Imagínate, si me dan pena quienes en España ponen la punta del compás político en la guerra civil (1936-1939), qué opino de quienes explican toda la complejidad de México con la revolución (1910-1921).
Y si son o se dicen historiadores, pues mucho peor. Mucho.
Y si son o se dicen historiadores, pues mucho peor. Mucho.
Y no porque no sean hechos históricamente relevantes, sino porque el tiempo sigue avanzando y el referente histórico único no es más que el refugio cómodo del simplismo alérgico a la complejidad que exige comprender múltiples causas interrelacionadas y de influencias imprecisas.
España y México (ay, Garfias, cuánto suenas) viven realidades en las que esos dos hechos son, no importan cuánto nos emocionen, parte de un entramado complejo de realidades sociales, internacionales, culturales, tecnológicas, políticas, delictivas, demográficas, económicas y más.
Curiosamente, quienes hacen eso que lamento, suelen estar además atrapados en lo más duro de la Guerra Fría, en la década de 1970, que estuvo pletórica de referentes que explicaban la realidad de la década de 1970 pero que son apenas un factor secundario para explicar la de 2020.
Yo lo entiendo. Te entrenas desde la adolescencia para analizarlo todo en términos del enfrentamiento entre dos superpotencias con motivaciones ideológicas a más de económicas. Eso te sirve casi medio siglo para explicarlo todo y de pronto ya no es factor, hace pum y se va.
