Francis Drake y su Contraarmada habían sido rechazados en Coruña, y habían puesto rumbo a Lisboa. Su flota no iba a tener grandes problemas en tomar la ciudad. Pero no contaban con la presencia de una guarnición española y una escuadra a las órdenes de un Bazán, don Alonso. Hilo.
El pretendiente portugués, el prior de Crato, no habiendo sido capaz de establecer un gobierno en el exilio, había pedido ayuda a Inglaterra para hacerse con la corona portuguesa. Isabel aceptó ayudarle con el objetivo de disminuir el poder de España en el mundo.
Otro de los objetivos ingleses era obtener una base permanente en las islas Azores desde la que atacar a los mercantes españoles y finalmente, arrebatar a España el control de las rutas comerciales a las Indias, además de usar Portugal como reino títere y vasallo a sus ambiciones
El Prior de Crato, heredero de la Casa de Avís, no era un candidato demasiado bueno pues carecía de carisma, su causa estaba comprometida por falta de legitimidad y tenía un oponente mejor visto por las cortes portuguesas, Catalina, infanta de Portugal y duquesa de Braganza.
Este hecho ponía en duda la estrategia inglesa para Portugal, pues se suponía que Antonio de Crato debería captar seguidores portugueses y liderarlos en la batalla contra España. Finalmente la flota inglesa fondeó en la ciudad portuguesa de Peniche el 26 de mayo de 1589.
Inmediatamente comenzaron el desembarco de las tropas expedicionarias comandadas por John Norreys. Pese a no contar con mucha resistencia, los ingleses perdieron 80 hombres y unas 14 barcazas debido a la mala mar. La fortaleza de la ciudad, bajo mando de un cratista, se rindió.
Acto seguido, el ejército comandado por Norreys, compuesto a aquellas alturas de la misión por unos 10.000 hombres, partió rumbo a Lisboa, defendida mayormente por una guardia portuguesa teóricamente poco afecta a Felipe II y una pequeña guarnición española permanente.
Paralelamente, la flota de Drake también puso rumbo a la capital portuguesa. El plan consistía en que Drake forzaría la boca del Tajo y atacaría Lisboa por mar, mientras Norreys, que iría reuniendo adeptos y pertrechos por el camino, atacaría la capital por tierra para tomarla.
Pero lo cierto es que el ejército inglés tuvo que soportar una durísima marcha hasta llegar a Lisboa, siendo diezmados por los constantes ataques de las partidas hispano-portuguesas, que les causaron cientos de bajas, en golpes de mano y tácticas de guerrilla.
Además, las autoridades españolas habían vaciado de materiales y pertrechos utilizables por los ingleses todos los pueblos entre Peniche y Lisboa. Por otro lado, la esperada adhesión de la población portuguesa no se produjo nunca.
Al contrario, la población civil portuguesa hizo el completo vacío a las tropas inglesas, y en todo el camino hacia Lisboa los ingleses no consiguieron sumar más que unos 300 hombres. En realidad, para los portugueses, los supuestos libertadores no eran más que unos herejes.
Que los ingleses llevaran años saqueando las costas lusas y atacando sus barcos pesqueros y mercantes no debió ayudar. Al llegar los ingleses a Lisboa, tras haber recorrido 75 km infernales, su situación era dramática porque carecían de medios para forzar su entrada en la capital
Les faltaban pólvora y municiones, no tenían caballos ni cañones suficientes y se les habían agotado los alimentos. Sorprendentemente para los ingleses, la ciudad no solo no daba muestras de pretender rendirse, sino que se aprestaba a la defensa.
La guarnición estaba compuesta por unos 7000 hombres entre castellanos y portugueses. Si bien las autoridades españolas no confiaban totalmente en las tropas portuguesas, nunca llegaron a producirse levantamientos ni motines y siempre se mantuvieron leales a su rey, Felipe II.
Por otra parte, en el puerto fondeaban unos 40 barcos de vela bajo mando de Matías de Alburquerque, y las 18 galeras de la Escuadra de Portugal, bajo el mando de don Alonso de Bazán, hermano de don Álvaro de Bazán, héroe de Lepanto y las Terceras, se preparaban para el combate.
Inmediatamente las galeras de don Alonso atacaron a las fuerzas terrestres inglesas desde la ribera del Tajo causando numerosas bajas con su artillería y con el fuego de mosquetería de las tropas embarcadas. Los ingleses buscaron refugio en el convento de Santa Catalina.
Sin embargo, fueron acribillados por la artillería de la galera comandada por el capitán Montfrui, y se vieron forzados a salir y continuar la marcha bajo un fuego incesante. La noche siguiente, los soldados de Norreys montaron su campamento en la oscuridad para evitar las galera
Al no localizar la posición de las tropas invasoras, don Alonso ordenó simular un desembarco echando varios botes al agua, indicando a sus hombres que hiciesen ruido, que disparasen al aire, lo cual provocó la alerta y la confusión en el campamento inglés, que preparó la defensa.
Las galeras españolas distinguieron en la oscuridad los fuegos de las antorchas y las mechas encendidas de las armas inglesas, por lo que Bazán ordenó concentrar el fuego de sus barcos en las luces, lo que provocó una nueva matanza entre los ingleses.
Al día siguiente, Norreys intentó asaltar la ciudad por el barrio de Alcántara, pero de nuevo las galeras acribillaron a las tropas inglesas forzándolas a dispersarse y retirarse para ponerse a cubierto, tras haberles causado un gran número de muertos.
Algunos habían vuelto a buscar refugio en el convento de Santa Catalina, pero las galeras abrieron de nuevo fuego contra el edificio forzando a los atrincherados a salir, matando a muchos. Posteriormente, los prisioneros ingleses relatarían el pavor que les producían las galeras.
Finalmente Bazán desembarcó 300 soldados españoles para atacar desde tierra al maltrecho ejército inglés. Durante los combates, la pasividad de Drake que no se decidía a entrar en batalla provocó un aluvión de reproches por parte de Norreys y Crato que lo acusaron de cobardía.
El 11 de junio entraban en Lisboa otras 9 galeras de la escuadra de España, bajo mando de Martín de Padilla transportando a 1000 soldados de refuerzo. Esto supuso el punto definitivo en la batalla, y el 16 de junio, ya insostenible la situación del Inglés, Norreys ordenó retirada
Inmediatamente se ordenó a las tropas hispanas salir en persecución de los ingleses. Si bien no se registraron grandes combates, las tropas ibéricas hicieron numerosos prisioneros. Sorprendentemente, también se hicieron con los papeles secretos de Antonio de Crato.
Estos documentos incluían una lista con los nombres de numerosos conjurados contra el Imperio Español. Tras la derrota sufrida por el ejército de Norreys, Drake decidió abandonar con su flota las aguas lisboetas y adentrarse en el Atlántico. Los españoles salieron en persecución.
Martín de Padilla, al mando de la escuadra de galeras de Castilla, partió el 20 de junio tras la flota inglesa al mando de 7 galeras: la capitana comandada por él, la segunda comandada por don Juan de Portocarrero, la Peregrina, la Serena, la Leona, la Palma y la Florida.
Los españoles mantuvieron la distancia, esperando un golpe de fortuna que dejase a los ingleses sin viento y permitiese atacarlos. Durante la noche, Padilla se adentró entre la flota enemiga, y envió a un capitán inglés católico a bordo de un esquife para espiarles.
La única información que pudieron obtener fue que las tripulaciones inglesas se encontraban enfermas y desmoralizadas. Los vientos flojos impedían a los ingleses alejarse de las costas portuguesas, y finalmente llegó a los castellanos la oportunidad que estaban esperando.
Con vientos muy débiles que impedían maniobrar a los veleros, las galeras se lanzaron a la caza. Padilla ordenó a sus barcos formar en hilera y atacar a los buques enemigos que se encontraban descolgados de la formación. Así, la fila de galeras iba situándose a la popa inglesa.
Sucesivamente iba batiéndolos con su artillería y se iban relevando unas a otras a medida que se recargaban los cañones. Por su parte, las tropas embarcadas batían las cubiertas inglesas con sus mosquetes y arcabuces causando muchos muertos entre las dotaciones inglesas.
Debido a la imposibilidad de defenderse o huir, los barcos ingleses atacados sufrieron un terrible castigo, siendo finalmente apresados 4 buques, un patache y una lancha. Durante aquellos ataques murieron unos 570 ingleses, y unos 130 fueron hechos prisioneros.
Entre estos se contaban 3 capitanes, un oficial y varios pilotos. Por su parte, los españoles solo lamentaron 2 muertos y 10 heridos. Pero una ligera brisa comenzó a soplar de nuevo, por lo que Drake, que había sido un mero testigo del ataque pudo maniobrar con su buque insignia.
Drake seguido por otras 4 embarcaciones mayores, eso de las 5 de la tarde, cuando comenzó a soplar un fuerte viento, los ingleses largaron velas y pusieron rumbo al Norte. Por su parte, don Alonso de Bazán decidió relevar a Padilla con varias galeras de la escuadra de Portugal.
Y continuar con la persecución, apresando 3 buques ingleses más durante los días siguientes. Drake puso rumbo a las Azores, para tratar de conseguir el último de los objetivos de la expedición, pero sus fuerzas estaban mermadas, y fueron rechazados sin grandes dificultades.
Perdida la ventaja de la sorpresa, con las tropas de desembarco diezmadas y la tripulación cada vez más cansada y afectada por enfermedades (solo quedaban 2000 hombres capaces de luchar), se decidió que el objetivo de formar una base permanente en las Azores no era posible.
Tras una tormenta que provocó nuevos naufragios y muertes entre los ingleses, Drake saqueó la pequeña isla de Puerto Santo en Madeira, y ya en las costas gallegas, desesperado por la falta de víveres y agua potable se detuvo en las Rías Bajas de Galicia.
El 27 de junio, intentó arrasar la indefensa villa de Vigo, que era un pueblo marinero de unos 600 habitantes, a pesar de lo cual, la resistencia civil causó más bajas a los ingleses. Al tener noticia de la llegada de tropas de milicia bajo mando de Luis Sarmiento, reembarcaron.
El propio Drake, al mando de los 20 mejores bajeles regresaría a las Azores para tratar de apresar la flota de indias española, mientras que el resto de la expedición regresaría a Inglaterra. El 30 de junio, antes de conseguir llegar de nuevo a las Azores, apareció otro temporal.
Esto obligó al inglés a retroceder, momento en el que se dio por vencido y ordenó poner rumbo a Inglaterra. Mientras la flota inglesa navegaba dispersa, don Diego Aramburu recibió la noticia de que el enemigo navegaba en pequeños grupos por el Cantábrico camino de Inglaterra.
Inmediatamente partió de los puertos cantábricos al mando de una flotilla de zabras a la busca de presas, consiguiendo finalmente capturar 2 buques ingleses más, que remolcó a Santander. La retirada inglesa degeneró en una carrera individual por su cuenta para llegar a puerto.
Al arribar Drake a Plymouth el 10 de julio con las manos vacías, perdidos más de la mitad de sus hombres y embarcaciones, y habiendo fracasado en todos los objetivos de la expedición, la soldadesca se amotinó porque no aceptaban los miseros 5 chelines que se les ofreció como paga
De los más de 18.000 hombres que formaron aquella flota de invasión descontados los numerosos desertores, solo 5000 regresaron vivos a Inglaterra. Entre la oficialidad, las bajas mortales también fueron muy altas: el contraalmirante Fenner, 8 coroneles y decenas de capitanes...
A las pérdidas humanas hay que añadir la destrucción o captura por los españoles de al menos 12 navíos, y otros tantos hundidos por temporales. Además de esto, los ingleses perdieron también al menos 18 barcazas y varias lanchas.
Aparte de perder la oportunidad de aprovechar el que la Armada española se encontrase en horas bajas, los costes de la expedición agotaron el tesoro real de Isabel, teniendo en cuenta que las pérdidas de la corona inglesa debidas a la derrota habían superado las 160.000 libras.
Hasta entonces el considerado azote de los españoles, Francis Drake, quedó condenado a un casi total ostracismo tras el fracaso, asignándosele la dirección de las defensas costeras de Plymouth y negándosele el mando de cualquier expedición naval durante los siguientes 6 años.
Tras la derrota de la Contraarmada, España rehízo su flota, que rápidamente incrementó su supremacía marítima hasta extremos superiores a los de antes de la Gran Armada, y la paz llegó en 1604 a petición inglesa. Las cláusulas resultaron muy favorables a los intereses españoles.
La expedición de la Contraarmada está considerada como uno de los mayores desastres navales militares de la historia de la Gran Bretaña, quizá solo superado por la derrota sufrida en el sitio de Cartagena de Indias de nuevo a manos de tropas españolas de don Blas de Lezo.
Fin de los hilos sobre la Invencible Inglesa o Contraarmada, espero que les haya gustado.

Nota: Pedro Enríquez de Acevedo fue el comandante de la guarnición española en Lisboa

Láminas de Carlos Parrilla y otros.
Uniformes y cuadros variados, algunos de época.

Gracias por leer.

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