Caleb y Judith eran en realidad tíos de su, desde ayer marido, Joaquín, y volvían a Nazareth después de la boda. Había que despedirlos con honores pues habían sido los más generosos con los regalos. #HiloDeLaInmaculada #InmaculadaConcepción
–Lo siento Ana. Perdónanos.
–¿Perdónanos? ¿Qué has tenido tú que ver en los líos de tu hermano?
–No hemos sabido educarlo, no hemos sabido retenerlo.
–No digas tonterías, Joaquín, yo a tu hermano lo perdono.
–No digas barbaridades, si “Dios es misericordioso y compasivo, lento a la ira y rico en misericordia y fidelidad” ¿Quién soy yo para juzgar a tu hermano?¿Y quién eres tú para hacerlo?
–¡Joaquín! le regañó Ana entre lágrimas. Nadie va a echar más de menos a Peraj que yo, pero “Misericordia quiero y no sacrificio”, dice el Señor.
La pregunta de Joaquín sacó a Ana de su ensueño.
–«Pues ¿dónde voy a estar, esposo mío? Atendiendo a los invitados».
–¡Claro que soy yo! ¿Quién va a ser? Estás delirando, el veneno te está afectando. Déjame que vea la herida
–¿Pero qué herida? No me duele nada
–Has tenido suerte, respiró Joaquín aliviado. Se ve que la serpiente acababa de morder a otra presa y no le quedaba veneno.
–¿Cuánto tiempo? Si ha sido un instante. Has llegado al fondo y has vuelto a subir en un pestañear de ojos
–Mira, vámonos para la casa a ponerte ropa seca y a que te vea mi primo Absalón, que es médico porque yo no me quedo tranquilo.
Esta historia de Joaquín y Ana me la contó mi madre, que es la partera de Nazaret.