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🚨 Importante: La siguiente historia fue completada por los recuerdos de los presentes esa noche. Quien les habla es protagonista, pero no uno activo, ya que no recuerda mucho. El mérito es de los que sí recordaron. De los amigos que sí quedaron donde otros se fueron.
No soy de los que creen que deberían haber cámaras en todas las esquinas, pero en este caso voy a tener que pensar que las hay.
Que hay cámaras en todos lados, arriba, abajo, en los ojos de todos los que aparecen esta noche que empieza con un brazo saliendo de la ventanilla del acompañante en un Ford Focus a 80 kilómetros por hora por una calle de adoquines.
El brazo termina en una mano fundida a una botella de whisky llena hasta la mitad que se agita con el movimiento y la brisa de la madrugada que recién se empieza a mostrar. Es el día del amigo y estoy completamente intoxicado, desinhibido y excitado.
Tengo la mitad del cuerpo afuera del auto y le grito a los autos vecinos, a los que caminan, a la policía. Le grito judío a alguien como si eso fuese un insulto y desde el asiento de atrás una voz grita “párenlo que nos va a matar”.

No. Vamos más atrás.
Vamos a cuando estoy solo en mi departamento sin aire acondicionado esperando que me pasen a buscar. Es invierno, pero hacen casi 28 grados. Es invierno, hacen 28 grados y no tengo aire acondicionado.
Estoy mirando una serie que ya vi mil veces y tomando la segunda cerveza.
Es casi medianoche y nada, ni un mensaje de texto, ni el timbre, nada. Siempre es más fácil llamar a una cualquiera para que lo saque a uno del apuro entre las piernas, pero ellos prometieron pasar. Y cuando ellos prometen pasar…
Vibra el living con el sonido del portero eléctrico. Estás listo? se escucha. Le digo al receptor, si, hace una hora esto… La voz del otro lado no me deja terminar y me dice, bajá. Solo para que conste, el que habla es mi mejor amigo, mi medium con la noche que se viene.
El resto de los pasajeros que esperan en el auto son conocidos de conocidos de conocidos. El amigo de un amigo de un amigo.

Estoy en el auto con cuatro personas más, compactado en el asiento trasero con dos tipos que miden y pesan el doble que yo.
Por razones lingüísticas y jurídicas los llamaré Derecho e Izquierdo. Adelante, el conductor pela y come una banana. Dobla, pasa un semáforo en rojo y se ríe a carcajadas. Me digo que voy a morir esta noche, pasamos el segundo semáforo en rojo y no muero,
pero me aseguro de creer que va a pasar de un momento a otro. Ellos están bien, quieren tomar, como cualquiera en el día del amigo.
En el auto no hay más que dos latas de speed y la banana que está a medio comer en el tablero.
Estamos a 15 minutos de llegar al primer destino y hablamos de superhéroes. Así de virgen puede llegar a ser una noche.
Siempre puede ser peor, podríamos haber esquivado a un ángel drogado, volcado y girado diez veces sobre nosotros mismos en plena Scalabrini Ortiz...
... sin haber hecho la primera parada. Pero no, ahora le toca a Spiderman y para darle un toque intelectual a la charla nombramos a Joseph Campbell y articulamos algunas palabras en inglés y francés. Están Li, Aironman, Jocai.
Dos cervezas ayudan a pronunciar cualquier cosa. Frenamos y Derecho saca un teléfono más grande que la palma de su mano, dice “estamos abajo” y esperamos. Un minuto. Dos minutos y un tipo con el pelo cortado al cepillo aparece en la puerta del edificio de enfrente.
Grita pero no puedo escuchar porque las ventanillas están cerradas. Le leo los labios, no dice nada importante, solo lo que el resto de nosotros queremos oír. Cuando se abre la puerta me llega el sonido que antes eran labios moviéndose como dos babosas peleando:
…erveza, whisky, vino blanco, tinto, malbec para vos y me señala. Le sonrío y entramos. El pasillo se hace eterno. Hace más calor que afuera y a medida que avanzamos la temperatura aumenta.
Se que voy a morir esta noche, o quizás me pase algo peor, tal vez haya que morir al menos diez veces antes de morir en serio.
Son nueve pisos así que hacemos dos rondas de ascensor. La casa es pequeña y una mesa gigante de algarrobo nos deja poco margen.
Si quieren fumar pasen al balcón por la cocina. Siéntense. El amo de casa hizo los deberes. Va y viene con vasos y botellas. Sírvanse lo que quieran.
Bien. Hasta ahí llega la primera parte de mi memoria, bueno, un poco más, hasta que me adueño de una botella de whisky con nombre de arma de combate israelí, VAT-66. Esta noche voy a morir, me digo.
Según los que estaban en la casa la cosa sigue más o menos así: retomamos superhéroes. Aparece una tetona con los labios carnosos pintados de rojo brillante, la mujer del dueño del departamento; es como si tuviera síndrome de Tourette: “¿y esta quién es?...
... Dámela dos minutos que la dejo hecha un desastre” y ella me mira, todos me miran. Salgo a la cocina a fumar, rojo de rabia y rojo de vergüenza. Me siguen Derecho e Izquierdo para decirme que me calme o para molerme a golpes, ya ni sé.
“Hace más de diez años que están en pareja. No podés decir lo que dijiste. Por respeto, hermano, es una mina. No estás en tu casa y al loco no lo conocés”. “No pasa nada”, contesto con eructo ahogado y un escupitajo al vacío.
Ya voy por la mitad de la botella. Desde el asiento trasero gritan y me agarran de los brazos para que me vuelva a meter en el auto. El conductor baja la velocidad por miedo a que haga alguna idiotez con el volante, que lo gire y nos estropeemos contra la fachada de un Coto.
Cada vez que puedo me escapo de los otros muchachos y hago sonar la bocina del auto, o enciendo el estéreo y reviento los parlantes con música trance, o bajo de nuevo las ventanillas que me prohibieron abrir, o activo las luces altas y ciego a algún cristiano que viene de frente.
En un semáforo me bajo del auto y corro a un McDonalds gigante en la esquina de dos avenidas, me paro en la puerta y grito que la carne es crimen, que maten a los hijos de puta, que se metan las hamburguesas en el culo.
Escupo las puertas de vidrio y rompo una de una patada para salir corriendo como un desquiciado. El mejor público es un público borracho, el problema es cuando uno es su propio público. Veo el auto de mis amigos andando a mi lado y alguien que me dice que me meta ya mismo.
Esperá, le digo y corro hasta la otra esquina para mear la persiana de una verdulería y toda la mercadería que el chorro pueda alcanzar. Se que voy a morir esta noche así que trato de que no me importe nada. Héroe se puede ser una vez al año, estúpido también.
Me siento una vieja a punto de morir envolviendo un adorno para regalo, pero si digo algo voy a ser la vergüenza de la noche así que largo el ultimo chorro de orina amarilla, caliente y rica en amonio y corro al auto con la baliza parpadeando, iluminando mi orina y la oscuridad.
A lo lejos, un empleado del McDonalds con la cara llena de granos y pus amarillo y verde, corriendo y gritando que va a tomar la patente. Vuelvo a mi posición habitual, con la mitad del cuerpo fuera del auto y le grito al mocoso: “mierda vas a anotar, virgo, judío hijo de putas”.
Otra vez. Una laguna que es la liquidez del resto del viaje. A la botella le queda un cuarto y no alcanzo al pico porque me ataron al asiento con el cinturón de seguridad. Es un chaleco de fuerza que me priva de la libertad.
Curiosamente, el lugar a donde vamos, donde espera el resto de los amigos, se llama Libertad y vamos ahí porque el litro cerveza es más barato y el litro es cerveza es más barato porque la cerveza es repugnante, como tomar agua de pozo hirviendo.
¿Dije que es el día del amigo? Sabrás entender que la calle está abarrotada y tenemos que estacionar a 10 cuadras del bar y arrastrarnos entre vagabundos y borrachos, sí, más borrachos que su servidor. Y caminamos y soy como una especie de animal en cautiverio con una botella.
La imagen es real, no hay envases envueltos en papel madera ni nada de eso. Estoy saltando y corriendo y colgándome de las señales de tránsito y subiendo los postes de luz con las patas y una sola mano.
En cada un escalón doy otro trago y cuando estoy a un metro del suelo llego al peor estado de la noche. Pero la noche tiene que avanzar y mis compañeros también. Derecho e Izquierdo me toman de los tobillos y tiran listos para agarrarme antes que el concreto.
Pero soy un maestro zen. Soy un felino en su propia jungla. No puedo caerme, no puedo morir, solo puedo pensar y fluir. Estoy en lo más alto del mundo, el gran sabio bañado en licor de malta. Si me preguntan dónde está Dios, puedo contestar sin titubear.
Lo sé todo, soy el sumo Sacerdote de la Orden de la Cirrosis y porque soy el Sacerdote de la Orden de la Cirrosis, le grito a una mujerzuela de minifalda y tanga fosforescente que es una puta traga pitos y salgo corriendo.
-Dejalo. No le des bola, está borracho.

-Lo voy a matar. Quién carajo se cree que es? ¡Vení, hijo de puta!

-Pará, ¡Pará! Dejámelo así se deja de joder.

-Sacalo de acá. Lo veo de nuevo y lo pongo.
No se por qué, pero alguien quiere destrozarme, abrirme en dos y sacarme la mierda, tripas y el alcohol que tengo en las venas. Estoy vomitando de rodillas en un inodoro lleno de mierdas rebeldes que frenaron en la porcelana de la taza que es el inodoro del bar.
El piso está mojado o meado o ambos. Huele a prostituta y a vinagre y a meados. A alcohol de quemar. Largo la última bocanada y escucho al tipo que me quiere matar. Escucho a mi mejor amigo tratando de calmarlo.
Por la manera en que el tipo se esfuerza por alcanzarme calculo que el verdadero agresor soy yo. Me levanto con las rodillas raspadas y embarradas de la mierda de otro y me enciendo un cigarrillo medio húmedo.
Izquierdo y Derecho me toman de las muñecas y me llevan contra la pared del baño donde de seguro hay más desechos que en el piso. Es un espectáculo. Todo como si estuviésemos arriba del escenario de un teatro de Broadway.
No-ebrios y ebrios caminan, miran y se ríen. Y me sacan del baño para la terraza. Tomar un poco de aire cuando todos saben que el aire es lo peor que hay para un borracho de whisky.
Estoy en el suelo con la cara roja, no roja de furia como antes. Tengo la cara caliente y chamuscada en uno de los lados. La sangre de todo el cuerpo me corre hacia la mejilla. Me late la cabeza y si miro las estrellas de seguro me muero. Voy a morir esta noche.
Levanto la vista y veo al amigo que nos esperaba en Libertad. Se ríe con el resto del grupo del auto. Con Izquierdo que se prende un cigarrillo para apagarlo después de la primera pitada y Derecho que señala y suma a la gente de las otras mesas a contemplar al hediondo asqueroso
y busca roña tirado y probablemente meado encima. ¿Eso es un amigo? me pregunto. Si no te ubico yo lo va a hacer otro, me dice y yo repregunto, ¿eso es un amigo? ¿eso hace un amigo?
Me dijeron una vez que hay que predicar con el ejemplo, así que no respondo al golpe ni a las sillas tiradas ni a la mesa volcada. No respondo a las risas ni a mi propio cerebro de etanol y bajo las escaleras para irme del bar.
En la puerta le pido fuego a un grupo de muchachos que para mi eran de una liga maorí de rugby, más o menos del tamaño de Derecho e Izquierdo. No lo hago como lo haría alguien que necesita encender un cigarro.
Lo hago como un rey que pide la antorcha olímpica al bufón o al nuevo vasallo, lo exijo, lo declaro y decreto como por derecho de nacimiento. Como haríamos todos, me echan a patadas y a insultos de la esquina y me mandan a meter el encendedor en el culo.
Como a unos diez kilómetros hay una persiana baja que me sirve de respaldo. La uso a intervalos. Estoy solo, ebrio más de la cuenta porque calculo que whisky no es lo único que me metí adentro, imagino gin, triple sec, cerveza, más cerveza, vino, por qué no absenta.
Quiero vomitar, pero me arde la garganta, me sabe a ácido clorhídrico, a jugo gástrico y a traición, me inclino a intervalos e intento lo de los dedos en la glotis. Mis amigos no están y tengo un golpe en la mejilla y el esófago en llamas.
Sé que voy a morir esta noche, pero todavía no se cómo y un tipo me pregunta si estoy bien. Claro que no estoy bien, podría haberme matado el tipo en el baño. Podría haberme matado y después violado mi cuerpo frío y húmedo.
Podría repetir todo lo que pasó, pero no me acuerdo de nada más. Los diez kilómetros que caminé fueron 100 metros, de una cuadra a la otra y el que pregunta es el que me dejó en ridículo entre el chaperío de sillas tiradas y carcajadas desconocidas.
Me sale de la boca lo mismo que ya dije: ¿eso es un amigo? Yo nunca golpearía a un amigo, pero hago memoria a ver si no estoy diciendo una mentira. Alguien te tenía que calmar, me dice. Y se que voy a morir esta noche por una cosa o la otra.
El día del amigo había terminado cuando todavía estaba en el departamento, en casa, tomando solo para que pase algo, y pasa. Ese amigo me dice que hay cerveza en la mesa del segundo bar al que fueron.
Sé que voy a morir, pero mi vida no vale tanto como para dejar pasar otro trago. Y me voy con él. Irme con él es un decir, solo caminamos veinte metros y estoy bebiendo de nuevo, pidiendo disculpas y contando chistes que solo un borracho puede entender.
El grupo se levanta, no todo el grupo, pero la mayoría. Pregúntenme dónde está Dios, todavía les puedo decir dónde encontrarlo, y me quedo solo con el tipo que me encajó un puñetazo y se rió.
Me quedo tomando los restos calientes de un tubo de vidrio de como un metro de alto, porque algunos bares venden así, por metro, como las pizzas en el centro. Y un metro de cerveza es el epílogo del día del amigo. Miro mi teléfono celular.
Es una suerte que no lo haya perdido y hay cerca de unos diez mensajes. Otro amigo, uno que no me pegaría jamás y al que dejé solo con la promesa de vernos esta noche. Hablo del tiempo, digo que creo que va a llover. Un tipo me da un abrazo y lo mando a volar. Vuelvo al tiempo.
A los alcohólicos nos gusta hablar del clima y la lluvia y la luna y las estrellas. Digo que nunca es tarde para ver una estrella morirse. Y como todavía no estoy muerto, digo que probablemente nos veamos cuando nos encontremos. A los borrachos les gusta decir ese tipo de cosas.
Eso y tomar más como argumento a las idioteces. Y me voy.
Está saliendo el sol. Toda esa odisea duró unas siete horas de las cuales me acuerdo lo que te llevó leer hasta este momento. En el camino trato de correr a Tourette del centro por más maricones, travestis e ilegales haya en el camino.
En los bolsillos tengo una enormidad de billetes arrugados y chorreantes de los distintos brebajes que fui probando. El estómago me gruñe. No comí nada hasta ahora y podría matar a una vieja, empujarle la silla de ruedas a un discapacitado o hacerle una felatio al Yeti por dos...
... porciones de pizza, una de fainá y un vasito de moscato. El remedio para la resaca es nunca dejar de tomar, en ningún momento, bajo ninguna circunstancia. La avenida es enorme y no llego más.
Larga, ancha, llena cucarachas respetuosas de las luces verdes, amarillas y rojas. Una, dos, 10 cuadras y sigo a medio camino cuando pierdo la noción de la distancia por un culo del tamaño de un container de basura en una pollera arriba de la rodilla de cuero de cocodrilo.
Lleva una remera roja abierta en la espalda y es todo lo que necesito, ese culo y esa espalda. La cintura como de abeja y los tacos altos que hacen que las nalgas se le eleven hasta la nuca.
Pasadas las tres de la mañana no se puede ser un caballero y todos sabemos la jerga para cada situación. Contengo un daikiri de clericó de jamón y morrones que me sube desde el estómago y como un locutor desempleado, con barba de dos días, pero que tardó un mesen crecer, digo:
“Mami, ¿estás sola?”.
La falta de palabras es una carrera contra el tiempo y la deshonra. No me importa nada porque sé que puedo morir en cualquier momento, el problema es que no está pasando y no hay nada peor que truncar una profecía. Se que estoy babeando...
... pero ¿a quién carajos le importa eso ahora? No puedo ser más desagradable ni más inteligente ni más joven de lo que soy ahora. Y ella se da vuelta hecha un él. Su barba de dos días es la que tendría un Groucho Marx después de 4 meses en huelga de hambre en una plaza pública.
Tiene la nuez de Adán más grande que las manos y no se qué puedo hacer para meterme las propias palabras en el culo. Y cuando decido no volver a hablarle a hombre, mujer, transgénero, lo-que-mierda-sea, el dama-llero me dice “250 pesos acá”, y señala...
... con un pulgar que podría ser un taladro neumático para hacer del pavimento escombros hacia atrás. Al hotel iluminado de neón y semen que hay atrás. La falta de palabras es una carrera contra el tiempo y la deshonra. Y salgo corriendo como alguien que ve al diablo en pelotas y
...y con el pito erecto apuntándole a la boca. Corro. Corro y llego a la pizzería y la muzzarella me da el asco que me da pensar en una mujer con un apéndice colgándole de la entrepierna. No puedo comer. Ni hablar de tomar. Pago y salgo con el estómago vacío.
Me duele el dedo índice, los ojos y la boca me sabe a compactadora de chatarra. Tengo por boca un aserradero y un bosque de arrayanes deforestado. Me duele el índice y un punto rojo descansa sobre la huella dactilar casi invisible. Me refriego los ojos y al lado de la cama...
... hay una revista Muy Interesante Edición Dinosaurios abierta mostrando un Diplodocus como si fuese un pene en una revista pornográfica. Estoy en mi casa, en mi departamento sin aire acondicionado tratando de recordar si robé la revista y si estuve tocando timbres a mi vuelta.
Hacen 28 grados de nuevo, según internet y porque estoy usando internet me doy cuenta que todavía estoy vivo. Vivo, pero casi muerto por la presión del cerebro contra el cráneo. Vivo pero muerto de literalidad.
Vivo aunque quisiera estar siendo comido por gusanos de la carne. Vivo y deseando que un pulpo de anillos en los mares de Australia me extermine de una meada de tinta. Vivo y con los pantalones acartonados de la mierda ajena.
Vivo y con más de diez mensajes de texto de mis amigos preguntando qué tan vivo estoy y si pueden pasar a la tarde a tomar unos mates.

Fin. Gracias.
Completita y de corrido (sé que a veces Twitter puede ser un faso para leer historias más bien largas), acá bit.ly/2SwHwbl
Y hubo un tipo que adoro que estuvo ahí. Uno que jurídicamente puedo nombrar porque nunca me haría daño: @Nadadeeso que te rompan las bolas con preguntas a vos!
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