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Jose Mª Echarte @j_echarte
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Bueno pues vamos allá.
ABRO HILO
Llamaremos a este hilo, MIRA, ME CAGO EN LA PASIÓN.
¿Os habéis fijado que últimamente todos los entrepreneurs (lease: explotadores con fuente de letra cuqui) piden “pasión”. “Disfrutar de lo que haces”. “Commitment”. “Gente con ganas”?
Nada en contra de la cosa de la pasión, sobre todo si es la de sudar, pero aclaremos unas cosas.
Hagamos un viaje en el tiempo. Vayámonos al Taylorismo y al Fordismo. ¿Parecidos? Aparentemente sí, hay una sustancia común sobre efectividad en el trabajo (ergonomía, eficiencia, cadena de montaje).
Sin embargo el Fordismo triunfa. O al menos es más conocido. ¿Por qué?
Entre otras razones porque el Fordismo añade al componente puramente económico / técnico una parte social. El Fordismo es un estilo de vida. Son los trabajadores de Ford comprando un Ford. Es el estados unidos de Peggy Sue y los golden years.
El truco es que el Fordismo añade a su catálogo de recursos una infinita capacidad de absorción y, entre lo que absorbe esta el propio trabajador.
No sólo su fuerza de trabajo sino también su afectividad. Su pasión, su capacidad afectiva. Part of the crew, part of the ship.
Ahora añadamos un problema.
Los trabajadores que asumen su condición de obreros (estoy empleando el termino con el mayor de los respetos) tenían (al menos hasta los 90) un contacto claro con su realidad.
Entendían que eran trabajadores, que su trabajo producía un beneficio. Que tenían derechos. Que lo que hacían era, parece una tontería señalarlo pero no lo es, UN TRABAJO.
Estaban sindicados. Conocían sus derechos. Sabían que la fuerza estaba en el grupo y en el número.
Que la pasión estaba muy bien pero que el salario era lo primero.
Sin embargo los 80 / 90 ven surgir un tipo distinto de trabajador. El trabajador inmaterial.
Y aquí viene el problema: en su mayoría surgen de sectores “profesionalizados”. En otras palabras, de sectores en los que lo habitual hasta ese momento era ser profesionales liberales.
Muchos de esos sectores eran universitarios. Accedían a la carrera desde posiciones de privilegio (no podía ser de otra manera, porque la universidad era de difícil acceso).
Y, por generalizar, constituían un ideal. Una suerte de unicornio laboral: El de un profesional que trabaja pero que está en el límite de lo altruista. Que hace lo que le gusta (y ojo, que gana dinero) pero que si no lo hiciera no iba a morir de hambre.
Eso, evidentemente, cambia con el tiempo. Pero el relato del profesional que hace algo que le apasiona casi por amor a su labor se mantiene aunque no lo hacen ni los números ni la realidad.
El mito heroico del profesional liberal, su propio jefe que responde a su PASIÓN se mantiene. Es demasiado potente para desaparecer.
(NOTA: nada en contra de quien quiera emprender ese camino, ojo. Hablamos de dinámicas generales).
El problema es que no todos pueden ser ya sus propios jefes. Empiezan a ser, realmente, empleados.
En otras palabras: son obreros.
(En el gif dice men, pero debería decir WOMEN AND MEN).
O más claro aún, la división “blue collar” / “White collar” ya no es entre obreros y dirección sino una simple división (algo absurda) entre obreros.
Sin embargo, y aquí llega lo distópico, son obreros que no piensan que lo son. Son trabajadores que creen ser otra cosa. Incluso, a tope de power, no consideran que lo que hacen es un trabajo.
Este punto es importante: Se considera que lo que se hace es, por ejemplo: Arte, una función social, un esfuerzo de grupo, currículo, aprendizaje… todo menos trabajo.
Lazaratto nos dirá que este es uno de los principios definitorios del problema del trabajo inmaterial, que mezcla el ocio con el trabajo hasta confundirlos en una entelequia en la que domina la parte ‘altruista’ del ocio. En otras palabras: trabajar gratis.
Evgeni Mozorov, apunta que en la falsamente llamada economía colaborativa se ofrece esta versión perversa de la explotación como un “estilo de vida”. Como elección libre. ¿Nos suena? Es el posfordismo llevado a sus últimas consecuencias. Son los becarios tres estrellas Michelin.
Es lo que Byung Chul Han llama el ciclo de autoexplotación: Se hace sentir al trabajador que debe pasar por eso. Se implementa su autoculpabilidad por no desearlo lo suficiente. Por no apasionarse todo lo que podría. O mejor aún. Lo que debería.
Y con ello se impone la especie de que los derechos laborales (que para los trabajadores que sí se reconocían como tales eran irrenunciables) son un capricho. Una queja, una pataleta. La reacción de quien no está dispuesto a entregarse a la causa. Una cosa de flojos.
En versiones perfeccionadas del sistema los propios trabajadores asumen tanto el modelo que consideran que son ‘mejores’ que los demás por someterse a modelos explotadores.
En el caso de un famoso estudio de arquitectura radicado en Londres y dirigido por un arquitecto español, se publicó el siguiente anuncio:
We welcome applications from slaves who have completed their first stage of architectural education and are looking for a stimulating torture chamber in which to complete their practical training. Post applications to: slave@xxxxx.net
Sí. He omitido el nombre. Entre otras cosas porque el tal ya me amenazó con mandarme a sus abogados.
La explicación que me dio en aquel momento es que fueron sus empleados (dudo que lo fueran en la amplitud de la palabra) habían redactado el anuncio. Me parece una demostración clara de que algo huele a podrido en Dinamarca.
Su otra explicación (parafraseo) es que era una crítica jocosa al sistema.
Excuse my french but, ni puta gracia tiene la cosa.
En otras palabras, la capacidad de comodificación de los trabajadores cognitivos ha llegado al extremo de convertirles en sus mejores explotadores. La capacidad de absorción y digestión del modelo neoliberal extractivo es cada vez mayor. Más perfeccionada. Más perversa.
La explotación no es un estilo de vida. La pasión no alimenta. El prestigio no se come.
Apúntense a un sindicato. Exijan sus derechos. No se consideren mejores por dejarse explotar.
Y si alguien les viene con la tontada de que el universo va a conspirar a su favor en plan Paulo Coelho, o en plan etrepreneur que escucha a Taburete mientras paga a sus falsos autónomos… recuerden que MOTOSIERRA.
Y hasta aquí.
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