Les prometí una historia de infidelidad. Estos son los recuerdos de cuando era chico y mamá tenía una amiga que pasó a la historia. Pasó a la historia porque nunca más la volvimos a ver, un poco por la vida, un poco por SU vida. #AbroHilo
Vamos a decir que Alejandra se llamaba Alejandra, solo para preservar su nombre. Divina. De verdad. Era de esas personas que jamás pasaba percibida, pero siempre por las razones correctas. Me guío por recuerdos y el sexo no vivía en mi cabeza, pero puedo decir que era atractiva.
Alejandra tenía un novio, Gustavo. Gustavo era de esos tipos que hacen de todo y lo hacen bien. Lo hacen bien y en el momento adecuado. Si Gustavo hubiese querido poner un vidrio templado en el celular, seguro lo hubiese hecho sin burbujas. Así era él. Juntos, eran perfectos.
Alejandra era directora de un colegio rural en zona sur y Gustavo, Veterinario. Ganaban bien, vivían bien y, para sumar al halo de bondad, se habían hecho cargo de las sobrinas de Alejandra, que vivían huérfanas en un hogar de chicos en Burzaco.
Con mamá íbamos seguido a visitar a Ale. Gustavo nunca estaba porque, según decían, se la pasaba trabajando y tenía un lazo emocional muy grande con los animales. Las veces que aparecía, lo hacía con chocolates, dulces o tortas. ¿Cómo no quererlo, no?
Me acuerdo que, cuando en 2001, por una rareza del clima un tornado o un viento fuerte o el soplido de una vieja nos tiró la planta alta de casa y nos dejó sin luz un mes, Ale y Gustavo vinieron con bidones de agua y comida y frazadas. Eran así, jamás pedían nada a cambio.
De nuevo, ¿cómo no quererlos?
Si había personas casadas en la misma sala, querían ser como Gustavo y Ale. Si había personas solteras, querían ser el uno o el otro por sus capacidades y brillos individuales. Muchos decían que eran LA pareja y que solo les faltaba casarse.
Lo deben haber escuchado muchas veces porque lo próximo que recuerdo fue que mamá me compró una camisa y un pantalón nuevo. Zapatos. Mi hermana también tuvo ropa nueva y pum, estábamos todos esperando a los novios en la puerta de la iglesia.
Luna de miel en México. Volvieron con regalos, incluso para mí. Para todos. No escatimaban porque cuando uno es feliz no escatima y, un día de felicidad, Gustavo no apareció. Él llegaba tipo siete de la tarde de la veterinaria y habían dado las ocho.
Ale llamó a casa y habló con mamá. Hablaron 15 minutos y, cuando cortaron mamá dijo al aire, "este se mandó una".
A la hora, Ale llamó de nuevo. Le contó a mamá que Gustavo todavía no había aparecido, que el teléfono de la veterinaria llamaba y llamaba, pero nadie atendía.
Celular? Esto pasó hace demasiado tiempo como para hablar de celulares. Ale volvió a cortar el teléfono, pero antes le dijo a mamá que iba a agarrar el auto y ver si encontraba a Gustavo por ahí.
Pasaron más horas. Otro llamado y lo que pasó.
Alejandra fue hasta la veterinaria. El auto de Gustavo estaba estacionado donde siempre. Ella tenía llaves, así que entró. El lugar estaba completamente oscuro. Solo se escuchaban los ruidos de los animales en las jaulas. Un aleteo, pezuñas. Eso y un ruido no animal.
Alejandra siguió el sonido y llegó hasta el fondo del local, pasó la puerta de la parte clínica y se metió en el depósito. Gustavo. Gustavo estaba ahí. El ruido no animal era el ruido de un beso. La piel contra la piel. La infidelidad sobre el pecho de otro hombre.
Gustavo y otro hombre.
Esto lo escuché de la boca de mamá. Esto lo escuché de la boca de otros que conocieron la historia con el tiempo, que conocieron la historia sin conocer a Alejandra. Me acuerdo de una frase patente.
"Él es Esteban". Y nunca más volvimos a ver a Ale.
FIN.
Gracias a todos, como siempre, por leerme. Gracias por compartir y comentar ❤️
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No solo es un tweet vacío y desalineado, sino que hasta tiene errores de ortografía.
Una vez más (porque a veces es una cuestión de repetición): marcas, no tuiteen por tuitear, no se suban a una tendencia por subirse y, si no suma lo que dicen, quédense callados.
Y arrobaron a la China. O sea, peor en esta no pudieron haber entrado, no? Háganse un favor y dedíquense a dar servicio de telefonía, no a comunicar. Irónicamente, deberían ser buenos en eso.
Y ahora me empezaron a seguir. El criterio es maravilloso.
Hoy es mi última noche en casa. Estábamos mirando una película en casa y, ni bien terminamos, salí al patio porque escuché gritos. Una voz de hombre que gritaba y gritaba. Me subí a la medianera y vi a los vecinos también tratando de ver qué pasaba.
Los gritos venían de atrás, del jardín público que está en la parte del fondo de casa. Me asomé un poco más desde arriba de la pared y vi a un pibe de unos 20 años reputeando a la que calculé era la novia. Ya se estaba pasando unos pueblos con el volumen y las puteadas.
La piña le decía “Gordon, it’s not like that, it’s not like that, calm down”.
Miré a los vecinos y me sonrieron. Le pegué un grito: “Gordon shut the fuck up, we have kids here”.
Silencio. Veo al pibe que encara para la calle. La piba estaba llorando.
Esta historia termina con una foto. Esa es mi promesa y la base de esta historia. Entonces el juego es así: si llegás al final, hay una foto, una foto nada casual, nada común; una foto que llegó de casualidad. #AbroHilo 👇🏻
Hacía rato que no me tomaba vacaciones y la madre de mi hijo no conocía Bariloche. Simple, ¿no? Una semana antes del vuelo, empezamos a planear con garabatos en una libretita de cuero qué íbamos a hacer cada día.
Yo, con más aspiraciones que ella, había plagado mi lado de la hoja con dibujitos de montañas, botes de rafting y kayaks. Pero de nuevo, eran aspiraciones, estaba claro desde el principio que no iba a poder hacer mucho de lo que tenía planeado. Pero Bariloche es Bariloche.
Papá no llora, aunque lo vi llorar varias veces. Papá no llora y a mí no me gusta el fútbol, aunque haya jugado varias veces. Así funcionó siempre la dinámica entre nosotros y, por razones de fuerza mayor, así deben funcionar por el resto de nuestros días.
Hay cosas que son y tienen que ser así. Un vecino borracho, de cuando todavía vivía en el barrio, decía que si a mí no me gustaba el fútbol estaba bien porque de esa forma el universo se mantenía en equilibrio.
Decía lo mismo de su adicción a la botella y de los lagrimales secos de papá. Como uno ya sabe, a veces el universo patea el tablero y hace que todo se vaya a la mierda, así que a veces lloramos. O jugamos al fútbol. O empinamos el codo.
Solo para que conste en el acta, esto que estoy por contar todavía tiene su original en un pedazo de papel madera adentro de una caja, adentro de una habitación sin usar en la casa de mi papá.
La historia no tiene nombre porque no lo necesita y, cada vez que la conté en voz alta me referí a ella como “El incidente de Winnie The Pooh”, así que, por conveniencia lingüística y falta de imaginación para nombrarla de otra forma, vamos a llamarla así.
Era diciembre, había terminado el secundario, pero no mi etapa como fumador, así que seguía animando fiestas. Era diciembre y tenía los ojos pintados con delineador y el pelo a lo Robert Smith. Era el hijo de Bob Patiño y un mapache.
"Ma, ¿te acordás de la almohadilla eléctrica?"
El auditorio estaba explotado. Había gente sentada en los apoyabrazos de los asientos de otras personas. Gente amontonada en los escalones. Nadie sabía quién era el de al lado.
Lo único que teníamos en común era que todos mirábamos en la misma dirección. Habíamos ido por lo mismo, por un comentario en el diario que decía que había quienes se desmayaban durante la lectura. Y uno va, uno va esperando no ser el desmayado.
Creo que así funciona la vergüenza, pero vamos igual. Siempre puede que uno se lleve una sorpresa.
Por lo general no voy a esos eventos.