodías y la magnitud de estas obras las vincula a la 9ª Sinfonía de Beethoven, cuya influencia es notable especialmente en el Adagio de la 7ª Sinfonía y el primer movimiento de la 9ª.
La 7ª Sinfonía en Mi mayor fue compuesta entre 1881 y 1883, es probablemente la más popular, y en opinión de Redlich, la más bella de las sinfonías de Bruckner. Fue interpretada por primera vez en Leipzig bajo la batuta de Arthur Nikisch en 1884 y fue publicada al año siguiente.
La belleza angelical del primer tema principal del primer movimiento es la medida de la altura de la inspiración de la 7ª Sinfonía (0:06). Le sigue un motivo (0:30) que no es otra cosa que una cita el “Judicare” del Credo de la Misa en Re menor.
El vínculo con el mundo eclesiástico de Bruckner se vuelve más fuerte en el Adagio, en el que aparece el motivo del “Non confundar” del Te Deum a lo largo del movimiento, particularmente en el clímax (8:04, 11:05-12:31, 15:31-18:00).
El Scherzo de la 7ª Sinfonía es única al unir lo rústico y la imaginación fantástica. El obstinado motivo de trompeta acompañado por el retumbar de las cuerdas tuvo influencia en la 5ª Sinfonía de Mahler.
La 8ª Sinfonía en Do menor de Bruckner es una obra concebida a una escala heroica y es el reflejo de una alma auténticamente heroica, impávida ante fracasos y decepciones. Haas habla de su “disposición Faustiana”.
En la 8ª Sinfonía, Bruckner escala a alturas celestiales en el Adagio después de haber caído en el Infierno de Dante en el primer movimiento, e intenta cerrar el círculo en el Finale combinando toda la temática en una síntesis final.
En una carta a Weingartner de enero de 1891, Bruckner se refiere al “anuncio” de muerte en las trompetas y cornos al final del primer movimiento, como uno de las principales temáticas sobre las cuales se edifica toda la 8ª Sinfonía (13:14).
Bruckner llama al Scherzo “Deustcher Michel”, evidentemente identificándose con la figura simbólica de la rudeza teutónica, y el trio, con sus asociaciones melódicas con la canción introductoria del Winterreise, expresa los “ensueños de Michel”.
Para Bruckner, el gigantesco episodio final ilustra una reunión entre el emperador austriaco y el zar ruso en Olomuc, e incluso identifica uno de los motivos con el galope de los cosacos que acompañaban al zar.
El Adagio es un movimiento de desesperanza y soledad, pero también de éxtasis, que flota en las alas de tresillos “à la Tristan” que emergen del motivo inicial de la Fantasía “Wanderer” de Schubert, ese oscuro himno a la nostalgia solitaria (0:16-0:27).
Bruckner compuso la 8ª Sinfonía de 1884 a 1887, y la revisó 1889 a 1890. La primera interpretación, que tuvo lugar en Viena en 1892 bajo la batuta de Richter, fue un gran éxito. Incluso fue bien recibida por Hanslick y el séquito de adoradores de Brahms. Fue publicada en 1892.
La 9ª Sinfonía en Re menor, la última e inacabada obra de Bruckner, se convirtió en la principal ocupación en sus últimos 9 años de vida. Es el epitome de su lucha por nuevas proporciones sinfónicas y de la solemnidad mística de las grandes composiciones corales.
Al igual que sus primeras sinfonías y la 7ª, la 9ª Sinfonía tiene una estrecha conexión temática con las Misas en Si bemol y Re menor. Los tres movimientos que Bruckner completó sobrepasan todo lo que previamente había escrito.
El acorde inicial del Scherzo, el acorde napolitano en la conclusión del 1er movimiento y el grito de los cornos en el ámbito de una novena en el Adagio tuvieron una fuerte influencia en la generación de compositores austriacos de principios del siglo XX.
Bruckner se refería al Adagio de la 9ª Sinfonía como una “despedida a la vida”, contiene varias citas del final del "Miserere", del Adagio de la 8ª Sinfonía y del Adagio de la 7ª.
En 1887 Bruckner trabajó en el bosquejo del 1er movimiento y del Scherzo. Retomó los trabajos en 1891 y en 1894 completó estos movimientos y el Adagio. En sus últimos dos años de vida, Bruckner trabajó en el último movimiento, el cual completó hasta el inicio de la coda.
La 9ª Sinfonía fue interpretada por primera vez más de seis años después de la muerte de Bruckner, en febrero de 1903, bajo la batuta de Ferdinand Löwe, quien añadió el Te Deum para sustituir el último movimiento. Löwe publicó la partitura ese mismo año como editor oficial.
Fue hasta 1934 que Alfred Orel publicó la 9ª Sinfonía en dos versiones, una en su versión original de acuerdo al manuscrito, y otra que incluye los bosquejos de los cuatro movimientos.
Para concluir este capítulo y la semana, comparto la 8ª Sinfonía dirigida por Pierre Boulez en San Florián, la que Bruckner consideraba su mejor sinfonía, y que es mi favorita entre todas las sinfonías. Buenas noches.
El impulso sinfónico de Bruckner continuó con intensidad inquebrantable en la tercera etapa de su desarrollo como compositor de obras instrumentales a gran escala, que comprende de la 4ª a la 6ª Sinfonía y el Quinteto, y que forman un grupo coherente por su clima musical común.
A diferencia de las primeras sinfonías, estas 4 obras están en tonalidad mayor y son optimistas, románticas (descripción que aparece en un boceto de la 4ª), fantásticas (así llamaba Bruckner a la 5ª) o alegres (Bruckner decía que la 6ª era la la más “atrevida”).
Entre las extrañas anomalías del desarrollo de Bruckner está el hecho del que no escribió ninguna obra instrumental mayor antes de los 38 años. Se ha tratado de dar varias explicaciones: su lento desarrollo en general…
…el no haber oído música orquestal en su remanso provincial, su entorno eclesiástico, los 6 años de austero estudio de contrapunto con Sechter. Quizá todo esto contribuyó en igual medida a su indecisión a abordar el género que se convertiría en su modo más personal de expresión.
La extensión y carácter de la música vocal de Bruckner fue determinada en gran medida por su relación con la Iglesia y con las sociedades corales. Sólo compuso algunas canciones acompañadas al piano y ninguna ópera, a pesar de ser categorías muy populares entre los románticos.
El anacronismo de su personalidad creativa se expresa intensamente con su casi exclusiva concentración en música coral para la liturgia Romana y en el canto a varias voces con o sin acompañamiento instrumental.
Redlich divide este capítulo sobre los fundamentos del estilo de la música de Anton Bruckner en tres apartados: la afinidad entre la misa y la sinfonía, el patrón general de sus sinfonías, y la tonalidad y contrapunto en su música.
Al comparar las sinfonías y grandes misas de Bruckner con las de Beethoven, encontramos dos diferencias fundamentales. Mientras que en las sinfonías de Beethoven hay un desarrollo gradual y creciente, en las de Bruckner hay un único patrón formal con poca variación.
“Any approach to Bruckner’s music, any attempt to assess its merits and to reach an authentic standard of interpretation has been immeasurably complicated by the gradual publication since 1934 of the so called Originalfassungen (original versions, O.V.)…”
En efecto, a partir de 1934 se empezaron publicar las “versiones originales” de las Sinfonías y grandes Misas basadas en los manuscritos que Bruckner legó a la Biblioteca Nacional en Viena. En su testamento estipuló que estos debían ponerse a disposición de J. Eberle & Co.
A pesar de que Anton Bruckner sin duda es el más importante compositor de sinfonías y música para la Iglesia Católica, después de Beethoven y Schubert, su reconocimiento general fue muy tardío. Entre sus contemporáneos tuvo impacto hasta el final de la década de 1870.
Este reconocimiento tardío de Bruckner se puede deber a las peculiaridades de su personalidad, las circunstancias de su desarrollo musical y algunas características de estilo de su música.