No vivo en Venezuela desde el año pasado. No he experimentado la burbuja bodegonera, que ha sido motivo de la enésima excusa para las riñas entre venezolanos en redes sociales. Para quien pueda interesar, este es mi lineamiento ético ante el asunto.
Parto de la premisa de que en Venezuela hay un montón de fortunas producto de la corrupción, pero también algunas formadas de manera sincera. De estas, algunas anteceden al chavismo y otras, aunque cueste creer, fueron hechas en los últimos 20 años.
No me digan que tal cosa es imposible, porque no es verdad. Hasta en las peores debacles económicas surgen nuevas oportunidades de negocios limpios, precisamente porque los cambios abren nuevas demandas y nuevos mercados.
Como ya dije más temprano, que usted o yo no hayamos visto alguna de esas oportunidades no quiere decir que nadie pueda. No es correcto extrapolar al colectivo nuestras propias limitaciones, en un triste intento de consuelo.
Tampoco es cierto que en un régimen autoritario es imposible emprender con éxito y sin ensuciarse las manos. Hay quienes dicen "pero tienes que pagar para que te dejen". Eso en todo caso es extorsión, no corrupción. Corrupto es el que se lucra cobrando vacuna, no el extorsionado.
Dicho esto, a los venezolanos honestos nos surge un dilema. ¿Cómo distinguimos las fortunas legítimas de las ilegítimas? ¿Cómo distinguimos entre negocios honestos y lavadoras de dinero?
La respuesta es decepcionante pero inapelable. No hay forma de saber. En Venezuela no hay Estado de Derecho. Excepto por unos pocos sujetos sancionados, procesados o investigados por autoridades extranjeras, o expuestos por la prensa, no podemos saber quién es corrupto.
Y si no podemos distinguir entre honestos y corruptos, aunque nos cueste conciliarlo con nuestro deseo de justicia, lo que priva es el principio de presunción de inocencia. Todos son inocentes hasta que se demuestre lo contrario.
Sabemos muy bien que la violencia sexual es un problema mundial mayúsculo, que a menudo queda impune y que los perpetradores casi siempre son hombres. Pero no por eso vamos a asumir que todos los hombres somos unos violadores, por establecer un paralelismo con un tema álgido.
Por eso, sin importar cuán grande sea el lujo que veamos a alguien darse en Venezuela, sin importar cuánto éxito tenga en sus negocios, no es ético lapidarlo con acusaciones e insultos mientras no haya pruebas que lo comprometan.
Tampoco se vale decir "Tú eres periodista. Investiga". La prensa hace lo que puede. Ya ha destapado bastante putrefacción y pagado caro por ello (recuerden a los periodistas de @ArmandoInfo). Creer que tenemos recursos para investigar a todos los ricos de Venezuela es absurdo.
Zanjada esta cuestión, pasemos a otra. ¿Es ético el consumo que solo unos pocos pueden realizar mientras millones están excluidos? ¿Está bien comprar cereales importados en bodegones o ir a discotecas de Las Mercedes si hay gente pasando hambre?
Espero sinceramente que dos décadas de chavismo hayan enseñado al menos a algunos (a todos no; soy realista) que este es un dilema falso. La miseria extrema que embarga a Venezuela no se puede corregir con una donación de todas las fortunas de la gente pudiente. Así no funciona.
Además, si no fuera por el consumo en los pocos negocios que quedan de pie, y los nuevos, la economía estaría mucho peor. Lo dije esta mañana: menos actividad, menos negocios abiertos, menos empleo formal. Ah, y más escasez y colas.
Si usted con mucho esfuerzo ha mantenido sus negocios pese a esta desgracia y tiene los medios para darse un gusto, déselo todas las veces que quiera. No importa si es un frasco de Nutella o ir a un restaurante en La Castellana.
Digo esto sin distinguir entre estratos sociales. Si usted trabajó y ahorró para, digamos, comprar ropa con rebajas en el "Black Friday", usted no hizo nada malo. Es su esfuerzo y su dinero.
Nada es más inútil, para usted y la sociedad, que encerrarse en la casa a lamentarse por la suerte del país, a reclamar que el consumo fuera de la supervivencia muestra indiferencia ante la tragedia venezolana y a maldecir a todo aquel que vive relativamente mejor. No lo haga.
