#CosasQuePasanEnLaGuardia #140. Bajo el pie derecho del colectivo a la vereda. Despego el izquierdo, lo avanzo en el aire y la máquina monstruosa arranca antes de que toque el suelo. Mi mano –prendida de la manija cromada– se suelta unos segundos tarde. (+)
(-) Caigo. En realidad, primero giro. Giro, caigo y aterrizo algo hacia atrás y para el costado. Mi mano izquierda salva al trasero blanco del ambo de terminar estampado contra el pavimento y sostiene a mi cuerpo –todavía dormido– casi medio minuto en el aire en un fino intento(+
(-) de equilibrio del que, tras una serie de movimientos intempestivos, logra retornar a su posición erguida. Miro la hora: siete y cincuenta y ocho de un sábado que ya quiero que sea domingo. Soplo la frutilla que se me hizo en la mano y apuro el paso.
(+)
(-)
Una chica de pelo turquesa se saca una selfie con un hombre con una argolla en la nariz que cuelga por encima de su tapabocas marrón: parece un toro. Él se baja aún más el tapabocas y saca la lengua mientras la chica filma y se ríe. Paso por detrás, alejando la cara de la (+)
(-) cámara. El hombre me manotea el brazo y pregunta si estamos atendiendo. Se me pone la piel de gallina. Me suelto y se queja de que están hace dos horas. La chica me enfoca con el celular mientras doy un paso al costado y le contesto que recién estoy entrando. (+)
(-) Sigo con que por favor no me filmen, que no di mi consentimiento. Él se ríe –todavía con el tapabocas color caca en el mentón– y me larga un “métale ritmo así no tenemos que molestarla”. El video del médico al que le rompieron la nariz en la UFU resuena entre mis neuronas.(+)
(-) Me evaporo.
Dejo rápido mis cosas –todavía temblando–, me lavo la herida de guerra y enfilo hacia el pase. Van por el consultorio cuatro.
–¿Te parece que son horas de llegar? –me gasta el Peti.
(+)
(-) Lo abrazo y se suelta con un “¿Vos no te enteraste de que volvió el Covid? Demasiadas vacaciones…”. Repito el abrazo, esta vez más fuerte. Me palmea la espalda y el tembleque afloja.
El grito parece venir del fondo. “Llueve”, aúlla con voz desdentada. (+)
(-) Las cejas del Peti se juntan al medio. Las mías suben. La médica de ambo rosa –una de las que nos está haciendo el pase– alza los hombros y el de cofia negra enfila para allá. Lo seguimos.
En uno de los consultorios del fondo (+)
(-) un hombre acaracolado de pelo blanco y boca chupada grita –“llueve, llueve”– desde el piso en el que se encuentra enredado en una sábana con manchas marrones que no son de pervin0x –sábana que seguramente lo tapaba sobre la camilla cuya baranda (+)
(-) dejó de funcionar– y alza las manos –una de ellas con un barbijo añejo enmarañado entre los dedos– hacia el cielorraso apenas descascarado. Su vecino de consultorio –un hombre de sesenta y largos o tal vez setenta y cortos bastante bien camuflados por lo tupido (+)
(-) de su cabellera negra jaspeada–, se encuentra regándolo –calzoncillos por las rodillas y miembro en mano– con chorros intermitentes de una orina bastante fétida. El de la cofia negra le pide que pare y termina con el ambo salpicado a la altura de los tobillos.
(+)
(-)
El Peti esta vez no esquiva el abrazo: rodea al hombre por la espalda y lo desarma con un par de manos que ni sé cuándo llegó a enguantarse. El de cofia negra –decorado con su ambo pestilente– se agacha y le sube los calzones –un bóxer a cuadrillé celeste y azul– hasta el (+)
(-) ombligo. Las manos del hombre –bajo los brazos del Peti– siguen sosteniendo un armamento ahora imaginario. Tiene los ojos como perdidos, el barbijo colgando de una oreja y la boca formando una línea recta en la que todavía no logro dilucidar si disimula un dejo de placer.
(+)
(-)
Mi compañera pelirroja aparece –jeringa en mano– y le pide a los varones que le sostengan fuerte al hombre del bóxer a cuadrillé –lograron recostarlo sobre la camilla y ahora tira mordiscones para todos lados– mientras ella le inyecta algo que espero (+)
(-) lo calme pronto. Dos enfermeros vienen detrás con apósitos y vendas y se ocupan de sujetarlo a la camilla hasta que le haga efecto la medicación. Nosotros –ya todos con guantes y camisolines repartidos por la pelirroja que ni sé hace cuánto llegó– nos ocupamos (+)
(-) del hombre caracol al que liberamos de la sábana de manchas marrones hedionda, le pegamos nuevamente el pañal suelto de un extremo, y lo recostamos –a la espera de otra sábana– cubierto por un par de camisolines.
Se lo encomendamos a los enfermeros, (+)
(-) recalcándoles el mal funcionamiento de la baranda, y retomamos el pase. Comparado con esto, prosigue sin sobresaltos.
Arrancamos con los consultorios llenos. En los pasillos reposan unos cuantos borrachos y otros tantos con dolor de panza o de riñones. (+)
(-) También están un detenido que refirió dolor en una rodilla operada hace tres años y que a primera vista parece completamente normal –aguarda al traumatólogo– y una mujer que trastabilló en la parada del colectivo y terminó de panza –panza y pecho, en realidad– en el (+)
(-) pavimento con su remera color durazno y un pantalón blanco tiro alto teñidos con esa mezcla de marrón y gris topo de la que se salvó el trasero de mi ambo. Los cirujanos ya la vieron y quedaron en hacerle una tomografía en un rato. La eco parecía normal.
(+)
(-)
En la lista ya hay diez anotados. Estoy por llamar al primero cuando escucho el grito. “Ayuda”, pide una voz masculina. “Se desmaya”, lo sigue otra más gruesa. La pelirroja aparece atrás mío y me revolea un camisolín. Nos disfrazamos de astronautas, manoteamos (+)
(-) un tensiómetro y un saturómetro y salimos a ver qué pasa.
Una mujer de boina roja nos increpa sobre que cuándo vamos a llamar a su hijo que ya es la tercera vez que hace diarrea. La corremos a un costado y avanzamos hacia donde se (+)
(-) aglomeraron algunas personas. Un chico de veinticortos está tirado en el piso.
–Me tenían secuestrado –pronuncia y cierra unos ojos color miel tirando a amarillos parecidos a los del gato bebé de mis abuelos al que acusé de haberme tirado al piso de chica.
(+)
(-)
Trae un suero en la mano y está temblando.
Mi compañera corre a pedir camillero. Le busco el pulso al chico y recién respiro cuando se lo encuentro. Está taquicárdico y, con guantes y todo, se siente hirviendo. Lo sacudo un poco y le pregunto cómo se llama. (+)
(-) Me larga un nombre corto y un apellido monosilábico. Lo hace con voz tenue, casi tan temblorosa como su cuerpo. Se queja de que tiene frío y una mujer de la calle que viene seguido a pedir comida lo cubre con un tapado rojo con olor a suavizante de flores mágicas. (+)
(-) Le estoy por dar las gracias, pero alguien me golpea el hombro con dos dedos como cuando el de geografía me llamaba la atención en la escuela. Giro y un hombre de unos sesenta y cinco con una lesión roja tirando a violeta que le asoma por encima de la media y quiere (+)
(-) treparle hasta la rodilla abre una bolsa llena de remedios delante de mi cara y pretende que le indique si alguno le sirve. Me apura con que es diabético y que no puede quedarse en este criadero de Covid. Le hablo de que así no es, que hay que revisarlo y sacarle sangre (+)
(-) por lo menos y vuelvo con el chico al que le pongo el saturómetro. El hombre me golpea el hombro de nuevo e insiste con que alguno de esos remedios tiene que andar.
–Cuando llegue su turno y según qué den los análisis, vemos –le largo.
(+)
(-)
Me escupe un “gracias por nada” y se va refunfuñando que para qué estudié medicina si no me interesa curar.
Sigo con el chico. Satura bien. Le tomo la presión del brazo en el que no tiene la vía. Da baja, pero tampoco tanto. Lo sacudo y le pregunto qué le duele. (+)
(-) Se agarra la panza y la espalda a la vez.
Le arremango el otro brazo. La vía está cubierta con una cinta hipoalergénica con restos de pelusa y trazos de roña y la piel de alrededor está roja. Le pregunto dónde se la pusieron y murmura que en el secuestro.
(+)
(-)
–¿No lo piensan llevar para adentro? –ladra, desde la puerta, una voz que me resulta familiar.
Es el novio de la chica de pelo turquesa. Sigue con la nariz asomando con su aro de toro por encima del tapabocas color caca. Le largo que sí, que en cuanto venga el camillero, (+)
(-) salvo que me quiera hacer el favor de cargarlo. Hace ruido en la garganta, se baja el tapabocas, escupe al piso y me retruca que ojo que no se me vaya a morir ahí porque se arma.
Estoy a punto de cantarle unas cuantas cuando se abre la puerta y aparece la pelirroja (+)
(-) guiando una camilla con la rueda de adelante que se va para el costado y que, al arrastrarla, hace ruido a tren. A falta de camillero, trae al Peti. Entre los tres, subimos al chico, suero incluido. La mujer del tapado rojo pega el tirón y se lo lleva.
(+)
(-)
Entramos y le pedimos a los oficiales y a su detenido que nos hagan lugar, que el chico necesita la camilla.
–¿Pero nos van a atender? –pregunta el más joven.
El mayor lo irradia con ojos furibundos y lo corre de la nuca.
(+)
(-)
–¿No ve que me duele? Yo no puedo estar parado –el detenido señala su rodilla ni siquiera roja.
–Lisiado está. Totalmente. ¿No lo ven lisiado? –el traumatólogo aparece desde atrás de la pelirroja–. No se preocupe –se dirige hacia el hombre–, ya mismo nos lo llevamos a (+)
(-) amputar.
–Pelotudo –le larga el detenido prolongando la E.
El traumatólogo le hace señas a los oficiales de que lo sigan y los cuatro se evaporan.
Pasamos al chico de camilla y el Peti se va a suturar. Le pongo el termómetro. Treinta nueve y medio. (+)
(-) La pelirroja raja a buscar un enfermero que le saque sangre y le coloque una vía que sirva y yo intento revisarlo. Apenas arranco a palparle el abdomen se tira para atrás en la camilla, me saca la mano con un “cuchillos no” y se hace un ovillo.
(+)
(-)
Agarro un algodón y le retiro la vía roñosa. Me quedo comprimiendo y le pregunto qué fue bien lo que pasó.
–Los órganos… –susurra y después pasa a que tiene frío.
Consigo una sábana –casi que de milagro– y lo tapo. La pelirroja llega con la enfermera de rulos rubios. (+)
(-) El chico se deja sacar sangre y poner la vía sin problema. Le pasamos algo para bajarle la fiebre y mi compañera se va a buscar para hisoparlo mientras yo me descambio y corro a tomografía; esa panza no me gusta.
(+)
(-)
La técnica del pelo carré con ojeras de postguardia me pide que le dé una hora y media; está con una tanda de pacientes covid y después hay que limpiar el tomógrafo. Me tiro el lance y voy para ecografía: hay una de gineco, dos de cirugía y una de clínica; (+)
(-) en hora y algo con suerte lo ven.
Le mando un mensaje al residente de cirugía pidiéndole que lo evalúe. No contesta. Lo llamo: la instrumentadora me avisa que están operando y empezaron hace no mucho.
(+)
(-)
Vuelvo con el chico. La pelirroja lo está hisopando. Él aprieta los ojos y pareciera que intenta enterrar la cabeza en lo escasamente mullido –y con aroma rancio– de la camilla que ni llegamos a hacer limpiar. Echo un poco de alcohol en un algodón y lo paso sobre (+)
(-) la cuerina a su alrededor.
La pelirroja que me pide ayuda para descambiarse. Le echo alcohol paso a paso y vuela a llevar los hisopados.
Las puertas de los consultorios resuenan a puñetazos secuenciales. El orientador fue al baño. El (+)
(-) de seguridad me señala al hombre con el aro de toro en la nariz que reclama que la novia está esperando hace cuatro horas y que no da más de la panza. Dice que se fijó y la vio sentada lo más bien con el celular así que ya le explicó que estamos atendiendo a gente (+)
(-) más grave. Me dan ganas de abrazarlo. Le pido que se lo repita a ver si frena un poco y me contesta que el hombre no quiere entender. Los puñetazos a la madera se intensifican.
(+)
(-) Estoy a punto de salir a interrogar a la chica cuando escucho un sacudón de camilla y gritos detrás de mí. Un borracho habitué –envuelto en una sábana a lo árabe y con una botella de alcohol setenta en la mano– se acaba de tropezar y terminó yéndose de cabeza (+)
(-) contra un rincón junto a la señora del panzazo en la parada del colectivo.
Me calzo un nuevo camisolín, guantes y máscara –los barbijos siguen en su lugar– y me acerco en un relinche de mis suecos de goma. El hombre tiene la mano levantada en un intento de (+)
(-) saludo y se está matando de risa. Con la otra mano trata de atrapar la botella de alcohol que se le fue rodando. La pelirroja aparece a mi lado –ya cambiada–, levanta la botella, la sepulta en un tacho de bolsa roja pese a los gritos –“Sacrilegio. Eso es sacrilegio”– del (+)
(-) hombre y juntas lo ayudamos a levantarse.
Destila alcohol por cada poro de su cuerpo y el vaho se mezcla con un aroma a orina casi diría que dulzona. Aprieto las fosas nasales. Lo arrastramos hasta la camilla que dejó abandonada y lo amenazamos con que, (+)
(-) si no se queda quieto, va a haber que ponerle custodia policial. Refunfuña y acata, al menos por unos minutos. Le hacemos un examen neurológico corto que da bien –dentro de lo poco que colabora– pero igual decidimos pedirle una tomografía cuando llevemos al chico. (+)
(-) Nos descambiamos y volvemos con él.
Tiene los ojos amarillos entreabiertos y ya no tiembla. Su camisa blanca –grisácea de a partes– está empapada en transpiración. Verifico el nombre y el apellido que nos brindó –refiere que son los correctos–, le pregunto (+)
(-) la edad –está por cumplir veintidós– y le pido el DNI: dice que no lo trajo, pero nos dicta ocho números que suenan coherentes. Anoto todo en una hoja de recetario de membrete verde.
El Peti aparece pidiendo una mano con un paciente complicado que le trajeron en la (+)
(-) ambulancia y la pelirroja se va con él. Vuelvo al chico y arranco el interrogatorio. Habla rápido, aunque bajo. Relata que viene desde lejos. Que eligió venir acá porque le dijeron que este era un hospital serio; el otro no lo era. En realidad, ni era un hospital, era (+)
(-) una cueva de asesinos –pronuncia esto en un susurro–, bien disfrazada de hospital, eso sí –acá sube un poco la voz–. Frena, se acomoda en la camilla, respira hondo y larga. Me pregunto si habrá contado hasta cinco.
(+)
(-)
Sigue con que fue por los dolores –atrás, adelante y hasta al costado; se agarra de la derecha– y que lo terminaron internando. Cuenta que le sacaron sangre, le pusieron suero –se señala el brazo de la vía vieja– y que al principio confió. Le informaron que tenían (+)
(-) que operarlo de la piedra, una piedra “bien enorme” –separa el índice del pulgar unos diez centímetros en el aire–, y aceptó. Las pistas las empezó a ver de a poco, explica. Primero fueron cosas chicas, que a otro por ahí se le pasaban, pero a él no. (+)
(-) Ahí empezó a sospechar un poco, después con el hacha… con el hacha entendió todo.
Mis cejas suben. Las tiro para abajo enseguida. No puedo contenerme y le pregunto: “¿El hacha?”. “Sí. El hacha. Estaba en un rincón y tenía sangre fresca”, pronuncia de nuevo (+)
(-) entre susurros. No se si largarle un “Qué terrible” o quedarme callada. Opto por lo último.
Mete la mano en el bolsillo del pantalón verde militar y saca un teléfono bastante nuevo.
–Por suerte llegué a juntar pruebas –murmura mientras toca la pantalla una y otra vez.
(+)
(-)
Finalmente le da play a un video en que tres médicos de ambo mitad naranja y mitad celeste le hablan al paciente de la cama de al lado –un hombre de unos sesenta años– sobre la cirugía que le van a realizar. El que parecería ser el más joven le detalla paso a paso (+)
(-) lo que van a hacerle y las complicaciones posibles y le solicita que firme el consentimiento para la cirugía. El hombre gruñe que más les vale que salga entero y pone el gancho. El video termina y el chico de los ojos amarillos se me queda mirando.
(+)
(-)
–Entendés todo, ¿no? –pregunta.
Hago que sí con la cabeza.
–No te preocupes que este es un hospital serio –sentencio.
La pelirroja –que acaba de aparecer al lado nuestro– se queda mirándome. La miro fijo y agrega:
–Totalmente, no te preocupes que acá te vamos a (+)
(-) cuidar bien.
Retomo el interrogatorio con mi compañera al lado –parece que el paciente del Peti era más para emergento– y el chico asegura ser sano y fuerte. No fuma, no toma y jura que no se droga.
–¿En serio no consumiste nada? ¿Aunque haya sido la única vez? –insisto.
(+)
(-)
–Necesitamos que nos digas la verdad. Este es un hospital serio –le larga la pelirroja.
El chico hace una cruz con el índice y el pulgar y la besa tres veces.
Le pido, ahora que se lo ve menos dolorido, si me deja revisarlo.
(+)
(-)
–Rápido –contesta mientras se acomoda boca arriba, todavía con las rodillas dobladas hacia la panza.
–Lo más rápido que pueda –le contesto mientras se las estiro.
–Y sin cuchillos… –agrega.
La pelirroja me mira de reojo. Intento que no me cambien la cara ni la voz.
(+)
(-)
–Sin cuchillos, definitivamente –le contesto seria y me muerdo las mejillas por dentro.
Le duele todo a la derecha. Más arriba que abajo. Cuando le pido que se siente y le golpeo la espalda a la altura de los riñones, salta con el tronco hacia adelante y me agarra (+)
(-) la muñeca.
–Sin maldad –pronuncia con los ojos amarillos demasiado abiertos.
La pelirroja lo calma con que ya está, que ya no lo tocamos más –él me suelta– y trata de convencerlo para que junte una muestra de orina.
(+)
(-)
–Necesitamos ver si hay una infección –le miente a medias.
Omite la parte de los tóxicos.
–Infección, claro. Allá empezaron así también. Ustedes quieren ver que mis órganos estén limpios me parece… –le ladra él.
(+)
(-)
–En realidad queremos ver que no te hayan metido ninguna droga rara allá esos asesinos que contás –me meto–. Hay algo acá en la piel donde te habían puesto el suero, ¿ves? –le señalo el antebrazo rojizo– y eso me hace sospechar de algún veneno o droga, no sé, (+)
(-) pero como vos quieras…
El chico se mira la piel, la acaricia, me mira, pasa a mi compañera y finalmente murmura que está bien, pero que no nos va a dar mucha.
Suena un grito, esta vez de mujer. Es la señora del panzazo entre marrón y gris topo. Me voy a (+)
(-)verla mientras la pelirroja consigue un camillero para llevar al chico a hacerse la ecografía; ya se hizo la hora.
La mujer está pálida, con la piel fría y unas cuántas gotas de sudor en la frente. El suero que le venía pasando, se terminó. Le busco el pulso en la muñeca. (+)
(-) Es débil. Le indico a la enfermera de rulos rubios que le cuelgue uno nuevo y llamo al residente de cirugía. Siguen operando, aunque en un rato terminan. Le pido al compañero de camilla de la mujer que se levante –un hombre grande con sospecha (+)
(-) de apendicitis que contesta “Sí. Sí. ¿Cómo no?” y descuelga su suero del alambre que lo sostiene– y la hago acostarse. Le miro el abdomen: tiene un moretonazo. Intento palpárselo y se muere de dolor.
La pelirroja llega justo con el camillero y le señalo a la mujer.
(+)
(-)
–Ella primero; al tomógrafo –le largo.
Pispea a la paciente y enseguida la estamos cargando en la camilla. El camillero llama a su compañero para que lleve al chico.
Llegamos. Acaban de terminar de trapear y el de limpieza pide que aguardemos cinco minutos (+)
(-) a que se vaya el olor a lavandina. Dice que, si no, algunos se desmayan. La técnica del pelo carré levanta los hombros.
–No –le señalo a la mujer.
Está cada vez más transparente.
(+)
(-)
–No –pronuncia la técnica también y me hace señas para que la entremos.

Llamo nuevamente al residente de cirugía hasta que atiende la instrumentadora con un “ya casi”. Le informo de la paciente y su bazo roto. Se escucha de fondo al cirujano mayor: “Que la optimicen (+)
(-) que ya vamos”.
La pelirroja avanza con la mujer directo al Shock-Room. Busco al emergentólogo y lo arrebato de sus bizcochitos. Corre –o casi– y se pone a colocarle otra vía. Por la que tiene ya le está pasando suero a chorro, pero necesitamos una más (+)
(-) y los enfermeros no le encuentran; tiene venas de quimioterapia. Pido sangre. Bajan en malón los cirujanos y toman la batuta.

Uno de los camilleros está sentando al chico en una silla. Arranco a decirle que mejor lo llevemos en camilla y la pelirroja me codea. (+)
(-) Tiene razón; es ahora o nunca. Vamos. En el camino me acuerdo del borracho del alcohol setenta y su cabezazo y le pregunto a la técnica si lo puedo traer. Da el OK.. y me mando a buscarlo. La pelirroja se ocupa del chico de la cueva de asesinos.
(+)
(-)

Casi me choco con el psiquiatra. Le largo que tal vez tenga a alguien para ellos.
–Decime que es un ataque de pánico y que lo pueden manejar ustedes. Estamos con un intento y una abusada –se lo nota agotado.
(Intento es un intento de suicidio)
–No sé si está drogado, (+)
(-) psicótico o confusional –resoplo y sigo mi camino–. En un rato te cuento –grito.

El borracho del cabezazo no está en el consultorio. Tampoco lo encuentro por los pasillos. El custodio de uno de salud mental me informa que lo vio pidiendo puchos. (+)
(-) Salgo a buscarlo a la vereda. Nada.
Le aviso al jefe de guardia. Dice que lo anote en el libro con la hora a la que no lo encontré, que igual, seguro vuelve cuando tenga hambre.
(+)
(-)
–Yerba mala nunca muere –agrega.

La pelirroja aparece con el chico de la cueva de asesinos. Le hizo la tomografía directo y tiene una piedra –el término que usa es “piedrón” – en el uréter (el cañito que lleva la orina del riñón a la vejiga), el riñón enorme y con signos (+)
(-) de infección alrededor. Urólogo de guardia no hay.
Hablo con el jefe. No hay forma de conseguir uno. Me manda a que lo internemos, le tomemos cultivos, le pongamos antibióticos, algo para el dolor y que el lunes se ocupen del piedrón. Se me paran los pelos (+)
(-)de los brazos.

La pelirroja habla con el chico. Le explica que hay que internarlo y todo lo que le vamos a hacer. Él asegura que ya se siente bien y se quiere ir.
–Es importante que te quedes –sigue ella–. Tenés una piedra y parece que una infección y se puede convertir (+)
(-) en algo serio.
–Infección, sí. Eso me dijeron allá también –murmura con los ojos amarillos fijos en la pared de atrás nuestro.
Le pedimos a la enfermera que lo mire y nos vamos a hablar con los de salud mental. Decidimos (+)
(-) pedirle consigna policial; sea cual sea el diagnóstico, ese chico no está lúcido y así no se puede ir. La trabajadora social se ocupa. Le aseguran que ya viene.

Volvemos para los consultorios. De afuera golpean, una a una, todas las puertas. No hay ni medio lugar (+)
(-) para atender a nadie. Siguen golpeando. Salimos con la pelirroja junto al de seguridad que hace un rato casi liga un abrazo. El desubicado sigue siendo el del aro de toro. Me acerco a la novia y le pregunto qué le pasa. Le duele la panza.
(+)
(-)
La hago entrar solo para conseguir un milímetro de paz mental. Al acompañante lo dejo afuera pese a sus protestas.
Le imploro nuevamente que se levante al señor del “Sí. Sí. ¿Cómo no?” y hago lo mismo con el del golpe en la cabeza de al lado que trajo hace nada una (+)
(-) ambulancia para suturar. Por suerte, el último también es educado.
Acuesto a la chica. Su panza es blanda –una buena– y le duele abajo, aunque no para salir corriendo. Le devuelvo la camilla a los hombres y la interrogo parada. El dolor empezó esta (+)
(-) madrugada y tomó busc@pina para calmarlo, pero sigue un poco. No tuvo fiebre, vómitos, diarrea ni está con flujo. Ayer se hizo un test de orina. El hombre toro no sabe y me ruega que no se lo diga; está embarazada. Tomó unos yuyos que le vendieron en un (+)
(-) sucucho para dejar de estarlo. Se larga a llorar. La abrazo y le prometo que todo va a estar bien. La acompaño a gineco.

Vuelvo a la guardia. La pelirroja está arrodillada en un pasillo junto al borracho “yerba mala” que está desplomado en el piso. (+)
(-) Le ilumina las pupilas y una parece apenas algo más grande que la otra. No logra mover medio cuerpo. Igual, con su barbijo de sombrero, se ríe. Corro a buscar un camillero. Consigo la camilla de la rueda que va para el costado y hace ruido a tren. La arrastro (+)
(-) como puedo y voy llamando al emergentólogo.
–Me tenés de hijo hoy. Coca y alfajor mínimo –se ríe.

Cargamos al hombre entre los tres y corremos al tomógrafo. Tiene un sangrado en la cabeza. El emergentólogo llama al jefe (+)
(-) para que le consiga un neurocirujano y se lleva al paciente al Shock-Room a la cama que hace nada liberó la mujer del panzazo del colectivo que están operando del bazo. Gruñe que si seguimos así, va a pedir retiro voluntario.
Volvemos a los consultorios. (+)
(-) El chico de la cueva de asesinos no está en su camilla. Tampoco la sábana ni el suero. Le preguntamos a la enfermera de rulos rubios. Está poniendo una vía y jura que hace un minuto estaba ahí.
Lo buscamos por los consultorios, por los pasillos y hasta la vereda. Nada.
(+)
(-)
La consigna policial llega cuando estoy anotando en el libro que se dio a la fuga. Así como entró, pide nuestros datos y se va.
Llega el resultado de los tóxicos en orina del chico. Positivo únicamente para marihuana. Miro la hora. (+)
(-) No pasó ni un cuarto de guardia. Necesito vacaciones de nuevo. Me muero de ganas de prenderme un pucho.

• • •

Missing some Tweet in this thread? You can try to force a refresh
 

Keep Current with Anónima me hicieron

Anónima me hicieron Profile picture

Stay in touch and get notified when new unrolls are available from this author!

Read all threads

This Thread may be Removed Anytime!

PDF

Twitter may remove this content at anytime! Save it as PDF for later use!

Try unrolling a thread yourself!

how to unroll video
  1. Follow @ThreadReaderApp to mention us!

  2. From a Twitter thread mention us with a keyword "unroll"
@threadreaderapp unroll

Practice here first or read more on our help page!

More from @Anonmehicieron

3 Dec 21
#CosasQuePasanEnLaGuardia #139. El hombre del tajo en la cabeza que hasta hace unos segundos tarareaba a Luis Miguel, junta moco –probablemente espeso y verde o, como mínimo, amarillo virando hacia el marrón– primero en la garganta y luego en la boca.
(+)
(-)
–Ni se le ocurra –lo prevengo mientras le subo, ayudándome con una gasa limpia para no ensuciarme los guantes estériles, el tapabocas de Racing que le decora el mentón.
Son las seis de la mañana. Hace más de media hora que estoy tratando de suturarlo y, entre las (+)
(-) protestas porque la anestesia le quema y el hilo le tira y sus sacudidas de torso y brazos compenetrados acompañando un súbito grito de “Suave, como me mata tu mirada. Suave”, recién voy por el tercer punto de los diez –mínimo– que necesita. “Última guardia”, pienso y (+)
Read 71 tweets
9 Nov 21
#CosasQuePasanEnLaGuardia #138. PRE-COVID. Once y doce de la noche. El chico de las empanadas me acaba de entregar los paquetes y su mano espera, palma arriba, la propina que debería suceder al pago cuantioso que acabo de depositarle. Recorro, bolsillo por bolsillo, y (+)
(-) recolecto un rejunte de monedas y billetes chicos que no provocan en su cara de ojos ansiosos la más mínima emoción positiva. Hago una nota mental para putear a mi compañero alto –que calculó cuánto era por cabeza– por no haber tenido en cuenta la propina.
(+)
(-)
Le entrego al chico la suma –bastante miserable– que logré reunir y estoy a punto de pedirle que me espere unos minutos a que le busque algo más, cuando un auto tan oscuro como la noche de nubes amenazantes que nos sobrevuela –decorado con restos de barro, (+)
Read 67 tweets
23 Oct 21
#CosasQuePasanEnLaGuardia #137. Once y cuarenta y siete de la noche. Recién pudimos sentarnos a cenar. Dejamos sobrepobladas hasta las camillas del pasillo.
Calentamos la pizza –mitad napolitana, mitad cuatro quesos– al microondas –encimada a lo (+)
(-) torre– y ninguno se queja por lo blandengue que sale. La pediatra intenta robarse una porción y la pelirroja le golpea la mano con un “tremenda milanga te mandaste sin convidar”. La otra le escupe un “me hubieras pedido” y, tras un intercambio de miradas fruncidas, (+)
(-) liga medio triángulo.
Devoramos en silencio. El flacucho de aros negros circulares con ventanas en los lóbulos de las orejas que parece que terminó ayer la facultad –lo conseguimos de reemplazo a un buen rato de empezada la guardia; faltaron dos– mastica rápido (+)
Read 62 tweets
4 Oct 21
#CosasQuePasanEnLaGuardia #136. PRE-COVID. La puerta del consultorio resuena a puños de boxeador. Adentro el residente de cirugía con olor a chivo acumulado de dos días intenta revisarle la panza al paciente que recién le comenté: un chico con un retraso (+)
(-) madurativo –tiene casi veinte, en realidad; veinte menos cinco días– con sospecha de apendicitis que acaba de plegarse sobre sí mismo, enterrando la cabeza contra la panza raquítica de su madre a la cual abrazó cual garrapata. La sangre sube por la tubuladura de la vía (+)
(-) que la enfermera logró colocarle –tras unas cuantas sacudidas y con la ayuda de tres más– en el pliegue del codo. Cierro los ojos y ruego para que no se tape.
El residente acerca su mano de dedos eternos y huesudos por demás al abdomen contorneado (+)
Read 66 tweets
17 Sep 21
#CosasQuePasanPorSerMédica #34. Postguardia. Muy. Demasiado. Ni sé qué hora es. No creo haber dormido más de dos horas. Dos que pretendía que fueran ocho. Ocho al día. O por lo menos, siete. Siete que últimamente nunca llegan a ser más de cinco. Cinco que hoy no van a ser ni (+)
(-) dos porque ahí está otra vez, casi rabioso. Me tapo con el acolchado y la almohada con tal de que se calle. Suena profundo, agudo. Taladra entre mis neuronas y llega hasta el medio de mis ojos, por atrás de la nariz. Aprieto la almohada contra las orejas –hecha una U en (+)
(-) torno al pelo todavía húmedo– y me quedo quieta. Me lo imagino, a quien sea que esté tras mi puerta, pegado a la madera, intentando captar el más mínimo sonido que le ratifique mi presencia. En realidad, solo me imagino una oreja. Una oreja gigante (+)
Read 63 tweets
28 Aug 21
#CosasQuePasanEnLaGuardia #135. Nueve y media de la noche. Guardia de sábado. La meten por la entrada de ambulancias entre los tres. El de seguridad los deja pasar como si nada –alude a la gravedad del cuadro– y los guía hacia mi persona. Vienen uno a cada lado (+)
(-) y el otro, el distinto, atrás.
–Mi madre está muy mal, doctora. Tiene que ayudarla –pronuncia el de la derecha con tono paquete omitiendo el “buenas noches”.
(+)
(-)
Tiene cuello corto y ancho y hombros haciendo juego; parece jugador de rugby, aunque la edad –cincuenta y pico– y la panza incipiente que le tironea los botones de la camisa a rayas celeste y blanca, conspiran contra mi hipótesis.
(+)
Read 60 tweets

Did Thread Reader help you today?

Support us! We are indie developers!


This site is made by just two indie developers on a laptop doing marketing, support and development! Read more about the story.

Become a Premium Member ($3/month or $30/year) and get exclusive features!

Become Premium

Too expensive? Make a small donation by buying us coffee ($5) or help with server cost ($10)

Donate via Paypal

Or Donate anonymously using crypto!

Ethereum

0xfe58350B80634f60Fa6Dc149a72b4DFbc17D341E copy

Bitcoin

3ATGMxNzCUFzxpMCHL5sWSt4DVtS8UqXpi copy

Thank you for your support!

Follow Us on Twitter!

:(