Hoy es mi última noche en casa. Estábamos mirando una película en casa y, ni bien terminamos, salí al patio porque escuché gritos. Una voz de hombre que gritaba y gritaba. Me subí a la medianera y vi a los vecinos también tratando de ver qué pasaba.
Los gritos venían de atrás, del jardín público que está en la parte del fondo de casa. Me asomé un poco más desde arriba de la pared y vi a un pibe de unos 20 años reputeando a la que calculé era la novia. Ya se estaba pasando unos pueblos con el volumen y las puteadas.
La piña le decía “Gordon, it’s not like that, it’s not like that, calm down”.
Miré a los vecinos y me sonrieron. Le pegué un grito: “Gordon shut the fuck up, we have kids here”.
Silencio. Veo al pibe que encara para la calle. La piba estaba llorando.
Gordon volvió y le siguió gritando. Le dije en voz baja a Faye que vaya a las cajas de mudanza que tenemos en el living. La que está abajo de la de los libros y me alcance la máscara de Spiderman. Me la puse y me asomé con toda la pose de Peter Parker.
El pibe, Gordon, me vio y le dije, “don’t make me go around you fucker, you don’t wanna know who I am”. Le hice el gesto de tirarle una telaraña. Gordon salió corriendo. Los vecinos entraron a las carcajadas. Soy feliz.
Esta historia termina con una foto. Esa es mi promesa y la base de esta historia. Entonces el juego es así: si llegás al final, hay una foto, una foto nada casual, nada común; una foto que llegó de casualidad. #AbroHilo 👇🏻
Hacía rato que no me tomaba vacaciones y la madre de mi hijo no conocía Bariloche. Simple, ¿no? Una semana antes del vuelo, empezamos a planear con garabatos en una libretita de cuero qué íbamos a hacer cada día.
Yo, con más aspiraciones que ella, había plagado mi lado de la hoja con dibujitos de montañas, botes de rafting y kayaks. Pero de nuevo, eran aspiraciones, estaba claro desde el principio que no iba a poder hacer mucho de lo que tenía planeado. Pero Bariloche es Bariloche.
Papá no llora, aunque lo vi llorar varias veces. Papá no llora y a mí no me gusta el fútbol, aunque haya jugado varias veces. Así funcionó siempre la dinámica entre nosotros y, por razones de fuerza mayor, así deben funcionar por el resto de nuestros días.
Hay cosas que son y tienen que ser así. Un vecino borracho, de cuando todavía vivía en el barrio, decía que si a mí no me gustaba el fútbol estaba bien porque de esa forma el universo se mantenía en equilibrio.
Decía lo mismo de su adicción a la botella y de los lagrimales secos de papá. Como uno ya sabe, a veces el universo patea el tablero y hace que todo se vaya a la mierda, así que a veces lloramos. O jugamos al fútbol. O empinamos el codo.
Solo para que conste en el acta, esto que estoy por contar todavía tiene su original en un pedazo de papel madera adentro de una caja, adentro de una habitación sin usar en la casa de mi papá.
La historia no tiene nombre porque no lo necesita y, cada vez que la conté en voz alta me referí a ella como “El incidente de Winnie The Pooh”, así que, por conveniencia lingüística y falta de imaginación para nombrarla de otra forma, vamos a llamarla así.
Era diciembre, había terminado el secundario, pero no mi etapa como fumador, así que seguía animando fiestas. Era diciembre y tenía los ojos pintados con delineador y el pelo a lo Robert Smith. Era el hijo de Bob Patiño y un mapache.
"Ma, ¿te acordás de la almohadilla eléctrica?"
El auditorio estaba explotado. Había gente sentada en los apoyabrazos de los asientos de otras personas. Gente amontonada en los escalones. Nadie sabía quién era el de al lado.
Lo único que teníamos en común era que todos mirábamos en la misma dirección. Habíamos ido por lo mismo, por un comentario en el diario que decía que había quienes se desmayaban durante la lectura. Y uno va, uno va esperando no ser el desmayado.
Creo que así funciona la vergüenza, pero vamos igual. Siempre puede que uno se lleve una sorpresa.
Por lo general no voy a esos eventos.
Me crucé con esta carta que escribió una nena de ocho años en un vuelo de Quantas y pidió que se la den al piloto (al lado va traducida).
Cuando la leí, y por fuera de la humorada, me quedé pensando en algo de lo que hablo siempre.
Casi religiosamente hablo del propósito de las marcas y cómo ese "norte" es lo más importante para la compañía, ya que de ahí se desprende todo lo que dicen y hacen.
También hablo de la cantidad de veces que las compañías pierden ese norte.
Bueno, en esta carta vemos cómo, incluso cuando nos olvidamos de ese núcleo, nuestros consumidores nos lo van a recordar. De ahí la importancia de ser humanos como marcas y escuchar al otro. Extendamos eso a social media, cartas, blogs, teléfonos y atención al cliente.
Yo no sé cuánto saben de medicina, pero hoy les voy a contar del mejor diagnóstico médico jamás dado.
Mi viejo es de los tipos que van al médico cuando sienten que están en las últimas, pero bueno, a fuerza de convencimiento, logramos que se haga un chequeo.
Un chequeo en realidad siempre son muchos chequeos. Que análisis de esto, de los otro. Que resonancia magnética, que próstata, que sangre de acá y electrocardiogramas.
No sé si les pasa, pero para una persona que no quiere ir al médico, lo peor que le puede pasar es ver a muchos.
El proceso tarda algunas semanas y bueno, le salen cosas bien, cosas mal. Las malas siempre relacionadas con el sobrepeso, triglicéridos y colesterol. La parte que viene sucede porque mi viejo no sabe todo eso y está esperando el resultado y el diagnóstico. El próximo paso.