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Hace unos días se cumplieron 81 años de la Conferencia de Evian, una de las cumbres internacionales más desastrosas que se recuerdan. Por alguna razón no es muy conocida por el gran público así que voy a contar un poco 👇🏼
Contexto. 1938. La Alemania nazi, aun sin un plan de exterminio, aprueba medidas antisemitas cada vez más duras con el objetivo de forzar a la población judía a abandonar el Reich. Desde 1933, unos 150.000 judíos ya ha abandonado Alemania.
En marzo de ese mismo año, Alemania se anexiona Austria (un día hablamos de la destrucción del Estado austriaco con calma) y unos 200.000 judíos más pasan al control del gobierno alemán, haciendo que un gran número de estos quieran refugiarse en otros países.
Esta situación, en vez de forzar a que el resto de naciones abrieran sus fronteras a los judíos, lo que consiguió fue reforzar los controles de inmigración, lo cual hace muy difícil que los judíos con pasaporte alemán o austriaco salieran del Reich para salvarse
Así, mientras Luxemburgo y Bélgica intensificaban su control de fronteras, Países Bajos empezó a considerar ilegitimos los pasaportes austriacos denegando la entrada de judíos de Austria.
En Gran Bretaña, el Foreign Office había advertido que el país era “antiguo y densamente poblado”, inapropiado para recibir a muchos inmigrantes. El ministro del Interior, sir Samuel Hoare, afirmó que “en el país está creciendo mucho el sentimiento contra la admisión de judios”.
Incluso el parlamentario sir George Davis atacó la idea con un discurso que a todos nos suena familiar: la policía tendría que asegurar la protección del país “frente a los que querrían colarse: traficantes de drogas, tratantes de blancas, gente con un historial de delincuencia”.
En esto que el presidente Roosevelt propone una conferencia internacional para tratar el tema de los “refugiados políticos” (aka judíos). La cumbre se celebró en el lado francés del lago de Ginebra, en la ciudad balneario de Evian-les-Bains.
32 países acudieron a la cumbre, entre ellos Gran Bretaña, Francia, Noruega, Dinamarca, Australia, Suiza, Irlanda, Bélgica, Países Bajos, Canadá y la inmensa mayoría de los países latinoamericanos. También la Agencia Judía, el Congreso Judío Mundial y 37 organizaciones más.
La Unión Soviética declinó la invitación, al igual que Hungría y Checoslovaquia. Otros países como Polonia y Rumanía, cuyos gobiernos tenían políticas antisemitas, solo asistieron como observadores.
El propio Hitler dio su opinión de la conferencia: “Yo solo deseo que ese mundo que tanta simpatía tiene hacia esos criminales sean generosos para convertir esa simpatía en ayuda práctica. Nosotros estamos listos para poner a esos criminales a disposición de esos países”.
El 4 de julio, 2 días antes de empezar, Anne O’Hare McCormick escribió en el New York Times: “Evian es un test de civilización. ¿Puede América vivir consigo misma si permite que Alemania siga adelante con su política de exterminio?”.
La realidad es que EEUU no esperaba sacar algo serio de ahí. Roosevelt envío como jefe de delegación, no a un miembro del Gobierno, sino al expresidente de U.S. Steel, Myron C. Tylor. Y afirmó que no se pediría a los asistentes acoger a más judíos de los que ya estaba acogiendo.
No es que Roosevelt no fuera consciente de la situación. Su Secretario de Estado, George Strausser Messersmith, había sido consul en Berlin en 1933 y definía a los nazis como “casos psicopáticos que en cualquier otro país estarían recibiendo alguna clase de tratamiento”.
Sencillamente Roosevelt tenía en contra las encuestas de opinión pública, que decían que la mayoría de estadounidenses eran contrarios a admitir en el país a grandes cantidades de refugiados.
Así que el 6 de julio, día de inicio de la cumbre, EEUU se negó a aumentar los 27.000 refugiados que admitía al año, si bien permitió que esos 27.000 fueran integramente judíos alemanes y austriacos.
El resto vino en cascada. Australia dijo que “no tenemos un problema racial y no deseamos importar uno”. Francia alegó que había alcanzado un “punto de saturación”. Brasil dijo que solo admitiría visados con un certificado de bautizo cristiano.
Los países de América Central, aún fuertemente agrícolas, firmaron una declaración conjunta en la que se negaban a admitir “comerciantes e intelectuales”. Suiza afirmó que iba a proteger al país de ser “inundado por judíos”.
Gran Bretaña estaba dispuesta a admitir a 9.000 niños judíos, pero no a sus padres, porque afirmaban que podría aumentar los sentimientos antisemitas en el pais. También rechazó la idea de una emigración masiva a Palestina por el rechazo que podría suscitar entre los árabes.
Canadá, por su parte, solo admitió a agricultores con experiencia. Charles Frederick Blair, director canadiense de la Sección de Inmigración, afirmó, en una carta escrita tras la conferencia, que los judíos “tendrían que preguntarse por qué son tan impopulares”.
De los 32 países, solo República Dominicana estuvo dispuesto a dejar entrar a 100.000 judíos. El dictador Trujillo necesitaba congraciarse con EEUU y quería además “blanquear” el país. Spoiler: las trabas burocráticas hicieron que entraran menos de 2.000.
Lo que los países temían es que, si aceptaban la entrada de los judíos alemanes y austriacos (unos 600.000), los países de Europa del Este exigieran lo mismo con sus judíos (unos cuantos millones).
Al fin y al cabo, Polonia había hablado con Francia el año anterior sobre la posibilidad de enviar a los judíos polacos (unos 3 millones) a Madagascar, que era colonia francesa, idea rechazada al comprobar que solo podrían vivir allí unos 60.000.
Así que al final, todos los países afirmaban en sus discursos sentir simpatía y compasión por la situación de los judíos alemanes y austriacos, pero el apoyo no se tradujo en ninguna medida relevante.
La Conferencia terminó el 15 de julio con la aprobación de la creación de un Comité Intergubernamental para los Refugiados Políticos de Alemania, que serviría para organizar la ayuda de los refugiados y tratar de convencer a Alemania de que agilizara los trámites de salida.
Sin embargo, ese Comité jamás recibió la autoridad ni los fondos necesarios como para ser de utilidad efectiva. Todo quedó en buenas palabras. Y ya está, eso fue todo lo que se acordó para salvar a los judíos del nazismo.
Las reacciones fueron inmediatas. William Shirer, periodista, escribió que los paises aliados “parecían ansiosos por no hacer nada que ofendiera a Hitler”. “Querían apaciguar al hombre que era el responsable del problema de los judíos”.
Jaim Weizmann, futuro presidente de Israel, comentó a The Guardian: “El mundo parece estar dividido en dos partes: una donde los judíos no pueden vivir y otra donde no pueden entrar”.
En Alemania lo veían como una victoria. El Völkischer Beobachter ya sentenciaba el 13 de julio: “Nadie los quiere recibir”. Subtitulaba: “Debates estériles en la Conferencia de Evian sobre los judíos”.
El Danzig Vorposten afirmaba que “vemos que se compadecen de los judíos mientras se pueda usar la compasión como perversa agitación contra Alemania. [...] La conferencia sirve para justificar la política de Alemania contra los judíos”.
En septiembre, Hitler cargó en un discurso en Nuremberg contra las acciones “hipocritas” de los “imperios democráticos”. A Alemania -dijo- se la criticaba por la “crueldad inconcebible” contra los judíos, pero ahora esos países se niegan a acogerlos.
No sabemos qué hubiera pasado si de la Conferencia de Evian hubieran salido propuestas serias de acogida de judíos. Quizás hubiera cambiado la Historia o quizás Europa del Este hubiera exigido una acogida similar para sus millones de judíos, haciéndolo más complicado.
Tampoco sabemos qué hubiera pasado si se hubiera aceptado la idea del Congreso Judío Mundial de una emigración masiva a Palestina (que tenía el apoyo de Polonia), denegada entonces por Gran Bretaña y solo retomada tras el Holocausto.
Lo que sí sabemos es lo que ocurrió. Que el fracaso de Evian enseñó a los nazis que los judíos eran, al fin y al cabo, vulnerables y que nadie se iba a hacer cargo de ellos.
El cierre de las fronteras de los países del mundo demostró que el antisemitismo no era solo alemán (sin el mismo alcance y el mismo fondo ideológico, claro) y la Conferencia de Evian es un punto de inflexión en el que el nazismo se da cuenta de que puede hacer lo que quiera.
No es casual que, 4 meses después de Evian, el régimen nazi subiera un paso más en la escalada antisemita con la Noche de los Cristales Rotos ni que empezara después con las deportaciones masivas.
Han pasado 81 años y la naturaleza humana sigue siendo la misma, los mismos dilemas, los mismos marcos mentales. Lo que la Conferencia de Evian tiene que enseñar es que el mal actúa cuando puede, y se agrava cuando el resto decide mirar para otro lado.
PD: Me he acordado de todo esto al leer este estupendo artículo en @JotDownSpain sobre Ana Frank, la refugiada que no pudo ser. jotdown.es/2019/07/entrar…
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