Contribución personal a un balance histórico de las fuerzas y fracciones burguesas que pugnan durante las cuatro décadas en que se mantiene en pie el Estado franquista hasta la conversión de este en la infecta democracia burguesa española, cuya crisis es hoy manifiesta.
Será un hilo largo, pero al final compartiré un enlace de descarga al texto por si alguien quiere leerlo de esta forma. El documento fundamental del que me valdré es esta importantísima obra de Tuñón de Lara y Biescas.
Recordatorio, antes de entrar de lleno en la cuestión: aquí () compartí un enlace con un resumen, y múltiples fragmentos transcritos inclusive, del libro de Biescas y Tuñón de Lara.
De esta obra solo tendré en cuenta las partes segunda y tercera del libro: «El poder y la oposición» y «Cultura e ideología», escritas por Tuñón. Sobre la primera parte («Estructura y coyunturas económicas»), de Biescas, esto quizá sea de interés:
Como antecedente de un periodo histórico clave en la historia de las luchas de clases en España, pueden ser útiles estos comentarios () acerca del fascismo y la ultrarreacción antes de la Guerra Civil española.
Otras fuentes son el libro de S. Vilar, usado por Biescas y Tuñón en su magna obra, y el de André-Bazzana. Las capturas no paginadas del hilo, casi todas relativas al tardofranquismo y la Transición, son reflexiones mías, ya usadas antes, a partir del análisis de ambas obras.
Los fragmentos de texto paginados son todos del documento de Tuñón y Biescas. Hay que tener en cuenta que esta obra por sí sola ya incluye una ingente cantidad de fuentes de todo tipo y perspectiva. Y, como siempre, aclaro que las negritas de las capturas son mías.
Comienzo. Franco es jefe del «Movimiento» desde abril de 1937. La ley de 30 de enero de 1938 vincula la jefatura del Gobierno a la estatal. Así sintetiza Tuñón la política del «Caudillo» respecto a la pluralidad de fuerzas ultrarreaccionarias que constituyen el Estado franquista:
Tesis básica: equilibrio inestable entre las diversas fracciones burguesas, con sus respectivas bases de masas, programas e ideologías, acaudilladas por Franco. Sin ello es imposible comprender la evolución del régimen franquista e, indirectamente, del erigido en el 78.
Desde el principio entran en liza elementos nítidamente fascistas (falangistas y jonsistas tras la fusión de la Falange Española y las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista), carlistas y diversos círculos monárquicos, grupos democristianos y camarillas militares.
El papel del ejército es esencial como columna vertebral del régimen burgués franquista. Viver dirá de la instancia castrense que es el «vicario por excelencia de las clases dominantes en perpetua crisis de hegemonía» (p. 171); dentro de él también aflorarán contradicciones.
En última instancia, el tipo de desarrollo del capitalismo en España, de la formación económico-social capitalista española, lleva a que «el fascismo a la española» tenga como gran rasgo distintivo el papel preponderante y hegemónico del Ejército.
Como sucederá en otros Estados de Europa o América Latina, el brazo armado del capital será el gran elemento disciplinador de las luchas de clases en España. R. Carr se refiere al rol diferencial del elemento castrense español respecto a otras potencias europeas occidentales.
Durante el periodo de 1939-1945, la actividad del poder franquista busca, fundamentalmente, «doblar» los «aparatos de Estado clásicos por otros del Movimiento» (p. 181) y sentar las bases de la Organización Sindical fascista-corporativista.
Lo segundo implica superar las «inciertas etapas de una Central Nacional Sindicalista de Obreros y otra de Patronos». Entre la primavera de 1940 y la de 1941 se da un «vacío de poder» en el Movimiento, en el «estrato inmediatamente inferior al mando supremo de Serrano» (p. 181).
Aun así, hasta 1945 al menos, será la corriente del «falangismo “azul”» la dominante dentro de FET y de las JONS, así como de importantes instancias y aparatos del Estado (no así en el entramado educativo, donde pugnarán distintos sectores ultrarreaccionarios):
Sin embargo, el historiador madrileño es tajante: «no solo los falangistas no empuña[n] palancas decisivas del Poder [con la salvedad de Serrano Súñer] (…), sino que, de ellos…
El falangista Gerardo Salvador Merino es apartado en 1941. «Todo volverá a entrar el orden», sentencia Tuñón, «y el conservadurismo rutinario no tendrá ya razones de inquietarse por la Organización Sindical. En el fondo, este pasaba a ser un engranaje más del Estado» (p. 185).
Como no puede ser de otra manera, el régimen fascista español, sostenido por el Ejército y la Iglesia, está apadrinado por el conjunto de la burguesía (agraria, industrial y comercial), en especial por el capital financiero, y su base de masas se agrupa en torno a…
Y un sector muy importante, además de un segmento de las clases medias: aunque se relega «al papel de dominadas a las nacionalidades», sus «fracciones de clase oligárquicas» (p. 456) —fundamentalmente las vasca y catalana— resultan un pilar estructural del régimen franquista.
El carácter plurinacional del Estado español tiene su expresión igualmente en la forma de dominio político y militar 𝑒𝑠𝑝𝑒𝑐𝑖́𝑓𝑖𝑐𝑜 que se da en Galicia y, en especial, en el País Vasco y Cataluña:
En la enseñanza, el nacionalcatolicismo sirve de «modelo educativo (…) aunque en el contenido de la enseñanza se deslicen elementos conceptuales del fasci-falangismo» (p. 449), con una primera «despreocupación absoluta del rigor técnico-profesional y científico» (J. Carbonell).
La Universidad es, por cierto, un feudo omnímodo del aparato falangista, «articulado en el SEU y en el Servicio Español del Magisterio» (p. 196), durante el periodo de 1939-1945. Lustros después será una viga esencial que contribuirá a corroer el edificio franquista.
Tuñón considera que es la «fragilidad de los conceptos clave de la oligarquía, y de los aparatos que [pone] en marcha desde 1939» lo que explica que incluso personajes como Menéndez Pidal rechacen «la idea de una unidad total» (p. 476).
El nacionalsindicalismo, por su parte, cumple un claro y vital papel en el armazón del Estado franquista, aunque muy pronto irá tomando cuerpo la «alternativa monárquica, que, con un liberalismo conservador, sobre todo en lo social, podría actuar de eficaz pararrayos»:
El Estado franquista es disputado en todos sus niveles desde el comienzo por la panoplia de fuerzas ultrarreaccionarias y fascistas; dentro del nacionalcatolicismo, se constatará en el choque entre la Asociación Católica Nacional de Jóvenes Propagandistas (ACNP) y el Opus Dei.
La hoy olvidada ACNP llegará a controlar muchos de los más importantes resortes del Estado fascista:
Inciso crítico: Tuñón usa en el libro una gran cantidad de categorías de Poulantzas (como 𝑐𝑙𝑎𝑠𝑒 𝑟𝑒𝑖𝑛𝑎𝑛𝑡𝑒, que en realidad no es una 𝑐𝑙𝑎𝑠𝑒 como tal). A mi juicio, lo hace en exceso, aunque sin dejar de lograr su finalidad analítica.
Tuñón de Lara defiende la tesis de que ni el genuino fascismo español (falangista-jonsista) ni el tradicionalismo carlista pueden servir como «ideología legitimadora» del régimen franquista. Sí lo puede hacer el nacionalcatolicismo:
La preponderancia ideológica de la Iglesia católica se vincula con un primer momento de hegemonía de la gran burguesía agraria durante los primeros años del franquismo:
Frente a «la hegemonía oligárquico-agraria» emerge un sector de «cultura orteguiana», de «carácter elitista», con «un planteamiento intelectual en contradicción con la ideología hegemónica»; «un eventual proyecto ideológico de otra fracción de las clases dominantes» (p. 474).
Decía que entre las camarillas militares y las fracciones que pugnan por el poder estatal, todas disciplinadas por Franco, estallan las costuras igualmente. Así sucede en 1942 con los sucesos de Begoña, el cese posterior de Varela y Galarza y la sustitución de Serrano Súñer.
Aparentemente, la operación se lleva a cabo para beneficiar a los falangistas Arrese y Girón. No obstante, la realidad es que ambos pasan a desempeñar una función más burocrático-auxiliar que ideológica:
Entonces, ¿cuál es el peso específico de los elementos más inequívocamente fascistas dentro del Estado español durante la posguerra? Este fragmento del libro de Tuñón de Lara es absolutamente crucial para comprender el «fascismo a la española»:
Es decir: los «falangistas azules» solo dominan en los niveles intermedios del Estado, con una función más político-represiva y burocrática que ideológica, y los altos centros operacionales siguen siendo coto de los mandos militares y los oligarcas tradicionales.
La llamada «alternativa monárquica» va tomando cuerpo. En marzo de 1943, Juan de Borbón le pide a Franco la transmisión de poderes y «la restauración monárquica en una España reconciliada y unida» (p. 200).
El movimiento del padre del actual 𝑟𝑒𝑦 𝑒𝑚𝑒́𝑟𝑖𝑡𝑜 se encuadra en una corriente en la que conspicuos representantes de la oligarquía financiera y de la dirigencia política, procuradores en Cortes, exigen también en esa época la restauración monárquica.
Entre ellos, Juan Ventosa, uno de los más importantes capitalistas de Cataluña y España; el duque de Alba, cuarto terrateniente del Reino y consejero del Banco de España; Goicoechea, el coronel Galarza, Garnica, presidente de Banesto y principal accionista de Minas del Rif...
… O, lo que no es en absoluto baladí, Yanguas Messía, primer embajador de Franco en el Vaticano y redactor del decreto del 1.º de octubre de 1936. «Ninguno de aquellos señores pretend[e] cambiar nada, sino asegurar su poder de clase ante posibles seísmos» (p. 210).
Es a partir de ahí cuando Franco considera cada vez más la institucionalización del régimen como un reino. «El, Franco, seguiría 𝑒𝑛 el Poder, pero ellos, los oligarcas, también seguirían 𝑡𝑒𝑛𝑖𝑒𝑛𝑑𝑜 el Poder en un sentido estructural» (p. 201).
Tuñón de Lara define el primer franquismo como «un proyecto totalitario al ciento por ciento»; no se trata de «un autoritarismo más, con flecos pluralistas, como algunos han querido hacer creer» (p. 201). (Admito que soy reticente a la noción de totalitarismo.)
La reorganización del ejecutivo franquista en 1945 (fecha crucial) sanciona el escamoteo del falangismo de muchos de los principales centros operacionales: Arrese ya no está en primera fila, aunque se mantienen Fernández Cuesta, Girón y Rein.
Se refuerza el núcleo oligárquico-católico de Artajo, Ladreda e Ibáñez en torno a la dirección de la ACNP. Además, «Benjumea sigue representando a las clásicas familias de la oligarquía» (p. 216). Parafraseando a Tuñón, la Iglesia católica ya no es solo aparato legitimador…
… Ahora brinda hombres que se instalan en otros aparatos estatales. El carácter hegemónico de los cuadros de la ACNP, el reforzamiento de «la catolicidad del Estado» como sustituta del «lema nacional-sindicalista» y la eliminación de toda referencia al «totalitarismo» son un…
El «paso del nacional-sindicalismo al nacional-catolicismo». En ese contexto, Franco prepara la Ley de Sucesión de 1947 que busca institucionalizar su jefatura de Estado, considerada como «Estado católico, social y representativo». Algo que, por cierto, don Juan rechaza.
El historiador madrileño apostilla: «la Ley no lo dice, pero [Franco] sigue siendo el jefe de ese cuerpo político tan impreciso que lo mismo es Falange que Movimiento» (p. 471). El Consejo de Regencia y del Reino, recién creados, cumplen una función de «cobertura legitimadora»:
Después, sobre todo desde los 60, la Iglesia católica dejará de ser un «aparato ideológico» monolítico —nunca lo fue en el fondo—, y el conflicto entre clases y fracciones de clase sacudirá sus cimientos; sacudida «más acusada en las nacionalidades [vasca y catalana]» (p. 330).
En los 50, la prelatura de la Santa Cruz y del Opus Dei se convierte en el grupo católico militante más activo e influyente. El opusista Calvo Serer se opone tanto al núcleo de falangistas como a la tendencia católica de la ACNP, «los dos subtentáculos del gobierno» (p. 267).
El Opus Dei se erige en «tercera fuerza nacional», tras la ACNP y el «falangismo “azul”»; mediante Calvo Serer hace una «llamada a participar en el Poder» (p. 267), y será determinante para la «modernización» capitalista del oxidado y osificado aparataje franquista.
A la larga, por tanto, abrirá una gran grieta por donde se colará la remodelación del Estado capitalista español sustanciada en la monarquía parlamentaria del 78. A mediados de los 50 se hacen más patentes las divisiones en el ejecutivo franquista.
El «catolicismo género Opus y [el] integrismo, siempre en sólidas posiciones» deviene hegemónico en un contexto de «cambio en los grandes lineamientos ideológicos del bloque de Poder» (p. 482). Se prosigue la labor de vaciamiento político-ideológico del núcleo falangista:
Arrese y Girón chocan con Artajo, Blas Pérez es tachado de ineficaz, Arburúa está enemistado con Cavestany, el proyecto de Leyes Institucionales de Arrese no llega a buen puerto… En ese panorama descuella un opusista como López Rodó, cuyo colaborador directo es Carrero Blanco.
Proyecto, el de Arrese, que representa la «ilusión de unos pocos» sobre una pretendida «hegemonía falangista» y que realmente es «la maniobra de diversión del jefe supremo» (p. 294). El régimen franquista va apartando cada vez más al núcleo de «fasci-falangistas» y de la ACNP.
Con Arrese como secretario general del Movimiento (Falange), Franco rechaza el «proyecto de Leyes fundamentales encaminado a hacer de Falange la columna vertebral del Estado» (p. 481). A la par, Carrero crea el puesto de secretario general técnico de la Presidencia del Gobierno.
El que dicho cargo se asigne a López Rodó «marca el comienzo de una progresión de poder que durará diecisiete años y dará en gran parte el tono del Estado franquista en la segunda mitad de su existencia» (p. 294).
De este modo se hace hegemónica la «corriente tecnocrática, a la vez “moderna” en lo económico, pero también muy vinculada al gran capital, y netamente conservadora en lo político» (p. 300). Por cierto, en contra del mito, Carrero Blanco participa de esta corriente.
Por consiguiente, «el falangismo ha perdido sus posibilidades ideológicas “legitimadora” y “movilizadora”, quedando reducido a una alta burocracia que controla numerosos servicios y, entre ellos, toda la actividad sindical» (p. 481).
Igual de importante es la entrada en 1956 de Ullastres y Navarro Rubio. «La época “azul” e “imperial” de la palabrería fácil y la improvisación [tiene] que ser sustituida por el rigor que exig[e] la defensa de los intereses del bloque dominante» (p. 301).
La hegemonía del 𝑡𝑟𝑖𝑢𝑛𝑣𝑖𝑟𝑎𝑡𝑜 𝑜𝑝𝑢𝑠𝑖𝑠𝑡𝑎 de Navarro Rubio, Ullastres y López Rodó, enlaces directos de la oligarquía financiera, se consuma junto a la eliminación de «los altos cargos de claro marchamo falangista» (p. 303) en el Ministerio de Arias Salgado.
En este sentido, para Ludolfo Paramio, con el gobierno de 1956 «el capital financiero obtiene la hegemonía en el seno del bloque dominante» (p. 303). El Movimiento, además, deja de llamarse Falange. Las conclusiones que extrae aquí Tuñón son de la máxima significación histórica:
Como decía, en los años 50 el aparato político franquista se muestra cada vez más inoperante y disfuncional respecto al desarrollo de un marco más operativo, rentable y sólido, subordinado a las leyes de valorización capitalista y al contexto del imperialismo occidental.
Recordemos que, tras los acuerdos hispano-norteamericanos de 1953, el Estado español entra en la ONU en 1955, en la OECE (futura OCDE), el FMI y el BM en 1958, y en 1959 es aceptado como miembro de pleno derecho de la OECE, cuando se le concede un cuantioso préstamo.
El discípulo de Pierre Vilar afirma que en este periodo histórico «buena parte de los aparatos ideológicos de las clases dominantes pierden eficacia y quedan agarrotados, bloqueados» (p. 479). La tendencia, acentuada y agravada, precipitará la transición a la democracia burguesa.
1956 puede ser interpretado, para Tuñón, como el paso del «fascismo integral» al «autoritarismo de derechas». Mantengo las mismas reticencias con «autoritarismo» que con «totalitarismo», pero interesa comprender el sustrato de clase de la evolución del franquismo. Clave esto:
Tuñón de Lara expone que, en los 50, «el sistema ideológico falangista, ya disminuido desde 1945, seguirá luchando pero en constante retroceso» (p. 480). A su vez, la ACNP será barrida por los «tecnócratas», y ya no se tratará de «galvanizar» a las masas, sino de neutralizarlas:
La Ley de Principios Fundamentales del Movimiento, que Franco promulga el 17 de mayo de 1958, significa justamente la superación de la primera etapa del franquismo. Tuñón, de nuevo:
Aún falta recorrido para convertir la dictadura capitalista bajo la forma de régimen fascista «a la española» en una dictadura capitalista bajo la forma de monarquía parlamentaria, de democracia desde, por y para la burguesía.
El aparato franquista solo puede lubricar el régimen político burgués con «equipos de recambio[,] pero dentro del sistema», lo cual «impide la “integración” de la oposición, de los conflictos sociales y políticos, etc.» (p. 350); es decir, imposibilita la democracia capitalista.
La «clase reinante», «circuito cerrado de consejos y cuerpos consultivos del Estado, gobiernos civiles, Cortes, organismos del Movimiento, Bancos oficiales, INI (…) [y] su vinculación a las grandes empresas privadas» (pp. 350-351), no renunciará fácilmente a su cuota de poder.
La aprobación de la Ley de Principios Fundamentales del Movimiento supone de facto la «liquidación de los 26 puntos de Falange como principios básicos del Estado». Ello es necesario para una gestión más eficiente de los intereses del bloque burgués de poder franquista:
El historiador marxista reitera: aunque persiste el Movimiento-partido único y su elefantiásico aparato orgánico, el «fasci-falangismo» se diluye cada vez más y pierde carácter sustantivo, en un momento en que el oportunista PCE perfila su política de «reconciliación nacional»:
La nueva política económica se inicia en 1957 y se completa en 1959 con el Plan de Estabilización. La «fórmula fascista a ciento por ciento —pero con el inconveniente de perder vertiginosamente la relativa base de masas que había podido tener en 1940—» deja de ser eficaz:
Tras la pérdida de hegemonía de la gran burguesía agraria, la oligarquía financiera, fusión del capital industrial y bancario, toma el relevo y deviene preponderante. La fracción dominante requiere también cambios ideológicos; la demagogia obrerista-fascista ya no es funcional:
Empero, dado que el régimen franquista «ha incorporado a sus aparatos de Estado a unos equipos formados en el totalitarismo (…) clásico (…) en esos medios se observará con frecuencia resistencia al cambio de orientación ideológica» (p. 500).
Esta fracción —posteriormente, el «búnker»—, formada por «un sector de altos funcionarios de los aparatos de Estado», una «pequeña franja de burguesía enriquecida con el franquismo», mostrará «un comportamiento relativamente “autónomo”» (p. 500).
El paso del predominante nacionalsindicalismo a la «democracia orgánica» —o del «carisma al desarrollo tecnocrático»— entraña la «necesidad de amortiguar el carácter “caudillista” del régimen y transformar ese poder unipersonal y omnímodo, en un poder (…) oligárquico» (p. 500).
Tal es la lógica que subyace a la aprobación de la Ley Orgánica del Estado promulgada el 10 de enero de 1967, cuya significación capital es resumida por Tuñón como se muestra a continuación:
No es aún la arquitectura de poder del 78 (hoy, en crisis), que permite el reparto de parcelas y su gestión democrática entre el capital financiero, la aristocracia obrera y las fracciones burguesas periféricas anteriormente excluidas del poder político. Pero es un primer paso.
El proceso se acompaña de una «desfascistización» de los lemas «ya desgastados del fascismo». Lo que ocurre es que la desfascistización ideológica choca con la práctica política fascista del Estado español:
La aprobación de la citada ley de 1967, «concebida, sobre todo, para que funcione tras la desaparición de Franco», es para Tuñón de Lara el «hecho fundamental en cuanto a la organización del Poder durante este período [1962-1967]» (p. 351).
Dicha ley, que «define como Reino al Estado», es el resultado de una transacción, de un pacto entre fracciones burguesas dominantes que requiere la participación de la «clase reinante»:
Ello no impide que, en el fragor de una creciente oposición de masas (capitalizada, a falta de referente revolucionario, por los partidos oportunistas y el resto de fuerzas burguesas), el sector que prioriza el «uso de aparatos de coacción» domine «el equipo de Poder» (p. 377).
Se asciende a generales del «búnker» (García Rebull o Iniesta); Carrero se instala en la Vicepresidencia del Gobierno, se suspenden las elecciones sindicales, se aplica la Ley de Terrorismo y Bandidaje, se recurre cada vez más al estado de excepción, se congelan los salarios…
Y se consuma el divorcio entre ciertos «centros de elaboración ideológica y sectores de intelectualidad», que expresan la necesidad de una reestructuración del bloque burgués de poder, y «un régimen que no quiere llamarse fascista, pero que conserva rasgos de seguirlo siendo»:
La transición del «capitalismo “autárquico” y arcaico al capitalismo financiero» en España hará inevitable «un esfuerzo presupuestario en favor de la enseñanza profesional» (p. 310), pues el capitalismo español requiere una mejor capacitación de la fuerza de trabajo asalariada.
Inexistente la clase obrera como entidad política revolucionaria, entre 1957-1962 se da un recrudecimiento de la lucha sindical, estudiantil y popular, que, al tiempo que expresa una explosividad objetiva, política, prefigura el papel clave que jugará la aristocracia obrera.
Aristocracia obrera que, valga como crítica a Tuñón, está explícitamente ausente en esta obra. No así implícitamente. El madrileño admite que el «nuevo movimiento obrero (…) se creará y desarrollará en función y en el clima que le eran necesarios a la gran burguesía» (p. 326).
En el contexto de articulación de las primeras Comisiones Obreras, no es un hecho baladí ni anecdótico que la «primera asamblea nacional de Comisiones Obreras», en 1967, tenga lugar «clandestinamente (…) en la finca de una personalidad de la oposición monárquica» (p. 366).
Una ley básica del orden burgués en su fase imperialista es la división del movimiento obrero en dos alas, y, ante la ausencia de Partido Comunista, es la aristocracia obrera la que negocia y se integra en el Estado junto con el resto de fracciones burguesas.
El sector más «aperturista» de la burguesía en el franquismo empieza a ser consciente precisamente, desde su óptica de clase, de la necesidad de integrar a la fracción burguesa de la clase obrera en el aparato estatal a través del sindicalismo no fascista-corporativista.
Los dos importantes textos de CCOO (1966) reflejan embrionariamente la tendencia a la corporativización de «nueva planta», democrático-burguesa. Para el marxismo revolucionario, el movimiento obrero espontáneo no puede ser ya el «movimiento independiente de la clase obrera».
Los convenios colectivos y la nueva representatividad articulada y vehiculizada por la aristocracia obrera constituyen una necesidad de la clase capitalista en su conjunto para fluidificar el marco jurídico-político capitalista:
A principios de los 60 (dos grandes hitos en 1962: contubernio de Múnich y oleada de huelgas), la crisis del régimen político franquista es cada día más palmaria. En ese marco «se esbozan alternativas de orden político»:
Pero los choques en la cima del poder franquista son inevitables. Tuñón afirma que el «esfuerzo inteligente para que la dominación de la oligarquía financiera contemporánea [sea] acompañada de una hegemonía ideológica, no [es] suficientemente seguido ni comprendido» (p. 509).
De ahí el rechazo al proyecto Vilar-Hochleitner por «los sectores inmovilistas del bloque dominante», capaces solo de concebir «un fascismo de sociedad precapitalista o de hegemonía rural, sin grandes necesidades de productividad ni de encuadramiento técnico de masas» (p. 509).
El proceso de reorganización del Gobierno franquista de 1962 ahonda el giro opusista-tecnocrático, catapultando aún más a la cima a los prebostes del gran capital: López Rodó, Navarro Rubio y Cía., estando en sus manos «los centros operacionales (…) del Poder esencial» (p. 350).
Un apunte fundamental de Tuñón de Lara: el pensamiento de Franco, a mediados de los 60, está «ya en desfase con la mentalidad de los sectores más lúcidos de la gran burguesía», pero no «con la “ideología” del bloque que [ha] tomado el Poder en 1939» (p. 371).
La nueva remodelación ejecutiva de 1965 acentúa la «matización “tecnocrática opusista”». El «viejo personal político de Falange», a propósito, «tiene cada vez mayor conciencia de su desplazamiento» (p. 379).
En abril de 1966, 𝑖𝑙𝑢𝑠𝑡𝑟𝑒𝑠 representantes del gran capital español —Satrústegui, Álvarez de Miranda, Ortega Spottorno, etc.— expresan en el 𝐴𝐵𝐶 su apoyo a un «régimen [monárquico] de convivencia nacional», a una «monarquía liberal de base democrática» (p. 385).
En un momento en que se da la mayor explosividad obrera desde el verano de 1933, el sector más lúcido de la gran burguesía 𝑝𝑎𝑡𝑟𝑖𝑎 es cada vez más consciente de que solo una democracia burguesa puede permitir una más flexible reproducción del orden capitalista.
Lo más significativo es el hecho de que semejante sector es el que piensa que solamente «un “liberalismo” de negociación con los trabajadores y (…) un liberalismo político presentable en Occidente» pueden conformar el mejor antídoto frente a «posibles sacudidas revolucionarias»:
Ese «“liberalismo” de negociación con los trabajadores» define a la perfección la democracia burguesa y la integración corporativo-democrática del puntal social fundamental de los Estados burgueses imperialistas en el modo capitalista de producción: la aristocracia obrera.
En 1969, «la élite del Poder» prepara «la sucesión» («o cre[e] prepararla» [p. 407], puntualiza Tuñón de Lara), siendo el príncipe Juan Carlos de Borbón propuesto a las Cortes como sucesor del jefe del Estado.
El historiador marxista es explícito: se trata a la sazón de «𝑖𝑛𝑠𝑡𝑎𝑢𝑟𝑎𝑟 una monarquía; [aunque] la realidad mostraría más tarde que no era así». Por el momento, «el Caudillo conserv[a] todo su Poder» (p. 408) y Carrero acrecienta el suyo. El famoso «atado y bien atado».
1969 es también el año del escándalo Matesa, cuyo efecto principal, con un ejecutivo franquista en crisis, es un mayor encumbramiento de los «tecnócratas» (aupados nuevamente por Franco y Carrero), los cuales «barr[en] literalmente a los viejos falangistas» (p. 408).
Una lista de ministros de la alta burguesía presumiblemente elaborada por Carrero Blanco en colaboración con López Rodó. La «clase dominante (…) [mantiene] íntegros los aparatos coactivos, pero [intenta] deshacerse del personal “azul”, 𝑐𝑙𝑎𝑠𝑒 𝑟𝑒𝑖𝑛𝑎𝑛𝑡𝑒» (p. 412).
1970 es decisivo para el devenir del andamiaje político del capitalismo español: agitación social en su cénit, se acentúa la represión estatal (obreros muertos en Granada a manos de las fuerzas represivas), metro de Madrid militarizado, Proceso de Burgos contra ETA…
Y, algo no menos importante, una buena parte de la institución eclesial actúa amplificando y dando soporte a la agitación, apoyando los paros obreros en algunos lugares, facilitando locales para reuniones y encierros, emitiendo comunicados de condena de la represión, etc.
El episodio del Proceso de Burgos reviste la máxima significación, pues las «tensiones dentro del bloque dominante con motivo del proceso» revelan que se está «en vísperas de una crisis de Estado», o, más exactamente…
Con una lucidez sorprendente, y a modo de pregunta casi retórica, Tuñón concluye dibujando y prefigurando el bloque de poder burgués que se terminará erigiendo con el advenimiento de la democracia burguesa. Solo falta en su análisis un actor básico: la aristocracia obrera.
Si tras la Guerra Civil se conforma una alianza de fracciones burguesas para el ejercicio de la dictadura capitalista, Estado fascista mediante, la peculiaridad del nuevo bloque es que integra políticamente a las burguesías nacionalistas periféricas y a la aristocracia obrera.
La Transición española solo es posible gracias al progresivo acercamiento entre los sectores burgueses internos de los que ya he hablado y las fuerzas de oposición, que representan a diversas fracciones también burguesas, excluidas del poder político durante cuatro décadas.
Es un proceso de voladura interna pilotado por ambas fuerzas, dentro y fuera del aparato franquista (PSOE y PCE serán capitales y determinantes), convertido en una rémora para el capital. Incluso altos mandos militares como Cassinello y Díez-Alegría son conscientes de ello.
Tanto el PSOE como el PCE saben jugar muy bien sus cartas. Una de ellas es, como ya se sabe, el argumento del golpe militar. El encuadramiento de masas se materializa ante la inexistencia de un auténtico Partido de Nuevo Tipo, fruto a su vez de la desorientación de la vanguardia.
Uno de los grandes hitos del momento es sin duda el de los Pactos de la Moncloa, que sancionan el nuevo Estado democrático-burgués, posfranquista.
Se arma el trípode español del 78: oligarquía financiera, aristocracia obrera y burguesías periféricas. En la 𝑓𝑖𝑒𝑠𝑡𝑎 𝑑𝑒 𝑙𝑎 𝑑𝑒𝑚𝑜𝑐𝑟𝑎𝑐𝑖𝑎 solo habrá sitio para la burguesía. Quien pretenda lo contrario ha abandonado el terreno de clase del marxismo revolucionario.
La clave del proceso no es si hay una «auténtica depuración» del aparato represivo-militar o de la alta judicatura (en la transacción acordada, ese es el precio a pagar, el elemento a mantener), sino la naturaleza y el grado de integración burguesa que permite el nuevo régimen.
Como es sabido y consabido, tal «depuración» no tiene lugar. Pero la metamorfosis del andamiaje estatal franquista hacia la democracia para la burguesía —con todo lo sui géneris que queramos que sea la democracia burguesa española, que lo es— es un hecho histórico indiscutible.
Y hasta aquí y ahora, cuando el régimen burgués español, como la inmensa mayoría de los regímenes capitalistas del orbe, se consume y descompone sin que su único sepulturero se reconstituya en clase independiente.

El enlace del hilo en un documento PDF: mega.nz/file/LrhUlLbZ#…

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13 Jul
Una de las mejores caracterizaciones que hizo Marx sobre lo inmanente al dinero, que bajo el reinado del capital deviene la forma más desarrollada de autonomización de la riqueza universal respecto a los productores mismos.

Grundrisse, Cuaderno I.
Inaugura una nueva universalidad que abre la posibilidad histórica de creación del individuo social libre, pero al precio de que la dictadura del capital se imponga negando y cancelando todo carácter propio de cualquier actividad social.
El carácter y la forma social de producción se manifiestan como producto ajeno a su creador, como cosas frente a los individuos que pasan a «estar subordinados a relaciones que subsisten independientemente de ellos y nacen del choque de los individuos recíprocamente diferentes».
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7 Jul
No creo que nadie pueda negar una cierta originalidad, y aun lucidez diagnóstica, a los documentos de Tiqqun o el Comité Invisible. El problema central: ¿hay contenido (revolucionario) más allá de la fraseología? Veamos esta conferencia transcrita.

elestadomental.com/diario/propaga…
Si desempolvara unos comentarios críticos de «La insurrección que viene», se vería que las críticas del documento arriba enlazado, que para mí es una buena síntesis de lo mejor y lo peor de este tipo de planteamientos, van en una dirección casi idéntica.
El capital no se podría sostener únicamente bajo la pura represión (de hecho, esta es en general solo el último recurso, el que «pone orden» allí donde el normal caos capitalista se disloca temporalmente). Pero no basta con decir que también se sostiene porque «es deseable».
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1 Jul
Decía Lenin en 𝑀𝑎𝑡𝑒𝑟𝑖𝑎𝑙𝑖𝑠𝑚𝑜 𝑦 𝑒𝑚𝑝𝑖𝑟𝑖𝑜𝑐𝑟𝑖𝑡𝑖𝑐𝑖𝑠𝑚𝑜 que la economía política es una «ciencia 𝑑𝑒 𝑝𝑎𝑟𝑡𝑖𝑑𝑜», y que los «profesores de Economía política no son, en general y en su conjunto, más que sabios recaderos de la clase capitalista».
Pero, a la vez, es deber del comunismo revolucionario «saber asimilar y reelaborar las adquisiciones de esos "reaccionarios"», pues «no dar[emos] (...) ni un paso en el estudio de los nuevos fenómenos económicos sin tener que recurrir a los trabajos de esos recaderos».
En ese sentido, también es misión del marxismo revolucionario «𝑠𝑎𝑏𝑒𝑟 rechazar su tendencia reaccionaria, saber seguir una 𝐥𝐢́𝐧𝐞𝐚 𝐩𝐫𝐨𝐩𝐢𝐚 y luchar 𝑐𝑜𝑛𝑡𝑟𝑎 𝑙𝑎 𝑙𝑖́𝑛𝑒𝑎 de las fuerzas y clases que nos son enemigas». (La negrita es mía.)
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23 Jun
Notas sobre el marxismo y la igualdad. ¿Cuál es el punto de vista del comunismo revolucionario respecto a la idea de igualdad? Merece la pena rescatar la interpretación y el recorrido histórico y político que acomete Engels en su obra “Anti-Dühring”.
Para refutar la exposición “trivial y chapucera” de Dühring sobre la igualdad, Engels reivindica a Rousseau, gracias al cual la igualdad juega “un gran papel teórico y, desde la Gran Revolución (…) [es] un elemento considerable de agitación socialista en casi todos los países”.
Si bien la noción —y el anhelo— de igualdad es muy vieja, la concepción moderna de igualdad reviste una naturaleza muy distinta, tanto por sus fundamentos como por sus reivindicaciones. Engels:
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22 Jun
Breve ponencia magistral de Josep Fontana (un autor ineludible de la historiografía marxista), titulada «Espanya i Catalunya: tres-cents anys d’història». Merece la pena comentarla con detenimiento.

La línea de interpretación histórica que defiende Fontana es clara: la evolución de la sociedad catalana a principios del siglo XVIII es muy similar a la de los Países Bajos o Inglaterra en lo relativo a desarrollo capitalista (a nivel económico, sociocultural y político). Image
Nada nuevo, pues a idéntica conclusión llegaron en su momento Nadal, Vilar y muchos otros. Para no repetirme más, quien quiera puede consultar este resumen crítico del célebre libro de Nadal sobre la Revolución industrial en España desde 1814 hasta 1913:
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