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De un testigo, Henri Louis Ducoudray Holstein:

«El general Bolívar ocupa muy poco tiempo al estudio de la artes militares. No entiende la teoría y rara vez hace uno pregunta o mantiene una conversación sobre ello. Tampoco habla de
administración civil, a menos que caiga entre los asuntos del momento. Varias veces me esforcé en tener una conversación seria sobre estos temas, pero siempre me interrumpía diciendo “Sí, sí, mon cher ami, yo lo sé, eso es muy bueno. Pero, a propósito:...” e inmediatamente
dirigía la conversación a un tema diferente. Su lectura, que es bien escasa, consiste de historia simple y algunos cuentos. No tiene biblioteca o colección de libros que sea apropiada al rango que viene ocupando los últimos quince años. [...] Debido [...] a su amor [por la
compañía de varias mujeres] deja que los asuntos oficiales se acumulen en manos de su secretario, como sucedió con su decreto del 8 de marzo de 1827, modificando los impuestos de la aduana de Venezuela, atribuido a Ravenga y con el cual destruyó el comercio del país. Cuando de
repente se acuerda de que tiene asuntos pendientes, llama a su secretario y le da instrucciones para que redacte una carta o un decreto. Con esto él se acuerda de otros asuntos pendientes y se pone a despachar a la carrera el trabajo atrasado de quince o veinte días: con el
resultado frecuente de que los decretos del mismo día estén en oposición el uno con el otro».
«Cuando Bolívar era dictador de Venezuela, ordenó la ejecución de 1.253 españoles e isleños, prisioneros de guerra, y otros, en febrero de 1814. Esto fue un hecho a sangre fría, y
ninguna súplica pudo salvarlos. Yo mismo pude presenciar su falta de corazón en el Puerto de Juan Griego en mayo de 1814, y
otro en el combate naval un poco antes. El primero estuvo acompañado de una circunstancia adicional de crueldad, que fue que a los prisioneros se les
obligó a cavar sus propias tumbas. El almirante Briones estaba en tierra a causa de su herida y tan pronto supo de esta ejecución, envió órdenes absolutas de que ningún prisionero más debería ser llevado a tierra, aun si Bolívar mismo lo ordenada. Así fueron salvadas cerca de
120 vidas».
«El hecho siguiente me lo relató un testigo respetable, de quien daría su nombre de no ser por el peligro de exponerlo a la venganza del dictador libertador. Durante una pequeña escaramuza que el general Bolívar tuvo con un destacamento español en 1814, no lejos de
Araure, uno de sus oficiales llegó a todo galope y le informó que una compañía separada fue atacada en una colina tupida de arbustos, a una milla de su cuartel, y que estaban en necesidad de cartuchos. Doce soldados que escucharon este informe, inmediatamente se ofrecieron para
levar los cartuchos. Bolívar ordenó a su jefe de plana mayor, Tomás Montilla, enviar con cada uno de estos soldados una caja de cartuchos. Pero como no había ningún camino, se vieron obligados a buscar un atajo para poder subir a la colina a través de un espeso matorral lleno de
zarzas y espinas. Después de haber hecho todo lo posible para continuar, se dieron cuenta de que no había posibilidad de seguir adelante y se vieron obligados a regresar al cuartel con las cajas de cartuchos. Los tres primeros que llegaron le explicaron al dictador que les fue
imposible seguir adelante y le mostraron sus ropas rasgadas en pedazos y sus cuerpos cubiertos desangre y heridas. Bolívar, lleno de ira, los llamó cobardes, granjas, traidores, etc., y ordenó que fueran fusilados. Tomás Mantilla, uno de sus grandes favoritos, José Collot, su
jefe de artillería, y varios otros oficiales de la plana mayor presentes, le suplicaron que revocara esta orden. Los hombres cayeron sobre sus rodillas con conmovedoras lamentaciones pidiendo que les perdonara la vida ya que eran inocentes y padres de grandes familias. Todo fue
en vano. Cuando llegaron los otros, en grupos de dos o tres, les tocó la misma suerte, fueron amarrados y fusilados.» Pág. 443.
«Estos hechos y muchos más que dejo de mencionar, prueban que Bolívar a menudo perdía la razón y que diversas circunstancias se presentaban para
restaurar su suerte».

Aquí nos refiere Henri Louis Ducoudray Holstein testimonios del ex presidente del Perú: «Sería de nunca acabar, si hubiésemos de referir aquí, las extravagancias y acciones soeces de Bolívar; [...] y por ellas se podrá juzgar de su falta absoluta de
educación. En un convite que le dio en Arequipa el general Don Pío Tristán, hallándose Bolívar sentado en la mesa, al acabarse la comida, esto es, cuando ya el vino se le había subido a la cabeza, lo que era en él muy frecuente, se paró repentinamente sobre la mesa, y se puso a
pasear de un extremo a otro de ella con un vaso de vino en la mano para decir un brindis. Después de pisotear los platos, vasos y botellas, y de arrojar al suelo con los pies cuanto había en la mesa, prorrumpió su desconcertado discurso, o su improvisado brindis. Está acción
brutal sorprendió, como era natural a las personas sensatas que se hallaban ahí, y llenas de estupor, sorpresa y confusión no sabían que hacer, ni a que atribuir ese acto de locura. El general Tristán vio bien tristemente ese desacato, y la destrucción de su servicio de mesa de
rica porcelana, selecta cristalería, y lujosas alfombras. Los concurrentes se levantaron de la mesa y se aprestaron a huir de allí, después de haber sido sus vestidos bastante salpicados con las salsas de los guisos y con los vinos que contenían las botellas que arrojaba en el
aire frenético Bolívar». Pág. 282.
«Es de dudarse que estos comportamientos hayan contado con el beneplácito de quienes fabricaron al “Libertador”. Éste, más bien, parece haberse salido del control de sus amos».

X. P.
PD: «Memorias de Simon Bolivar y de sus principales generales», por Henri Louis Ducoudray Holstein, 1828. CreateSpace Independent Publishing Platform, enero 12, 2011, 504 páginas. ISBN-10 1456545647
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