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Carlos Thompson @chlewey
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Mandela recibió un país dividido por el Apartheid y dio pasos importantes para la unión y la reconciliación.

Digamos que Duque sinceramente cree que su destino es ser el Mandela colombiano.

Veamos en qué nos parecemos y en qué no de la Sudáfrica de hace un cuatro de siglo.
Colombia también tiene divisiones y fracturas internas. Por un lado están las minorías étnicas como los cabildos indígenas, que tienen sus propios fueros. Pero más que imposición dada por las élites blancas, estos fueros han sido sus reivindicaciones.
Aún hay conflictos étnicos como el acceso a las tierras. Dónde más se dado esto es en el Cauca donde mejores tierras están en manos de una oligarquía blanco-mestiza.

Pero esos fueros no son para mantener a las etnias ancestrales aparte de la etnia dominante.
Más bien los fueros son una forma de reconocer y reivindicar a esas minorías ancestrales. Ese conflicto, aunque aún latente, no es la gran división entre los colombianos. Particularmente porque esas etnias ancestrales son en Colombia unas minorías.
Las divisiones entre colombianos más visibles tienen es un tinte político y social.

Esto en las ciudades y redes sociales se ve como un intercambio de agravios. En otras partes del país es el asesinato de líderes sociales, las guerrillas aún existentes, la Águilas Negras, etc.
En Colombia hay dos tipos de oligarquías. Una es la oligarquía tradicional, basada en la tierra y de herencia española. La otra es la oligarquía empresaria. Aunque hablo de tradicional, a la larga ambas son jóvenes. No existe una tradición aristocrática.
(aunque en algunas ciudades y regiones haya grupos en los cuales aún se habla de linajes y abolengos)
A estas dos oligarquías (la terrateniente y la industrial) se suma una clase media que incluye los minifundios rurales, comerciantes, profesionales; y una clase trabajadora (jornaleros, obreros, servicio doméstico, etc.)
Las divisiones políticas son transversales a estas clases. No es que exista un partido de las oligarquías y un partido de las clases trabajadoras. Aunque sí hay partidos que pretenden defender los intereses de unas u otras.
En las pasadas elecciones, en la segunda vuelta presidencial, se enfrentaron dos paradigmas de país.

No es que haya una grieta donde cada ciudadano este a uno u otro lado de esa división.

Pero es fácil simplificar el discurso de esa forma.
Y cuando llegamos a eso es fácil asumir que quien no esté a mi lado de la grieta es porque defiende los intereses del otro lado.

Así como hay dos oligarquías (simplificando), también hay varios tipos de clases medias y varios tipos de clases trabajadoras.
Y muchas veces los intereses de cada uno de estos tipos pueden ser muy diferentes. Un pequeño empresario querrá una legislación laboral más flexible, un profesional empleado querrá una más garantista.
Entonces tenemos al uribismo por un lado, representado por el candidato Duque, y el progresismo por el otro, representado por el candidato Petro.

Una cosa, Uribe representa la oligarquía terrateniente tradicional. Duque, aunque no es empresario, representa esa otra oligarquía.
El uribismo amalgama muchas cosas: la oligarquía terrateniente, la oligarquía empresarial, el conservadurismo religioso (católico y evangélico), los liberales clásicos así no sean empresarios, los que creen que el Estado debe ser un garante del orden.
No todos ellos tienen todos sus intereses comunes. Pero todos ellos temen a un enemigo común: el progresismo socialista, cuyo peor logro es la actual crisis venezolana.

De ahí que “nos vamos a convertir en Venezuela” se haya convertido en su causa común.
Al otro lado, al rededor de Petro se amalgamaron personas que tienen una serie de proyectos políticos distintos pero todos bajo una bandera reivindicionista: animalistas, feministas, activistas LGBT*, la izquierda tradicional (pro-proletaria), etc.
Pero también el anti-uribismo. Personas cuya motivación política no es una de esas políticas progresistas sino atajar el proyecto político que ellos relacionan con paramilitarismo, masacres, asesinados colectivos, Pablo Escobar, y falsos positivos.
Porque el anti-uribismo es eso. Es la oposición a las políticas que defendió Uribe y que mataron colombianos, directa o indirectamente.

El anti-uribismo no es la idea de perseguir a Uribe como venganza por haber matado al Mono Jojoy.
(por cierto, al Mono Jojoy lo mataron durante el gobierno de Santos. Lo mismo que a Alfonso Cano.)
Ahora. Hay personas de mentalidad conservadora e intereses oligárquicos (principiante empresarial) que no confían en Uribe y el uribismo. Y hay personas de mentalidad progresista e intereses reivindicacionistas que no confían en Petro.
La división que Duque encuentra no es entre una etnia dominante que acaba de entregar voluntariamente el control a unas etnias ancestrales que han sido reprimidas.

Eso fue lo que encontró Mandela, siendo Mandela el representante de esas etnias ancestrales reprimidas.
Si Duque sinceramente se ve como parte de la clase reprimida por el santismo, le falta una dosis de realidad.

La única amenaza de Santos a la oligarquía tradicional terrateniente es su apoyo a la ley de restitución de tierras.
Y, en principio, esa ley de restitución de tierras no debería afectar a los terratenientes de linajes y abolengos, con sus títulos ancestrales.

No Duque no representa a la etnia (o clase) antes reprimida.
Mandela representaba a las mayorías negras que habían sido reprimidas por el Apartheid. Al otro lado estaban una relativa minoría blanca que había tenido el poder, pero igual estaba conformada por todas las clases sociales. Desde los grandes empresarios y terratenientes,
hasta cierto white trash.

Mandela prometió (y cumplió) que no iba a ser un gobierno revanchista, en contraste con lo que había pasado con la República blanca de Rhodesia, al convertirse en la República negra de Zimbabue.
Si proyecto fue superar el Apartheid y buscar una unión. Mantener el motor económico de las élites blancas, permitiendo que los negros también pudieran participar de ellas.
Lo que Duque parece pretender cuando habla de unión, es que los reivindicacionistas y los anti-uribistas no hablen tan fuerte.

En ningún momento se escucha a Duque haciendo un llamado para que los perros que lo pusieron en el poder no ladren tan fuerte.
(aclaración que debería sobrar pero desafortunadamente no: no digo que los uribistas sean perros. Me refería a la figura de «soltar los perros» y a la imagen de perros ladrando como analogía de personas que hablan fuerte.)
El llamado a la unión de Duque parece ser para que su oposición no lo critique tanto.

Lo que hizo Mandela fue garantizar que las nuevas mayorías no iban a aplastar a las minorías que perdieron el poder. Ese es el punto por el cual Duque, al compararse con Mandela, no es creíble.
Porque su discurso no suena a garantizar a la oposición su derecho a existir, sino que suena a un llamado al unanismo.

No es un llamado a sus seguidores a acoger a la oposición sino un llamado a la oposición a someterse.
Y gracias por leer, si llegaste hasta aquí.

Cualquier refutación o crítica a lo que he dicho será apreciada y más si es fundamentada y respetuosa.
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