#CosasQuePasanEnLaGuardia #46.
Paciente llega refiriendo dolor abdominal bajo y fiebre en su domicilio. Se tomó un ibuprofeno y una busc@pina. Me aclara que está operada del apéndice. Le pregunto si tiene ardor al hacer pis. Dice que no. (+)
(-) Está menstruando desde hace cuatro días y refiere que el tampón sale con un olor más fuerte de lo habitual. Le explico que creo que la tienen que evaluar en la guardia de ginecología y la mando con una nota. (+)
(-) Vuelve a la hora con la respuesta escrita por una licenciada en obstetricia que sugiere descartar infección urinaria. Le pregunto si la revisaron. Dice que no, que le dijeron que las médicas estaban en una cesárea. La veo más colorada que antes. (+)
(-) La siento en un box y le tomo los vitales: está taquicárdica, con la respiración acelerada y levantó fiebre. Le pido un laboratorio, un sedimento urinario y le cuelgo un suero. Le bajo la temperatura y corro a los que están en su misma camilla para que pueda acostarse. (+)
(-) La veo mal.
Llegan los resultados. La orina es normal y los glóbulos blancos están por las nubes. Tiene una infección en algún lado. La llevo a ecografía y le pido primero una abdominal. Se ve raro el tejido en la pelvis y además hay algo de líquido (+)
(-) y aparenta tener algo en una trompa. Parece algo gunecológico, así que le pido una eco transvaginal. Pregunta si no es problema que esté indispuesta. Le digo que no, que va a tener que sacarse el tampón nomás y yo le doy un apósito para después. Acepta, pasa al baño y (+)
(-) vuelve con la bata puesta y sin el tampón. Cuando el médico de imágenes intenta colocarle el transductor refiere sentir una sensación rara. A ella le duele bastante. Él informa la presencia de una estructura heterogénea (rara) en contacto con el transductor, (+)
(-) asociada a una trompa dilatada y a líquido en la pelvis. Con ese informe y con el laboratorio y el sedimento urinario en mano subo con la paciente a gineco y no me voy hasta que la reciben. Mis compañeros me llaman por un paciente que dejé a medio estudiar (+)
(-) y por un familiar de otro que se queja de que no me encuentra, así que la dejo en manos de las ginecólogas y me voy sin enterarme de mucho más.
Me ocupo del familiar y de mis pacientes que quedaron en la guardia. (+)
(-) A la chica no la mandan de vuelta por lo menos.
Al rato me entero de que justo ese día está de guardia la ex de uno de mis compañeros con la que quedaron en buenos términos y le pido a él que me averigüe. (+)
(-)La chica queda internada con una infección ginecológica bastante fea (una EPI) y probablemente la tengan que operar, y en este caso, la causa de la infección no fue una enfermedad de transmisión sexual como suele suceder, (+)
(-) sino la bendita masa heterogénea que se veía en la ecografía, que no era nada más ni nada menos que un tampón olvidado.
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#CosasQuePasanEnLaGuardia #140. Bajo el pie derecho del colectivo a la vereda. Despego el izquierdo, lo avanzo en el aire y la máquina monstruosa arranca antes de que toque el suelo. Mi mano –prendida de la manija cromada– se suelta unos segundos tarde. (+)
(-) Caigo. En realidad, primero giro. Giro, caigo y aterrizo algo hacia atrás y para el costado. Mi mano izquierda salva al trasero blanco del ambo de terminar estampado contra el pavimento y sostiene a mi cuerpo –todavía dormido– casi medio minuto en el aire en un fino intento(+
(-) de equilibrio del que, tras una serie de movimientos intempestivos, logra retornar a su posición erguida. Miro la hora: siete y cincuenta y ocho de un sábado que ya quiero que sea domingo. Soplo la frutilla que se me hizo en la mano y apuro el paso.
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#CosasQuePasanEnLaGuardia #139. El hombre del tajo en la cabeza que hasta hace unos segundos tarareaba a Luis Miguel, junta moco –probablemente espeso y verde o, como mínimo, amarillo virando hacia el marrón– primero en la garganta y luego en la boca.
(+)
(-)
–Ni se le ocurra –lo prevengo mientras le subo, ayudándome con una gasa limpia para no ensuciarme los guantes estériles, el tapabocas de Racing que le decora el mentón.
Son las seis de la mañana. Hace más de media hora que estoy tratando de suturarlo y, entre las (+)
(-) protestas porque la anestesia le quema y el hilo le tira y sus sacudidas de torso y brazos compenetrados acompañando un súbito grito de “Suave, como me mata tu mirada. Suave”, recién voy por el tercer punto de los diez –mínimo– que necesita. “Última guardia”, pienso y (+)
#CosasQuePasanEnLaGuardia #138. PRE-COVID. Once y doce de la noche. El chico de las empanadas me acaba de entregar los paquetes y su mano espera, palma arriba, la propina que debería suceder al pago cuantioso que acabo de depositarle. Recorro, bolsillo por bolsillo, y (+)
(-) recolecto un rejunte de monedas y billetes chicos que no provocan en su cara de ojos ansiosos la más mínima emoción positiva. Hago una nota mental para putear a mi compañero alto –que calculó cuánto era por cabeza– por no haber tenido en cuenta la propina.
(+)
(-)
Le entrego al chico la suma –bastante miserable– que logré reunir y estoy a punto de pedirle que me espere unos minutos a que le busque algo más, cuando un auto tan oscuro como la noche de nubes amenazantes que nos sobrevuela –decorado con restos de barro, (+)
#CosasQuePasanEnLaGuardia #137. Once y cuarenta y siete de la noche. Recién pudimos sentarnos a cenar. Dejamos sobrepobladas hasta las camillas del pasillo.
Calentamos la pizza –mitad napolitana, mitad cuatro quesos– al microondas –encimada a lo (+)
(-) torre– y ninguno se queja por lo blandengue que sale. La pediatra intenta robarse una porción y la pelirroja le golpea la mano con un “tremenda milanga te mandaste sin convidar”. La otra le escupe un “me hubieras pedido” y, tras un intercambio de miradas fruncidas, (+)
(-) liga medio triángulo.
Devoramos en silencio. El flacucho de aros negros circulares con ventanas en los lóbulos de las orejas que parece que terminó ayer la facultad –lo conseguimos de reemplazo a un buen rato de empezada la guardia; faltaron dos– mastica rápido (+)
#CosasQuePasanEnLaGuardia #136. PRE-COVID. La puerta del consultorio resuena a puños de boxeador. Adentro el residente de cirugía con olor a chivo acumulado de dos días intenta revisarle la panza al paciente que recién le comenté: un chico con un retraso (+)
(-) madurativo –tiene casi veinte, en realidad; veinte menos cinco días– con sospecha de apendicitis que acaba de plegarse sobre sí mismo, enterrando la cabeza contra la panza raquítica de su madre a la cual abrazó cual garrapata. La sangre sube por la tubuladura de la vía (+)
(-) que la enfermera logró colocarle –tras unas cuantas sacudidas y con la ayuda de tres más– en el pliegue del codo. Cierro los ojos y ruego para que no se tape.
El residente acerca su mano de dedos eternos y huesudos por demás al abdomen contorneado (+)
#CosasQuePasanPorSerMédica #34. Postguardia. Muy. Demasiado. Ni sé qué hora es. No creo haber dormido más de dos horas. Dos que pretendía que fueran ocho. Ocho al día. O por lo menos, siete. Siete que últimamente nunca llegan a ser más de cinco. Cinco que hoy no van a ser ni (+)
(-) dos porque ahí está otra vez, casi rabioso. Me tapo con el acolchado y la almohada con tal de que se calle. Suena profundo, agudo. Taladra entre mis neuronas y llega hasta el medio de mis ojos, por atrás de la nariz. Aprieto la almohada contra las orejas –hecha una U en (+)
(-) torno al pelo todavía húmedo– y me quedo quieta. Me lo imagino, a quien sea que esté tras mi puerta, pegado a la madera, intentando captar el más mínimo sonido que le ratifique mi presencia. En realidad, solo me imagino una oreja. Una oreja gigante (+)