Ayer salí a cenar con mi mujer y mis hijas.
Nos sentamos en la terraza de un bar, pedimos la comida y para amenizar la espera, jugamos con ellas a un juego que inventamos hace mucho tiempo. (...)
Nosotros lo llamamos "El juego de los tomates".
El caso es que empezamos a jugar. Un par de rondas, unas risas, todo bien. Y le toca a la pequeña elegir.
Puso una expresión como diciendo “¿De verdad que un adulto como tú, súper inteligente, alto, guapo, sagaz… (es mi interpretación y la adorno como quiero) me está preguntando semejante tontería?
Yo trataba de parar, pero no podía y mientras más veía sus caras más risa me entraba.
Mis hijas empezaron a reír a carcajadas mientras me miraban muy sorprendidas y preguntaban que qué me pasaba.
Estaba empapadito en sudor y llorando como una magdalena.
Mis hijas y mi mujer pararon también un poco.
Dos segundos, tres… miro de reojo y veo sus caras de tensión contenida…
Os juro que el buen rollo quedó impregnado en el ambiente.
Es el puto poder de la risa.
Hay gente muy soez y mucho amargado suelto, pero luego lees un comentario que te dice que le has hecho reír, que le has hecho el día...
Pasad un buen día y reíos mucho.
FIN.