Tan pronto como hemos aprendido algo ya hemos empezado a olvidarlo. Sin embargo, aunque el olvido es un proceso inevitable, lo que aprendemos puede olvidarse a ritmos muy distintos. Esto diferencia un aprendizaje duradero de uno efímero. ¿De qué depende, pues, la tasa de olvido?
En 1885 Hermann Ebbinghaus registró el que es considerado el primer estudio científico sobre la memoria (a pesar de sus limitaciones)[1]. Con sus experimentos, Ebbinghaus estableció la conocida "curva del olvido", gráfica que refleja precisamente el ritmo con que olvidamos.
Aquí tenéis la curva del olvido idealizada, en este caso mostrando el % de información retenida en relación al paso del tiempo. Pero se puede representar de otras formas, como el tiempo ahorrado en reaprender algo q aprendimos en función del tiempo transcurrido desde entonces.
De hecho una de las observaciones interesantes de Ebbinghaus es que, en ocasiones, a pesar de que algo que aprendimos nos pueda parecer totalmente olvidado, nos cuesta menos tiempo reaprenderlo que si nunca lo hubiésemos aprendido antes.
Si bien los experimentos de Ebbinghaus se limitaron a analizar el olvido para un tipo de información muy concreta y artificiosa (sílabas sin sentido), la curva del olvido se ha constatado en múltiples estudios desde entonces (con matices), y para varios tipos de aprendizajes.
Lo más interesante de la curva del olvido es que, a pesar de que lo aprendido siempre va decayendo, el ritmo con el que decae puede variar. ¿Y de qué depende que la curva tenga mayor o menor inclinación? Esto es, ¿de qué depende que lo aprendido perdure? Pues de varios factores.
En primer lugar, es esperable que diferencias innatas (de base biológica) en la capacidad de aprender de las personas puedan reflejarse en distintas tasas de olvido, aunque esto es algo difícil de constatar experimentalmente.[2]
Por otro lado, los conocimientos previos y significativos que uno tiene relacionados con lo que aprende también pueden marcar diferencias. Cuanto más sabemos sobre algo, más conexiones podemos hacer con cosas relacionadas con ello, lo que conlleva aprendizajes más robustos.[3]
Pero quizás lo más interesante es que la tasa de olvido depende en especial de aquello que hacemos cuando aprendemos. Y esto no se refiere tanto al modo en que incorporamos la nueva información, sino a qué hacemos con ella una vez la hemos recibido.
Es decir, la tasa con que olvidamos lo aprendido depende en buena medida de las acciones que realizamos para aprender y de las circunstancias en que nos emplazamos para hacerlo. En otras palabras, depende de nuestras estrategias de aprendizaje.
El siguiente es un gráfico de un experimento que compara dos formas de aprender, en que el tiempo de dedicación ha sido el mismo (la dedicación para aprender es indispensable, pero la cuestión es que podemos conseguir que sea más o menos productiva). Gráfico original: [4]
Si bien el resultado del aprendizaje, evaluado como la proporción de ideas recordadas, fue similar en el corto plazo (5 min) para ambas formas de aprender, hay importantes diferencias solo dos días o una semana después. Las curvas del olvido en cada caso son claramente distintas.
Este es un claro ejemplo de que lo que hacemos cuando aprendemos es clave para promover aprendizajes duraderos (además de transferibles a nuevas situaciones, lo cual es otro tema pero está muy relacionado).
Aprender sobre las estrategias de aprendizaje que ayudan a aplanar parcialmente la curva del olvido y contribuyen a hacer más productivos nuestros esfuerzos por aprender es un buen ejemplo de lo que significa aprender a aprender.
Aprender estas estrategias nos hace mejores aprendientes y además nos motiva a aprender más. Porque no hay nada más motivador para aprender que alcanzar las metas de aprendizaje que uno afronta. Y de hecho no hay nada más desmotivador que esforzarse mucho y no conseguirlo.
Por supuesto estas estrategias no son ninguna garantía de éxito en el aprendizaje, pero sin duda ayudan a conseguirlo. Y no, no son recetas mágicas que nos vayan a ahorrar esfuerzos. Pero nos permiten sacar el máximo partido de nuestro empeño por aprender.
Si les interesa saber qué acciones y circunstancias nos ayudan a aprender más y mejor, pero además comprender por qué lo hacen (en relación a cómo aprende nuestro cerebro), les invito a leer mis hilos de Twitter. Gracias por su atención. FIN.
Referencias:

[1] Ebbinghaus, H. (2013). Memory: A contribution to experimental psychology. Annals of neurosciences, 20(4), 155.
[2] Rapport, L. J., Axelrod, B. N., Theisen, M. E., Brines, D. B., Kalechstein, A. D., & Ricker, J. H. (1997). Relationship of IQ to verbal learning and memory: Test and retest. Journal of clinical and experimental neuropsychology, 19(5), 655-666.
[3] Brod, G., Werkle-Bergner, M., & Shing, Y. L. (2013). The influence of prior knowledge on memory: a developmental cognitive neuroscience perspective. Frontiers in behavioral neuroscience, 7, 139.
[4] Roediger III, H. L., & Karpicke, J. D. (2006). Test-enhanced learning: Taking memory tests improves long-term retention. Psychological science, 17(3), 249-255.

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