#CosasQuePasanEnLaGuardia #113. Estar médico, seis de la tarde. Afuera diluvia. Los consultorios están llenos y la lista, vacía. Hace media hora que no viene ni una ambulancia, y casi que la calma asusta, aunque intento no pensar en eso. Volvió la pelirroja –totalmente (+)
(-) recuperada salvo por el agotamiento– y trajo cosas ricas. Hay cuadraditos de torta de ricota, pastafrola de batata –¿a quién se le ocurre tremendo pecado?–, triples de jamón y queso, jamón y huevo, jamón y tomate –tomate fresco, dulzón, casi que parece cherry–, (+)
(-) queso y choclo –turbio–, jamón y aceitunas y unos con palmitos de los que rebasa la salsa golf, papas fritas, palitos y hasta chizitos. Para tomar: coca y dos de esos jugos diluidos que no me llaman. El olor es a fiestita de cumpleaños de primaria de esas que tanto nos (+)
(-) hacían falta.
El pediatra de los anteojos cuadrados la gasta con que se olvidó de la cerveza y el jefe ladea la comisura de la boca mientras manotea un triple de aceitunas.
–Está bueno –larga con la boca llena, aunque intentando no abrirla demasiado.
(+)
(-)
Suena a mezcla “ueno” con “mueno” y me hace acordar a mi ahijado y a lo mucho que lo extraño (sigo guardada por miedo a llevarle esta peste a mi gente).
–Falta el helado de dulce de leche con brownie para mí –acota el pediatra mientras mastica al lado de la pelirroja.(+)
(-) Ella se toca el cuello en el que sospecho que aterrizó una gota de saliva –o tal vez un grano de choclo–, se mira la mano con asco y se apura a lavársela junto con el rectángulo de cuello afectado mientras le reclama a él los buenos modales, completamente jocosa, (+)
(-) y la distancia social, ya sin tanta risa.
El jefe rapta dos sándwiches más –otro de aceitunas y uno de palmitos– y sale.
–Finoli el paladar –se ríe el pediatra mientras abraza a la pelirroja con un –. ¿Y vos qué te hacés la estrecha si ya tuviste covicho?
(+)
(-)
–Salí, te dije –lo amenaza ella con el puño cerrado–. Todavía no sé si tengo anticuerpos.
El teléfono suena en medio de las burlas. Ninguno lo mira, pero el timbre asesino –chillón, fuerte, que se cuela hasta el fondo del oído interno sin el más mínimo esfuerzo– insiste. (+)
(-) El pediatra amaga, pero opta por manotear otro sándwich. Cruzo los ojos con los de la pelirroja y me resigno. Atiendo con un desganado “estar médico”.
–Sí, yo quiero un turno con el cardiólogo –contesta sin anteponer ni un hola una voz masculina bastante añosa.
(+)
(-)
–Disculpe, no puedo ayudarlo, esto es el estar médico –contesto.
Estoy a punto de agregar un “que tenga buenas tardes” y cortar cuando me frena.
–Pero este es el número que me dieron para que llame…
(+)
(-)
–Entiendo, pero no es acá, le sugiero que llame al conmutador y pida que lo comuniquen con la central de turnos.
–No atienden, ya traté, señorita. Por eso pedí que me pasaran con un médico urgente en el conmutador ese. Soy viejo, no tonto yo.
(+)
(-)
–Yo no dije eso, señor, solo que acá no podemos ayudarlo.
–¿No tenés un cardiólogo por ahí? ¿En la guardia? No te creo.
–Claro, pero no da turnos.
La pelirroja me hace señas para que corte mientras la cardióloga hace que no con el índice extendido.
(+)
(-)
–Bueno, que no me de, que me conteste unas preguntitas y yo busco por ahí las recetas…
–Es que así no funciona la cosa… –intento que entienda mientras mi cerebro se pregunta para qué.
–Claro, no. Ayudar en pandemia a un pobre viejo nunca –refunfuña–. Así no vas a (+)
(-) conseguir marido –me corta.
Me quedo mirando el tubo con las muelas apretadas.
–Me tiró el maleficio de la soltería eterna –gruño mientras cuelgo.
–¿Viste por qué no tenés que atender? –me larga la pelirroja–. Igual, ponele que te hizo un favor.
(+)
(-)
Yo manoteo medio cuadrado de torta de ricota, doy un bocado y le exhibo el contenido como cuando tenía ocho y nos peleábamos con mis primos en los almuerzos de los domingos en lo de mi abuela que ya está muerta.
(+)
(-)
–Repetilo y te lo empujo para adentro con un dedo de tacto rectal –me previene.
El teléfono arranca de nuevo. Ella me hace que no con la cabeza y levanto ambas manos delante del cuerpo. El pitido frena y vuelve a arrancar; hasta parece sonar más fuerte.
(+)
(-)
Ahora la que se rinde es la cardióloga, que lo manotea y larga un “¿Quién habla?” sobrepoblado de mala onda.
–No. Acá no es –cuelga.
A los pocos segundos arranca de nuevo. Estiro la mano para librarla del suplicio, pero me gana y levanta el tubo. No saluda, solo escucha.(+)
(-)
–Ya le dije que no es –arremete y corta.
–¿Qué querían? –indago.
–El resultado de un hisopado.
–Tendríamos que poner un contestador de esos con opciones –se mete el pediatra–. Si quiere sacar turno, acá no es. Si quiere resultados del hisopado, tampoco. Si quiere que (+)
(-) le hisopemos el orto, aguarde y será atendido –agrega con voz de telefonista de sanatorio paquete.
La pelirroja aplaude. A la cardióloga le sale coca por la nariz. Yo me río ya no sé si de él o de ella.
Golpean la puerta del estar. Suena fuerte, seco, casi insolente. (+)
(-) Nos miramos con fiaca y la cardióloga se suena la coca, se acomoda el barbijo y va a fijarse. “A ver, espere”, escucho y cierra la puerta. Es un policía que busca a una señora que desapareció de su casa. Salgo. Parece que le dijo por teléfono a la hija que iba a hacer las (+)
(-) compras y desde ahí no supieron más de ella, que eso fue ayer, pero como vive sola la señora, no saben desde cuándo es que se perdió. Habla de perderse, aunque sus ojos preguntan por mucho más. Le pido los datos. La mujer tiene un nombre tan común como María López. (+)
(-) Miro el pase de la mañana. No había nadie así. Voy consultorio por consultorio preguntando.
–Lo último que falta, que ni sepan mi nombre –larga la morocha de rulos del tres, paciente de alguno de mis compañeros.
Su consultorio huele a vómito rancio mezclado con perfume (+)
(-) importado.
–No, señora, pasa que a usted la está viendo otro médico y yo estoy buscando a alguien perdido, pero no se preocupe que su médico seguro que tiene sus datos –le contesto y espero que sea así.
–Si ni viene la mocosa esa que se cree modelo… –se queja.
(+)
(-)
–La doctora –la corrijo–. Yo le aviso para que venga, entonces –intento conformarla y sigo.
La mujer del cuatro –rubiona con bastantes canas, de piel muy blanca y ojos de un celeste tirando a turquesa que no sé si vi alguna vez antes– grita algo del estilo de “uva” (+)
(-) cuando le pregunto por la tal María. Prolonga la U y casi lo separa en sílabas las tres veces que lo repite. Está acostada, en pañal, envuelta en un vaho a caca de bebé envejecido, y con medio cuerpo descubierto. Por la comisura derecha de la boca le cae un hilo de baba y (+)
(-) la mano de ese lado cuelga de la camilla. Me pongo el N95, unos guantes, aprieto la nariz para cerrarla aún más, y me acerco de una corrida. Le acomodo el brazo –que parece muerto– y la tapo. Con la mano contraria me agarra de la muñeca y repite lo de la uva una vez más. (+)
(-) Le pregunto qué le pasó. Pronuncia un par de sonidos guturales. Sigo con si tiene familia y escupe lo que ahora parece más un “juva”. Hago una nota mental para preguntarles a mis compañeros sobre ella y sigo en la búsqueda de María López. En los consultorios (+)
(-) del fondo hay solo varones y ninguno la vio, así que termino rápido.
Me apuro al shock-room como si el asunto acabara de pasar. Ahí tampoco está. Le hablo al emergentólogo que revisa su libro; nada. Ojeo el nuestro. Cuesta descifrar los jeroglíficos de varios compañeros,(+)
(-) pero, fuera eso, no la encuentro. Pregunto por whatsapp y hablo con los clínicos que me informan que por ellos no está. Vuelvo con el policía y le informo, con los hombros abatidos, que no pude encontrarla. Me agradece y se retira con un redoble de pisotones casi tan (+)
(-)intimidante como los golpes que le dio a nuestra puerta.
Vuelvo a la lista. Sigue vacía. Enfilo para el estar. Apenas entro suena el teléfono.
–Serás yeta –me larga el pediatra mientras atiende.
No hay vacuna todavía, señora. ¿No ve las noticias usted?... (+)
(-) No, no estamos tratando de esconderla, le prometo, pero solo porque no hay. Cuelga mientras sacude la cabeza hacia los lados.
Me sirvo un vaso de coca y me lo bajo de un saque. El pediatra me gasta que si no fuera por lo fea, estaría para una propaganda. (+)
(-)
–No te preocupes que ella tampoco te da –le larga la pelirroja.
Voy a acotar que ni loca cuando suena el teléfono de nuevo. Esta vez atiende ella con un “morgue” pronunciado con voz casi tan gutural como la de la señora del cuatro. El pediatra le levanta los pulgares. (+)
(-)
No, perdoná, no es la morgue de verdad acá así que no te puedo informar… No, yo no atendí a nadie con ese nombre, pero esperá. Tapa el tubo y gira hacia mí.
–¿La que vos buscaste es una María Julia?
–María solo. María López.
Baja la cabeza.
(+)
(-)
No, disculpá. Mi compañera la buscó ya, le habían dicho que se llamaba María solo... Claro, pero es que ya la buscó, y nadie respondió… Que no responde al María... Bueno, esperá.
–¿Había alguna otra paciente con ese apellido? –me pregunta.
(+)
(-)
Le hago que no con el índice y vuelve al teléfono. No, como te dije, no hay nadie con ese apellido tampoco… Sí, entiendo que puede estar perdida, no sé, te ofrezco venir a ver… tal vez por la cara…
Estoy por manotear un sándwich de los de palmitos cuando (+)
(-) mi nota mental resuena entre mis neuronas y le hago señas a mi compañera para que no corte. Ella le pide a su interlocutor que aguarde y tapa el tubo con un “¿Qué pasa?”.
Le consulto si ella está atendiendo a la mujer del ACV del cuatro, pero me dice que no, que la agarró la+
(-) Barbie, una chica nueva a la que resulta que apodó así por su ropa impecable rosa y blanca y su maquillaje también impoluto que no entiendo cómo no se le corre con el EPP.
–Decile que no corte, que espere unos minutos –le indico señalándole el teléfono.
(+)
(-)
Lo hace con las cejas en alto sin entender demasiado.
Les pido a ella y al pediatra que me ayuden a encontrarla –no la veo hace un buen rato– y la cardióloga se queda para asegurarse de que nadie cuelgue. La chica aparece en un pasillo, atendiendo a una de las de limpieza(+)
(-) en una camilla móvil, y el pediatra pide premio por encontrarla.
–Te ganaste un cuadradito de pastafrola de batata deliciosa –lo gasto.
Y enseguida le pregunto a ella cómo se llama la paciente del ACV.
(+)
(-)
–NN –contesta–. La encontraron en la calle tirada y no tenía documentos. Le hicieron huellas, pero todavía no hay nada.
–¿De dónde la trajeron? –indago.
Levanta los hombros. Le hago acordar de la mujer del tres que se andaba quejando y (+)
(-) contesta que cuando termina, pasa. Yo giro hacia la pelirroja y prácticamente la arrastro en mi corrida: esta vez tenemos que entrar a la habitación de la señora. Ella se cambia entera. Yo me pongo un camisolín, el N95, la máscara y un solo par de guantes; dejo el (+)
(-) celular afuera.
–Si se mueve, vos sostenela –le pido y aclaro–: quiero sacarle una buena foto.
Apenas entramos la mujer empieza con su “juva”. La pelirroja larga un “mamá” prolongando la última A y me disculpo por el aroma que esta vez ni sentí. (+)
(-) Miro al techo, ruego para que mi corazonada sea cierta y le hablo a la paciente:
–Voy a sacarle una foto a su cara. No se preocupe por el despeine que no es para ninguna revista –trato de ponerle algo de humor–, vamos a ver si podemos ayudarla. ¿Usted se llama Julia, no?
(+)
(-)
La mujer no sé si entiende demasiado, pero por unos segundos interrumpe el “juva”. La pelirroja le acaricia sorpresivamente un hombro –no vi demasiados gestos afectuosos de su parte en lo que llevamos de guardia juntas– y pronuncia un “quietita”. El diminutivo (+)
(-) casi me hace entrar en shock. Le sonrío. Ella niega desde atrás de su EPP y con la mano libre me apura para que saque la bendita foto. Aprieto el botón del celular tres veces –no vaya a ser que alguna no sirva– y le levanto el pulgar. Las dos felicitamos a (+)
(-) la mujer, vamos hacia la puerta y nos descambiamos por pasos.
–Me debés un splash cítrico fuertón mínimo –se ríe la pelirroja.
Nuestros suecos de goma rechinan contra los baldosones mientras nos apuramos al estar. Entramos. (+)
(-) El teléfono sigue descolgado y tendemos a manotear el tubo las dos a la vez. Lo suelto y se lo dejo, ella es la que venía hablando. Lo levanta se lo acerca a la oreja, frena y me lo entrega con un “fue tu idea”. Bajo la cabeza y le agradezco desde el alma. Creo que (+)
(-) casi necesito tanto la conversación como quien esté del otro lado del teléfono.
Me presento y resulta que la interlocutora es una mujer de más o menos mi edad. Le pregunto primero por el color de pelo y de ojos de su madre.
(+)
(-)
–Ahora casi blanco por la cuarentena, antes lo tenía doradito. Y los ojos… hermosos… claros, azules, medio como esas aguas de playas exóticas de la tele –llega por respuesta.
Emito un sí tímido con la cabeza hacia mi compañera mientras le pido a la hija su número (+)
(-) de celular. Anoto directo en el mío y la agrego como contacto. Pongo “hija juva”. Estoy a punto de rematarlo con un signo de pregunta, pero decido que no hace falta. Aprieto el botón del mensajito. El corazón me va a mil. Adjunto la foto, sostengo el tubo del (+)
(-) teléfono del estar entre el cuello y el hombro y cruzo los dedos de la mano libre. La pelirroja cruza los dedos de ambas manos y los antebrazos entre sí. La cardióloga suelta el vaso de jugo aguado y se suma. Doy enviar.
–Por favor mire su celular y dígame si es (+)
(-)ella –le indico a la mujer.
Ella ya está gritando del otro lado:
–¡Apareció mamá!
Se escuchan aplausos, festejos, llanto. Levanto el pulgar y la pelirroja casi me abraza hasta que se ve que recuerda la distancia social.
Le explico a la mujer que su mamá tuvo un ACV, (+)
(-) que no puede mover un lado del cuerpo y que tiene la boca chanfleada.
–No importa, está viva –me frena.
–Sí, y no es poco –agrego.
Le cuento a dónde está y le digo que la esperamos. Cuelgo con una sonrisa que ya no quiero que me tape el barbijo.
(+)
(-)
La pelirroja sale corriendo. Vuelve con un “ya avisé en seguridad” y la aplaudo. Levanto el vaso que ya llené con coca mientras inhalo otro tanto del aroma a fiestita de cumpleaños. Ella me imita y la cardióloga se nos suma.
–A los ojos –nos previene la pelirroja.
(+)
(-)
Chocamos los vasos con los ojos bien abiertos reflejando las sonrisas que los barbijos tapan. Por más guardias así.

Aclaración: No puse nombres ni apellidos reales.

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