#CosasQuePasanEnLaGuardia #137. Once y cuarenta y siete de la noche. Recién pudimos sentarnos a cenar. Dejamos sobrepobladas hasta las camillas del pasillo.
Calentamos la pizza –mitad napolitana, mitad cuatro quesos– al microondas –encimada a lo (+)
(-) torre– y ninguno se queja por lo blandengue que sale. La pediatra intenta robarse una porción y la pelirroja le golpea la mano con un “tremenda milanga te mandaste sin convidar”. La otra le escupe un “me hubieras pedido” y, tras un intercambio de miradas fruncidas, (+)
(-) liga medio triángulo.
Devoramos en silencio. El flacucho de aros negros circulares con ventanas en los lóbulos de las orejas que parece que terminó ayer la facultad –lo conseguimos de reemplazo a un buen rato de empezada la guardia; faltaron dos– mastica rápido (+)
(-) y termina la tercera porción cuando voy por la segunda. Con la pelirroja hacemos “piedra, papel o tijera” por el medio pedazo que quedó huérfano. Pierdo; obvio.
Mi estómago gruñe tanto que opto por mimarlo con un alfajor del quiosco de enfrente. Me (+)
(-) levanto a la cuenta de tres y pregunto si alguien quiere algo. El emergentólogo me manguea una coca –se olvidó la billetera en el auto que estacionó a cuatro cuadras– y la pediatra un chocolate con maní. La pelirroja rumia sobre que si prueba medio cuadradito de chocolate (+)
(-) se va a quedar dormida y se pone a hacer café. El de las ventanas en las orejas entrecierra los párpados y a los tres segundos está roncando.
Arrastro los pies hasta la entrada de ambulancias mientras pienso en el azúcar de la diabética que tengo que chequear a la vuelta,(+)
(-) en la segunda nebulización de un asmático que debe estar por terminar, en la pareja del incendio con el monóxido alto al ingreso (el tan temido monóxido de carbono que escupen las estufas y calefones que queman mal y que te puede matar) a los que tengo que volver (+)
(-) a sacarles sangre, en el de la piedra en el riñón que vino gritando del dolor –hace un rato que no se lo escucha–, en el hombre con covid y neumonía que se va a quedar internado en un consultorio de guardia no sé por cuánto tiempo –salas covid no tenemos más– y en la (+)
(-) señora con el intestino perforado que le pasé a los de cirugía y a la que ya deben haber subido a quirófano. Los suecos de goma rebuznan durante todo el trayecto. Las piernas los arrastran hechas dos tubos de plomo. La espalda acompaña en bloque; es un cúmulo de nudos (+)
(-) resignados. Tengo agarrotado hasta el tujes.
Antes de salir, freno y giro el tronco hacia un lado y hacia el otro en un intento de elongación. Bajo el cuello hasta el hombro derecho primero, después para el izquierdo, respiro hondo y saco el aire contando hasta cinco. (+)
(-) Pispeo alrededor. El de seguridad sonríe con los ojos por encima del barbijo. Bajo la cabeza y abro la puerta. La ambulancia de hace un rato sigue esperando y en la rampa se ve otra que avanza hacia mí con un rugido del motor que me hace apretar los dientes. Reculo.
(+)
(-)
Vuelvo para el estar, esta vez en un pique con los suecos que rechinan en forma alternada. Freno justo dos centímetros antes de chocarme con el jefe. Huele a colonia de abuelo paquete mezclada con un dejo de tabaco de ese que siempre asegura que dejó. (+)
(-) Arranco con que hay dos ambulancias a la espera y que no tenemos ni medio lugar y amputa mis palabras con su cabeza que va para un costado y para el otro al mismo ritmo de un “no, no, no” que su dedo índice. Me avisa que tuvo una emergencia familiar y (+)
(-) que se tiene que ir; deja a cargo al emergentólogo. Se aleja en su vaho de colonia y pucho –maletín en mano– previo saludo con la mano en alto a lo reina.
Me meto al estar a buscar a este último. La pelirroja sacude al de las orejas con ventana para (+)
(-)
que se despierte y le entrega un café con un “mandalo a fondo”. El chico asiente, se baja el barbijo celeste manchado de marrón, da un sorbo largo y putea porque se quemó la lengua.
–Viene otra ambulancia –les aviso.
(+)
(-)
–¿Y el jefe no piensa decirles que no hay lugar? ¿O los vamos a atender sobre la mesada? –retruca la pelirroja mientras me ofrece un café.
–Se acaba de ir; emergencia familiar –me río mientras lo agarro.
(+)
(-)
Parece tinta. Intento agregarle agua: sale con puntitos marrones. Tomo un sorbo igual.
–No sé. Yo estoy viendo ocho a la vez. En cualquier momento me atienden a mí por un brote psicótico –ladra mi compañera.
(+)
(-)
Se manda un trago extra largo de su vaso de café-tinta, casi como si fuera ese jarabe para la garganta –ya ni sé si rosa o naranja, servido en un vasito diminuto de plástico transparente– que mi ahijado toma con cara de asco total haciendo tremendo teatro.
(+)
(-)
La puerta del estar suena tres veces. Son nudillos impacientes. Me olvido de mi ahijado y pregunto por el emergentólogo.
–Baño –contesta la pelirroja–. Olvidate –se ríe.
Me estoy acercando a la puerta cuando un médico de unos veintipico con uniforme de (+)
(-) ambulancia privada impecablemente planchado entra sin pedir permiso. Ni se presenta y escupe que trae un paciente grave que requiere atención urgente.
–Ya te llamo al emergentólogo –le contesta la pelirroja, teléfono en mano.
(+)
(-)
–No creo que califique para emergencia, no, pero sí necesita una cama –la frena el médico recién llegado.
El chico de las orejas con ventana se agacha a ajustarse el doble moño de los cordones verdes de sus zapatillas azules que ya parece bastante apretado. La pelirroja (+)
(-) pasa las manos de un bolsillo al otro de su ambo celeste hasta que finalmente saca un paquete rojo gastado de caramelos y otro negro de chicles –también machucado– y nos ofrece. Le agradezco, abandono el café sobre la mesa y agarro un caramelo; tiene gusto a que venció (+)
(-) en dos mil quince. El de las orejas con ventana, que sigue mintiendo con las zapatillas, estira la mano desde el piso y le acepta un chicle. El médico de la ambulancia abre la boca y ella lo frena acercándole el paquete rojo.
(+)
(-)
–Chicles no quedan –le larga mientras se mete el último en la boca– y cama nos encantaría tener, pero tampoco. Ni una punta de camilla hay.
El médico se sube los anteojos –cuadradones de marco azul oscuro– empujando –por encima de un barbijo N95 tan impoluto como (+)
(-) su uniforme– la parte que puentea a la nariz con un dedo índice de uña de guitarrista de fogón.
–Este hombre necesita internarse urgente –insiste.
–No te cuestiono para nada eso, pero acá no hay dónde, en serio –le contesta ella.
(+)
(-)
–Esto no puede ser. No pueden negarse a recibirlo –insiste el chico con la voz temblorosa.
–Tampoco podemos atenderlo acá en el piso –le larga el nuevo de las orejas con ventana desde las baldosas mientras se digna a levantarse.
(+)
(-)
El médico de la ambulancia salta con que nos va a denunciar, que no podemos abandonar así al paciente y yo lo invito a un tour por los consultorios para que vea que no es mala voluntad. La pelirroja se suma.
Vamos consultorio por consultorio y en el camino (+)
(-) pido los laboratorios que me tocan repetir. De la sala de espera golpean. Parece que van a tirar la puerta abajo. El de las orejas con ventana sale a ver qué pasa y un hombre exige –de malos modos– un ansiolítico porque ayer se le acabó y hoy no va a poder dormir. (+)
(-) Mi compañero lo despacha con que la guardia es para urgencias y cierra la puerta. Se escucha una piña contra la madera y una salva de insultos seguidos de un “ahora por tu culpa me va a tener que ver el traumatólogo”.
Avanzamos. El hombre de la piedra en el riñón (+)
(-) se queja –casi llorando– de que le duele de nuevo. Le indico más medicación y busco su análisis de orina que todavía no llegó. Un señor de unos setenta y largos –internado ya ni sé por qué– se arranca el suero. Deja un reguero de sangre a su paso mientras grita que quiere (+)
(-) comer. Busco un pedazo de algodón y le aprieto el brazo. Le prometo unas galletitas a cambio de que vuelva a su camilla. En el camino, frena junto al tacho, se inclina a vomitar y le erra. Decora el piso de al lado con un charco verdoso. Le pido a la enfermera (+)
(-) que le recoloque el suero, que le pase algo para los vómitos y le aviso a los clínicos. Tacho de mi cabeza el “conseguir galletitas” que acababa de anotar.
Una mujer de unos sesenta y largos aparece en bombacha y camisa arrastrando (+)
(-) pies negros –de uñas casi como la del médico de la ambulancia– por el pasillo de baldosas que asegura que queman. Se desabrocha la camisa y se tira al piso panza abajo al grito de que tiene calor. La pelirroja llama a salud mental –es paciente de ellos– (+)
(-) y yo intento convencer a la mujer –portadora de un tremendo “olor a humanidad”, como decía mi abuela– de que se levante y vuelva a su camilla. No tengo éxito con eso y menos al intentar taparla un poco con un camisolín.
La pelirroja toma la batuta del recorrido. (+)
(-) Al médico de la uña de guitarra de fogón se lo ve cada vez más pálido y escucho que pide por el jefe de guardia.
Los de salud mental llegan y la psicóloga, toda dulce, le habla a la mujer de lo lindo que está el aire acondicionado del consultorio y del vaso de agua helada(+)
(-) que le va a conseguir si se porta bien. También de la nueva pastilla que salió para mejorar el calor y que hace bárbaro para el cutis. La señora se acaricia la mejilla que da al techo –la otra la tiene apoyada contra la baldosa– y sonríe. El psiquiatra se agacha y (+)
(-) con la psicóloga la ayudan a levantarse.
El emergentólogo aparece hacia el final del tour del médico de la ambulancia que tiene la frente empapada.
–¿Me buscaba, doctor? ¿En qué lo puedo ayudar? –le ofrece un puño y se presenta como el jefe a cargo.
(+)
(-)
Huele a toneladas de perfume berreta de ese que tira cual desodorante de ambientes.
–Tengo un paciente para internar urgente –le contesta el médico de la uña de fogón chocando el puño con su mano apenas entrecerrada, mientras mira hacia los lados.
(+)
(-)
A unos metros el suplente de las orejas con ventana extrae, con la ayuda de bastante éter, unos cuantos gusanos del pie de una viejita con una verruga excesivamente prominente en la nariz. El aroma –potente, horrendo, asesino– me cachetea y me saca del sopor por el café (+)
(-) que ni llegué a tomar. El médico de la frente empapada se reclina contra la pared sobre la que alguien posó un hilo de chicle y exhala fuerte. Lo prevengo antes de que se pegotee, se corre unos centímetros y se chorrea, ya transparente, hasta el piso, (+)
(-) apenas bordeando un charco de agua o, tal vez, orina, probablemente expulsada por alguno de los borrachos de turno.
–¿Cómo pueden trabajar así? –murmura con los ojos que se le empiezan a ir para arriba.
El emergentólogo lo levanta de las axilas. (+)
(-) Consigo una silla de ruedas a la que le falta una de las de adelante y lo deposita ahí, medio desparramado. Hace un intento de Willy con la silla destartalada mientras con la pelirroja le levantamos los pies al chico.
–Vamos, pibe. Dale que no hay camilla –se le ríe el (+)
(-) emergentólogo.
La pelirroja busca un algodón con alcohol y se lo pone bajo la nariz al son de un “dale o te comparte la camilla la de los gusanos”, previo bajarle el barbijo hasta exponer las fosas nasales. El médico de la uña de fogón lo desciende aún más –hasta debajo (+)
(-) del mentón– aludiendo que no lo deja respirar. Poco a poco, finalmente, revive. El emergentólogo le pregunta por el paciente que trae y resulta que es un señor de ochenta y nueve años con cáncer de pulmón y metástasis en el cerebro que dice incoherencias. (+)
(-) La familia no quería que se muriera en la casa. El hombre tiene prepaga –una medio pelo–, pero todavía no le encontraron cama, así que lo trajo acá; él tampoco quería lidiar con un muerto. Es su primer día.
El emergentólogo avanza hacia la ambulancia en cuestión (+)
(-) y lo seguimos cual patitos detrás de mamá pata. Adentro, un señor de pijama verde inglés hecho un caracolito, respira apenas algo rápido, aunque tampoco tanto. La hija pregunta cuándo lo vamos a entrar.
–El hospital está lleno, señora. Yo le pido disculpas, (+)
(-) pero realmente no hay lugar y no sería justo para su padre dejarlo estacionado en el pasillo sobre la camilla de la ambulancia, teniendo prepaga. ¿No le parece? –le responde el emergentólogo.
–Claro que no. Con lo que pagamos…
(+)
(-)
–Por eso. Así que le vamos a poner un poquito de oxígeno para que esté más cómodo –se sube a la ambulancia como si fuera suya, manotea un tubo de oxígeno, una manguera, una máscara, los conecta, abre la válvula y le coloca la máscara al hombre caracol– y acá el (+)
(-) doctor va a hablar con la coordinación de la prepaga para que le indiquen a dónde llevarlo.
–Sí, bien, claro. Muchas gracias, doctor –la mujer le extiende la mano cerrada.
El emergentólogo enfrenta la suya, chocan y, apenas se separan, la hija pasa a acariciar los pocos (+)
(-) pelos que le quedan al padre.
El médico de la ambulancia, con el barbijo todavía en el mentón y las mejillas algo más rosadas, llama a coordinación con una mano que tiembla. El emergentólogo le agarra la radio, se presenta, explica la situación y, en menos de dos minutos, (+)
(-) consigue cama en un sanatorio no muy lejos.
–Tranquilo que llega –despide, acomodándole el barbijo, al médico de los anteojos cuadrados y uña de guitarrista.
El chico agradece y se sube a su ambulancia que prácticamente se evapora.
(+)
(-)
Vamos en malón a la ambulancia que queda. Al médico lo tengo de vista y se disculpa de ante mano:
–Es “El loco”. Se tiró al piso y le vendió a todos una convulsión que ni por broma era. El tema es que cuando lo dije, unos fanáticos casi me linchan, así que me lo tuve (+)
(-) que traer. Está borracho nomás; lo de siempre.
Esta vez la que abre la puerta es la pelirroja, paquete rojo en mano. Al loco lo conocemos todos, o casi, el pibe de las orejas con ventana, no creo. Cae seguido con el baile de sus sacudidas con los ojos (+)
(-) cerrados con fuerza que cada tanto pispean –nada que ver con una convulsión– y sus mangazos de sedantes, comida, una camilla para pasar la noche y hasta cigarrillos.
Al abrir la puerta ahí está, con los ojos abiertos, manitos juntas sobre la panza, barbijo colgando (+)
(-) de una oreja y la sonrisa amarronada con un diente partido por la mitad al frente. Enseguida cierra los ojos y se manda uno de sus bailes horizontales.
–Tengo caramelos –lo interrumpe la pelirroja.
Las sacudidas se vuelven más lentas.
(+)
(-)
–Y también podemos conseguirte unas galletitas y un café exquisito que preparé hace un rato nomás –agrega ella.
Lo jocoso de su voz me hace adivinar la sonrisa que se le dibujó bajo el barbijo.
Ahí sí que nuestro amigo abre los ojos y se queda quieto.
(+)
(-)
–¿Y mermelada? –se tira el lance.
–Alguna de durazno, sí. Las de frutilla me las comí –se mete el emergentólogo–. Pero camilla no hay, eh. No me vengas con pretensiones –le aclara de antemano.
–Hecho –contesta “el loco”.
(+)
(-)
La pelirroja renuncia a su paquete de caramelos con gusto a 2015 y los entrega. Saludamos al médico de ambulancia y salimos en busca de las galletitas y el café. Estamos por entrar cuando el emergentólogo pregunta por su coca.
(+)
(-)
Dejo a mi compañera a cargo del café y las galletitas del paciente y cruzo al quiosco. Pido la bendita coca, el chocolate de la pediatra, mi alfajor –triple con dulce de leche–, tres cafés de verdad, un paquete rojo de caramelos y un chocolate blanco XL.
Vuelvo a la (+)
(-) guardia. Reparto la coca y el chocolate pediátrico. A la pelirroja le hago entrega –con una reverencia, como si fuera un espaldarazo de los caballeros medievales – del paquete de caramelos acompañado de un “para que nos salve la próxima”. Me ladra que no nos enyete.
(+)
(-)
Parto en cuadraditos el chocolate. Vuela. Los cafés van para el chico de las orejas con ventana y para la pelirroja me larga un “¿no te encantó el mío?” seguido de una carcajada. Los tres damos un sorbo largo. La noche recién empieza. (+)
(-) Al alfajor me lo guardo para dentro de un rato. Me muero de ganas de prenderme un pucho.

• • •

Missing some Tweet in this thread? You can try to force a refresh
 

Keep Current with Anónima me hicieron

Anónima me hicieron Profile picture

Stay in touch and get notified when new unrolls are available from this author!

Read all threads

This Thread may be Removed Anytime!

PDF

Twitter may remove this content at anytime! Save it as PDF for later use!

Try unrolling a thread yourself!

how to unroll video
  1. Follow @ThreadReaderApp to mention us!

  2. From a Twitter thread mention us with a keyword "unroll"
@threadreaderapp unroll

Practice here first or read more on our help page!

More from @Anonmehicieron

4 Oct
#CosasQuePasanEnLaGuardia #136. PRE-COVID. La puerta del consultorio resuena a puños de boxeador. Adentro el residente de cirugía con olor a chivo acumulado de dos días intenta revisarle la panza al paciente que recién le comenté: un chico con un retraso (+)
(-) madurativo –tiene casi veinte, en realidad; veinte menos cinco días– con sospecha de apendicitis que acaba de plegarse sobre sí mismo, enterrando la cabeza contra la panza raquítica de su madre a la cual abrazó cual garrapata. La sangre sube por la tubuladura de la vía (+)
(-) que la enfermera logró colocarle –tras unas cuantas sacudidas y con la ayuda de tres más– en el pliegue del codo. Cierro los ojos y ruego para que no se tape.
El residente acerca su mano de dedos eternos y huesudos por demás al abdomen contorneado (+)
Read 66 tweets
17 Sep
#CosasQuePasanPorSerMédica #34. Postguardia. Muy. Demasiado. Ni sé qué hora es. No creo haber dormido más de dos horas. Dos que pretendía que fueran ocho. Ocho al día. O por lo menos, siete. Siete que últimamente nunca llegan a ser más de cinco. Cinco que hoy no van a ser ni (+)
(-) dos porque ahí está otra vez, casi rabioso. Me tapo con el acolchado y la almohada con tal de que se calle. Suena profundo, agudo. Taladra entre mis neuronas y llega hasta el medio de mis ojos, por atrás de la nariz. Aprieto la almohada contra las orejas –hecha una U en (+)
(-) torno al pelo todavía húmedo– y me quedo quieta. Me lo imagino, a quien sea que esté tras mi puerta, pegado a la madera, intentando captar el más mínimo sonido que le ratifique mi presencia. En realidad, solo me imagino una oreja. Una oreja gigante (+)
Read 63 tweets
28 Aug
#CosasQuePasanEnLaGuardia #135. Nueve y media de la noche. Guardia de sábado. La meten por la entrada de ambulancias entre los tres. El de seguridad los deja pasar como si nada –alude a la gravedad del cuadro– y los guía hacia mi persona. Vienen uno a cada lado (+)
(-) y el otro, el distinto, atrás.
–Mi madre está muy mal, doctora. Tiene que ayudarla –pronuncia el de la derecha con tono paquete omitiendo el “buenas noches”.
(+)
(-)
Tiene cuello corto y ancho y hombros haciendo juego; parece jugador de rugby, aunque la edad –cincuenta y pico– y la panza incipiente que le tironea los botones de la camisa a rayas celeste y blanca, conspiran contra mi hipótesis.
(+)
Read 60 tweets
16 Aug
#CosasQuePasanEnLaGuardia #134. PRE-COVID. Tres y media de la tarde. Acabo de ubicar en la última camilla libre de las del pasillo –el último tercio compartido, en realidad, del pasillo y de la guardia– a un hombre de setenta y cortos con un ojo de vidrio, dos aritos (+)
(-) brillantes en la oreja derecha y un desmayo en la calle. Desparrama olor a pipa pese a sus tres stents y además tiene un solo riñón que le funciona más o menos.
Está algo pálido y con los músculos de la cara contraídos hacia el centro. Cuando le pregunto si le (+)
(-) duele el pecho, se lo aprieta con el talón de la mano sobre una camisa a rayas celestes demasiado holgada y tuerce la boca mientras pronuncia que “algo”. El cuello y los hombros se me vuelven de piedra por un instante hasta que me espabilo y corro a buscar el electro. (+)
Read 48 tweets
27 Jul
#CosasQuePasanEnLaGuardia #133. PRE-COVID. Viene en ambulancia y con la madre. Ni sé cómo la dejaron subir. Él dice que ya está bien y se trata de bajar de la camilla. La señora le pega en el brazo sano con una cartera con forma de sobre negro de charol con cadena de argollas (+)
(-)plateadas retorcidas sobre su eje y el hombre se deja caer de nuevo sobre el respaldo.
Las ruedas avanzan por la entrada de ambulancias con un ruido parecido al de los patines que usaba de chica. Por ese entonces estaba obsesionada con aprender patinaje artístico y hasta me(+
(-) imaginaba levantando una copa más grande que yo. Un día papá apareció con unos patines de ruedas naranjas –dos adelante y dos atrás– y botas blancas de algo que olía a cuero. Los amé, si mal no recuerdo, durante diecisiete días. Incluso dormía acariciándolos. Una muñeca (+)
Read 74 tweets
8 Jul
#CosasQuePasanEnLaGuardia #132. Apenas el orientador pronuncia el apellido en cuestión, con el Peti nos miramos, él con los ojos techados por unas cejas hechas montaña que apuntan al cielo en medio de una súplica profusa y yo con los míos propulsados hacia adelante, (+)
(-) un poco por ese presunto hipertiroidismo que todavía ni me hice ver, y otro tanto por una mezcla de incredulidad con algo de miedo; ambos pares de ojos repletos de un “no puede ser” a la enésima potencia. El ambiente se carga de un aroma entre ácido y asesino de la (+)
(-) transpiración que acaba de empaparnos –la nuca, las axilas y hasta el surco del traste– y que no deja de brotar.
–¿Seguro que no escuchaste mal? –le pregunta al chico, que no tiene idea del peso de lo que (+)
Read 67 tweets

Did Thread Reader help you today?

Support us! We are indie developers!


This site is made by just two indie developers on a laptop doing marketing, support and development! Read more about the story.

Become a Premium Member ($3/month or $30/year) and get exclusive features!

Become Premium

Too expensive? Make a small donation by buying us coffee ($5) or help with server cost ($10)

Donate via Paypal Become our Patreon

Thank you for your support!

Follow Us on Twitter!

:(