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Es un hecho q las emociones intensas hacen q los eventos de nuestra vida resulten más memorables. Por eso, son muchos quienes piensan q las clases deberían ser "emocionantes", para promover aprendizajes más duraderos. Sin embargo, esa conclusión no es del todo acertada. Veámoslo.
En primer lugar, y para evitar malentendidos, es obvio que no hay nada más positivo para el aprendizaje que un buen ambiente emocional en clase. Pero no es esto de lo que estamos hablando.
Tampoco estamos hablando de lo oportuno que resulta realizar actividades que sean motivadoras. Sin duda, la motivación es básica para el aprendizaje.
En definitiva, estamos hablando de la creencia según la cual las actividades educativas que provoquen emociones intensas (preferiblemente positivas) conllevarán aprendizajes más duraderos porque los eventos emocionales son más memorables. ¿Pero es esto realmente así?
Es cierto que los acontecimientos q provocan emociones fuertes se recuerdan mejor, de hecho, conocemos los mecanismos neurológicos que explican este fenómeno (Phelps 2006). Pero, paradójicamente, esto no significa q aprenderemos más en una clase q nos provoque emociones intensas.
Para entender esta paradoja resulta crucial apreciar que lo que cotidianamente llamamos memoria—memoria explícita, para ser exactos—, en realidad puede dividirse en dos tipos de memoria: la memoria episódica y la memoria semántica (Tulving 2002).
La primera, también llamada memoria autobiográfica, es la que registra los recuerdos de nuestra vida diaria, esto es, información asociada a nuestras vivencias, ya sean detalles tan rutinarios como qué, dónde y con quién cenamos ayer, como recuerdos de vivencias más relevantes.
Este tipo de memoria incluye siempre referencias contextuales, en el sentido de que los recuerdos se vinculan siempre a los lugares y momentos en los que vivimos tales acontecimientos. También incluyen vínculos a las emociones que experimentamos, entre otros.
En cambio, la memoria semántica guarda nuestros conocimientos. Se trata de información que no suele incluir referencias contextuales, sobre cuándo o dónde la obtuvimos. Por ejemplo, podemos saber qué es el ADN, pero no recordar necesariamente cuándo ni dónde lo aprendimos.
Aunque ambos tipos de memoria están íntimamente relacionados, existen diversas evidencias de que no son exactamente lo mismo desde un punto de vista funcional.
Por ejemplo, las personas que, como consecuencia de alguna lesión en el cerebro, padecen de amnesia retrógrada (olvidan cosas anteriores a la lesión), suelen tener más afectada la memoria episódica que la memoria semántica (Bayley 2006; Manns 2003).
Por otro lado, también se han descrito a personas con un cuadro inverso, esto es, con una memoria episódica razonablemente intacta pero graves pérdidas de conocimientos conceptuales, lo que se conoce como demencia semántica (Hodges 2007).
El hecho es que una importante diferencia entre la memoria semántica y la episódica es que la episódica está estrechamente ligada a un contexto concreto (la vivencia que la generó), mientras que la semántica es más "abstracta" y está libre de esas referencias.
En realidad, gran parte de la información que contiene la memoria semántica está en forma de significados. Es decir, las ideas y los conceptos forman parte de la memoria semántica.
Por este y otros motivos, el efecto intensificador de la memoria provocado por los estados emocionales intensos influye básicamente en nuestros recuerdos episódicos, y no tanto en la memoria semántica, que es la que al fin y al cabo nos interesa fortalecer en clase.
Por ello, cuando los estudiantes hacen alguna actividad "emocionante" en clase, al día siguiente recuerdan principalmente lo que hicieron, pero apenas nada de lo que se supone que debían aprender.
-¿Qué hiciste hoy en clase?
-Un experimento muy divertido con líquidos de colores que salían disparados.
-¿Y qué aprendiste sobre esos líquidos?
-No sé, pero Juan hizo un chiste muy bueno.
No solo eso, con frecuencia, aquello que genera la emoción intensa no es exactamente el objeto de aprendizaje, sino algún aspecto accesorio de la actividad, el cual se convierte en el foco de atención del alumno en detrimento del objetivo de aprendizaje.
Es decir, las emociones intensas en clase suelen provocar carga cognitiva ajena. Si usted leyó los hilos anteriores sabrá que me refiero a distracciones y dificultades para concentrarse en el objetivo de aprendizaje.
En definitiva, incidir en las emociones de los alumnos para promover el aprendizaje de conocimientos semánticos debería limitarse preferentemente al ámbito de la motivación, y no a provocar emociones con el objetivo de que recuerden mejor lo que aprenden.
Cabe decir que la motivación no hace que los aprendizajes sean más memorables por sí misma, sino que influye en el aprendizaje porque conduce al alumno a esforzarse más y dedicar más tiempo y atención al objeto de aprendizaje.
Pero para ello es fundamental que la motivación emane del propio objeto de aprendizaje, ya sea por un interés genuino o por un interés instrumental.
Con todo, hay quien me dirá que las emociones que los estudiantes asocian a cada asignatura en concreto o al aprendizaje en general son importantes. En efecto, lo son. Pero, de nuevo, esto no tiene nada que ver con la idea de que las emociones potencien la memoria.
Dichas emociones proceden de las experiencias de éxito o fracaso q los alumnos han vivido, pero, sobre todo, de cómo las interpretan y qué causas les atribuyen. Esto tiene repercusiones en su motivación y también en su capacidad de enfocar su atención en la tarea de aprendizaje.
En definitiva, tener en cuenta las emociones en el proceso de aprendizaje es fundamental, pero no por el motivo que se suele argüir. En próximos hilos hablaré de los aspectos más importantes de la relación entre emoción y aprendizaje: motivación y autorregulación. FIN.
Referencias:

Bayley, P. J., Hopkins, R. O., & Squire, L. R. (2006). The fate of old memories after medial temporal lobe damage. Journal of Neuroscience, 26(51), 13311-13317.
Hodges, J. R., & Patterson, K. (2007). Semantic dementia: a unique clinicopathological syndrome. The Lancet Neurology, 6(11), 1004-1014.

Manns, J. R., Hopkins, R. O., & Squire, L. R. (2003). Semantic memory and the human hippocampus. Neuron, 38(1), 127-133.
Phelps, E. A. (2006). Emotion and cognition: insights from studies of the human amygdala. Annu. Rev. Psychol., 57, 27-53.

Tulving, E. (2002). Episodic memory: From mind to brain. Annual review of psychology, 53(1), 1-25.
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