Es inaceptable pensar que unos criminales son buenos y otros son malos. No hay víctimas buenas y víctimas malas. Los narcotraficantes, las guerrillas y los terroristas son criminales sin importan los fines que persigan. Sus medios causan muerte y destrucción, esa es la medida.
Por eso, una campaña política decente y seria debería rechazar el apoyo de cualquier criminal, sea que se le hubiere dado un baño de legitimidad por vía decreto o porque se supone que ya cumplió una pena. Y digo se supone porque muchos siguen delinquiendo.
El que ha empuñado un arma contra cualquier persona para lucrarse traficando, imponer un modelo político o generar miedo; sin que se hubiera arrepentido, dicho la verdad y reparado a las víctimas, sigue creyendo que actuó bien y que estaba justificado quitarle la vida a otro.
Y en una sociedad libre que busca la paz, esas conductas deben ser rechazadas por toda la sociedad. Pero quienes aplauden o exigen benevolencia para algunos criminales de acuerdo a sus propias tendencias políticas, nos están condenando a perpetuar la violencia.
Por eso, son tan criminales los guerrilleros, los mal llamados paramilitares, los miembros de estructuras mafiosas, y cualquiera que tenga que imponerse a través de la violencia. Ellos nos depredan como sociedad, respaldarlos es ser cómplices y tener sangre en las manos.
Tambien son depredadores los que usan el Estado para enriquecerse, los que se asignan privilegios que no obtendríam por otros medios, los corruptos y clientelistas. Ellos también son responsables de la violencia.
No hay corrupción buena y corrupción mala. Como no hay robo bueno y robo malo. Es malo robar, ya sea el que atraca, el que desvía recursos públicos para sus propios fines o el que quiere quitarle a los ricos para distribuir según su propio criterio.
Robar es un acto violento en sí mismo, y genera violencia de forma directa e indirecta, perpetúa la pobreza, la injusticia y la impunidad. Por eso recibir el respaldo de estructuras corruptas es inaceptable y debe ser rechazado.
Buscar el poder para imponer desde el Estado un modelo de sociedad, colectivizando a otros, imponiendo la igualdad material o una determinada ideología o religión, es en sí mismo un acto violento. Usar la coerción a través de la fuerza del Estado para estos fines es violencia.
Es entonces un requisito indispensable para vivir en paz, asegurar la vida, proteger la priedad privada y garantizar la libertad (económica e individual).
Entonces, si queremos paz, debemos asumir la responsabilidad de nuestros actos, respetar el proyecto de vida y las creencias de los demás, disfrutar de lo que tenemos producto de nuestro propio esfuerzo, reconociendo que este mundo es cambiante y que la felicidad es una decisión.
