Mi hermana María trabaja en Bangkok.
Su jefe —que ni conoce España—, recibe una denuncia de tráfico de la embajada española y se la da a mi hermana. Ella la abre y su cara se va transformando a medida que lee. Le dice que ella se hace cargo.
Obdulia, acorralada, decide confesar lo que pasó aquella noche de invierno en que volvía a casa en su destartalado Volkswagen Golf por unas carreteras secundarias del agro gallego.
Lo que pasó a partir de ahí —según ella— fue una injusticia cometida contra una señora mayor asustada que vive sola. HASTA AQUÍ, SU VERSIÓN.
—Pero, señora, ¿usted está bien de la cabeza?
—¡Eso tenía que preguntarlo yo! Menudo susto me habéis metido (mi madre abofeteando con el tuteo).
—¡Señora, que no quiso parar!
—¡Claro, como que me voy a parar yo ahí de cháchara con vosotros!
—¡Y yo qué sé si vais disfrazados! Yo soy una anciana (palabra que usaba arteramente en estos casos) que vive sola y vi un coche sospechoso con dos hombres que bebían alcohol.
—¡Pero, señora, si es un coche patrulla! ¡Y es una botella de agua!
—A ver, señora, la documentación —dice el agente, exasperado.
—La tengo en casa.
—Mire, señora, con esto tendría que inmovilizarle el coche y hacer que nos acompañara, pero le voy a poner una denuncia por lo de las luces y la voy a dejar marchar. Y no vuelva a hacer algo así.
—Tome, aquí tiene la denuncia. ¿Me la va a firmar?
—¡Manda carallo! Yo no os firmo nada.
—Usted verá. Entonces recibirá la denuncia por correo y tendrá que identificar al conductor.
Colofón: después de este episodio Fast & Furious en el que debían haberle caído no menos de 1000 € de multa y posible juicio, Obdulia se fue de rositas a casa con una multa de 100 €. Y lo que pasó después... ya lo sabéis.